Archivo de la categoría: MIS OBRAS

AMPARO Y «EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS»

En Instagram me encontré este comentario, y se iluminó el día.

 

 

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NUEVOS LIBROS CON AMIGOS

Nuevas imágenes pertenecientes a mi biblioteca en las que alguna de mis obras acompaña a los títulos de buenos y queridos amigos escritores.

Hoy: mi novela La emperatriz de Tánger, posando con otros títulos muy tanyauis: Mohamed Chukri, de Rocío Rojas-Marcos;  Los irregulares de Tánger, de Santiago de Luca, y a Un cierto Tánger, de Fernando Castillo. 

Mi libro de relatos Últimas noticias de Larache y otros cuentos, junto a Crónica del Norte (Viajeros españoles en Marruecos), del añorado Abdellah Djbilou, y junto a Del Rif a Madrid (Crónica sarracina de un hispanista marroquí), de Mohamed Abrighach.

Y algunos de mis relatos en libros colectivos en los que he participado junto a un gran número de autores (a muchos guardo especial cariño), pero que no voy a poder enumerar por ser numerosos, aunque ellos saben quiénes son: mi cuento «Cien rifles», dentro de La narrativa tenía un precio, que coordinó Mario Sanz Cruz para Carboneras Literaria, de Playa de Ákaba (Almería); mi relato «La librería del tío Hugo», formando parte de Me estás pisando el Chéjov, para Espai Literari (Barcelona), y otro de mis cuentos titulado «La Venus de Tetuán», en el libro Por amor al arte, que coordinó Mauro Guillén, para Generación BiblioCafé, con Jam Ediciones (Valencia).

 

 

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«EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS», DE SERGIO BARCE, SEGÚN MOHAMED EL MORABET

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Cuando el pasado día 10 presentamos en la Librería Antonio Machado, de Madrid, mi libro El mirador de los perezosos, las palabras que leyó Consuelo Hernández al comienzo del acto (la autora del óleo que sirve de cubierta al libro era la más indicada para comenzar precisamente hablando de esa imagen y del cuento que se inspira en ella) y las que luego dedicó Mohamed El Morabet a cada uno de los relatos que arman este libro, sé que a los asistentes les hizo despertar las ganas por leerlo. A mí me causaron un cierto efecto de fascinación, porque siempre es curioso descubrir lo que otros hallan en mis creaciones, como si dieran con el reverso de mis palabras o con lo que se esconde en lo más recóndito tras las historias que narro.

En cualquier caso, lo pasamos bien, nos reímos y nos emocionamos, y el público disfrutó tanto de Consuelo como de Mohamed, y espero que de algunas de mis ocurrencias.

En esta crónica, reproduzco las impresiones de Mohamed El Morabet, en lo que él había titulado para la presentación como “Decálogo ético de Tánger”, y que desgranó a medida que dialogábamos. En el próximo post, os ofreceré el texto completo de Consuelo Hernández sobre la interrelación entre su óleo “Tres mujeres en cabo Malabata” y mi relato “Cabo Malabata”. Y así se cerrará el círculo a la perfección.

Sergio Barce, 17 de febrero de 2023 

Mohamed El Morabet dijo cosas como éstas:

“Tánger es un hoyo. Este aserto no hace justicia a la ciudad, lo sé, aunque cada vez que la visito me invade un miedo irracional. Por temor a que me engulla, supongo. Después de pensarlo mucho, sospecho que la verdadera razón por la que no me gusta Tánger es porque no la conozco. O, más bien, la desconozco mientras que muchas de mis amistades parece que la conocen al dedillo. Esto ya lo señaló Orhan Pamuk respecto a Estambul: «La ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos». Después de leer a Sergio Barce y su fascinante libro de relatos, El mirador de los perezosos, renuevo mi aseveración y me quedo un pelín reconciliado. Su decálogo ético sobre Tánger sacude mi pereza y me invita a que sienta la ciudad algo mía también.

9 de abril

9 de abril, el primer cuento, me suena a las sesiones de James Lord con Giacometti. Con el añadido de encontrar en el otro a sí mismo. De ahí la grandeza del relato. El arte por sí solo no sirve de nada. Su magia e influjo sucede cuando interviene en tu vida y te conecta con los que te rodean. En este caso, Joao solo sabe mirarse a través de Saloua. El retrato que pinta es el punto de encuentro.

