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En Larache, Sergio Barce con Laabi, Jose Luis Gómez, Akalay, Sibari, Bouissef y Said Jedidi

En Larache, Sergio Barce con Laabi, Jose Luis Gómez, Akalay, Sibari, Bouissef y Said Jedidi

Muy pronto en este blog:

LAS PRÓXIMAS PRESENTACIONES DE LOS LIBROS DE AUTORES LARACHENSES

Y DE OTROS AUTORES CERCANOS A MÍ

UNA NUEVA PÁGINA DEL ALBUM DE FOTOS DE LARACHE Y SUS GENTES

MÁS CINE Y LITERATURA

RELATOS Y CRÓNICAS

EN POCO TIEMPO, LA PUBLICACIÓN DE MI NUEVA NOVELA

INCHA AL´LÁH

LARACHE

LARACHE

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CREADORES LARACHENSES

Viene bien recordar, de tarde en tarde, la labor de los artistas de Larache, ya sean escritores, pintores, escultores o cineastas… Sirva hoy esta primera relación de algunas de nuestras portadas de nuestros libros, algunas de nuestras esculturas, algunas de nuestras pinturas o los carteles de nuestras películas. Sin duda, hay mucho que mostrar…

Novela

de SERGIO BARCE

Escultura

de MARINA LÓPEZ MATRES

Novela

de CARLOS TESSAINER

Libro de relatos

de MOHAMED AKALAY

Cuadro

de RACHID SEBTI

Libro de relatos

de LEON COHEN

Recopilación de Textos de varios autores

por MOHAMED LAABI

Poemas

de MOHAMED AL BAKI

Acuarela

de MANUEL BALAGUER

ARROUCHA, poemas de

ABDERRAHMAN JEBARI

Libro de Juegos

de FRANCISCO SELVA

Poemas

de MOHAMED SIBARI

Novela

de CRISTINA MARTÍNEZ

Cuadro

de HAKIM EL HARRAK

Poemas

de AHMED DEMNATI 

Novela

de LUIS MARÍA CAZORLA

Una película

de ABDESLAM KELAI

Poemas

de MOHAMED LARBI BOUHARRATE

RAS R´MEL un libro

de ANTONIO HERRÁIZ

Un libro

de CARLOS GALEA

Poemas

de MUSTAPHA BOUHSINA

Cuadro

de FRANCISCO SELVA

Un film

de MOHAMED CHRIF TRIBAK

Libro de relatos

de SARA FERERES DE MORYOUSSEF

Escultura

de EMILIO GALLEGO

Picaresca – teatro

de ABDELMAWLA ZIATI

Fotografía

de GABRIELA GRECH

Poemas

de MERCEDES DEMBO

Cuadro

de ABDELLATIF BELAZIZ

Libro

de JOSÉ EDERY BENCHLUCH

Novela

de SERGIO BARCE

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Y UNA MAÑANA… un relato de MOHAMED LAHCHIRI

Con Mohamed Lahchiri he compartido momentos muy agradables, tanto en Tánger como en Larache, y en Málaga también. Recuerdo una noche con Mohamed Akalay, qué buena persona es Akalay, junto al hermano de éste y a Sibari, nos hartamos de reír y de cantar. Bueno, yo no cantaba porque no conocía las letras de las canciones, pero como si lo hubiese hecho. Me conformaba con ver a Sibari hacer de barítono y de palmero. Y también recuerdo a Mohamed Lahchiri en los encuentros de la AEMLE, en el Hotel Minzáh, en un almuerzo pantagruélico, y el día en que nos invitó a comer pescado en el puerto de Larache, madre mía, qué regusto, Lahchiri se fue solo y regresó con el mejor pescado fresco que había encontrado, eso fue con ocasión del día que presentamos mi última novela en el Luis Vives, estaba Abdellatif Limami, otro entrañable amigo, y también me acuerdo de cuando vino no hace mucho a Málaga a presentar su último libro “Un cine en el Príncipe Alfonso”, extraordinario libro de relatos. Me imagino a Lahchiri llegando ahora con su gorra calada, sus ojos curiosos escondidos tras las gafas, su sempiterna sonrisa, y que nos sentamos a tomar algo y que comienza a hablar con esa verborrea suya insaciable, que es como su escritura, o su escritura es como su verborrea, y nunca me canso de escucharle y de reírme con sus ocurrencias.

Me envió hace días uno de sus relatos, sabe que me encantan. Es una narración ágil, escrita con esa facilidad suya para enlazar una cosa con otra como si las ideas se le atropellaran y pugnasen para salir antes, pero es tan hábil que las ordena en este lagrimal de imágenes a cámara ligera, desde el pequeño detalle hasta el pensamiento del narrador confluyen en el texto armónicamente, y así nos mete en el centro de la refriega, como si el lector fuese un vecino más del inmueble en el que se desarrolla la trama. Sólo cuenta una anécdota, un incidente que muchos hemos presenciado en alguna ocasión, pero lo contextualiza y lo hace tan personal que parece algo excepcional. Nunca elude la crítica, y eso me une aún más a su manera de relatar.

Ya echo en falta otro día con Mohamed Lahchiri. Espero que sea pronto. Incha Al´láh.

Sergio Barce, octubre 2012      

Y una mañana…

 …me despiertan unas voces en el pasillo y me encuentro solo en la cama con las garras de las malditas ganas mañaneras de orinar hincadas en el miembro y pienso que no he sentido a Aicha salir de la manta, ahora estará en la cocina, y yo tengo que deshacerme de lo que me está estropeando este placer de no estar obligado hoy a levantarme de la cama deprisa deprisa, para volver a la manta a acabar mi despertar a gusto, oír la radio… Distingo la voz de Fátima, la vecina, que se hace más fuerte, insulta, oigo la de su hija y pienso -me hundo más en la manta- que Fátima está regañando a su hija. Quizá porque la mocotendido ha perdido el dinero de la leche, la ha mandado a por leche y… no es la primera vez que la idiota pierde el dinero. Oigo abrirse la puerta, la nuestra, y pienso que a Aicha no le ha dejado el endemoniado gusanillo de la curiosidad terminar lo que estaba haciendo en la cocina, y pienso ¿salgo yo también a ver qué pasa?, esto parece algo más que un simple regañar a la hija. Pero estos últimos instantes de la cama, riquísimos, irresistibles, ahogan la idea en un santiamén y me sorprenden -me tiran más del desperezo- los gritos de socorro de la niña ¡mamá!, ¡deja a mamá!, ¡deja a mamá! y su llanto y una voz de hombre y digo -me asomo, saco totalmente la cabeza y el tronco de la manta- ¿estará el mendrugo de Saleh propinándole golpes a su mujer a estas horas, y en el pasillo? Salgo de la cama de un salto, otro salto hacia los servicios, levanto las faldas de la candora ¡y suelto las riendas a las terribles ganas de orinar y respiro profundamente, ay Al-lah!, ¡y me va embargando una sensación de la que siempre pienso que sólo tiene un nombre: felicidad! Oigo que la algarabía del pasillo ya lo llena todo. Los vecinos han salido a ver qué pasa. No se oye la voz de Saleh. Dar con su voz no es nada difícil.

