Archivo de la etiqueta: León Cohen

POSANDO JUNTO A LAS OBRAS DE MIS AMIGOS

Como ya he hecho en anteriores ocasiones, algunos de mis libros «posan» junto a títulos de otros buenos y queridos amigos escritores: La emperatriz de Tánger, junto a  Tánger, segunda patria, de Rocío Rojas-Marcos, Infierno y paraíso en las islas, de Miguel Ángel Moreta-Lara, y con La letra y la ciudad; su trama en Tánger, de Randa Jebrouni. 

Y El laberinto de Max, al lado de Jacob Cohen, de León Cohen Mesonero; Días con erre, de Ana Añón y junto a Ángeles del desierto, de Paloma Fernández Gomá.

 

 

 

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LA MEMORIA MARROQUÍ DE LEÓN COHEN, POR PALOMA FERNÁNDEZ GOMÁ

Ya anuncié que mi amigo y paisano León Cohen Mesonero había publicado nuevo libro: 100 microrrelatos. Y ahora leo un artículo de mi también amiga y poeta Paloma Fernández Gomá, a la que tanto le debemos quienes escribimos en las dos orillas. Aquí os dejo tanto el enlace a través del que podéis leer este artículo, bellamente titulado La memoria marroquí de León Cohen, como el que os llevará hasta el audio en el que se recoge la entrevista que ha ofrecido a Radio Sefarad sobre su nueva obra.

https://www.radiosefarad.com/100-microrrelatos-con-su-autor-leon-cohen-mesonero/

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ESCRIBIENDO DE LARACHE

Aquí os dejo la imagen de varios libros con Larache de protagonista que habitan en mi biblioteca. Alrededor de mi libro de relatos Una puerta pintada de azul, tenéis títulos y autores como Larache a través de  los textos, de María Dolores López Enamorado; Entre Tánger y Larache, de Mohamed Akalay; Larache, crónica nostálgica, de Sara Fereres de Moryoussef; Entre dos aguas, de León Cohen Mesonero; Voces de Larache, de Mohamed Laabi; La ciudad del Lucus, de Luis María Cazorla; El árbol del acantilado, de Carlos Tessainer; y De Larache al cielo, de Mohamed Sibari.

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«ALIOSHA EN LARACHE», POR LEÓN COHEN MESONERO

Traigo este interesante texto escrito por mi amigo y paisano el escritor León Cohen Mesonero en el que hace un curioso juego de memoria sobre su infancia en Larache utilizando a Aliosha, el personaje de los hermanos Karamazov, como si fuera su alter ego, un juego lleno de añoranza y melancolía teñida de cierta desilusión y con un hermoso homenaje a su pueblo de Larache y a la literatura en general.

Sergio Barce, enero 2021

Aliosha: Trilogía

Las opiniones de Albert Camus me condujeron hasta Dostoievsky, a “Crimen y Castigo” y a los “Hermanos Karamazov”. Entre Iván y Aliosha elegí al segundo. En esta  trilogía le rindo homenaje a Aliosha, aunque no sé todavía si convertirme en él puede resultar una idea poco acertada, descabellada o incluso pedante. Aunque el nombre del personaje no añade ni quita nada a lo relatado, sigo ignorando si la elección del nombre ha sido un capricho o una argucia literaria.

En esta trilogía, el escritor envuelto en su universo literario, vuelve a reescribir los primeros capítulos de su vida, a través del personaje  Aliosha, mostrando una vez más su innegable percepción de la vida como una novela o una película que merece la pena ser contada e incluso imaginada, desde un presente que le permite retocarla y ahondar en detalles, que el niño o el joven protagonista en su momento, no pudieron captar mientras vivían. 

 

Capítulo 1

 Larache: Primeros pasos

Aliosha ha salido a pasear sin objeto, camina con alegría, es muy joven y la vida para él es un descubrimiento diario. Todo le sorprende y le asombra. Mira con admiración a su padre y trata siempre de contentar a su madre. Quiere agradar. Son sus primeros pasos por el camino. Cree que todos los que le rodean son sus maestros y que todos encierran algo que aprender. No se hace planteamientos extraños, ni preguntas sin sentido. Los maestros están para enseñar y la letra con sangre entra, como dice su amigo “Nisimico”, que por cierto es bizco. Hay que ser disciplinado y aplicado. Siempre va contento hacía el Colegio Francés de su pueblo. Le gusta. Sus amigos son numerosos y virtuosos. De su colegio guardará para siempre un grato recuerdo. Ahí recibiría los primeros conocimientos básicos. Aprendió a leer y escribir en el hermoso idioma de Ronsard y de Molière. Aunque Aliosha estaba todavía demasiado verde para percibir que aquel colegio sería la primera puerta de entrada a una cultura que, como su piel, le acompañaría toda su vida y que, en cierto modo, determinaría su futura manera de hacer y de pensar. Todavía pasado medio siglo, era capaz de recordar los nombres de algunos de sus maestros como Mlle Beniluz, Monsieur Quiot, Mlle Vermury o Monsieur Carné.

