“…Lola Martín era astuta. Supo cultivar tu ego. <Parece que conoces bien los bajos fondos de Tánger…> Y cuando le expresaste tu pesimismo acerca del final feliz de las muchas investigaciones en curso sobre el hampa española de cuello blanco, supo darte una razón que podía motivarte: <La esperanza, Sepúlveda, es la principal diferencia entre los vivos y los muertos>.
Y allí estabas tú, esperando a Messi en la Terraza de los Perezosos un mediodía de otoño del ecuador de la segunda década del siglo XXI. Lola, que también tenía buena memoria, había recordado en tu casa algo que le habías dicho en la discoteca 555: tu amigo Messi podía conseguirle cualquier cosa que necesitara en Tánger. Y había añadido: <Quizá no se pueda mover una montaña, pero seguro que se puede escalar>. La capitana sabía sacarle buen partido a sus lecturas.
La Terraza de los Perezosos olía a bacalao en salazón. Yo estaba sentado en la barandilla, en dirección al norte, a unas costas gaditanas que se perfilaban como una sucesión de gibas melancólicas. El cielo estaba despejado, salvo por algunos jirones de nubes, y un vientecillo cordial acunaba las palmeras que podían verse abajo. Más allá, yacían las ruinas del Teatro Cervantes y, aún más allá, la estampa del viejo puerto…”
Tánger
“…Mientras tanto, no lejos de La Rampa, Carolina Bacardí se disponía a celebrar su cumpleaños. Solía reunir a sus amigos en el Country Club, Ofrecía una cena seguida de baile. Pero aquel año no tenía demasiado sentido celebrarlo de la misma manera, así que había tomado la decisión de cenar con sus cuatro mejores amigas en un restaurante de Miramar. Eran chicas a las que conocía desde niña, educadas en el Colegio de las Ursulinas.
Una vez acabada la cena, propuso a sus amigas acudir a bailar al hotel Sevilla Biltmore. Lo que no sabían sus amigas era que Carolina también había invitado a tomar un trago a Thierry y a sus amigos.
Thierry llegó al Biltmore con María Valeria. Luego llegaron Albert, George y Martín juntos. Carolina y sus amigas entraron unos minutos después y la joven los presentó. Se sentaron y pidieron una botella de champán. Aquella noche, el club estaba lleno. Los clientes habituales eran jóvenes de la clase alta de la ciudad y extranjeros que estaban de paso, la mayor parte como turistas.
Una orquesta de doce miembros tocaba piezas de diferentes estilos. A Thierry le apasionaba el baile y, a los primeros sones de un bolero, le pidió a su novia que salieran a la pista. Carolina y Martín permanecieron en silencio durante unos segundos hasta que ella se atrevió a pedirle que la invitara a bailar…”
La Habana – años 50
Sergio Barce, junio 2018
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Sergio Barce
Javier Valenzuela