Voy hacia la puerta y la encuentro abierta, claro…, salgo, Fátima intentando dejar de llorar en medio de un grupo de vecinas, e insultando, sus hijos pegados a sus faldas con las caritas de personajes de tebeo, de quien teme que un mal se le desplome encima y la mujer del maestro responde a sus insultos y oigo a una vecina exclamar que ¡esto es el colmo! Pregunto ¿qué ha pasado? Otra vecina dice que ¡si esto no es el fin del mundo que venga Al-lah y lo vea! Miro a Aicha y me dice que el maestro ha entrado en su casa y la ha pegado y suelto el grito ¿cómo? de quien esperaba oír todo menos eso. Pienso que Saleh a esta hora estará en la fábrica, ha salido de casa antes de las seis, como cada día, veo que estoy en candora y descalzo y oigo -intento ordenarme el pelo con los dedos al ver que las mujeres me miran- que la cosa empezó ayer -mucho antes de ayer, pienso yo- : Fátima ha encontrado una bolsa de plástico con caca de niños, aquí, en su puerta y ha pensado que la mujer del maestro era la fechora y como no hablaba con ella…, etc, etc, etc.

Puerto de Larache – Mohamed Lahchiri con Abdellatif Limami, Sergio Barce y Sergio Barce jr. y María Gallardo

Y oigo al hijo de la gran puta aquél -le veo asomarse detrás de su mujer- gritar con miedo en la voz, intentando justificar su fechoría, que ¿por qué has puesto tu mierda en la puerta de mi casa? Y siento agarrarse a mis entrañas todo el odio y el asco acumulados en estos años y un deseo súbito como un tiro por lanzarle alguna palabra que sea un puñal envenenado, pero Aicha me tira de la manga de la candora y me dice con la mirada no te metas, como si hubiese oído lo que pensaba, y aparecen otras vecinas -del cuarto o del tercero- y no se me escapa que algunas están en trapos transparentes y la voz de Fátima se hace más fuerte… Entro y me digo que no tengo que meterme, que la mujer tiene un marido, pero sí puedo, debo -la idea relampaguea en mi mente como un descubrimiento- buscar a Saleh y veo a Nadia corriendo hacia mí con su cuerpecito de tres primaveras, que no me cansaba de abrazar, me inclino abriendo los brazos y apago su miedo causado por su despertar de pajarito y no encontrar ni a papá ni a mamá y oír el alboroto en el pasillo. Vuelvo a la puerta, la abro, llamo a Aicha y le digo -le tiendo la niña, dándole un besito en la naricita- que voy a ir en busca de la fábrica donde trabaja Saleh, para decirle que venga, añado, para evitar su posible no es asunto tuyo, que soy el único hombre que hay aquí, además del malfechor. Me doy cuenta de que no me he lavado ni la cara y entro al cuarto de baño, suelto el agua, cojo el jabón y me pongo a lavarme las manos y la cara y me despierto totalmente. Me digo ¿cómo voy a encontrar la fábrica y yo sólo sé que es una fábrica textil? La memoria acude en mi socorro, ¡ah, se llama Blita! Digo en voz que oigo perfectamente que el hijo de puta está ahora cogido y no escapará. ¡Cogido por los mismísimos cojones!

Me pongo la chilaba rápidamente y salgo. Las vecinas aún están en el pasillo hablando con Fátima o sólo dejando que la indignación que les bulle en la cabeza mueva sus labios. Algunas ya se están retirando. Fátima, al verme, me llama en voz suplicante, pienso que va a pedirme que, por favor, vaya a avisar a su marido y le digo con la cabeza y la mano que no necesita decir nada, que sí, que precisamente voy a buscar a su marido. Le digo también que vaya a la comisaría, ahora, y me lanzo hacia las escaleras.

¿Estará ahí el autobús? Pero primero tengo que saber dónde está la fábrica. En las tiendas seguro que saben dónde está. Veo a un vecino salir de un pasillo y pienso con alegría que es de los que tienen moto, le contaré lo que ha pasado y…, sonrío, le tiendo la mano, la sorpresa en su rostro la explico por el hecho de que entre los dos sólo hay unas escaleras y un buenos días mascullado o un hola, le pregunto si va a bajar a la ciudad, responde con una sonrisa -que dice lo siento- que no, me siento decepcionado, dice que sólo va a las tiendas. Bajamos varios escalones, sin decirnos nada. Le cuento lo que acaba de pasar en nuestro piso, se detiene, me dice -escandalizado- que un hombre no hace estas cosas, ¿qué le ha pasado a este desgraciado? ¡Agredir a la mujer de un hombre en su propia casa! Prosigo que ahora yo voy a buscar la fábrica donde trabaja Saleh, se llama Blita, por eso le he preguntado si va a la ciudad, como él tiene moto… y me interrumpe que no hay ningún problema, me lleva en su moto a la fábrica, ¡cómo no!, que cree que sabe dónde está, no lejos de aquí, y essi Saleh -veo que ya estamos abajo- él le conoce bien, hijo de buena gente. Es de Aabda, los de ahí son gente buena en general. No son como vuestros rifeños del Norte y abre la puerta del garaje y entra. Y pienso que es una buena persona.

No tarda en salir empujando una moto destartalada. Siempre he tenido la impresión de que las miles y miles de motos que cicletean casi día y noche por Casablanca están destartaladas. Arranca. Me monto detrás de él, siento la dureza y el frío del asiento como un golpe en el trasero. Pienso que lo voy a pasar mal antes de llegar a la fábrica. El vecino tiene que pedalear con fuerza para que la moto alcance la velocidad que le permite coger el equilibrio.

