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NOTAS A PIE DE PÁGINA 14 – EL PASO DE LOS AÑOS, LA AUTÉNTICA BOMBA NUCLEAR

No sé si la cercanía de mi cumpleaños me hace pensar más de lo habitual en el paso del tiempo, o sea esa otra sensación, cada día más acusada, de que los días transcurren ya sin rozarnos. El caso es que comienza a obsesionarme el correr de los años, este vivir a contrarreloj, y ahora, de pronto, todo lo que leo o todo lo que veo parece abordar este asunto, aunque sea tangencialmente.

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Asisto al concierto en directo de Iggy Pop. Un espectáculo. Lleno de vitalidad, de fuerza, de ganas de transmitir energía positiva a los asistentes. Se entregó al público. Pero verlo ahí, como siempre con el torso desnudo, a sus 76 años, es también contemplar su deterioro físico que se acrecentaba aún más en las dos grandes pantallas que flanqueaban el escenario. Producía un extraño efecto que movía, por un lado, a la admiración por su testarudez al continuar en la brecha y, por otro, a una especie de congoja o de conmiseración (entendida en el buen sentido) que, curiosamente, fue desapareciendo a medida que transcurría el concierto. El carisma de Iggy Pop y su simpatía borró de un plumazo cualquier atisbo de duda. Pero lo cierto es que, los referentes de nuestra generación, nuestros ídolos musicales o literarios, si no han desaparecido lo harán en los próximos años.

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Veo un western excelente: Old Henry (2021), dirigida por Potsy Ponciroli, con un sobrio Tim Blake Nelson, que interpreta a un viejo pistolero que vive ya retirado en una granja con su hijo pero que, por un hecho fortuito, después de muchos años, se verá obligado a usar de nuevo el revólver. Con evidentes influencias de Sam Peckinpah, homenajes visuales a John Ford y huellas de Sin perdón (Unforgiven) de Clint Eastwood. Se disfruta.

También leo a un veterano, Michel Houellebecq, en concreto su novela El mapa y el territorio (La carte et le territoire, 2010), con traducción del francés de Jaime Zulaika, editada por Anagrama. 

Una novela que se divide en tres partes, pero que, a mi parecer, contiene dos novelas en una. Como es habitual en Houellebecq, se adentra en el epicentro de nuestra sociedad para desentrañar sus miserias. En esta ocasión, él mismo es uno de los personajes y se convierte en coprotagonista también involuntario. La vejez y la edad también juegan un papel importante en este libro. Escribe: 

“…Pues tiene razón: mi vida se acaba y estoy decepcionado. No ha sucedido nada de lo que esperaba en mi juventud. Ha habido momentos interesantes, pero siempre difíciles, siempre arrancados al límite de mis fuerzas, nunca he recibido algo como un don y ahora estoy harto, sólo quisiera que todo termine sin sufrimientos excesivos, sin una enfermedad anuladora, sin dolencias.”

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La novela, como decía, tiene una primera parte en la que se adentra en el mundo del arte, su mercadería y las motivaciones por las que, de pronto, la obra de un pintor o un fotógrafo se convierte en un éxito o en un producto sólo al alcance de ciertas élites, precisamente las mismas que deciden quién accede a esa categoría. El poder del dinero lo abarca todo. Y también analiza acertadamente la relación paterno filial del protagonista. 

“…Su padre había prometido llegar a las seis.

Llamó abajo a las seis y un minuto. Jed le abrió por el interfono y respiró lenta, profundamente, repetidas veces, durante el trayecto del ascensor.

Rozó rápidamente las mejillas ásperas de su padre, que se plantó inmóvil en el centro de la habitación. <Siéntate, siéntate…>, dijo. Su padre le obedeció al instante, se sentó en el borde extremo de una silla y lanzó miradas tímidas a su alrededor. Nunca ha venido, se percató de pronto Jed, nunca ha venido a mi apartamento. También tuvo que decirle que se quitara el abrigo. El padre intentaba sonreír, un poco como un hombre que trata de mostrar que sobrelleva valientemente una amputación. Jed quiso abrir el champán, las manos le temblaban un poco, estuvo a punto de dejar caer la botella de vino blanco que acababa de sacar del congelador: estaba sudando. El padre seguía sonriendo, con una sonrisa un tanto fija. Allí estaba un hombre que había dirigido con dinamismo, y en ocasiones con dureza, una empresa de unas cincuenta personas, que había tenido que despedir y contratar; que había negociado contratos por valor de decenas y a veces centenares de millones de euros. Pero la cercanía de la muerte torna humilde a un hombre y esa noche parecía afanoso de que todo saliera lo mejor posible, parecía sobre todo deseoso de no causar ningún problema, era al parecer su única ambición ahora en la tierra…” 