Boulevard Pasteur

Un cuento-paseo mediterráneo. Una road-movie urbana que transcurre en un día y en una vida. Empieza en el bulevar Pasteur y acaba en el mismo lugar. El autor se sumerge en la nostalgia de las pisadas del presente y del pasado. La ciudad es un decorado perfecto para la memoria y para espantar el olvido. La ciudad de las quimeras vista en un carrete de 24 de una cámara Leica.

Calle Josafat

Una historia de amor truncada en la adolescencia. Un juego hábil y sugerente de mezclar de forma simultánea, a veces, y alternándose, otras, el amor adolescente y el amor a una ciudad que ya no es. Muy logrado el diálogo con el viejo que confunde a Carlos con su padre Joaquín. «Los amigos van desapareciendo, sí», repite el anciano. Y es el tacto de Sergio Barce para decirnos que el amor, como los amigos, y como Tánger, también pueden desparecer si no los contamos.

Cabo Malabata

La maestría de Barce en este cuento reside en su capacidad de que todos los personajes de otros artistas se parezcan a él. Ahora matizo mis palabras. Las tres mujeres del cuadro de Consuelo Hernández podrían ser la cuna de un universo de historias posibles. Pero después de leer la vida que Sergio Barce ha otorgado a estas tres mujeres, y al volver a mirar el cuadro, descartamos el universo de posibilidades para quedarnos con esta versión como definitiva. El truco es sencillo: Barce imprime su amor a sus personajes. Después ya no hay manera de no amarlos. Pero tengo una duda seria: ¿Por qué elige sentarse en una silla de hierro oxidada cuando las tres mujeres están sentadas en una silla blanca Monobloc? (esta pregunta dio lugar a un divertido cambio de impresiones y de sugerencias)

Hafa

Un relato con una trama para una novela. Muchos personajes y bien construidos. El conflicto del padre ocultando su enfermedad. La madre sumisa con su hermano. Una hija adolescente que es el futuro de la familia. Un hijo bueno y fumeta, pero no buen estudiante y al parecer currante. La abuela entrañable en su relación con la amiga Raquel. El tío encarnando el mal como espejo del fracaso. Un tejido de conexiones familiares y de amistades estimulante. Una tensión narrativa muy sólida. Qué pena que necesite un desarrollo más amplio para dar cabida a todas las dimensiones de los conflictos que plantea. Y todos muy bien definidos. Qué gran primera frase, un comienzo de película.

Hotel Rembrandt

La sensación de desubicación que recorre el relato es perturbadora. Se traza una línea que separa el mundo interior, introspectivo, con la figura pública de un escritor reconocido y leído. Descubrir que la faceta de feriante de un escritor no es jauja y tiene su lado oscuro. Muy logrado el tono de la desmemoria solo con el lado expositivo del escritor, sin embargo, él sigue siendo él, sigue fijando su mirada curiosa en detalles que generalmente pasan desapercibidos. Y luego ocurre lo mágico: aparece Meriem, persona y personaje, la unión entre estos dos estados es el deseo. Porque el escritor que la ha creado, la ama y el escritor feriante no sabe por qué la ama, aunque intuye las razones. Meriem ejerce de faro o de luz al final del túnel, ayuda a sacar al escritor desmemoriado de su letargo e invitarle de nuevo al mundo real. Y lo maravilloso es que todo esto es ficción. ¡Grande, Delio! Perdón, ¡grande, Sergio!

Dar Niaba

Magistral la idea de empezar el deseo erótico con los pies de Amina. Más sabiendo que el protagonista se niega a ser un vendedor de babuchas. Los fetichismos siempre nacen de los monstruos que albergamos dentro. Lo demás, es una ducha caliente (ojalá hubiese sido fría) en el infierno. Ir en busca de los pasos del placer de gustarse mutuamente y encontrarse frente a una transacción gélida de decepciones. Contar las 238 zancadas de la pasión del principio se convierten en una factura de 200 dirhams del final. La desilusión en este cuento relámpago se cifra en una resta de 38 formas de no recordar momentos como lo vivido por el protagonista.

Beit Hahayim

Tengo la sensación de que Sergio Barce quiere que lo entierren en Marruecos. Al lado de Jean Genet y Juan Goytisolo, cerca del mar que lo vio nacer. «Los cementerios son el reverso del mundo», dice en este cuento. Y se adentra en el cementerio judío para no salir indemne. El regreso del escritor a Tánger, a Larache, a Marruecos, es una incursión en cómo vive la gente en este territorio que esculpió su modo de observar. Me transporta a una reflexión que hace Esther Bendahan en su novela Déjalo, ya volveremos: «Supo que uno es del lugar donde entierra a sus muertos». Estas reflexiones mejor desarrollarlas en una conversación regada con vino, querido Sergio. ¿Qué te parece? (Es lo que hicimos al acabar la presentación, que conste)

El mirador de los perezosos

Un relato tierno y duro. Resonancias respecto a la lucha contra la vejez de El viejo y el mar de Hemingway y respecto al hecho de aferrarse al primer amor de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Un bildungsroman en trece páginas de infortunio que te hiela la sangre. Impagable la imagen de gloria fantasiosa con la mujer que ansía, poniéndose la bandera de la República del Rif como capa de superheroína. Al terminar de leer el cuento, te invade una rabia seca y ocre que solo se disipa al exclamar en voz alta, como Abdelkrim: ¡Hay que joderse, cojones!