Digo que ese maestro es un castigo que nos ha enviado Al-lah. Responde que merece una buena corrección. Lo que ha hecho es muy grave. ¡Entrar en casa ajena y agredir a una mujer…! ¡Puede ir a la cárcel! Prosigo que en ese apartamento vivía antes una persona buenísima. Era un maestro también. No sé a dónde fue ni por qué se fue. Al volver una vez de Ceuta -me pregunta si soy de Ceuta y respondo que sí, y dice que creía que yo era de Tetuán-, de unas vacaciones de verano, encontré que había otra familia que vivía en ese apartamento. El elemento no me gustó nada desde el primer momento. Le cuento que mi mujer y la de él se pelearon varias veces y que una vez, cuando yo aún no le conocía bien, aún le respetaba, vino a verme y se puso a quejarse, levantando la voz y las manos, yo le pedí que maldijese a Satanás y bajase la voz, porque gritando no se entiende la gente, que los problemas que encienden las mujeres debemos resolverlos nosotros los hombres, pero sentados y hablando, no con gritos, ¡los dos somos maestros, hombre!, etc. Pero él parece que consideró mi actitud una banderita blanca de debilidad o de cobardía, y siguió con los gritos, envalentonándose de manera barriobajera al ver a los vecinos asomarse y a los niños acercarse. Yo me puse a temblar de rabia y me lancé contra él con unos gritos que salían hasta con espuma, total: los dos maestrillos no llegamos a las manos de milagro. Me dice que nada más fácil que llegar a las manos. Este es el país donde con más frecuencia se llega a las manos. Menos mal que la gente le tiene miedo al majzén, sobre todo a la police, que sino…

En Larache: Mohamed Lahchiri (a la deracha) bien acompañado de Mohamed Akalay, Abderrahman lanjeri, Sergio Barce, Mª Luisa Diéguez, Mohamed Laabi, Miguel Abgel, Ramón López Tuñas, Mustapha el Bouthoury, Bouissef Rekab, Gonzalo y el cónsul José Remacha

Yo pienso que aquel día entero lo pasé como respirando aire contaminadísimo, rumiando el rencor que acababa de brotarme en el pecho por aquel cara de cerdo –porque parece un cerdo, con esa cara apatatada y sonrosada- y las cosas que tenía que haberle dicho y no dije porque no se me ocurrieron durante la refriega, y me pongo rabioso por ese bloqueo que sufro siempre en los momentos decisivos. ¿Le digo lo que me hizo el cabrón el año pasado? Pero lo que le digo es por qué no preguntamos a alguien dónde está la fábrica, y él que no hace falta, creo que ya estamos cerca, está por aquí y asomo la cabeza y sólo veo edificios de dos o tres plantas, y añade que sí, ahí, al final de esta calle, a la derecha. Veo un camión dirigirse hacia nosotros, contoneándose, ¡cuidado!, que los camioneros y los conductores de autobuses y autocares están convencidos de que son los amos de las calzadas. Me pregunto ¿cómo voy a decírselo a Saleh? Me dice ¡ahí está la fábrica! Veo un gran edificio de color blanco sucio y nos invade el traquetear de las máquinas y recuerdo a Saleh con su tono burlón decirme que si quieres saber lo que es trabajar trabajar, ven conmigo a la fábrica. Que los maestros lo que hacéis no es trabajo, cobráis, no por trabajar, sino por descansar, por estar sentados y hablar.

Llegamos a la entrada, hay una barrera, me bajo de la moto y me dirijo hacia donde se encuentra una persona, pienso que es el guardia, le saludo y le digo que soy vecino de essi Saleh, que trabaja aquí, leo en su rostro que sabe de quién estoy hablando, y necesito verlo por algo urgente. Se levanta, me dice que espere y se va hacia una puerta abierta. Espero.

Me pongo a mirar a mi alrededor. Hay dos jóvenes esperando y, por la cara de pobrecitos que ponen, deduzco que buscan trabajo. El vecino se ha quedado montado en la moto, manteniendo el equilibrio con los pies. Es alto como un árabe de Dukkala. Pienso que yo también necesito una moto. El autobús está cada vez más insoportable. Se puede comprar a través de esa compañía de crédito. La Eqdom. Te cobran las letras directamente del sueldo.

Veo al guardián que vuelve. Me dice que Saleh viene ahora. Le doy el ¡que Dios te bendiga! y perdona por la molestia y camino hacia donde está el vecino. Le digo que Saleh también tiene moto, que si quiere volver que vuelva, no es necesario que pierda más tiempo y dice que no, que volvemos juntos. Los dos jóvenes nos miran.

Y veo a Saleh caminar hacia nosotros con una sonrisa. Le tiende la mano al vecino y luego me saluda a mí con una mirada que dice espero que no sea nada malo. Le digo que tiene que ir a su casa ahora mismo. Que su mujer… ha tenido problemas con los que viven a su derecha, el maestro y su mujer, que el maestro ha entrado a su casa y ha agredido a Fátima… y veo aquel estallido en su rostro que significa que esperaba oír cualquier cosa menos eso, un rostro que enrojece de golpe, masculla no sé qué -un insulto sin duda- apretando los dientes y prosigo que yo estaba durmiendo cuando ha pasado lo que ha pasado y los gritos de su hija mayor son los que me han despertado, que su mujer estará en la comisaría, yo le he dicho que vaya a poner la denuncia. Y me callo, ya he dicho todo. Nos envuelve un silencio embarazoso. Bueno, lo corta el vecino, que no pierda el tiempo, que vaya ya a pedir permiso y corra a la comisaría y Saleh nos pide perdón por habernos molestado y se lo reprochamos, ¡que somos vecinos, hombre! Y se va casi corriendo. Le digo al vecino ¡vámonos! y arranca con pedaleos. Frena para que yo me monte. Nos alejamos.

Me pregunta si tengo clase hoy y le digo que es viernes. Le cuento que una vez, cuando iban a empezar los exámenes de la Chahada, aquel maestro fue a verme y me quiso dar el número de un alumno -o de una alumna, no me acuerdo- que iba a ser examinado en el centro donde yo era responsable; me daba el número para que yo… Y yo le dije que no, claro, que nunca había hecho esas cosas, ni sé ni sospecho de nadie de mi escuela que lo haya hecho, que lo siento.

