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«UNA PUERTA PINTADA DE PALABRAS AZULES», UNA RESEÑA DE JOSÉ LUÍS PÉREZ FUILLERAT

El profesor, poeta, erudito y (solo en la intimidad y para los amigos) cantante de viejos temas en jaquetía, José Luis Pérez Fuillerat, dedica un preciso y precioso texto a mi último libro de relatos Una puerta pintada de azul (Ediciones del Genal, 2020), reseña que ha titulado Una puerta pintada de palabras azules, en un exquisito juego de metáforas, adjetivos y colores. Os dejo lo que José Luis ha encontrado al otro lado de mi puerta azul.

Sergio Barce, mayo 2021

UNA PUERTA PINTADA DE PALABRAS AZULES

por José L. Pérez Fuillerat

 

Comentario al libro de relatos UNA PUERTA PINTADA DE AZUL, de Sergio Barce Gallardo

Siempre que tengo en mis manos un libro de Sergio Barce, procuro no distraer el tiempo con otro, como en mí es habitual: leer dos novelas, ensayos o poesía, a la vez; un señalizador en ambos, y así activo la memoria con las dos intrigas/emociones que me ofrecen sus autores.

Dedica el autor este libro “A la gente de Larache, a Pablo Aranda y a Pablo Cantos, siempre”. Si tuviera que indicar una palabra que ocupa y abarca la isotopía temática, en la mayor parte de las novelas de Sergio Barce, esa palabra es Larache. Ya habrá tiempo de insistir sobre esto.

Están presentes en la dedicatoria dos amigos que, con su muerte “tan temprana”, le han marcado para siempre. Al segundo, escritor, guionista y director de cine, le dedica también “El libro de las palabras robadas” y en “La emperatriz de Tánger” lo incluye entre los agradecimientos.

En esta exquisita novela (“La emperatriz…”) muestra por él su amistad/agradecimiento “siempre”, dándole vida como personaje, y expresando su admiración mediante las palabras que el actante Augusto Cobos Koller mantiene con su adyuvante, Pablo Cantos (‘Dulce Aurora’ como nombre secreto), al que Augusto “admiraba por muchas razones: sus poemas, su claridad de ideas, su honradez y fidelidad, incluso su clandestinidad”, obligada, entre otras cosas y causas, por haber escrito “un poema incendiario contra el Generalisímo”. Confesión de Augusto, alter ego de Barce, al menos aquí, pues transmite idénticos sentimientos del autor hacia Pablo Cantos.

El título que voy a dar al presente comentario es este: Una puerta pintada de palabras azules. Curiosamente, es el color azul, que se incluye en la serie de los ciánicos o fríos, el que se identifica con Marruecos, país cálido, atractivo y, sobre todo, hospitalario. Puertas y ventanas del mismo azul, casi añil, que, junto a las paredes bien enjalbegadas y la profusión de macetas con gitanillas, geranios y buganvillas, mayean con luz propia en los patios de la ciudad natal de este comentarista.

Aunque en el índice de esta última obra del autor, larachense empedernido, se nos indican los ocho apartados narrativos, es en la página preliminar donde encontramos verdaderamente la estructura de este libro: los cinco pilares o preceptos del Islam: el Hach, el azalá, el Ramadán, la chahada y el azaque; todos intercalados en lo narrado por palabras con simbología azul, el color predominante en los espacios marroquíes; es decir, las palabras árabes citadas y sus dialectos, que nos van marcando la trama. (El lector agradece que todos estos arabismos estén debidamente explicados en el glosario final).

El primer Pilar, el Hach o peregrinación a la Meca contiene dos relatos: LA MUJER DEL HAMMAN y LAS MUJERES DE MI PADRE. En el primero, mediante la analepsis, salto atrás, se recorre un camino hacia el santuario que el autor, fictifizado en narrador (Siegfried Schmich), mantiene siempre en su memoria, la ciudad marroquí de Larache.

Las palabras que me he permitido llamar también ‘azules’ y que el lector encuentra en esta peregrinación son: mtarba, caftán, dfin, hiyab, tagra, rarif, hammán, mejaznis, shukram, sidi, incha, Lalla, kifi. Adecuadas para emprender el “camino” hacia el lugar sagrado: vestimenta, alejamiento de los espíritus malignos, incluso higiene en el baño público, y asientos para el descanso, etc…

Aquí, un narrador omnisciente nos presenta a dos mozalbetes, Dris y Ahmed, inocentes gandules, que son acogidos por una caritativa Lalla (señora) Sahida.

La literatura mística nos mostró cuál debe ser para el creyente el “Camino de perfección”: desde el esfuerzo continuo, ascesis, hasta la llegada a la unión extática con el Absoluto, Dios. La novela picaresca también nos presentó un cierto “Camino de imperfección”, hasta la humillación final del antihéroe, el pícaro.

Pues en este libro de Sergio Barce (yo diría que en casi todos sus libros) se nos orienta en su personal “Camino de recordación/purificación” hacia la meta que se mantiene en su mente/alma de forma indeleble: la ciudad marroquí de Larache. (Analepsis obligada, por los años pasados y residir en Málaga, donde ejerce como abogado).

El título de este segundo relato del Primer Pilar, Las mujeres de mi padre, se presta a equívoco. No son otras que las mujeres de la familia. Comienza en primera persona: “Mi abuela Salud. ¡Ah, mi abuela!”, y la peregrinación se detiene. Un narrador autodiegético (Gérad Genette, Figuras III ) ya no se enmascara. Se abre una crónica de su familia. De ahí que el autor se convierta en fautor (Oscar Tacca: Las voces de la novela). Es decir, autor que juzga, pondera y narra, desde una perspectiva subjetiva, ciertos acontecimientos familiares: la española, matriarca de la familia, María Salud Cabeza.

Chocante resulta la anécdota sobre la costumbre de toda la población larachense de entonces, al celebrar y procesionar a su santa Patrona, Lalla Menana al Mesbahia, hija de un santo de esa ciudad (sidi Jilali ben Abd Allah al-Masbahi), que está lejos de la cultura musulmana y obedece a la costumbre popular cristiana.