Calle Siaghins

La salud mental en Marruecos, ese gran tabú. Siempre relegado al hogar y al cuidado de los familiares. La ausencia inclemente del Estado y la presencia amable de la camada de gatos. El amor fraternal entre Wydad y Omayma es sereno y silente. Siempre al borde de lo que no se verbaliza, siempre en el límite de las miradas esquivas, siempre en el abismo de las interpretaciones. Qué gran relato. Deja un sabor agridulce, entre melancólico y esperanzador, tejiendo una atmósfera del absurdo existencialista. Las dos hermanas por fin recuperan el sentido de la vida. Y tomando prestada la frase con que Albert Camus cierra su ensayo El mito de Sísifo diría: «Hay que imaginarse a Wydad Feliz».

Mohamed El Morabet

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CON MÁS LIBROS DE AMIGOS

Sigo colgando imágenes pertenecientes a mi biblioteca en las que alguna de mis obras acompaña a los títulos de buenos y queridos amigos escritores.

Hoy: mi novela El libro de las palabras robadasjunto a Larache. Poemas, de Mohamed Al Baki, y a Música andalusí, de Julio Rabadán. 

Mi libro de relatos Paseando por el zoco chico. Larachensemente, posando con Carta desde el Toubkal, de Pedro Delgado, y junto a Viajando por el Magreb Hispánico, de José Edery.

Y mi novela El laberinto de Max, junto a Miramar, de Carmen Enciso y Eloísa Navas; Yamna, de Said Jedidi, y Ras R´Mel, de Antonio Herráiz.

 

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«EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS», DE SERGIO BARCE, SEGÚN SUSI BONILLA

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El 14 de diciembre pasado, Susi Bonilla presentó mi libro El mirador de los perezosos (Ediciones del Genal) en Valencia, acompañada de Mauro Guillén y organizada por Carlos Salazar, responsable de Cultura en el Colegio de Arquitectos de Valencia, y con la colaboración de Librería BiblioCafé.

Por circunstancias que no vienen al caso, Susi no ha podido enviarme el texto de su preciosa intervención hasta el día de hoy, y, aunque me fascinó ya al escucharla, leerla con tranquilidad me reafirma en mi sensación de entonces: sus palabras hacen mejor El mirador de los perezosos.

Os invito a leerla, porque merece la pena:

EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS, de Sergio Barce, por Susi Bonilla: 

Me cuesta elegir cómo comenzar a hablar de este libro. Hay tantas propuestas valiosas en él que me he visto tentada a leerlo repetidas veces y, en cada una de esas lecturas, me ha llevado por caminos que me ha encantado transitar.

En el mundo en el que estamos inmersos donde prevalece la inmediatez y la celeridad, aparece Sergio y en sus 200 páginas agita nuestras neuronas y consigue que abandonemos nuestras prisas diarias y nos entreguemos a la pereza. No a esa pereza estéril del que procrastina o deja pasar el tiempo sin más. Sí a la pereza del que viaja a una ciudad sin coger el avión o del que camina por sus calles sin mover un solo pie. También la pereza del voyeur, del que observa y se observa en un juego de sentir y sentirse.

Como dice la abuela Latifa a sus nietos en uno de los relatos (Hafa): “Leer os hará viajar”.

Con la pericia de un experimentado piloto maneja la narrativa hasta que aterrizamos en Tánger y sin soltar nuestra mano nos hace partícipes de diez historias, con tal intensidad que al llegar al final sentimos como nuestro ánimo se rasga exactamente como cuando nos despedimos de donde no queremos irnos.

Es un libro de alquimia, agita y mezcla multitud de elementos que consiguen agitarte a ti. Y todo desde la más provocadora sensibilidad que caracteriza a la narrativa de Sergio.