Aliosha tiene una familia amplia y se siente reconfortado y protegido. Su madre le canta el ángel de la guarda antes de dormirse: “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”. La naturaleza es misteriosa y bella. Siempre se extasía ante los colores de algunas mariposas. El campo huele a vida. Aliosha es un niño feliz y tan ingenuo que conmueve. Su padre le puso ese nombre, el del más pequeño de los hermanos Karamazov en homenaje a Dostoievsky. Aliosha es curioso. Recorre con los amigos todas las calles y callejones de su pueblo. No hay rincón que se le resista. A su edad es algo atrevido. Pero él quiere saber dónde vive. Cuando no tiene colegio, le gusta estar en la calle a todas horas, incluso a la sagrada hora de la siesta, y eso le ha acarreado algún que otro disgusto con los padres de sus amigos. Le encantan los juegos y los practica todos. Ha aprendido a convivir con el espléndido sol y con el mar majestuoso. Le sorprende la belleza de los acantilados de su pueblo natal y la bravura de su mar. Aliosha ama la vida y sus encantos. Sus amigos van a la Iglesia, a la Mezquita o a la Sinagoga. En esto, él se siente un poco despistado y no entiende muy bien estas cosas, que en cierto modo le resultan extrañas como niño que es. Pero, en el fondo le da igual entrar en un templo que en otro, con tal de acompañar a algún amigo. Luego los dos se ríen, como si les hicieran gracia estas cosas de mayores. A él lo que le ocupa y le distrae es correr, saltar y jugar todo el tiempo. También ha descubierto el cine y le apasiona ver películas, incluso en sesión continua. Aliosha es un niño feliz.

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COLEGIO FRANCÉS – LARACHE, año 1953

Pero la felicidad es una flor caduca y frágil como el cristal. También puede ser un estado de ánimo y como tal es efímero. La felicidad del niño Aliosha tiene que ver entre otros, con la admiración que le produce el paisaje, y su pueblo, que él considera un rincón en el cielo, con la alegría de estar con sus primeros amigos, con la seguridad que le infunde un entorno familiar donde se siente querido y protegido, y con la dicha de la sorpresa y del aprendizaje constantes. Como no puede ser menos a su edad, vivir es para él una aventura nueva e ilusionante en ese torrente, en el que la fuerza arrolladora de la vida irrumpe imparable a diario, conquistando y arrastrando a este principiante que todavía ignora las vicisitudes y las sorpresas del camino.

 En el año 1956 en el que el niño Aliosha va a cumplir su primera década, aquel mundo personal e idílico, más propio de los sueños, donde siempre era primavera y donde vivir era un gozo diario, se tambalea, quizás zarandeado por la envidia de los dioses del destino. De manera tan inesperada como cruel, su plácida infancia se topa y se enfrenta de repente a las contrariedades de la vida y a una tormenta de sucesos imprevistos, a partir de los cuales no quedará en él sitio para la inocencia y la ingenuidad que le han acompañado hasta entonces.  

Todo empezó aquella luminosa tarde de abril, cuando Rabah, el esclavo negro del baja Raisuni, vino al colegio a buscar a su compañero Jali. Era la Independencia de Marruecos. Las consecuencias de este hecho histórico y a pesar de todo ciertamente previsible, serían nefastas. No para el pueblo marroquí que recuperaba su autonomía, sino para la población española que se vería en la tesitura de abandonar a corto o medio plazo, aquella tierra que para muchos era la suya y la única que conocían. Era la cara oscura y menos amable de la colonización. De hecho, apenas unos meses más tarde, su padre iría a buscar mejor fortuna a Venezuela y, en septiembre, le seguirían por razones muy distintas con el mismo destino, su prima (probablemente la persona a la que más quería en ese momento) y su tía. Afortunadamente, su padre volvería un año más tarde. Madre e hija no regresarían nunca.

 Un viernes nueve de agosto de 1957 se produjo la muerte de su otra tía con apenas treinta y dos años. Lo más cruel de la muerte de una persona joven son los años de vida robados. La muerte siempre está ahí agazapada, al otro lado de ese fino hilo de alambre que la separa de la vida y sobre el que caminamos todos los días todos los mortales, siempre dispuesta a pegar el zarpazo y a derrumbarlo todo. Además suele llamar sin avisar.

Ocurrió todo en un año. La familia se descompuso para siempre y la felicidad de Aliosha quedó hecha añicos. Todos esos acontecimientos supusieron para la sensibilidad de aquel niño de nueve o diez años, sacudidas y desgarros muy fuertes y profundos que superaría con el tiempo, pero que inevitablemente dejarían huellas y heridas imperecederas en su memoria sentimental. Aliosha sentía que había sido expulsado del paraíso en el que habían transcurrido esos primeros e inolvidables años de su corta vida.

 El niño tuvo que pasar página, dio la vuelta a la esquina de la infancia y se dirigió titubeante a la calle desconocida de la adolescencia. Nadie jamás podría robarle los años felices de su primera infancia pasados en aquel pequeño y hermoso pueblo lleno de luz,  a orillas del majestuoso mar Atlántico.