Dentro de la isotopía de personajes en la obra de Barce, una vez más, en esta segunda estampa narrativa, la figura de Mohamed Sibari (Alcazarquivir 1945-Larache, 2013). Escritor, periodista, novelista y poeta marroquí, que cultivó el español como lengua de expresión y escritura. Citado por Sergio Barce en este relato y otros. Sobre todo, en el cuento final de su libro “Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente”, en el que, de forma reiterada, siete veces, dice el autor: “Este fin de semana lo he pasado en Larache”, a modo del pésame que se va repitiendo de uno a otro de los familiares del difunto o que se interna en el corazón doliente del amigo, sin poder reprimir su sentimiento de dolor… y los recuerdos. La voz del autor se lamenta de que fueron nueve días los que tardó en acudir a Larache, tras el fallecimiento de Sibari, y sin haber podido recibir el libro que su amigo le iba a enviar: “Es un libro sibarístico – me anunció con su guasa habitual”.  

Las palabras ‘azules’ de esta estampa narrativa son: shrif, aixauas, darbukas, adecuadas para explicar los diferentes cargos, partícipes o instrumentos, propios de la manifestación religiosa citada. Con tanta explosión de gente y de cosas arrojadas por las ventanas al paso de la santa, nos dice el narrador, que “mi madre hubo de tirar de Mohamed Sibari, para sacarlo de allí, hechizado por el espectáculo”.

Segundo pilar: la azalá, las cinco oraciones al día. Contiene dos relatos: UNA SINAGOGA EN LA MEDINA y UNA PUERTA PINTADA DE AZUL. En primera persona de nuevo, el narrador autodiegético reconoce, en el primer relato, reverberaciones de la nostalgia, añoranza por el tiempo perdido/pasado. Es el Larache recordado de sus años de infancia, adolescencia y primera juventud, que tanto lo han marcado. Las tres religiones/culturas, que entonces convivían, parece que se han visto mermadas por la ausencia casi total de judíos sefarditas, tal como le contaba un amigo. Y es la voz del amigo la que reproduce todos esos recuerdos, con palabras azules, unas árabes y otras judías: esnoga, Netilat Yudaim, hiyab, Sefer Torá, jaquetía, hejal, tebá, sayada, barakalofi, hshuma. Todas ellas referidas a lugares, ritos, vestimenta, objetos, dialecto, púlpito, saludos o actitudes.

Con todo el trajín de visitas a la ciudad, al relator de ese desencanto, José Edery, se le olvidó “cumplir con la oración que había comenzado en honor de sus antepasados”.

En el segundo relato, que es el que da nombre a todo el libro, la voz que se “oye” es la de un narrador omnisciente, que nos presenta al actante sujeto, protagonista, Abdeslam, un comerciante poco religioso, pero que promete cumplir con los cinco rezos diarios y la visita a la Mezquita. La puerta de su establecimiento está pintada de azul. Las palabras que he destacado de este color son: Istiqlal, partido del que es miembro el comerciante. Movimiento político fundado años antes de la independencia de Marruecos, de ideología nacionalista. Precisamente, en el ‘mundo posible’ (E. Coseriu) de “La emperatriz de Tánger”, este grupo político también está presente. 

Otras palabras ‘azules’ son: grifa, fayar, chuparquía, almuédano, azalá; los saludos tanto en árabe (Salam Alekum), como en francés (Merci beaucoup). Todas intercaladas en lo narrado para ir señalando la trama: los recuerdos que Abdeslam tiene de las historias contadas por su abuela y las vivencias con su amigo de colegio, Omar (“a veces los encontraban en la playa y otras en un fondak, durmiendo como si fuesen vagabundos”). Medio dormido, en la puerta de su puesto del zoco, a Abdeslam lo despierta la voz del almuédano y le recuerda que había prometido, precisamente ese día, iniciar el rezo diario, la azalá. Una vez más, empatan con los sentimientos del autor los recuerdos del comerciante sobre su infancia y adolescencia, como si “perteneciesen a persona distinta”.

Tercer pilar: el Ramadán. En la Cuaresma católica, se trata de hacer sacrificios personales; penitencia, sobre todo, para imitar los cuarenta días de Jesús en el desierto, pasando hambre, sed, soledad y tentaciones del diablo. De igual manera, es precepto en el Islam el ayuno durante el mes del Ramadán. El creyente se ha de privar de comer y beber desde que amanece hasta que se pone el sol.

Contiene este pilar otros dos relatos: VISITA A RASHIDA y LA PEQUEÑA ZOUBIDA.

En el primero, vuelve la voz del yo narrativo, incluso con su nombre, Sergio, dicho por la anciana Rashida cuando le ve y lo reconoce, a pesar de padecer la enfermedad de Alzheimer. El contraste tan rotundo con las costumbres de ahora: el tiempo de su visita en Tánger, donde se ha trasladado la familia de su segunda madre, musulmana, y las que vivió en su infancia y juventud, cuando Rashida, por ejemplo, llevaba minifalda, es para el narrador/fautor “como si un huracán hubiera arrasado el pasado”.

Se produce en este relato otro “salto atrás” para recordar cuando Rashida entró a trabajar en un banco de Larache. (La misma entidad donde trabajaba el padre del autor). Palabras azules que adornan las secuencias narrativas sobre el Ramadán: Rashida se alisa su caftán mientras observa a su visitante. Este recuerda la mejor harira y el cuscús preparados por Rashida, durante el mes del sacrificio.

La voz del autor, en estas líneas finales del relato, provoca alguna que otra lágrima en el lector, cuando confiesa que hacía tres años que moría su madre y ahora “asisto a la ignominiosa pérdida de los recuerdos de mi madre musulmana”. Ha envejecido tanto que el tacto rugoso y seco de su piel la hace irreconocible. Ha sido raptada, nos dice, por espíritus malignos, los djinni.

Tal como nos lo cuenta el narrador autodiegético, parece que los que rodean a Rashida asistieran a un ensayo de su fallecimiento. Pero la anciana se mueve de un lado a otro, incluso llega a decirle a Sergio palabras emocionantes y que nos hacen pensar sobre esa enfermedad tan cruel: sé que te quiero mucho, pero no sé por qué.

(Interpolo la anécdota conocida del esposo que todos los días acude a la residencia donde su esposa está siendo atendida por padecer Alzheimer. Una persona le dice al esposo por qué venía a diario a visitarla, “si ella no sabe quién es usted”. A lo que el marido de la enferma residente le respondió: pero yo sí sé quién es ella].

Quizás Sergio sintió la misma sensación y hubiera respondido lo mismo a una pregunta similar. Es decir, aunque quizás “yo he dejado de existir para ella”, no ella para mí.