Luego, en el último tercio de la novela, Houellebecq se decanta por una trama de intriga en la que unos nuevos personajes, dos policías, ocupan varios capítulos tratando de desmadejar el misterioso asesinato de un escritor. Me quedo con la primera parte de este libro, que no obstante me ha sorprendido menos que Plataforma (Plateforme)

Lo contrario que Los años (Les années, 2008), de la gran Annie Ernaux, que regala otra obra redonda, vibrante e inteligente. Publicada por Cabaret Voltaire, con traducción de Lydia Vázquez Jiménez. En este libro, a la misma altura de El acontecimiento o El hombre joven, novelas que ya comenté en su momento, la escritora francesa disecciona con una agudeza envidiable cómo el transcurrir de los años va modificando nuestras aspiraciones, cómo los sueños se varan en la realidad, cómo nuestras ansias de libertad, las ganas por cambiar el mundo o de hacer girar el devenir se van torciendo hasta que todo se hace irreconocible y, mirar atrás, se torna fatigoso y desalentador.

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A partir de varias fotografías de la propia escritora tomadas a lo largo de su vida, desde la infancia hasta su madurez, repasa su existencia y el entorno social, político e histórico de cada decenio. Una novela-ensayo enjundiosa, enriquecedora, en la que nos podemos reconocer en algunos instantes.

Escribe Annie Ernaux tras contemplar una fotografía fechada en 1980:

“…Hasta donde remontaban los recuerdos, nunca había habido tantas cosas concedidas en tan pocos meses (algo que en seguida olvidaríamos, incapaces de concebir una vuelta a la situación anterior). La pena de muerte abolida, el aborto gratuito, los inmigrantes clandestinos legalizados, la homosexualidad autorizada, una semana más de vacaciones al año, una hora menos a la semana de trabajo, etc. Pero la tranquilidad se alteraba. El gobierno reclamaba más dinero, nos lo pedía, devaluaba, impedía que la moneda saliera del país para controlar el cambio de divisas. La atmósfera se hacía adusta, el discurso (<rigor> y <austeridad>) se volvía punitivo, como si tener más tiempo, más dinero y más derechos fuera ilegítimo, como si tuviéramos que volver a un orden natural dictado por los economistas…”

Lo que relata lo sitúa en Francia, en los ochenta, pero, al leer estos párrafos, ¿no parece que nos habla de la España actual? Quizá porque los ciclos históricos se repiten y porque, como bien expresa ella, la memoria es muy corta. Las semejanzas con el tiempo que nos está tocando vivir resulta cuanto menos inquietante. Los derechos tan arduamente conquistados, en peligro por la sombra alargada de la nueva extrema derecha (que es la vieja extrema derecha que ha vivido agazapada durante años) y por los dictados restrictivos de Christine Lagarde & Co.

Y sentencia Ernaux al abordar su vejez:

“….constata con sorpresa que, cuando le hacían un dictado de Colette, la escritora aún vivía, y puede que su abuela, que tenía doce años cuando murió Víctor Hugo, disfrutara del día de fiesta con motivo de aquel funeral de Estado… (…) Y mientras crece la distancia que la separa de la desaparición de sus padres, veinte y cuarenta años, y cuando nada en su manera de vivir y pensar se parece a la de ellos (<se revolverían en su tumba>), tiene la impresión de acercarse a ellos. A medida que el tiempo disminuye objetivamente ante ella, este se extiende cada vez más, más allá de su nacimiento y de su muerte, cuando imagina que, dentro de treinta o cuarenta años, se dirá de ella que conoció la guerra de Argelia como se decía de sus bisabuelos <han visto la guerra de 1870>…”

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Hablando de guerra. Espectacular la nueva cinta de Christopher Nolan. Oppenheimer es un alarde cinematográfico y narrativo. Obligatoria su visión en pantalla grande, donde es más apreciable su montaje, que en algunos tramos me recuerdan al adoptado por George Clooney como realizador en su memorable Buenas noches, y buena suerte (Good night, and Good luck, 2005), la excelente fotografía del suizo Hoyte Van Hoytema, la increíble banda sonora de Ludwig Göransson y un reparto en estado de gracia encabezado por Cillian Murphy, uno de los actores fetiches de Nolan que, en el papel protagonista, hace uno de sus mejores trabajos. Imborrable la pequeña pero esencial escena en la que Oppenheimer y Einstein intercambian unas palabras. La expresión del viejo científico ante lo que le revela el primero, su mutismo al cruzarse con Lewis Strauss (al que da vida Robert Downing jr.) resume a la perfección lo que significaba el resultado del descubrimiento al que acababa de llegarse.

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Como igual de simple pero también inolvidable es la secuencia con la que finaliza Los Febelman (The Febelmans, 2022), la última película de Steven Spielberg. Un bellísimo homenaje al cine clásico, un tributo al maestro John Ford al que, curiosamente, da vida otro director de culto: David Lynch. Pocas veces, con tan poco, se ha hecho una declaración de amor al cine con tanta carga emocional.