No, no me estoy echando medallas, sé que he tenido la suerte de estar en la enseñanza (no en el Ministerio del Interior ni en el de Justicia ni el de Sanidad), que me facilita el mantenerme a salvo de la mierda en la que se encuentra inmerso este país nuestro de mierda… Yo siempre digo que si me encuentro en la situación extrema de no tener trabajo, no tener qué comer, tener hambre… quizá tienda la mano, quizá robe. ¿Y sabes qué dijo después de eso? Pues dijo a todo el mundo que si me hubiese puesto en la mano algunos billetitos, yo habría cogido el número con una sonrisa como un sol, que yo había rechazado el numerito del examen porque me lo había dado soso, seco, sin el caldito exquisito necesario. Cuando me enteré de eso, me puse como una tromba de ganas de machacarle. Unas ganas que siento ponerse a borbollear en la sangre cada vez que me acuerdo. ¡El hijo de la grandísima puta! Me planté en lo alto de las escaleras, en el quinto, donde vivimos. Esperé largo tiempo, con una postura de tigre con un hambre feroz en espera de la presa, sobre todo cuando oía pasos subiendo. Después me dijo el Negro, el vecino del cuarto, que aquel día el hijo de perra había ido a Tetuán a traer mercancía, él también se dedica al contrabando, ¡un maestro! El vecino dice que no es el único. Tampoco hacen nada malo los que contrabandean. Y no me gusta lo que dice el vecino y prefiero tragarme mi disgusto, aunque para mí un maestro-contrabandista es poco menos que una maestra que se prostituye.

Prosigo: Cuando me cansé de la postura del felino en lo alto de una roca, con las garras y los colmillos rutilando, entré a mi casa, me eché y me puse a controlar los ruidos del pasillo. Hasta que me quedé dormido. Después, mi veneno fue perdiendo fuerza, como suele pasarme. Pienso que tenía que haberle dado en la cara con su vómito repugnante y ruin -como en las escenas de las grandes tartas de merengue blanquísimo de las películas-, estoy a punto de echarme en cara que soy un cobarde, afirmo que ¡no! con la cabeza. Digo para rematar el episodio que, desde que el fenómeno vino a vivir ahí, nuestros problemas de pasillo nunca han cesado y hoy ¡mira! El vecino dice que lo de hoy no tiene perdón. Veo que estamos cerca de las tiendas y le pido que se pare y vaya a hacer lo que tiene que hacer, yo seguiré andando hasta casa, pero él no me hace caso y sigue hasta la puerta del edificio donde vivimos.

Me bajo, tiendo la mano, perdón por la molestia y muchísimas gracias. Me dirijo hacia las escaleras con una imagen colgando en la cabeza: la de un niño acariciando con una mirada soñadora la moto del vecino. Observo que estoy bajo el dominio de una alegría exaltada. Normal, me digo, la posibilidad de deshacernos de él está ahí. Y él mismo se lo ha buscado. Estoy a punto de chocar con una mujer en chilaba y velo, una kuffa en la mano, probablemente una de las que estaban en el pasillo con Fátima, porque veo en sus ojos, en los que el velo negro pone un no sé qué miliunanochesco, que la pregunta está a punto de hacerle ¡plaf! por la boca. Pienso que los hombres del edificio se le van a echar encima al canalla, no faltarán testigos dispuestos a ir a la comisaría a declarar. El pasillo lo encuentro desierto. Abro la puerta, entro, me quito la chilaba, la cuelgo, oigo a Aicha preguntar si ha venido Saleh. Le pregunto si Fátima ha ido y me responde que sí. Me dice ven a desayunar. Pienso Dios sabrá lo que la mujer de Saleh le ha dicho al maestro para que éste cometiera tamaña fechoría. Le pregunto a Aicha cómo ha podido agredir a la mujer en su propia casa, sabiendo lo grave que es eso. Me siento, miro el pan hecho con trigo que he comprado, limpiado, lavado, secado al sol y llevado a la tahona, busco el cuchillo con la mirada, dice que el maestro y su mujer y Fátima se insultaban y él se abalanzó sobre ella. Le pregunto si ha ido alguien con ella y responde que se ha ido sola. Pienso Saleh ya estará ahí ahora. El maestro también. Con la mierda al cuello. Es capaz de lanzarse a los pies de Fátima y de Saleh (esto lo he visto hacer a un soldado ante un superior a la entrada de un cuartel y no se me olvida) con tal de que le perdonen y se salve, corre el peligro de ir a la cárcel y perder su trabajo, el de maestro, claro. Sólo que se vaya de aquí, no verlo nunca más. No sé quién me dijo -creo que el Negro del cuarto- que estaba construyendo una casa no sé dónde. Una casa. Yo le perdonaría, pero con la condición de que desaparezca, con su mujer y sus hijos, que se largue. No verlo nunca más.

Le pregunto a mi mujer ¿cuáles de las vecinas estaban presentes cuando la ha agredido? y me dice que casi todas las que he visto en el pasillo. Son las mujeres quienes le han sacado de la casa de Saleh. Dice que hay que darle su merecido, no se puede agredir así a la mujer de un hombre en su casa, un ladrón, un borracho, bueno, pero es el vecino, y un maestro, el fin del mundo, como ha dicho al-Hadcha. Le pregunto por Nadia. Ha vuelto a dormir. Recuerdo la radio. Voy al dormitorio, cojo el aparato, el cable molesto y colgando y arrastrando como siempre, vuelvo al salón, enchufo y me pongo a buscar las informaciones. Un placer desayunar sin prisas y tumbarse a escuchar la radio. Mañana sábado hay trabajo, pero pasado, no. La postura en la que estoy aleja cada vez más la idea de ir a la comisaría para ver qué se ha hecho. La radio me cierra los ojos y me devuelve ese sueñecillo delicioso de la mañana de un día en el que no trabajo, tan delicioso que mi madre suele decir que es el mismísimo Satanás, porque intenta atar con sus hilos poderosos a los musulmanes para impedirles levantarse a hacer las abluciones, rezar e ir a buscarse el pan de cada día.