En “La pequeña Zoubida”, las palabras azules son: dariya, Iqraa, barmús, Lalla, Ramsar, beia y como en otras novelas del autor, un lugar repetido: Tlata de Reixana, pequeño pueblo donde su cultivan unos ricos melones y que dista pocos kilómetros de Larache. Llama la atención del lector, como en todas las novelas de Barce, la habilidad/destreza y sensibilidad en las descripciones. Para no hacer un spoiler (perdón por el anglicismo tan usado hoy) de este relato, solamente añadiré que las palabras destacadas como azules están al servicio de la intención del autor, que no es otra que la de destacar la valía de la protagonista, Zoubida, empleada desde los 9 años al servicio de los señores, doctor Zaidi y su esposa Lalla Latifa. El profesor Mustapha Lahchiri, también al servicio de esa familia, observa la situación de la pequeña Zoubida y de algunas injusticias sobrevenidas contra ella en ese hogar; la defiende, le da clases y descubre su talento para el dibujo.

Los recursos kinésicos de que hace uso el narrador son también indicadores de lenguaje, de actitud ante los acontecimientos de ambos protagonistas, el profesor y la pequeña Zoubida: sentimiento de vacío del profesor, que se reconoce en el dibujo/retrato que le hizo Zoubida: «facciones adultas, nariz recta, y esos ojos algo cansados, incluso esa minúscula mácula en la sien izquierda heredada de una pedrada en la niñez». Y los ‘kines’ en la joven Zoubida, con un embarazo de los de toda la vida, entre adolescentes que conviven en la misma casa, en este caso, el hijo de los señores y la sirvienta: «la boca descolgada, una mano al cuello», para indicar todo el nerviosismo y la decisión que habría de tomar ante el empuje/ánimo que le daba su protector, el profesor Lahchiri: “no te inclines ante nadie. Eres especial, y eres mujer”.

Es un relato extenso que, quizás, encierre todo un pensamiento múltiple: por una parte, contra el abuso de los señores respecto de sus empleados, en este caso, empleada ya al cumplir los 9 años. Desde que entró a trabajar para esos señores, Sidi Abdellatif Zaidi y Lalla Latifa, “jamás osó levantar la cabeza”. Y, por otra, a favor de las personas especiales, las mujeres. Curiosa bandera, enarbolada con palabras cargadas de función estética, cuando es bastante popular y extensiva la opinión de que el Islam subestima a la mujer.

[Pero cuando se hace un recorrido por la consideración/valoración de la mujer a lo largo de la historia de todos los pueblos, con culturas y religiones diferentes, se observan similitudes degradantes para ellas, si bien los tiempos modernos y, sobre todo, las naciones democráticas han resuelto las diferencias e injusticias en la relación hombres-mujeres. La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer es un Tratado Internacional adoptado en 1979 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, si bien no todas las naciones del mundo se adhirieron a este Tratado].

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JOSÉ LUIS PÉREZ FUILLERAT con mis libros

El Cuarto pilar es la profesión de fe o Chahada, que contiene un solo relato: LA HERENCIA. Un narrador experto en anacronía: unas veces analepsis y otras recuperando el presente para volver al pasado. Dos personajes, Moisés, judío, que fue adoptado como abuelo por el musulmán Ibrahim. Dos hombres muy diferentes, pero que se llevaban muy bien. El actante sujeto de la acción es Rayan, nieto de Ibrahim que tiene que decidir vender o no unas tierras heredadas tras la muerte del abuelo. Tierras que han tenido almazaras, produciendo un aceite de oliva muy ponderado en la narración. Porque “el aceite es la vida”, se repite. En efecto, sabemos que es símbolo de pureza, espiritualidad y luz. En el cristianismo se emplea en las ordenaciones sacerdotales y en la extremaunción. También en la masonería, junto al trigo y el vino, forman la triada simbólica de fecundidad, vigor y resistencia. De ahí todo el canto al aceite en este relato, en el que, ante un notario, se decide la herencia que ha de decidir firmar el nieto Rayan.  

Y para todos estos contratos, actos serios, incluso acciones cotidianas, hay que contar con la ayuda de Allah. Así que la profesión de fe es obligatoria repetirla a cada instante: “Sólo hay un Dios, Al’lah, y Mahoma su profeta”. Aunque el judío Moisés no nombra a Al’lah, sino a Dio, como debe ser; es decir en su forma etimológica más correcta.

[Las palabras castellanas/romance proceden en su mayoría del acusativo singular latino. Así de Deum > Dio. Por eso, históricamente, los judíos han tachado a los cristianos de politeístas, pues al decir Dios, procedente del acusativo plural “Deos”, en puridad etimológica, va referida esa palabra a los dioses. No es así: se trata de una de las palabras que procede del nominativo latino. En este caso de Deus, influida por el Theos griego].

Por tanto, los únicos términos azules que hay en este relato son: chahada, la profesión de fe, que hay que repetir en los momentos oportunos, y hamman, baño para lavarse y purificar el cuerpo. También el santuario dedicado a la Patrona de Larache, Lalla Menana. No es extraño que vuelvan a citarse lugares de la ciudad del Lukus, que ya conocemos los que somos lectores fieles de las novelas del que vive y va recorriendo el mundo “larachensemente”. Con la debida lentitud de fino observador, que capta todo en sus pupilas y anota en su memoria cuanto ve, siente y comparte. Lugares como el Café Lixus o el Balcón del Atlántico. Es ese mismo Balcón que “El Nadador” abandonó, para buscar el Paraíso europeo, con las mismas dudas que Rayan tenía para desprenderse o no de las tierras heredadas.

El nadador, a pesar de que conocía “el poder devorador de esa playa tan estigmatizada”, se lanzó al mar. Exhausto, fue recogido por un barco de pesca. Y Hakim clamaba a sus marineros salvadores: “Anna ir a lispania”. Su fe no pudo completarse para llegar al santuario. Y tuvo que volver y “correr hasta la tienda de su padre, abrazarlo, abrazarlo estrechamente”.

Este fracaso mítico, contado por Sergio Barce en el relato titulado “El Nadador”, incluido en su libro “Paseando por el Zoco Chico” (2014) ha sido llevado a la pantalla, con guión y dirección de su hijo Pablo y premiado en la 20ª Semana del Cortometraje de Madrid, el 15 de abril de 2018, y con el Premio Forqué en 2020. Y como “Sólo hay un Dios, Al’láh, y Mahoma su profeta”, no se debe desfallecer, pues “apenas cierra Dios una puerta, ya tiene una ventana abierta”.

[En una nota reciente que el autor escribe en su Facebook, nos anuncia que escribirá algo sobre los actuales sucesos en Ceuta y Melilla, y que, precisamente, su relato “El Nadador” (y cortometraje de su hijo Pablo) también nos quiere decir que la felicidad no siempre se encuentra alejándonos, buscando un futuro desconocido, sino en el hogar familiar, en la patria de uno. Y yo añado: siempre que en esa “Patria de uno” haya igualdad de oportunidades y justicia social como para que los jóvenes se abran camino].