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Vuelvo a ver Atlantic City (1980), de Louis Malle. Lo hago por el simple placer de volver a regodearme en la insuperable interpretación de un Burt Lancaster ya viejo y cansado. Pero que da una lección magistral. Lancaster es en este film un matón de pequeña monta que se construye toda una fantasía para hacerse pasar por uno de los gánsteres más importantes de su época. Nos habla de las miserias humanas y de la redención. Pero también, de nuevo, del paso de los años y de la vejez.

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Y también rescato otro clásico de Elia Kazan: Baby doll (1956), con los excelentes Karl Malden, Eli Wallach y Carroll Baker. Basada en una obra de Tennessee Williams, la historia transmite una tristeza y una soledad desasosegante. Y, como ocurre en otras obras teatrales de Williams, el personaje femenino está lleno de contradicciones, resulta a veces irritante y desquiciado, pero siempre despierta nuestra ternura ante tanto sinsabor como el que padece.

Sigo escribiendo, embarcado en una nueva novela que avanza y que crece. Lleno páginas que no sé si acabarán siendo definitivas o no. Eso nunca se sabe hasta que tienes la historia completa y comienzas a retocar, a pulir y a podar. Incluso el final al que me lleva su trama es probable que no sea el mismo que ahora intuyo. El tiempo lo dirá.

Sergio Barce, 6 de agosto de 2023

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NOTAS A PIE DE PÁGINA 13 – DE MUJERES ADMIRABLES Y OTROS PECADOS

Desde el pasado mes de enero no retomaba mis notas a pie de página. Cómo pasa el tiempo, cómo se nos escapa de las manos sin apenas darnos cuenta. Y continúa adelante sin detenerse, sin darnos un respiro.

Esta mañana, mientras escuchaba Impossible Germany, de Wilco, he leído la siguiente noticia de Europa Press: “Un distrito escolar de Utah (USA) retira la Biblia de las bibliotecas por contenido <pornográfico o indecente>”. Otro pasito más en esta ola de censura pacata y moralizante que invade todos los países. A ver, cuando se lee un texto de la Biblia, al acabar su lectura, los sacerdotes siempre dicen: palabra de Dios. Así que esos puritanos, con su decisión, se están enfrentando a la cólera divina. Dentro de poco, vestirán a Adán y Eva con trajes EPI y escafandras de astronauta para cubrir su desnudez y para evitar que “se contagien con algo”, y también arrancarán las páginas donde se habla de Sodoma y Gomorra, con lo divertido que fue aquello. Llamativo que esta iniciativa arranque en el país donde, en cada cajón de la mesita de noche en las habitaciones de los hoteles y moteles, siempre hay una Biblia y en el que habitualmente sus dirigentes acuden al consabido “Dios bendiga a América”. Pues que sepan que el chollo se les acaba y que Dios no les va a hacer ni caso. Censurarlo a Él. ¡Por dios!

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“A veces notaba en algunas mujeres de mi edad el deseo de atraer su mirada según, pensé, una lógica simple: <Si le gusta a ella, es que prefiere a las mujeres maduras; entonces, ¿por qué no a mí?>. Conocían perfectamente su lugar en la realidad del mercado sexual, y que fuera transgredido por una de sus semejantes les daba esperanzas y audacia. Por irritante que fuera esa actitud de querer captar -discretamente en la mayoría de los casos- el deseo de mi compañero, no me molestaba tanto como el descaro con el que algunas chicas jóvenes coqueteaban con él delante de mí, como si la presencia a su lado de una mujer mayor fuera un obstáculo insignificante o incluso inexistente. Sin embargo, pensándolo bien, la mujer madura era más peligrosa que la joven, prueba de ello es que había dejado a una de veinte años por mí.”

Este párrafo pertenece a El hombre joven (Le jeune homme) de Annie Ernaux, escritora que sigue fascinándome por su sinceridad irrenunciable. Lo he escogido como contrapunto a la noticia de Europa Press, porque la Ernaux es libertad pura. Se trata de un libro corto, que se lee en pocos minutos, pero de gran intensidad, en el que relata su experiencia pasional y sexual real junto a un hombre muchísimo más joven que ella. Y lo hace con una lucidez admirable. Me encanta su estilo corto, seco, sin fisuras.

Estos meses han sido muy femeninos. Además del libro de Ernaux, me zambullí en la vida de Emily Brontë, el primer capítulo que Lydie Salvayre dedica a siete escritoras en su libro Siete mujeres (7 femmes), que ha traducido del francés Marta Cerezales Laforet. La lectura de esta primera biografía comprimida pero tan completa es conmovedora. Lydie Salvayre la hace, además, atractiva con su excelente prosa, logra que se perciban fácilmente hasta las fragancias de los campos de Haworth y el pequeño mundo que se construyó la joven Emily.