Me abren los ojos unos golpes en la puerta. Va Aicha a abrir, la voz de Fátima, se asoman al salón, se quita el velo y la capucha de la chilaba, su rostro dice que ha estado llorando. ¿Qué ha pasado? Responde desesperada ¡Saleh le ha perdonado! ¡¿Cómo?! ¡Pero eso no puede ser! ¿Es que ya no es un hombre? Cuenta que el hijo del pecado ya estaba en la comisaría cuando ha llegado Saleh. Han metido a éste en el despacho del comissaire… No, a ella no la han llamado para nada. Cuando han salido era como si todo lo que había pasado fuera algo banal. Saleh le ha dicho a Fátima ¡sir!, ¡a casa!, y el maestro decía que había sido ella la que le había atacado y enseñaba no sé qué en el cuello, un arañazo, él se había limitado a defenderse, y Fátima no puede contener las lágrimas. Claro, el hijo de puta ha ido antes y ha preparado el terreno con los polis -sabe como hacerlo, es contrabandista,… – para salir del lodazal en el que se había encharcado. Seguramente han convencido a Saleh, que es un bonachón, a un sólo paso de tontorrón. Le digo -y siento que me hierve todo el líquido del cuerpo- ¿por qué no ha gritado ella misma dentro de la comisaría, no ha armado un escándalo…? ¡Este muchrim ha entrado a mi casa y me ha agredido delante de los ojos aterrorizados de mis niños…! Y veo que estoy hablando con una mujer vieja ya a los treinta y pocos años, sin fuerza alguna y cargada de hijos y de pobreza y siento en la carne las uñas y los dientes de la desesperación, Aicha dice no sé qué, oigo la voz de Saleh en el pasillo, salgo y veo que está hablando con el maestro en la puerta de su piso, observo que éste habla con tono de quien ya no se siente inseguro, estoy con los dientes tan apretados que me duelen, siento la ebullición subir en mis adentros y quiero gritar algo demoledor pero no se me ocurre nada, pienso que soy una mierda, un pobre diablo, tan pobre como la pobre Fátima, se oyen golpes en la puerta de Saleh, desde dentro, sale Fátima y abre, aparecen todos los niños quejándose, el menor en brazos de la mayor, pienso que Saleh no es más que un pobre hombre, cargado de estos niños, tiene miedo -huye- de los problemas y piensa que el maestro hijo de perra es un funcionario del majzén y tiene sin duda amigos en la administración, etc. Fátima grita que no se vaya a creer que ha escapado, todas las vecinas han visto lo que ha pasado y quieren ir conmigo de testigos, si no ha encontrado a un hombre que le dé su merecido… y Saleh le grita ¡entra! y ella jura que no se saldrá con la suya, le llama cobarde, si fuese un hombre no agrediría a una mujer y el maestro grita que él es un hombre con dos cojones -¡con aquella actitud ruin de los cobardes cuando se sienten fuera de peligro y vencedores-, y el que quiera asegurarse si soy un hombre o no, que venga aquí ¡y ya no puedo más! Me veo gritando ¡un grandísimo hijo de puta y un marica, eso es lo que eres! y saltando hacia él, Saleh se aparta y caigo sobre la carroña con toda la fuerza, con todo el odio, con todo el asco, se cae de espaldas y yo encima de él, intenta defenderse, logro cogerle por el pelo y golpearle la cabeza contra el piso, al tercer golpe o al cuarto pega un grito animal espantoso, siento el palpitar del aviso del miedo de que se muera o le pase algo grave por los golpes contra el suelo duro, veo que ya está a mi merced, formo con las dos manos un sólo puño, veo aparecer a varias vecinas, Saleh acercándose para librarlo, le digo con un grito animal que ¡se aleje! Oigo una voz femenina que dice ¡Dale al perro!, me pongo a golpearle el rostro apatatado y sonrosado y el pecho y siento los brazos fuertes de Saleh por detrás intentando paralizarme y le dejo hacer…

Un cuento de Mohamed Lahchiri

Mohamed Lahchiri

 

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Un relato del escritor larachense MOHAMED SIBARI de su libro RELATOS DE LAL-LA MENANA

Sidi Mohamed Sibari, nuestro querido Sibari, me envió “Relatos de La-la Menana”, editado en Tánger en mayo de 2011, con portada de Manuel Balaguer; y colgué en este blog una pequeña presentación del libro y la leyenda de nuestra patrona que María Sibari introduce al comienzo del libro.

Es una recopilación de relatos de Sibari, típicos de su narrativa, llenos de socarronería, y con el primero de ellos me reí bastante con la anécdota real que cuenta, porque la experiencia la vivimos juntos.

Así que llamé a Sibari y estuvimos charlando de aquella pequeña aventura en la que lo mejor de todo fue estar acompañados por varios amigos y que Paloma Fernández Gomá nos agasajara con su compañía. Y personalmente, además de Paloma, guardo también un buen recuerdo del trato que recibí de José Luis Tobalina, que me presentó en el acto.

También rememoramos aquel fantástico encuentro que organiczamos, siendo yo presidente de LARACHE EN EL MUNDO, en Málaga, en el año 2007, y que tanto éxito tuvo gracias a las intervenciones de los escritores, paisanos y amigos Mohamed Akalay, Carlos Galea y el propio Sibari, que es más familia que otra cosa. Y, además, gozamos con la música de Ramón Tarrío.

El resto de lo acontecido, tras aquel encuentro en Málaga, lo cuenta muy atinadamente Sibari en este primer relato titulado “Jimena de la Frontera”, que quizá por ser algo personal resulta ameno y ágil. Pero lo llamativo de lo que relata Sibari en la segunda parte del cuento es que, efectivamente, casi nunca te pagan cuando intervienes en un acto literario, la mayoría de las veces porque lo haces por amistad, otras, aunque te prometen cubrir los gastos del viaje, es difícil que lo cumplan.

Jimena de la Frontera: Sergio Barce presentando mi novela «Sombras en sepia» junto a José Luis Tobalina

De mis intervenciones y presentaciones de libros, sólo en dos ocasiones han cumplido con lo prometido, y ambas han sido Universidades: la de Murcia y la de Tetuán, y de ambas guardo gratísimos recuerdos, especialmente de la de Tetuán porque ahí sí que me sentí afortunado, un privilegiado de poder intervenir ante sus profesores y alumnos.

Y como Sibari me ha dado permiso para reproducirlo, lo hago a continuación.

Sergio Barce, agosto 2012 

JIMENA DE LA FRONTERA

Recibimos con inmensa alegría la invitación del escritor Sergio Barce Gallardo. Por nada del mundo hubiésemos perdido ese evento, pues se trataba nada más ni nada menos que del día de Larache en el Corte Inglés de Málaga.

Mi humilde persona y mi colega Simo nos habíamos levantado muy temprano esa mañana.

Llegamos a las ocho en punto al puerto de Tánger. El día era magnífico, soleado y de una agradable temperatura. Al pagar los billetes en una agencia de viajes y llegar al puerto, fuimos directamente al control de policía.

Ayudado por mi colega, conseguí subir la empinada cuesta y sellar nuestros pasaportes. Luego pasamos al Control de Aduanas, donde nos registraron el pequeño equipaje, y fuimos a sentarnos para esperar la llegada del barco en la sala de espera. Estuvimos sentados más de una hora esperando y mi amigo, intrigado, fue a preguntar al Agente de Aduanas.

-¿A qué hora llega el barco?

-Me deja ver los billetes, ¿por favor?

Al otear los billetes, le señaló con el dedo un lejano muelle de embarque.