El quinto y último pilar/precepto del Islam cierra este exquisito, entretenido y empático/contagioso libro de Sergio Barce: el azaque (la limosna). Un solo relato, titulado CARA DE LUZ, es el más extenso del libro. Fechado, para situarlo en el tiempo y en el espacio, en Larache y en el año 2010.

Nos advierte el narrador que debemos hacer un esfuerzo en la lectura: los diálogos de los personajes están en dariya, el dialecto marroquí, salvo los que aparecen en cursiva, que han de ser leídos como dichos en español.  Comenzaré por citar dos nombres. Aunque se repiten los nombres de aquellos dos mozalbetes, Ahmed y Dris,  del primer relato con los de este último, se trata de mera coincidencia, derivada de lo usual que son en el mundo musulmán.

En éste, el Hach Ahmed el Ouazzani, ya con 80 años, cumple con la entrega del azaque a la Beneficencia musulmana. Se encuentra con Sibari, apoyado en sus muletas por problemas de diabetes. Una vez más, el autor omnisciente, se enmascara en el personaje Ahmed que, en su recorrido por Larache,  recuerda plazas, cines y se lamenta de que ya no es la ciudad que era. Conversan y comunica a Sibari, con alegría, que Maruja Gallardo, hija de Manuel Gallardo (“el motorista, el mejor hombre que he conocido”, dice Ahmed) ha venido a Larache a pasar unos días. Esto permite al narrador dar un salto atrás y recordar a la pareja formada por Antonio Barce y Maruja Gallardo, “Cara de Luz” (padres del autor, Sergio Barce).

Todo un relato cargado de palabra azules: el azaque comienza y cierra la serie, que abarca casi un tercio del glosario aclarativo de las páginas finales del libro y que dejo al lector para que las vaya interpretando, conforme avanza en la lectura: fayar, jaquetía, smen, rarif, jay, tleta, safi, wáha, kulshi misián, darbukas, ¡se haga el mazal!, saha, hiyab negro, rostro yebalí, mejaznis, yaban kuluben, nesranis, Incha Al’láh, bilati, susi, safi.

Se trata de un recorrido completo por Larache, recordando lugares (El Café Lixus, el Zoco Chico,  Cines Ideal, Avenida y Coliseo; Teatro España). Pero, sobre todo, la figura de Maruja Gallardo, “Cara de Luz”, rubia de 13 años, de la que se enamoró Antonio Barce, sirviendo Sibari de mensajero (celestino). Se recuerda con nostalgia a toda una pléyade de personajes de la historia pasada de Larache.

Dejo para los lectores, la actitud del Hach Amed, arrepentido de no haber dado limosna a una mendiga: “lleva cuarenta y siete dirhams y no has sido capaz de darle uno solo a esa mujer” (voz del narrador). Tampoco pudo acudir al encuentro con ‘Cara de Luz’. Mucho arrepentimiento y promesas de ir a la mezquita, dar limosna y rezar.

Las páginas finales son muy emotivas.

Málaga, martes 25 de mayo de 2021 

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ASÍ FUE LA TERTULIA «TÁNGER EN NUESTROS LIBROS»

El pasado 7 de marzo, en Ámbito Cultural de El Corte Inglés, mantuvimos una tertulia Rocío Rojas-Marcos, Javier Valnezuela y yo, sobre Tánger en nuestro libros.

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Como siempre, impecable la organización por parte de Isabel Ramírez, directora de Ámbito Cultural de Málaga, y la ayuda de Yolanda en la sala.

Rocío presentaba su nueva obra Tánger, segunda patria (Almuzara, 2018), en la que hace un exhaustivo estudio sobre las novelas, poemarios y ensayos y demás libros que tienen a Tánger como inspiración, una obra monumental y fundamental para conocer qué autores y qué razones nos han llevado a escribir de esta ciudad marroquí. Pero también hablamos de su anterior libro, Tánger, la ciudad internacional (Almed, 2009), obra imprescindible para conocer los entresijos y el funcionamiento de la ciudad durante los años de su estatuto especial y que la convirtió en una ciudad mitificada. 

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Traté de hacer de moderador en esta tertulia, en la que Rocío Rojas-Marcos nos dio varias claves para entender las razones por las que los escritores nos sentimos tan fascinados por Tánger, y le pedí, en un momento dado, que nos desvelara algunos de los hechos que más le habían llamado la atención de lo que significó Tánger en sus años de esplendor, y nos confesó que, quizá, uno de los acontecimientos que prueban la importancia que llegó a alcanzar Tánger fue, sin ninguna duda, cuando, auspiciado por el Marqués de Comillas, los hermanos franciscanos encargaron en 1892 al arquitecto Antoni Gaudí los edificios para las misiones franciscanas en Tánger. A ello se dedicó  Gaudí en cuerpo y alma, y su proyecto final acabó por incluir la construcción de una Catedral, un convento con claustro, hospedería, sastrería, refectorio, habitaciones… Era tal su coste y envergadura que el padre Lerchundi lo rechazó, ya que era además un contrasentido al espíritu austero de la congregación. El proyecto de Gaudí era un ensayo y un claro anticipo de la Sagrada Familia, que luego levantaría en Barcelona, pero que no llegó a construirse en Tánger por falta de financiación y por las razones expuestas. ¿Qué habría supuesto la construcción de esta transgresora obra en Tánger si se hubiera materializado? Nunca lo sabremos.

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Yo hablé de mis novelas que también se ambientan, total o parcialmente, en Tánger: Sombras en sepia (Pre-Textos, 2006), La emperatriz de Tánger (Ediciones del Genal, 2015) y El Libro de las palabras robadas (Ediciones del Genal, 2016). Rocío calificó a mi novela negra La emperatriz de Tánger de desasosegante. Y yo aclaré que, aunque parezca otra cosa, considero que mi novela más tangerina es El libro de las palabras robadas, porque Tánger, que es el paraíso perdido del protagonista, será, sin embargo, donde al final encontrará su redención.