  León Cohen – Junio de 2020

https://leoncohenmesonero.blogspot.com/

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«EL BALCÓN DE LUNA», UN RELATO DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

Me llegó ayer este relato de León Cohen lleno de añoranza. Es uno de sus textos más delicados y emotivos. Tiene un ritmo pausado que le confiere ese toque de apacible fluir que tanto me reconcilia con una narración bien escrita. Y con él, nos lleva hasta ese balcón tan especial de Larache. Lo comparto rápidamente en mi blog antes de que León se arrepienta de haberlo enviado, para que todos podáis disfrutarlo.

Sergio Barce, junio 2020

El Balcón de Luna

Más tarde o más temprano, el tiempo nos devuelve al jardín de la infancia, al jardín de los recuerdos, que para mí siempre será el Balcón de Luna”

Cuando uno recorre los habitáculos de su memoria, la memoria de su vida, uno se topa con escenas, instantes, lugares y personas que dejaron una huella perenne e imborrable. Algunos de esos lugares son paradigmáticos y es inevitable referirse a ellos por lo que significaron en su momento y con el transcurrir del tiempo. Uno de esos lugares fue y sigue siendo el balcón de mi abuela Luna.

El balcón de Luna es bastante más complejo que un voladizo de unos seis metros de longitud por uno de ancho, rodeado por una barandilla de hierro. Bajo esa forma común y sencilla subyacen otros muchos significados que lo convierten en un referente de mis recuerdos y en mucho más. Ese balcón no es solo lo que parece, sino lo que representa para el adulto que recuerda y para el escritor que transforma en palabras los recuerdos. Es el balcón de mi primera infancia, y más tarde el de mi memoria. Es también el balcón de la nostalgia. Es una atalaya desde donde contemplar mi pasado y el de mi familia, pero también el pasado de mi pueblo natal. Es el lugar desde donde el niño extendía su mirada soñadora hacía todo lo que ocurría enfrente, al lado y debajo. Donde la vida se le presentaba en todo su esplendor y su bullicio, llena de voces, de ruidos y de colores. Pero también es el balcón de la alegría y de las emociones. Y es además uno de los pasadizos a través del cual la memoria del adulto se reencuentra con su pasado. Es un balcón que hace parte de una casa, pero también de un sueño, el sueño del niño que fue feliz. Ese balcón convertido ya en un símbolo es parte de mi memoria vital, pero también de mis ensoñaciones, de manera que siempre que puedo, vuelvo a él para recuperar ese tiempo perdido que fue el de mi infancia, en una suerte de diálogo diacrónico conmigo mismo.

En esta especie de análisis introspectivo he llegado incluso a preguntarme: ¿Acaso el balcón de Luna no podría ser también una excusa, una argucia, un invento o una vuelta de tuerca al Tiempo, de las que el escritor se sirve como motivo o argumento para sumergirse en su pasado y relatar lo acontecido junto a lo imaginado? ¿Y por qué no? ¿Acaso nuestra memoria cuenta solo la verdad, nada más que la verdad y toda la verdad? ¿Acaso nuestra memoria no confunde sin proponérselo o a propósito, ficción y realidad?

Ese balcón tiene además su trastienda, que no es sino la vida de la familia de mi abuela, compuesta por mis dos tías Raquel y Mery, mi prima Flora, mi tío Elías y nosotros, sobre todo mi hermano, mis dos hermanas y yo.

En todas las casas hay un alma mater y en esta es sin lugar a dudas Luna, mi abuela, la que cocina, la que cose, la que va al mercado y la que aporta equilibrio y sosiego a las discrepancias familiares. Y a la que extrañamente no recuerdo durmiendo. 

El balcón por la mañana era un mirador desde donde se podían apreciar todos los movimientos rutinarios de los comerciantes de enfrente, desde su llegada, la apertura de los locales, el posterior deambular de los clientes y de los transeúntes y la hora del cierre de las tiendas bien entrada la noche. Era un balcón rebosante de vida. A él nos asomábamos, en él posábamos para hacernos fotos, y desde él presenciábamos el discurrir de la vida desde la calle Italia hacia el Zoco Chico o hacia la calle Real y viceversa. Desde ahí veíamos y oíamos pasar las bodas musulmanas por la noche o los entierros con sus cánticos característicos de día. La vida y la muerte, tan opuestas y tan cercanas.

Pasados los años, volví en muchas ocasiones al balcón de Luna, no sé si en sueños o con la imaginación, me detuve y me asomé para recordar mi primera infancia y desde él la repasé, la recorrí y la recreé. También recobré los olores y los sabores de aquellos años. Olor y sabor del pan amasado en casa que se desprendía del horno cercano en el Zoco Chico, sabor a buñuelos y té, olor a especias de la tienda de Kassem, olor y sabor a dafina…Mientras viva, el balcón de Luna seguirá ahí firme y evocador, habitándome, iluminándome y guiándome por los caminos del recuerdo, como una pequeña luz o un faro a los que poder siempre recurrir y seguir.  

León Cohen Mesonero – Junio de 2020

Leon en el balcon de Luna 2003

León Cohen, bajo el balcón de Luna – Larache, 2003

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