Es una obra de detalles. Tratada con mimo de principio a fin. Comenzando por la cubierta con el óleo de la pintora Consuelo Hernández, la cuidada edición con tapa dura, el tamaño de letra amable con los ojos menos jóvenes, los títulos de los relatos que te guían por esa ciudad que te va a engullir, el poema de Isaak Begoña al comenzar el libro y los recuerdos que se van hilando a través de los relatos consiguiendo una atmósfera sensitiva inigualable al utilizar de modo impecable la memoria sensorial.

Es una de las líneas maestras de la obra. La memoria. Como nos configura lo vivido y el desasosiego de olvidar. No es casualidad que el autor dedique esta obra a la memoria de una persona que ya no pudo reconocerle.

Y tras esta dedicatoria, el primer relato nos traslada a Tánger en primavera y nos da la bienvenida a la ciudad adelantando lo que nos va a ofrecer este viaje. Los lugares que vamos a transitar, los guiños a otras obras del autor, en este caso a La emperatriz de Tánger, el proceso de crear y la sensualidad que va a ser una constante en cada página. Una sensualidad construida con ese detallismo tan personal que Sergio extrae cada vez que se arranca un pedacito de sí mismo.

Así llegamos a Tánger, somos acogidos y nos encontraremos con nosotros mismos. Ese ESTAR en Tánger nos va a posibilitar SER con mayúsculas y nos vamos a encontrar con esas inquietudes que todos tenemos, con las preguntas que nos hacemos al mirarnos al espejo, con las dudas que nos asaltan y nos roban el sueño y también con la nostalgia de lo perdido. Una nostalgia que Sergio consigue que sintamos con la misma habilidad que consigue que la sustituyamos por ilusión a través de una mirada, un guiño de ojo o un roce sutil. Porque, como se plasma en el segundo de los relatos, Tánger es la ciudad de las quimeras. Unos giros anímicos que son extraordinario ejemplo de gestión emocional.

Tánger es la gran protagonista femenina que planea sobre las diez historias y permite que sus personajes nos muestren sus luces y sombras. Tánger deja de ser ciudad y se convierte en la mujer amada, en esa amante que ha cambiado con el paso de los años pero que conserva el magnetismo de guardar tus secretos y que te hace volver a ella una y otra vez.

Si hay algo que me fascina de los libros de Sergio es su capacidad de hacerme sentir no solo durante su lectura sino también como efecto secundario a ella. Sus palabras y sus silencios te dejan sabores que no puedes evitar seguir paladeando.

Las mujeres de Sergio huelen a jazmín y a miel, a limón dulce y canela, a azahar, a espliego o a henna, chasquean la lengua, rozan con la cadera o dibujan miradas juguetonas. Las calles de Sergio huelen a pinchitos morunos, a salitre, a eucalipto, a especias o a humedad agria. Sus personajes no toman cualquier marca de cerveza o fuman un cigarrillo al azar. Toman una Flag o fuman un Soraya o un Tokat. No suena música en los locales de Sergio, Suena Elton John o KC & the Sunshine band. Ese es el detallismo genuino con el que nos seduce y nos lleva de la mano, como cuando narra el ritual que hacía en su niñez cuando iba a Tánger al oculista o al odontólogo con su padre mientras su madre iba a la peluquería. Una envolvente telaraña de vivencias personales que configuran uno de los grandes atractivos de las obras de Sergio.

Y así nos secuestra con su hechizo y sientes que su libro te ha encontrado cuando más lo necesitabas para recordarte que sigues siendo el niño o el adolescente que fuiste, aunque el paso del tiempo te mire desde el espejo. Y, sobre todo, te anima a que busques el juego y la ilusión en cualquier momento de tu vida.

Es una lectura de contrastes, cambio y permanencia, de nostalgia y búsqueda de identidad, nos habla de pérdidas (juventud, seres queridos, lugares que ya nos son lo que eran) y de reencuentros. Del miedo al SER y al dejar de SER. Un dejar de ser físico y mental. Una lectura de contrastes y de una profunda inteligencia emocional que nos recuerda el poder de la evocación y nos aviva la ilusión recordando que sentirnos atraídos y atractivos nos salva cuando sentimos anestesiado el corazón.  

También habla de pertenencia, de la importancia del arraigo para dar sentido a nuestra vida, el valor de sentirse en el hogar tanto por el lugar en el que has vivido gran parte de tu vida como por la familia que te ha dado valores y amor incondicional.

“El hogar está en la tierra de tu niñez. No somos dueños de ella, pero envuelve para siempre con tibieza el corazón del niño que fuimos”

Y habla de personas, de las que nos acompañan y de las que ya no están pero siguen siendo un pilar fundamental en nuestra vida. La figura de la madre se muestra de un modo tan presente hasta en su ausencia que llama la atención que en una gran mayoría de los relatos se hace alusión a una madre que ya no está. Otro de los temas que me ha sobrecogido especialmente por lo identificada que me he sentido en muchos pasajes.