Javier Valenzuela, que fuera subdirector del diario El País, y corresponsal del mismo medio en Washington, París, Beirut o Rabat, nos habló de sus novelas negras Tangerina (Martínez Roca, 2015) y de Limones negros (Anantes, 2017). Su última novela, que para mí, y así lo manifesté en la charla, es quizá, de entre todas las novelas ambientadas en Tánger que se han publicado en los últimos meses, la mejor de todas ellas, dio lugar a un amplio debate, porque, de pronto, dimos un salto en el tiempo y, desde aquel Tánger internacional de los  años treinta, cuarenta y cincuenta, que estábamos rememorando, nos vinimos al Tánger actual, en el que se ambienta Limones negros. La corrupción, que une a ambas orillas a través de los negocios inmobiliarios que se desarrollan en Tánger, la prostitución infantil, la existencia de niños en las calles que siguen drogándose con pegamento, las inversiones de los países árabes, la extensión del salafismo, el retroceso en las libertades personales, especialmente el estancamiento de la libertad femenina a causa de la expansión de una interpretación del islam menos permisivo y más intransigente, la clausura de locales que antes abrían sus puertas con libertad para poder consumir bebidas alcohólicas y que ahora van desapareciendo por una presión social y religiosa antes impensable, pero también el resurgir de este nuevo Tánger, con sus aspectos positivos, que también los tiene y muchos, fueron temas que surgían al hilo de su nueva novela…  Javier que, además, posee un gran sentido del humor, nos deleitó con anécdotas personales de toda esta realidad, y nos llevó por los locales y lugares en los que se ambienta la novela. También nos habló de su amistad con Chukri. Todos estos elementos, que forman parte indisoluble de su libro, y que lo hacen por ello más poliédrico e interesante, animaron a que los numerosos tangerinos o tanyauis que estaban presentes también interviniesen, y, como muchos nos confesaron al final del acto (que comenzó a las 19:30 y acabó a las 21:25), la tertulia se les hizo muy corta. Y esa fue la mejor crítica que pudimos recibir.

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Asistieron muchos amigos, entre ellos los escritores Víctor Pérez, José Luis Pérez-Fuillerat, Fernando Gálligo o Alberto Gómez Font, autor de Cócteles tangerinos, que, tras la charla, nos llevó, como gran conocedor de la materia, a probar algunos cócteles por Málaga.

En definitiva, fue una gozada pasear de nuevo por Tánger a través de nuestros libros y de los libros de otros autores. Así que, Rocío, Javier y yo salimos más que satisfechos de este encuentro que, quizá, tenga continuación en algún otro lugar…

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(A continuación, algunas imágenes de la charla, fotografías realizadas por mi hijo Sergio, Fernando Gálligo y José Arias)

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN DE «EL LIBRO DE LAS PALABRAS ROBADAS» EN MÁLAGA

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El público va llegando...

El público va llegando…

Ayer presentamos la nueva edición de mi novela El libro de las palabras robadas (Edic. del Genal – Málaga, 2016). Jesús Otaola, del grupo editorial Proteo, hizo de cicerone en la Sociedad Económica de Amigos del País, en Málaga. Buena temperatura, casi primaveral, en pleno invierno, y sala prácticamente llena. Augurio de buenos resultados, como así fue.

JOSE LUIS PÉREZ FUILLERAT, SERGIO BARCE y JESÚS OTAOLA

JOSE LUIS PÉREZ FUILLERAT, SERGIO BARCE y JESÚS OTAOLA

Mi amigo, el poeta e ínclito profesor José Luis Pérez Fuillerat, desmenuzó a conciencia la novela, desde su estructura hasta cada uno de sus personajes, e invitó a los asistentes a realizar una curiosa lectura «rayueliana» de mi novela, comenzando por otros capítulos y siguiendo un orden aleatorio… También nos sorprendió, además de por su asombrosa capacidad para analizar una novela y sus deslumbrantes conocimientos, cuando habló de la «ruta de los cigarrillos».

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Dijo José Luis:

«Otra manera de seguir la trama, es estar atentos a la ruta de los cigarrillos. Lo que me atrevería a llamar la “nico-travesía” en esta novela de Sergio Barce. Podría sugerir a algunos estudiosos del género narrativo (universitarios que se propongan una tesis tras la lectura de esta sorprendente novela), que observen el ritmo que aporta a esta novela el uso de los cigarrillos; las situaciones que condicionan su uso y abuso por parte del protagonista.

En efecto, Elio Vázquez es un fumador empedernido. Y su psicoterapeuta, Moses Shemtov, lo sabe. A veces utiliza esta obsesión de su paciente por los cigarrillos (sobre todo de marca) para sonsacar sus traumas, que se traducen, en definitiva, en el relato de toda la historia contada desde ese “diván del psicólogo”: la novela que escribe un narrador-escritor dentro de su propia novela.

Veamos el alarde del narrador  sobre la variedad de marcas de cigarrillos, siempre con un significado dentro de las diferentes situaciones del protagonista: Winston, Fortuna, Malboro, Philips Morris, Chesterfield, Ken, Gauloises, Camel, Gold Carlo, Salem, Pacific, Davidott, Baltimore, Pall Mall, Djarum Balck, Dunhill Special Reserve, State Express, Jhon Player Special, Du Maurier, y el exquisito Gitanes…»

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José Luis estuvo, como siempre, chispeante y divertido, y creo que a partir del diálogo que mantuvimos, creamos una atmósfera de complicidad. Pero de entre sus palabras, destaco estas:

«…Resulta imposible una completa y rica interpretación (y disfrute) de “El Libro de la palabras robadas”, si un lector no empata con “las expectativas” propuestas por el narrador en la intromisión de personajes como Robert de Niro en la película “Uno de los nuestros”; la novela “Pacífico” de Garriga Vela; “La Tregua” de Mario Benedetti, “El Libro de arena”, de Borges y “Las bibliotecas de Dédalo”, de Enis Batur; así como los lugares malagueños Librería Proteo, la Escuela de Idiomas, Ciudad Jardín, El Mercado y, sobre todo la relevancia de la idealizada ciudad africana de Tánger, metáfora final de toda la aventura narrada: El sol era deslumbrante y la temperatura, tibia y agradable, me abrazó en una suerte de bienvenida. Olía a mar, a salitre, a madera mojada y a pescado, y todos me eran cercanos, olores archivados en la carpeta de mi niñez, nos dice refiriéndose  a esta ciudad…

¿Se trata de una novela de acción? ¿De personaje? ¿De terror o misterio al estilo de Howard Phillips Lovecraft? ¿De suspense? ¿De amor? Pues creo que tiene de todo un poco este libro “misteriosamente escrito”…»