-Tendrán que embarcar en aquel muelle.

-¿Por qué no me informaron al principio?

-Haber preguntado antes.

-¡Será posible! ¿Cómo vamos a llegar hasta ese muelle? Si está muy lejos; además, mi compañero se vale de dos muletas para caminar.

-Eso tiene solución, pida una silla de ruedas.

-¿Dónde?

-Allí, donde están sentados esos dos agentes de aduanas.

Se trataba de una señora de baja estatura, muy blanca, demasiado agraciada en tejido adiposo, rubia de brocha y dos ubres que hacían juego con sus dos michelines y su trastienda de mula. En cuanto a su colega, moreno, también bajito, que de pie creo que sólo podía ver la punta de sus zapatos a causa de su Michelín anterior. Entre los dos formaban una de esas tiendas de la frontera de Ceuta, es decir, mortadela, chocolate, queso de bola, etc…

A mi paisano, al coger la silla de ruedas, el agente le dijo:

-¿Qué hace usted?

-Ya lo ve, coger la silla para llevar a mi compañero al otro muelle.

-Tiene usted que dejarnos en depósito su pasaporte y, cuando nos devuelva la silla, se lo devolvemos.

-Menos mal que he acompañado es este viaje a mi amigo…

-¿Por qué?

-Porque él no hubiese podido devolverles la silla.

Año 2007 – Día de Larache en Málaga, organizado por Larache en el Mundo

El agente comenzó a titubear, y le dijo:

-Es… que… a veces… no la devuelven y, a veces, la roban.

-No entiendo cómo la pueden robar, si parece una silla de ruedas de esas de la primera guerra mundial.

El bonachón de mi amigo me ayudó a sentarme en la dichosa silla después de dejar su pasaporte en esa casa de empeños.

Como la carroza imperial no tenía frenos, nada más que el chirrido de las ruedas, la máxima autoridad y Doctor en las “Maqamat” (picaresca) me condujo hasta el muelle.

De pie y apoyado en mis muletas, esperé la vuelta de mi amigo.

La puerta del garaje del barco estaba abierta. Sólo había un policía, un agente de la naviera y un viejo marinero. Este último, me invitó a sentarme en unas escaleras de hormigón pintadas de cal blanca, llenas de grasa y aceite.

-Si va a esperar de pie se va a cansar, ¿por qué no se sienta?

Viendo su buena voluntad, le dije:

-Muchas gracias señor, pero este salón inglés de puro cuero no me gusta. Hubiese preferido un salón árabe para acomodarme a mis anchas.

El viejo lobo marino soltó varias carcajadas y los otros le secundaron.

Sonó el teléfono del policía y, durante la conversación, pude oír:

-El que nos devolvió la silla es un profesor universitario.

-Entendido, gracias.

El señor me ayudó a subir la rampa del garaje y una vez dentro de éste, el oficial de la naviera me subió en un montacargas hasta la cafetería del barco.

Al llegar sudando mi amigo, pidió dos botellines de agua fría y nos acomodamos en dos butacones cercanos a una ventana desde donde se podía ver el mar y la bahía de Tánger.

Estuvimos sentados sin entablar conversación durante un buen rato y, al final, para romper el silencio, nos entró un ataque de risa.

En menos de treinta minutos llegamos al puerto de Tarifa.

Un joven de la tripulación nos reconoció y, sin pedírselo, nos trajo una silla de ruedas. El muchacho nos acompañó hasta la puerta de la pequeña aduana y nos dijo:

-Siento no poder acompañarles hasta la salida.

-¿Por qué? –preguntó el Si Mohamed.

-Porque está prohibido.

Después de una larga espera en la cola para sellar el pasaporte en la policía, en la pequeña sala no había ni una silla donde sentarme. Me acerqué a la ventanilla donde una señora con uniforme de policía sellaba los pasaportes. Intenté llamar su atención, pero fue en vano. Así que me quedé el último en sellar mi pasaporte, y una vez sellado le dije:

-Señora…

-¿Sí?

-¿Los minusválidos no tienen ningún derecho en Tarifa?

Agachó la cabeza y no me contestó. Creo que era el principio de la crisis económica.

Gratis fue el autobús que nos condujo hasta Algeciras, donde, en el puerto, nos estaban esperando nuestro paisano Antonio Mesa y su distinguida esposa para llevarnos en coche a Málaga.

Una vez en el hotel, y después de una buena ducha, almorzamos y echamos una pequeña siesta. Al levantarnos, en menos de diez minutos, llegamos al Corte Inglés de Málaga.

En 2007: Día de Larache en Málaga – Mohamed Sibari, Mohamed Akalay, Sergio Barce y Carlos Galea

Fuimos recibidos por más de un centenar de amigos y amigas, hijos de nuestra querida Larache. Fue muy emocionante porque había paisanos a los que no habíamos visto desde la infancia.

Intervinieron los escritores Barce, Galea, Akalay y mi  humilde persona. Fue una tarde noche maravillosa.

A la mañana siguiente, el presidente de la Asociación Larache en el Mundo, nos llevó al puerto de Algeciras, donde subimos en el barco de vuelta.

Una semana después, escritores españoles y marroquíes fuimos invitados por el Excelentísimo Alcalde de Jimena de la Frontera a un encuentro cultural. Lo de la silla de ruedas y el pasaporte fue otra “repetición de la jugada”.

En el puerto de Algeciras, un señor muy simpático nos estaba esperando para llevarnos a Jimena de la Frontera. Una vez en ésta, fuimos directamente al hotel, donde el personal nos trató de forma exquisita. Hacía mucho calor, pero el agua estaba bastante fría.

En una pequeña iglesia rehabilitada, donde tuvo lugar el encuentro, el calor desapareció y la brisa del monte comenzó a refrescarnos. Después de la alocución del señor alcalde y largarse alegando que su progenitor se había puesto enfermo, comenzaron las ponencias de los escritores.

Durante la cena, el administrador señor Diego nos preguntó:

-¿Tienen ustedes cuenta bancaria en España?

-No. No tenemos cuenta. (Aunque la mayoría de los altos funcionarios de nuestro país sí que las tienen).

-Entonces tienen que darnos el número de sus cuentas bancarias en Marruecos.

-Normalmente, se nos paga con un cheque, con el cual retiramos el importe del viaje y la conferencia, en un banco de la ciudad en la que hemos sido invitados –les dijo uno de los escritores.

-No se preocupen. El importe del viaje y sus honorarios les llegarán a sus respectivas cuentas bancarias de su país.