Junto a la figura materna también las mujeres sazonan los textos y los salpican con una sensualidad tan delicada como desgarradora pero sin perder en ningún momento la delicadeza. Como en otros libros de Sergio, he querido convertirme en una de esas protagonistas que tan solo con la fragancia que dejan al caminar son capaces de hacer posible lo que ya nos parece imposible.

A través de la edad de estas mujeres los protagonistas masculinos van desnudando sus miedos ante el paso del tiempo. Curiosamente todas las mujeres son mucho más jóvenes que sus compañeros de juegos a excepción de dos de ellas que le sirven al autor para mostrarnos otras dos líneas argumentales:

1.- La protagonista de Dar Niaba, uno de mis relatos favoritos, es 20 años mayor que su compañero. Un relato de erotismo que trabaja delicadamente la progresión desde la atracción hasta la pasión desatada y que nos habla de tentaciones y límites. Del deseo y la idealización de lo que no tenemos. Los límites nos hacen sentir prisioneros pero el castigo de rebasarlos mata la magia. Un relato magistral que nos convierte en una esponja henchida de deseo y nos escurre hasta sentir el vacío seco de la decepción.

“Con un arte milenario, se arremangó el borde del caftán y me dejó ver la pantorrilla derecha, tallada en marfil, antes de calzarse la babucha color azafrán. La artimaña la repitió con los siguientes modelos y, cada vez que introducía el pie en otra nueva babucha, mostraba algo más de su pierna interminable. Una torturadora.”

2.- La otra mujer que supera en edad a los protagonistas es la propia Tánger que personifica sueños e ilusiones.

Los relatos están plagados de guiños cómplices que salpimentan los párrafos en un juego metafórico que nos lleva a esos guiños de ojos inesperados que nos devuelven la sonrisa y la fantasía, guiños al cine, al arte, al proceso creativo, a la soledad del escritor y a su espíritu mirón, a las enseñanzas familiares, a personajes reales de la vida del autor, familia y amigos, y también a lugares frecuentados por él en muchos momentos de su vida.

No conforme Sergio con cumplir y superar las expectativas de los que conocemos su sensibilidad narrativa nos sorprende con tintes paranormales/oníricos al hacer que los personajes traspasen un cuadro e incluso a trabajar la intriga en el relato Hotel Rembrandt (otro de mis favoritos) en el que te invade desde el desasosiego hasta el horror de perder tu identidad y en donde aparece otro guiño a una obra del autor a través del libro del protagonista, Delio Blázquez, “Una ventana pintada de verde” (Una puerta pintada de azul).

Como veis, un libro que reivindica la memoria que da sentido a nuestra vida. Nuestros recuerdos. En palabras de uno de los personajes:

“Tener una memoria que lo guarda todo es como llevar un erizo en el bolsillo, cada vez que se remueve clava sus púas y te hace sangrar”

Yo no os recomiendo que leáis este libro, os lo receto por prescripción facultativa. Necesitamos sentirnos vivos en cualquier etapa vital en la que nos encontremos y estos relatos son píldoras que te despiertan los sentidos dormidos. Recorremos la piel de Tánger como ese amante del que gozamos en presencia y ausencia. Nos convertimos en adictos a su sensualidad hasta que nuestro ánimo se desgarra al separarnos hasta llegar a identificarnos con la voz del narrador que en uno de sus relatos (Beit Hahayim) dice lo siguiente:

“Me quedaría aquí unos días más. Necesito comprender por qué razón estar en esta tierra me transforma en otro, quizá en el que soy de verdad o en el que creo ser y no soy”

Una vez más, Sergio me ha hecho mimetizarme con sus personajes y convertirme en voyeur, en joven de piel canela, en la prostituta que huele a espliego y a locura y hasta en ese anciano de 86 años que se ha salvado de muchas adversidades, pero nada puede salvarlo de la muerte. Como siempre, me refuerza la creencia de que la magia existe.

Una magia que se debe a su generosidad. La generosidad de un escritor que se desnuda y comparte con los lectores su mundo interior. Algo no muy frecuente pero tremendamente atractivo.

Gracias, Sergio. Estoy recién llegada de Tánger y ya deseo que me invites a volver. 

Susi Bonilla

 

Sí, son ellos: CARLOS SALAZAR Y SUSI BONILLA
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