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Por mi parte, no pude evitar el destacar el toque tangerino o tanyaui de mi novela.  Porque El libro de las palabras robadas es, quizá el libro más complejo que he escrito. Quizá me equivoque y esto  no sea cierto, pero así lo pienso. El libro de las palabras robadas iba a desarrollarse por completo en Málaga, pero mientras la escribía, de pronto, estaba en Tánger. Ni me di cuenta de que había cruzado el estrecho. Fue inconsciente. Fue una alegría encontrarme donde me siento tan cómodo. Era mi primera escapada a Tánger y abandonaba a Larache como lugar donde ambientar mi historia. Es un libro complejo: es una novela negra que habla de la pérdida del padre y de la pérdida de la identidad, habla de un códice pero el códice no es sino el McGuffin que empleo para hablar de todo lo demás. Elio Vázquez es el personaje que escribe un libro dentro de mi novela, y me lleva por las calles de Málaga en busca de un pasado increíble, un pasado lleno de misterios y de aventuras que lo envía de regreso a Marruecos, donde su padre rozó la felicidad. De nuevo un viaje, de nuevo un regreso, de nuevo un paraíso perdido y, de nuevo, el paraíso que existió en aquel país que yo creía que era mío. 

Siento que es mi novela más tangerina. Tánger es una quimera y es un sueño, y Elio Vázquez sabe que es sólo allí donde le espera la felicidad. Ha de sortear la realidad de su pasado y de su presente para poder alcanzarla. Tánger se convierte así en una tierra de promisión, en la tierra en la que los sueños se pueden materializar. Me emociona ese Tánger que mi protagonista busca con desesperación porque es como si yo buscara mi Larache, el que se ha perdido. Mi primer viaje literario a Tánger resulta ser un viaje a través del tiempo de otro y resulta ser la más hermosa aventura. Es una novela muy romántica… Luego, llegó La emperatriz de Tánger, pero este es ya otro viaje diferente: es el viaje al Tánger de los años cuarenta, al Tánger que ya nunca más existirá.

Me encantó poder encontrarme con tantos amigos y escritores de calado que acudieron al acto: Encarna León, Miguel Torres López de Uralde, Pedro Delgado, Salvador López Becerra, José Infante, José Luis Rosas, Inmaculada García Haro, Víctor Pérez, Paco Selva… Además de otros amigos muy queridos y cercanos, familiares y lectores. Me gustó ver a tangerinos y larachenses, que nunca me fallan.

Sergio Barce, febrero 2017

ALGUNAS IMÁGENES DE LA PRESENTACIÓN Y CELEBRACIÓN POSTERIOR…

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Y EL PRÓXIMO DÍA

22 DE FEBRERO

NOS VEREMOS EN EL

INSTITUTO CERVANTES 

DE TÁNGER

 

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«ESTRATEGIA EMPRESARIAL», UN RELATO DE JOSÉ LUÍS PÉREZ-FUILLERAT

Me ha llegado esta semana un relato escrito por el poeta José Luís Pérez-Fuillerat. Es un cuento curioso, que, muy lentamente, va despertando la curiosidad y la intriga del lector, lo que quiere decir que consigue su objetivo. Pero a mí, personalmente, lo que más me ha sorprendido de su narración ha sido, por supuesto, que una de mis novelas forme parte de la historia.

Me lo había advertido el propio José Luís en su correo, que acompañaba a su envío: «…ahí llevas, adjunto, ese relato que he escrito en estos días, con final especial de homenaje sergiobarciano...»

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JOSE LUIS PÉREZ-FUILLERAT

Por supuesto, su ingenio, como hace también en persona cuando nos vemos, no deja de admirarme. Un amigo con el que merece compartir un albariño.

Dentro de pocos días, también compartiremos el parto de su libro de relatos Cuentos de olores viejos y la nueva edición de mi novela El libro de las palabras robadas.

Sergio Barce

Estrategia empresarial

de José Luis Pérez-Fuillerat

  Asistía con la fidelidad de auténtico aficionado a las exhibiciones deportivas de ciclistas experimentados. La velocidad que adquieren en los velódromos y otros circuitos naturales, adoptando posturas sin la más mínima caída, los diferentes obstáculos que salvan, en perfecta sintonía con el vehículo, le parecían algo fuera de este mundo. A pesar de tanta admiración, el empleado Ernesto nunca sintió deseos de imitar a esos artistas deportivos. Su vida transcurría con una normalidad apabullante. Precisamente, asistir a esas actividades que se ofrecían de vez en cuando en la ciudad, rompían la rutina de su vida diaria: por la mañana, muy temprano, una ducha fría en cualquier estación del año; desayuno con pan tostado, frotado con una rodaja de tomate y aceite con pizquitas de sal. A las nueve, en su trabajo, puntual para fichar. Cuatro horas ininterrumpidas entre ordenador, alguna visita a despachos contiguos, charlas con el jefe para recibir órdenes y salida hacia su casa. Comida rápida de mediodía y a las tres de la tarde, vuelta al trabajo: ordenador, alguna visita a despachos contiguos, charlas con el jefe para recibir órdenes y salida hacia su casa. Vivía solo, pero no se sentía solo. La televisión no le llamaba la atención. Y cine, poco, sobre todo italiano. Desde aquella película en la que a Antonio Ricci le robaron la bicicleta no ha vuelto a ver más cine del país del Dante. “Tanto realismo me agota y me cierra la imaginación”, se decía para autojustificarse. Leía durante un par de horas antes de retirarse a dormir. A veces dos o tres libros a la vez. Dejaba señalada la página y seguía leyendo indiscriminadamente. Pero el final de su lectura diaria, y como lenitivo para iniciar un plácido sueño, era la relectura de las diferentes frases de personas célebres, que había grabado en las paredes de su habitación: “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando”, de Albert Einstein. La que más le gustaba y que presidía el cabecero de su cama era la de J.F. Kennedy: “Nada es comparable al sencillo placer de dar un paseo en bicicleta”. Y así acababa por dormirse, con su imagen subido a una bicicleta, palpando el libro abierto, abandonado en la cama.

Por eso, cuando se anunciaba que habría exhibiciones de acrobacia en bicicleta, o alguna otra concentración de ese deporte, nunca dejaba de asistir. Lo disfrutaba, precisamente porque su trabajo representaba lo contrario de esa actividad: la incertidumbre del ciclista, el posible peligro, no solo de algún accidente, sino, sobre todo, de fracaso en la realización final de los competidores, lo suspendían en un miedo controlado, eso sí, pero que también lo sacaban de la rutina. Estas inquietudes las comentaba entre sus compañeros de trabajo: que, aunque su ilusión sería tener valor para participar como ciclista en alguna de esas modalidades deportivas, creía que nunca podría conseguirlo, solamente por miedo al fracaso. Repetía esta palabra mucho y que aquello que dijo Samuel Beckett, “Fracasaste. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez, pero fracasa mejor”, no le convencía. Pensaba que, en el mundo del trabajo, un error puede costar muy caro; a veces hasta la vida. Y a él le gustaba ir sobre seguro.

