Mester de fantasía en la novela “La Emperatriz de Tánger”, de Sergio Barce
por José Luis Pérez Fuillerat, con ayuda de Mª Carmen Ocaña Heredia
Tócala otra vez, Sam. No sé por qué me ha venido a la memoria esa escena de la conocida película, Casablanca, una vez terminada la lectura de la última novela del escritor malagueño-larachense, Sergio Barce. Quizás sea por la soledad final de ambos protagonistas, Rick, en el filme de Michael Curtiz y, Augusto, en “La Emperatriz de Tánger”. En ambos casos, se da un aparente único plano, cuando en realidad contienen una multiplicidad de ellos. De tal manera, en la novela de Barce, que bien podría haber comenzado por ese final y, mediante un salto atrás, contar toda la peripecia de Augusto Cobos Koller, en la búsqueda de su “emperatriz”, es decir, de su novela.
Mi propuesta de comentario, in limine, va a ser mediante un diálogo entre dos lectores de la misma novela y casi al mismo tiempo, mi mujer, como lectora L-1, y yo, como lector L-2.
L-1. ¿Crees que se trata de una novela erótica, en la línea de esa saga de la escritora británica E.L. James, “Cincuenta sombras de Grey?
L-2. De ningún modo. Aunque el erotismo está presente en todos y cada uno de los encuentros entre Augusto y las diferentes mujeres de la trama, Esther, Carmen, Yamila, Irena y Miriam, creo que no se pretende que sea el leit motiv de la novela. Sí, en cambio, esa promiscuidad puede ponerse en paralelo con la mezcla o confusión intencionada entre lo real y lo ficticio, que es un continuum en la intención de todo novelista. En esta novela, la fantasía es un menester, un ejercicio intencionado que se desarrolla con gran habilidad por parte de Sergio Barce. Un pacto mutuo entre el creador y los personajes, Dios y las criaturas, de tal manera que, al saberse estas liberadas, colaboran con su creador en el proceso creativo y la conformación del universo narrativo.
L-1. Pero en esa mezcolanza de realidad y ficción, ¿sería imprescindible, que los lectores, conocieran quiénes fueron, en el mundo real, el profesor y cineasta Pablo Cantos, el escritor y músico Paul Bowles, su esposa Jane; el dramaturgo Tennesse Williams, el poeta larachense Dris Diuri, el novelista francés André Malraux; Chéjov, Max Aub, o un personaje tan cercano en el tiempo y en el espacio como Plácido Fernández Viagas, primer Presidente de la Comunidad Autónoma Andaluza?
Comentario al relato de Sergio Barce
“LA VENUS DE TETUÁN (*)
por José Luis Pérez Fuillerat
Relato breve e intenso de este narrador de raíces larachenses y malagueñas.
Y otra vez la leyenda de Pigmalión. No ha sufrido apenas ningún cambio, ninguna metamorfosis, desde aquella de Ovidio, pues todas las versiones que se han realizado, ya sea como narraciones, teatro o cine, coinciden en la contemplación de la belleza ideal, corporeizada en la mujer, musa inspiradora del artista a la búsqueda constante de la obra perfecta.
No obstante, ¿qué añade el autor de este relato al mito del escultor Pigmalión y su modelo Galatea, en la historia del arte? Tal como está narrado, es quizás ese placer de la clandestinidad, tan natural en las pulsiones y pasiones humanas. Hay un momento de la historia narrada en que el personaje, el pintor Rivanera, posa su mano en la entrepierna de la modelo venusiana, incluso llega a tocar con sus dedos el sexo de la diosa aprovechando su sueño.
Pero no, no es cobardía, sino un paso en ese devenir, en esas escalas de amor que estaba recorriendo, como artista enamorado de la perfección de su modelo. En ella había encontrado lo que buscaba. Pero se conformó con tocarla. Eso sí, clandestinamente.
El artista, enamorado de su modelo ideal, una vez puesto en camino por medio de la palabra (la sharia), practicó la tariqa, actuó, pintó a la amada en diferentes posturas, manteniendo la admiración y el deseo, sin llegar a la consumación carnal, pues esa pasión nunca debe desequilibrarse, ya que su última aspiración es llegar a la haqiqa (la paz interior), dentro de los estados místicos descritos por la filosofía amorosa de los sufíes.
Esta idea de la clandestinidad puede malinterpretarse en el relato de Sergio Barce. Cabe la pregunta que la misma Paloma (la Venus de Tetuán) se hace desde su regreso en el ferry: por qué Rivanera (Pigmalión) no lo intentó de nuevo, ya que, al parecer, fue la llegada inesperada al estudio de Hadiya la que obstaculizó la entrega final, deseada también por ella. Es decir, no es el caso de la enamorada de la jarcha que se niega al último momento cuando gozosa y asustada dice:¡Non me mordás, ya habibi, la!,
no qero daniyoso!
Al-gilala rajisa! ¡Basta!
A todo me refyuso!***
No me muerdas, amigo, ¡No, / no quiero al que hace daño! El corpiño es frágil. ¡Basta! A todo me niego.
(Versión de estos versos, de Emilio García Gómez: “Las jarchas romances de la serie árabe en su marco”).
Pero si el deseo se hubiera hecho realidad, el cuento no hubiera sido posible. El narrador heterodiegético asume y “consume” la historia del amor idealizado, más auténtico (más literario) que cualquier otro, que se considera menos puro, al menos en la tradición literaria ascético-mística. Así el andaluz Ibn Arabí, en un verso de sus Odas tituladas El intérprete de los deseos nos dice:
“Converso con ella, mañana y noche,
con el lamento de un hombre que languidece
y el gemido de un sediento”.La ceguera final del pintor Rivanera es también un acertado motivo literario. Ceguera física tal como se nos cuenta, pero ceguera también simbólica del amor mantenido en secreto. “Busca algo”, dice Hadiya mientras el artista mira insistentemente el cuadro de Velázquez. Una vez encontrada la belleza ideal, su Venus de Tetuán, ya nada le queda por ver… ni por vivir.
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(*) Incluido en el libro de relatos “Por amor al arte”, Generación Bibliocafé, Málaga, 2014.