Regresamos a nuestra tierra, y volvimos a dar conferencias en varias ciudades de la península, donde siempre nuestros gastos eran pagados por las personas que nos invitaban, bien sean universidades o ayuntamientos.

Uno de nuestros colegas, animado por nosotros y por sus hijos, optó, por fin, por obtener su permiso de conducción.

El día del examen, nervioso, el ingeniero de Obras Públicas de Larache, dijo al escritor:

-¿Dónde no puede usted parar o aparcar?

-En una curva. En una cuesta. En…

-¿Y en qué más?

-En Jimena de la Frontera…

-¿En qué? ¿En qué sitio?

-En un pueblo de unos diez mil habitantes situado al este de Cádiz, a 195 kilómetros. Limita al Norte con Algar, el Sur con Marchenilla y Castellar de la Frontera, al Este con San Pablo de Buceite. Al Oeste con Medina Sidonia. Es un pueblo muy bonito y su gente muy acogedora.

Pasaron los años y, como dice la canción que cantaba la actriz Sara Montiel: fumando espero, del Excelentísimo Ayuntamiento de Jimena de la Frontera, nuestro dinero…

MOHAMED SIBARI

Entre la profusa obra de Mohamed Sibari destacan “El babuchazo” (La-la Menana y AEMLE, Tánger, 2005), “El caballo” (EMI, Tánger, 1993), “Cuentos de Larache” (AEMLE, Tánger, 1998), “Pinchitos y divorcios” (La-la Menana, Madrid, 2002) o “De Larache al cielo” (AEMLE, Tánger, 2006).

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LARACHE – ALBUM DE FOTOS 13

Es bastante difícil continuar este álbum, y me refiero al texto que trato que acompañe a las imágenes, porque fotos sigo recibiendo de muchos amigos, pero no repetirse en las palabras resulta complicado. Lo último que desearía es aburrir a quien se asoma a estas páginas.

Rio Lukus, y, al fondo, LARACHE – foto de Javi Lobo

Por eso, en esta ocasión, creo que me refugiaré de alguna forma en los textos de varios autores de los que, aunque les dedico artículos individuales, pueden servir para “ilustrar” lo descrito por las fotografías.

No es la primera vez que uso la imagen de un cuadro para abrir el álbum de fotos –ya estamos en su página 13, y creciendo-. En esta ocasión es un cuadro del pintor larachense Hakim el Harrak. Gracias a él, me rindo a la majestuosidad del Castillo Laqbíbat o de San Antonio o de Al Nasr, que todos estos nombres ha tenido.

Parece increíble que este majestuoso castillo del siglo XVI fuera mandado erigir por el Sultán Ahmad al-Mansúr al-Dahabi tras la batalla de los Tres Reyes, y digo que parece increíble que sea un monumento de tal historia y que se haya dejado caer en el olvido… Sin embargo, el pincel de Hakim el Harrak le ha devuelto la vida, y los colores de su paleta lo han restaurado para nuestra imaginación.

Escribía Ali Bey (Domingo Badía) en 1805: “A un extremo de la ciudad, en la embocadura del río, hay un castillo que me dijeron fue construido por Muley Yezid (Nota: Se trata de una edificación más antigua que el reinado de Muley Yezid /1790-1792/. Este sultán visitó cuatro veces Larache durante su reinado, según relata ad-Du´ayyif, pero que no señala que se dedicara en esas breves etapas de visita a la construcción o reparación de las fortalezas. Este castillo, llamado de San Antonio por los españoles, es más antiguo que el de la parte de tierra o de las Cigüeñas). La fortaleza cuadrada está guarnecida por varias pequeñas culebrinas. Defienden la embocadura del puerto dos baterías colocadas al sur y otra batería o castillo por el mismo lado con cañones y mortero, situada a trescientos cincuenta toesas de distancia…”

Cuánta historia tiene Larache…  Cuántas vidas vividas en sus calles… Creo que la siguiente foto es de una simbología ejemplar: en la terraza del Café Central vemos a Pepe Osuna, Mohamed Sibari y Carlos Amselem, tres viejos amigos, un cristiano, un musulmán y un hebreo, tres amigos de toda la vida, tres larachenses que simbolizan lo que siempre hemos transmitido a los que no son de nuestro pueblo.

Alfonso Santamaría me ha enviado un buen puñado de imágenes, hoy colgaré alguna de ellas, como ésta, en la que aparecen Alfonso, Emilio y Elena Santamaría.

También de Paco Selva traigo hoy bastantes fotos y carteles. En esos viejos anuncios también nos reencontramos con la historia de la ciudad…

Creo que una de las cosas que mejor se recuerdan en una vida, son las celebraciones, las fiestas, la algarabía, los instantes de felicidad. En Larache hemos vivido tantos buenos momentos, familiares, personales o entre amigos, que eso es lo que más une en la memoria. Por eso, quizá sea un buen instante para llenar nuestras vidas de celebraciones… Así que nos vamos de bodas. En la imagen siguiente, asistimos a la de Mohamed, empleado de la compañía del Lukus, y en la foto están celebrándolo Aquilino, Sentamans, Emilio y Alfonso Santamaría, Bautista, el propio Mohamed, Narai, Julio el cubano, X y la esposa de Aquilino.

También acudimos al enlace de la hermana de Rafael de Cárdenas, y allí vemos, en la foto de abajo, al hermano de Castaño, Joaquín García, Ochoa y Rafael de Cárdenas.

Y de ahí nos vamos a celebrar el cumpleaños de la nieta de Cristóbal,  el de la Colonial:

La fiesta no decae, y damos salto en el tiempo, como siempre hacemos gracias a este álbum anárquico al que une en decenios la ciudad de Larache y los larachenses, y de los años sesenta y setenta aparecen estampas como las siguientes: Fiesta de Carnavales en el Colegio Nuestra Señora de los Ángeles, de la que Mati López Quesada guarda un par de imágenes curiosas…

Los disfraces ya nos dan una idea de la época…

Paco Selva es de los que más imágenes conservan de las celebraciones y parrandas. Estas dos son de la llegada de los Reyes Magos en 1962, y espero vuestra ayuda para reconocer a quienes aparecen en ellas… Primeras respuestas: Dice Clarisa que en esta primera foto de Reyes, agachada a la derecha, ve a Pepi Pereira, y arriba, entre los dos Reyes, cree que la chica rubia es MªCarmen Morcillo y la que está a su lado Africa Fernandez.