Ernesto formaba parte de una compañía en la que el jefe se portaba muy bien con sus subordinados. No controlaba excesivamente sus obligaciones diarias. Sí la hora de entradas y salidas. También observaba, sin que se notara, que todos y cada uno de los empleados cumplía con su cometido y que la empresa superaba cada año los objetivos. También, por esa misma razón, una gran parte de los beneficios eran repartidos equitativamente entre todos los trabajadores.

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Cuando llegó el día de los veinticinco años de vida de la empresa, el jefe sugirió que deberían hacerse un regalo entre todos. Fue una sugerencia que consistía en que cada empleado sorprendería a otro con algún regalo. Esa fue la idea del patrón, añadiendo a su propuesta que nadie sabría a quién entregaría su obsequio. Sería una sorpresa para todos. Cada empleado debía elegir, secretamente, a quién lo entregaría. El jefe lo tenía todo controlado. Los empleados, no tanto. Pero también mantuvieron un suspense que les agradaba y les motivaba.

Llegado el día, se reunieron todos en la sala principal de la empresa. Se colocaron mesas alrededor del recinto, muy bien ordenadas y repletas de platos con diferentes viandas y bebidas. Adornos oportunos en las paredes para que se notara que era una gran fiesta. Los buenos jefes saben que, si al trabajador se le mantiene contento, la empresa prospera.

Cuando llegó el momento de la entrega de regalos, nadie era conocedor de a quién entregaría cada compañero el suyo. Todos pensaron lo que podría ocurrir, dada la propuesta tan peculiar que se les hizo, pero siguieron su juego. El jefe sabía que su idea podría acarrear algún que otro disgusto entre el grupo de empleados, pero era un recurso más de comprobación sociométrica, dentro de otros varios que aplicaba esporádicamente para conocer la actitud de sus colaboradores. Siempre como estrategias para el bienestar de sus trabajadores y la prosperidad de la empresa.

El jefe invitó a todos a brindar por la empresa y por cada uno de sus integrantes. Se hizo el silencio consiguiente, mientras intentaban el sorbo de saludo, anteponiendo el ‘chinchín’ compartido, como sonido envolvente por el golpecito entre cristales. Así, el oído completó, con el ruidito de las copas, los otros cuatro sentidos con que el vino les iba a deleitar. Comían y bebían mientras charlaban entre ellos.

Cuando el jefe estimó que era el momento de la entrega de regalos, dijo: “Esta empresa ha nacido con vocación de progreso para todos nosotros y para la colectividad. Sabéis que no soy un explotador y que esta compañía paga sus impuestos como mandan las leyes del país. Pero lo que más me interesa es que vosotros estéis contentos y que, si el negocio prospera, vosotros también. Pero he decidido que este aniversario tan transcendente sirva para saber cómo habéis reaccionado ante la propuesta que os hice. Así pues, ya podéis ir a por vuestros regalos y entregarlos al compañero que habéis seleccionado para recibirlo”.

Veintinueve bicicletas salieron de la mano de otros tantos empleados, que se dirigieron todos hacia Ernesto. Sorprendido, quedó en silencio sin saber cómo reaccionar. Todo lo imaginado sobre el mundo de la bicicleta se multiplicó. Se vio sentado en una, paseando alegremente por las calles de la ciudad; superando, en otra, montículos y escalones naturales y, alcanzando, en la más ligera, una velocidad inusitada en algún velódromo de competición. Sin miedo alguno al fracaso.

Tras esa entrega multitudinaria al compañero elegido, como si se tratara del trofeo que merece el primero que llega a la meta, siguió el abrazo del jefe y, seguidamente, un silencio total. Naturalmente, faltaba un regalo, el del propio Ernesto, el empleado fiel, constante, perfecto en su trabajo y rutinario en su comportamiento personal. Temeroso del fracaso.

Por una vez, desobedeció al jefe: no pensó en obsequiar a un único compañero. Cuando oyó aquel día la propuesta del patrón, inmediatamente, en su interior y en secreto como el resto de sus compañeros, meditó muy bien lo que iba a hacer en ese acto del veinticinco aniversario de la empresa.

Extendió una mirada rápida a todos los concurrentes y sacó un gran paquete envuelto en papel transparente, de lujo, con lacitos de colores multiplicados. Lo abrió ante la expectativa de todos y entregó a cada uno de sus compañeros y al jefe, un libro. Un mismo ejemplar para todos y cada uno de ellos de “El libro de las palabras robadas” del escritor larachense y malagueño Sergio Barce.

Quizás ustedes, lectores, estén haciéndose dos preguntas:

Una: ¿Por qué su compañero Ernesto les hace esa clase de regalo?

Dos: ¿Qué pretende el jefe con esa estrategia?

La mayoría terminaría esta historia así:

El empleado Ernesto, a la hora de decidir un obsequio para sus compañeros, pensó que, aunque un libro tiene un valor económico escaso, el que adquiere, cuando se lee, es incalculable económicamente, pues alcanza valor literario, estético, por todo lo que puede sugerir y motivar. Por otra parte, el jefe quería saber cómo reaccionaban sus trabajadores ante la recepción de un regalo y, sobre todo, quién de entre ellos sería el más indicado para sucederle algún día como principal responsable de la empresa. Pues eso.

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ASI FUE LA PRESENTACIÓN DE «PASEANDO POR EL ZOCO CHICO. LARACHENSEMENTE» EN ÁMBITO CULTURAL DE MÁLAGA

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De nuevo, paseamos larachensemente… Esta vez, en Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Málaga, con la ayuda inestimable y siempre tan accesible de su directora Isabel Ramírez, y la asistencia técnica de Yolanda en la sala.

La nueva reedición que ha lanzado Ediciones del Genal de mi libro de relatos Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente, con la incorporación al libro de una imagen interior, obra del fotógrafo Achraf Etaaqafy, y de la traducción al árabe por Rajae Boumediane y Messari Hamza y al francés por Nabila Boumediane y Fidele P. Dikam del relato Larache, sin Sibari, nos sirvió para hacer un recorrido sentimental y nostálgico por las calles Larache. 

