Códex
Cuando me haya de morir
pon en mi cuerpo de tierra
un beso de cera gris
y préndelo con tu fuego
para que quede de mí
la ceniza de tu aliento
cuando me haya de morir.
***
La llamada
Fulge tu amor aún como una espada,
sílex de soledad, rayo de hierro,
última estrella tú en el desierto,
cítara de piedad alquitarada.
Fulge un amor aún. A tu llamada
vibra mi corazón desde su encierro,
lábil como el papel a ti me aferro,
ángel de lluvia vuelto de la nada.
Fulge tu amor aún: en el asombro,
en el fatal fragor de mi destino,
templas el tenso pulso de mi brazo.
Fulge tu amor aún cuando te nombro.
cuando mis pasos buscan tu camino,
siempre estás tú llamándome al abrazo.
Manuel Gahete
“…El padre ya no amaba a Mi. Por otra parte, ¿la había amado alguna vez? Para él, el amor era una debilidad, por eso no amaba a sus hijos, no amaba a los demás, no amaba nada que no valiera la pena de ser amado, no amaba nada de lo que debiera ser amado, ni de lo que pudiera ser amado.
(…) El orinal estaba siempre lleno bajo la cama del padre. Había que vaciarlo todas las mañanas; era su forma de humillarnos. Llevar su orina y sentir el olor nauseabundo de su odio visceral. ..”
“…Cuando Mesauda se iba, las jóvenes se reunían junto a la fuente, se tocaban discretamente los senos por debajo del haik, se enseñaban el pecho y se acariciaban mutuamente el sexo.
Mi padre, como los demás, disfrutaba restregando la imagen envejecida que Mesauda guardaba entre sus piernas.
Para nosotros, era la mujer transparente, la virgen eterna y, también, la carne tumefacta y saqueada. Era la nebulosa con piernas arqueadas, siempre abiertas a los dedos peludos y a las ávidas miradas.
Mesauda, la ofrenda. La llaga del deseo colectivo, el maná celestial del que se alimentaban nuestros mayores. Pasatiempo de donde emergía su delirio y nacía nuestro placer censurado.
(…) Nos consumíamos esperando que pasara Mesauda. Nos excitábamos con la idea de que nunca llevaba nada debajo de la ropa.
Bastaba con que se sentara y abriese un poco las piernas para que la penetráramos con la mirada. Salivazo en las manos y sexos arrogantes. El movimiento de las manos se aceleraba con un ritmo amargo. Un pálido goce nos cegaba y nos liberábamos durante un instante de nuestra angustia…”
“…Mi, la mujer repudiada. Mi, la mujer rechazada.
Háblame, háblame del insulto en tu cuerpo, la herida abierta de tu alma tatuada por la injusticia social, la injusticia de los hombres. Háblanos de la lengua atada y la palabra temblorosa. Háblame del sexo amordazado y de tu cuerpo deshonrado, de la herida del tiempo que se abre en ti y nos engulló, de la señal de la infamia y tus arrugas aparecidas antes de la mañana. Háblanos de la noche cerrada en los horizontes de nuestra existencia y el ar quemado por el sol. Háblanos de la violencia del recién nacido en la noche inmóvil, cuando la mujer se hace madre y miseria, el niño piedra, y el resto humo y cenizas.
Háblame de la playa desierta después de la tormenta, y del desarraigo después de la herida, y de la sangre después del desgarro, y de la vergüenza después del sufrimiento, y de la cicatriz…
(…) Háblame de la reja del arado en nuestra carne, háblame de la injusticia, de la mujer detrás del muro, háblame de mi madre…
(…) ¡Háblame, madre, háblanos!
Háblame de tu silencio y tus ojos apagados.
Háblales de tu resignación y tu vida entre cuatro paredes.
Háblales de tu paciencia, háblales de tus rezos y tu negación.
Háblales, háblales del Mañana
y de la confusión.”