En 1963 volvieron Sus Majestades para repartir sueños… En las dos fotos que siguen: en la primer, los tres reyes son Paco Selva, Cuqui Andrade y Lucio Dámaso; en la segunda, los mismos reyes muy bien acompañados de tres bellas larachenses…

Fiesta de Reyes del año 63 que se prolongó bastante, según atestiguan las siguientes fotos…

Aunque quizá sea el Fin de Año la que hace que la alegría se desborde siempre anhelando la llegada de un tiempo mejor… Como en esta imagen, en la que aparece mi madre -segunda a la derecha-, la primera a su lado es Nena, pero no conozco al resto del grupo. Eso sí, se lo pasaron en grande.

Chicas larachenses divirtiéndose siempre vamos a encontrar en nuestros álbumes familiares. En la siguiente, de nuevo mi madre, Maru Gallardo (tercera por la derecha) con un grupo de amigas tomándose un vinito… Algunas ya muestran síntomas de estar algo chispas… Espero que reconozcáis a alguien para poder ponerles nombres.

Muchos años después, en 2005, durante el Festival de Guitarra y Música, celebramos un emotivo homenaje al músico larachense Tomás Chacopino, que aparece en esta imagen acompañado por Ahmed el Guennouni y por mí, Sergio Barce.

Y en esta otra, también celebramos un encuentro lleno de buena camaradería y calidez. Creo reconocer en la foto a los que nos reunimos en Larache creo que en 2004: en primer término Mohamed Akalay, y con él Abderrahman Lanjeri, Bouissef Rekab, Mohamed Sibari, el cónsul José Ramón Remacha, Mohamed Laabi, Mustapha el Bouhtoury, Ramón López Tuñas, Miguel Ángel, Gonzalo, Sergio Barce, Maria Luisa Diéguez y Mohamed Lahchiri.

Curiosa  la vida… En la fotografía anterior, está mi amigo Mohamed Akalay, y Alfonso Santamaría me ha remitido otra en la que, varios años antes, él acompaña a Akalay junto a su hermano Emilio, que perdimos hace muy poco tiempo, y cuya memoria guardamos con afecto.

A principios del siglo XX, Luis Antonio de Vega escribe: “La primera ciudad marrueca donde fijé mi residencia durante los dos lustros que residí en África fue Larache. Es tal vez por esto y porque en su recinto aprendí a conocer y amar a Marruecos por lo que mis mayores simpatías las reservo para la ciudad, que es proa de navío en la quilla del viejo Castillo de San Antonio, quilla metida en el mar.

Allí pasé un año, primero en la calle Real, luego en el callejón de Hamed Ben Tzami, donde los tejeringueros moros amasaban cada mañana la pasta de los aceitosos churros que serían adorno suculento en el collar que formaba un junco verde; la calle de Hamed Ben Tzami, en el barrio primoroso de la Marina, con la terraza situada frente a la barra que forma el Lükus en su desembocadura y en la que hasta en los días dulces y en las dulces tardes se revolvían las aguas en amasijos de olas turbias”.


 

Y algunos nombres de empresas y negocios que siguen en el recuerdo… Urrestarazu, Baeza…

O Bensimón, Morales o Caballero…  El Banco Hispano Americano en Larache…

 

Una joya de fotografía es la que me ha hecho llegar Juan M Fernández Gallardo, con quien me unen lazos familiares por la rama Gallardo, y se trata de este grupo del Colegio Santa Isabel, del curso 1947-1948:

Si fantástica es la estampa anterior, la siguiente me parece de una belleza plástica extraordinaria. Se trata de la pesca del atún, y quien habla de Larache habla de la almadraba y de sus atunes. Reconozco que me atrae mucho la fotografía en blanco y negro, pero es que en concreto esta foto parece sacada de una película neorrealista, como un fotograma de un largometraje filmado por Vittorio de Sica o Roberto Rossellini… En ella aparecen Julián Aixelá Ballester, Joaquín Garcia Camuñez, Guegue, Vicente Pro y Claudio Columé.

De 1967 es la foto de la Primera Comunión del siguiente grupo de larachenses: Mari Nieves Rebollo, Martín Romo, Alfonso Santamaría, Mula, José María López Garry, Pedro Bono, Miguel Ángel Ramírez Cano, Venancio, Agapito y Bono.

Un paréntesis deportivo… Menuda paliza le dio el Betis al Larache: 8 a 0. Desconozco si hubo revancha…

En esta otra imagen, quizá uno de los mejores amigos de mi padre: Alfonso “Ponchi” Ariza, con Mercedes, su mujer. Dos larachenses hasta el tuétano.

Como larachense hasta la médula es Abdellah Charafi, siempre una sonrisa, siempre entrañable.

Aprovechando que estoy ahora colgando las fotos de paisanos y amigos, traigo también a este rincón del álbum a dos larachenses a los que les profeso un afecto especial: Joana Márquez y a Luis María Cazorla, con quienes compartí un inolvidable acto en Madrid. Por cierto, que Luis Cazorla presentará en Larache el próximo 14 de Mayo su novela «La ciudad del Lucus» en el Colegio Luis Vives.

Y para cerrar esta página 13 del álbum de Larache, dos fotos más y un poema.

La primera de las fotografías pertenece a la película “Balcón Atlántico” del realizador larachense Mohamed Chrif Tribak.

El poema pertenece al escritor larachense Hassan Tribak, que escribe en su libro El eco de la huída:

 

Mi ciudad de Larache.

Un ciego que camina cada noche,

Un pájaro que pone su nido

Entre los dedos de un mendigo

Y entre dedo y dedo

Hay una voz que grita y pide perdón

Pero rechaza su castigo.

Mi ciudad ignora

Su mar con sus olas trajineras,

Sus años y años llora y llora

En la estéril zona de los engaños.

Así voy a morir;

No voy a decir

Más que mi Larache

Vive en su perpetua

Noche.

Y la última imagen es esta simpática foto tomada en la otra banda, en la que están Otra banda Pepe García, Gálvez, Antonio Salles, Diego Ramos Guegue y Munik.

Escribe Carlos Tessainer en su novela Los pájaros del cielo: “Como en un pueblo forzosamente abandonado por sus habitantes y luego anegado por las aguas de un embalse… vivimos en un mundo que ya no existe -nuestro pueblo, nuestro lugar- y que, sin embargo, siempre nos deleitamos en revivir en las conversaciones…” 

Pero Larache sigue ahí, y los larachenses también. El álbum de fotos trata de que ningún larachense abandone su pueblo ni que termine anegado por las aguas de un embalse, sino que perdure en nosotros, porque quién puede hacer desaparecer un sentimiento…

Sergio Barce, abril 2012

 

 

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