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El poeta Víctor Pérez, que me echó una mano para que unos libros de Alessandro Baricco llegaran de regalo inesperado a sus destinatarios durante el acto, ha resumido perfectamente lo acaecido en un comentario en su muro de Facebook. Cuenta Víctor: «Ayer se presentó en el ámbito cultural del Corte Inglés la reedición del libro de relatos «Paseando por el zoco chico larachensemente», un conmovedor y lírico paseo por Larache a través de una treintena de relatos escritos por Sergio Barce entre los años 2000 y 2013. Fue un acto emotivo y de enorme calidad. La presentación de José Luis Pérez Fuillerat, las lecturas de su cuaderno «La otra banda» por parte de Paco Selva, las canciones sefardíes de Sara Sae, el desglose histórico y poético de Larache por Mónica López contenido en su obra «Los colores de la memoria» con preciosas imágenes proyectadas de Larache, muchas de ellas del magnífico pintor Mariano Bertuchi y la lectura del relato de amor y ausencia sobre el amigo entrañable de Sergio, Mohamed Sibari, realizado magistral y hondamente, larachensemente, o sea, pausada y profundamente, por parte del poeta Pedro Enríquez, pusieron colofón al acto.

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La intervención de Jesús Otaola, editor de ediciones del Genal, nos avisó de la selección de la novela «La Emperatriz de Tánger» como una de las cinco seleccionadas en la final del Premio de la Crítica de Andalucía de este año.
Sin desdeñar a los otros cuatro, grandes escritores todos, yo que he leído la emperatriz, solo digo, que su factura impecable, sus misterios y situaciones, me hicieron no poder abandonar su lectura en ningún momento, miento, en una noche hube de hacerlo porque me asusté, porque Sergio tiene la habilidad de escribir y que leamos con los ojos de la mente, como se debe hacer según Stevenson. Es en esa forma de escribir que él tiene la que hace que vivas los momentos como si pasaran ante ti, y algunos momentos de la novela son realmente estremecedores, por todo ello, la emperatriz la hacen para mi, favorita

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Añadiré algunas notas más a lo dicho por Víctor: Paco Selva, que nos conmovió con la lectura de sus poemas dedicados a Larache, con esa emoción que lo desbordaba en algunos instantes, poco antes de comenzar, me hizo un regalo que me dejó sin habla. Me entregó un ejemplar, publicado en Tetuán por la Editorial Cremades en 1962, de Miscelánea, el libro que escribiera el poeta larachense Dris Diuri. En su interior me encontré una dedicatoria de puño y letra de Diuri al padre de Paco Selva, y bajo ella, la que me escribía Paco a mí. Me pareció excesivo que se desprendiera de un libro que estaba dedicado por el autor a su padre, pero Paco Selva me dijo que prefería que lo tuviera yo. Ya digo, me pareció un regalo impagable.

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A partir de ahí, como bien cuenta Víctor, todo fue encadenándose de una manera perfecta, y la exposición del profesor y poeta José Luis Pérez-Fuillerat, llena de hallazgos y de momentos divertidos, dio paso a la voz emocionada de Paco Selva y sus versos, y éste a la voz melodiosa e inolvidable de Sara Sae, rasgando el aire con las letras de la poesía sefardita, cantada con una pasión electrizante. Luego, Mónica López comenzó a leer un texto en el que, fragmentos de los cuentos de mi libro Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente, le servían de hilo conductor para llevarnos por las callejuelas de la Medina de Larache; y escuchar así mis relatos leídos por ella, con las imágenes que se proyectaban a la vez, siguiendo el itinerario que Mónica trazaba, nos hizo creer por un instante que habíamos regresado al Balcón del Atlántico…  

Anécdota: durante la mañana, el trabajo en mi despacho había sido altamente estresante. Al acabar la jornada, Mónica me enviaba un mensaje pidiendo auxilio porque las imágenes que había montado para ser proyectadas en la presentación de la tarde eran incompatibles con el programa existente en la sala… El power point que ella usa es demasiado moderno o sofisticado… Nos cruzamos varios mensajes, en los que ella me daba cuenta de que las gestiones que realizaba resultaban infructuosas y era probable que no pudiésemos proyectar las fotos de las calles de Larache… A la vez, me llegaba un correo de Pedro Enríquez: él y Sara Sae tienen fiebre y no saben si podrán acudir… Pareciera que Okyanus no quisiera que llegara el evento a buen puerto… Berry, al comprobar mi estado de zozobra y nerviosismo, me envió un mensaje: no te preocupes, piensa que es como cuando haces algo en Larache… al final, todo se arregla en el último minuto. Me eché a reír. Tenía razón. Parecía que estábamos en Larache…

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Camino de Ambito Cultural, Mónica me anunciaba que a grandes problemas, grandes soluciones… Se llevaba la torre de su ordenador a la sala y que fuera lo que Dios quisiera… Pedro Enríquez y Sara Sae, con fiebre, llegaron e intervinieron, pese a todo… Un esfuerzo que merece su recompensa. Y sí, larachensemente, todo se arregló en el último segundo.

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Cuando Pedro Enríquez, uno de los poetas más reconocidos de Granada, comenzó la lectura de mi relato Larache, sin Sibari, su voz, pese a la fiebre, se transformó en la voz del poeta que es, y nos dejó a todos mudos, hechizados, e hizo de mi relato algo decente y mágico. Cuando él acabó, apenas me salía mi agradecimiento del cuerpo. Era como si toda la emoción por lo que habíamos escuchado, leído y visto hasta ese momento, me sobrepasara. El recuerdo de Sibari y de todos los que han ido desapareciendo de nuestras vidas, de todos los que añoramos, se habían dado cita en ese instante, y nada podía hacerse, salvo permanecer callados. Entonces resurgió la voz de Sara Sae y, su canción de cierre, nos dejó flotando en el aire, como suspendidos en la añoranza, como si nos dejásemos llevar por el tiempo, larachensemente, sentados en la terraza del Central.

Después de todo eso, llegó el momento de la firma de libros y allí confluyeron ejemplares de Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente y de La emperatriz de Tánger. Todo seguía teniendo sabor a hierbabuena.

Sergio Barce, enero 2016

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Sergio Barce, Víctor Pérez y Jesús Otaola

Sergio Barce, Víctor Pérez y Jesús Otaola

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SARA SAE

SARA SAE

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PEDRO ENRÍQUEZ, MÓNICA LÓPEZ, JOSÉ LUIS PÉREZ-FUILLERAT Y SARA SAE

PEDRO ENRÍQUEZ, MÓNICA LÓPEZ, JOSÉ LUIS PÉREZ-FUILLERAT, SERGIO BARCE Y SARA SAE

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