Me envía Juan Manuel Díaz Burgos, fotógrafo reconocido y premiado, un ejemplar de su libro Diálogos con mi abuelo. Se trata de un hermoso, fascinante y elegante volumen de más de 400 páginas, en el que se recogen cientos de fotografías con las que Díaz Burgos recupera la memoria de su abuelo.
Cada capítulo está dedicado a las diferentes ciudades en las que vivió Manuel Burgos Monsalvez: Sevilla, Cádiz-San Fernando, Tánger, Larache, Alcazarquivir, Madrid y Cartagena, con un capítulo dedicado a la Guerra Civil. Los capítulos se abren con fotografías antiguas y luego completadas por un extenso reportaje de fotos hechas en la actualidad de los restos que quedan aún de esos mismos lugares por los que transitó su abuelo. La cuidada edición hace de este libro una joya. Las fotografías de Díaz Burgos son de una belleza plástica admirable. El propio tacto de la cubierta y de cada página transmite no solo la calidad del material empleado sino también la calidez y emoción con el que este trabajo está hecho.
Escribe Juan María Rodríguez en el prólogo: «Durante la Guerra Civil, o en los durísimos primeros años de la posguerra, las fotografías de las víctimas del franquismo -heridas, gastadas, lloradas, besadas- fueron el único relicario de su memoria, la forma desesperada de consuelo, resistencia y dignidad a la que pudieron acogerse unas familias que, a falta de cuerpos que enterrar, encontraron en las imágenes la última representación, el referente de un fantasma al que acogerse para celebrar el proceso de dueño por los ausentes.
(…) Juan Manuel Díaz Burgos creció a la sombra de un fantasma difuso sobre el que, sin embargo, tal y como ocurría en tantas casas perdedoras de la postguerra española, determinó la vida del resto sobre las pavesas de su ausencia. Su abuelo Manuel Burgos Monsalves, militar republicano, encausado nada más concluir la Guerra en abril del 36 por <adhesión a la rebelión>, juzgado en su propia ausencia por un tribunal ante el que nadie le defendió, condenado a 30 años de cárcel, pena máxima de cadena perpetua, degradado y con pérdida de los derechos de honorarios adquiridos en el transcurso de su larga carrera y asignado a un presidio de Las Palmas de Gran Canaria -a 1.700 kilómetros de su Cartagena familiar- a donde llega enfermo y extremadamente débil para no volver a ser visto jamás.
La familia solo supo de su fallecimiento por la solidaridad de un telegrama remitido por varios compañeros de presidio y la localización de sus restos fue un misterio hasta 79 años después de muerto, cuando Díaz Burgos completó la terca, obsesiva y amorosa investigación...»
Recuperar la memoria, de eso se trata. Recuperar la dignidad, de eso también se trata. Toda mi admiración por esta obra de Juan Manuel Díaz Burgos.
Sergio Barce, 17 de marzo de 2023