Hablando de Marta Cerezales, acudí al encuentro que se organizó con ella en el CAL de Málaga, con ocasión de la presentación del libro Discurso sobre la felicidad (Discours sur le bonheur, 1779), de Madame de Châtelet, que Marta ha traducido, y en el que intervenían también mi admirado Miguel Ángel Moreta-Lara junto a Antonio Álvarez de la Rosa. Agradable reencontrarme con dos de mis personajes de El mirador de los perezosos: Marta y Miguel Ángel. Y muy curiosa la vida de Madame de Châtelet, escritora y matemática, y la relación que mantuvo con sus distintos amantes, entre ellos, Voltaire.

Como ha sido igualmente curioso el descubrir la existencia de Inés Joyes y Blake (1731-1808), una traductora española que vivió en Vélez-Málaga. Mi amiga la escritora Herminia Luque fue quien nos acercó a su figura y a su obra en el Ateneo de Málaga.

También veo dos documentales de excepcional calidad que hablan de dos mujeres llenas de talento creativo: el primero es A las mujeres de España: María Lejárraga (2022), de Laura Hojman, que ya me impresionó como directora con el maravilloso trabajo que dedicó a Antonio Machado: Los días azules (2020) del que ya escribí en su momento. Ahora, Laura Hojman saca del ostracismo a una mujer admirable, María Lejárraga (1874-1974), que vivió a la sombra de su marido, Gregorio Martínez Sierra, que era quien aparecía como el autor de muchas de las obras que había escrito ella porque, claro, en aquellos años no estaba bien visto que una mujer firmara con su nombre. Una historia de injusticia, pero una historia de amor por el arte al que María Lejárraga jamás renunció. Entre sus obras de teatro se encuentra Canción de cuna y es la autora de los libretos para Falla de El amor brujo y El sombrero de tres picos, entre otras creaciones. Luchó por los derechos de la mujer y, como tantos otros intelectuales, acabó exiliada tras la guerra civil. El documental de Laura Hojman la sitúa en el lugar que le corresponde.

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El segundo de los documentales es la serie titulada Las últimas estrellas de Hollywood (The last movie stars, 2022), dirigida por el actor Ethan Hawke, que dedica seis episodios a la carrera artística y a la relación que mantuvieron Joanne Woodward y Paul Newman. La serie documental tiene la virtud de salirse de los caminos trillados y, a la vez que asistimos a todo el proceso de investigación y consultas, así como a su manera de encarar esta producción por parte de Ethan Hawke, en paralelo, recorremos la vida de estos iconos del cine: la Woodward y Newman. Y el resultado es espectacular y emocionante. Una preciosa serie que recomiendo efusivamente.

Hablando de Ethan Hawke, él es, junto a Pedro Pascal, uno de los protagonistas del mediometraje de Pedro Almodóvar: Extraña forma de vida (2023). Al acabar la proyección, escuché a alguien decir que le había encantado la cinta y que se había emocionado. Creo que había visto algo distinto a lo que yo acababa de ver: una película mediocre con un guion muy flojo. Si en vez de estar dirigida por Almodóvar, el realizador hubiera sido alguien menos renombrado, no habría llegado a las salas de cine. El caso es que, en estos casi cinco meses, se han encadenado acontecimientos, eventos y noticias muy positivas, y otras decepcionantes (que me abstengo de mencionar por no aportar nada de valor). Supongo que es como debe ser.

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Estuve en Tánger para la puesta de largo del último número de la revista SureS, que dirige Santiago de Luca, y en el que he participado con dos artículos. Lo pasamos genial hablando de cine negro y de novela negra, siempre ambientados en Tánger. Semanas después, fui el encargado de presentar en la Librería Luces, de Málaga, el libro de relatos del propio Santiago de Luca: Los irregulares de Tánger. Que fue todo un éxito de público. Hay mucho tanyaui en Málaga y se notó.

Mi libro El mirador de los perezosos, ha sido reconocido con el Premio Andalucía de la Crítica al mejor libro de relatos publicado en la Comunidad durante 2022. Todo un hito, teniendo en cuenta la modestia de mi editorial, Ediciones del Genal, y la calidad del resto de autores. Me lo he tomado como el resultado de más de veintitrés años de esfuerzo y constancia, de tratar de mejorar con cada libro que publico. Enorgullece pensar que los escritores y críticos que decidieron conceder el galardón apostaran por la calidad de estos cuentos. Así lo quiero pensar.

A raíz de este premio, he vivido situaciones curiosas. Por un lado, la más satisfactoria, que los amigos, los verdaderos amigos, hayan compartido conmigo la alegría del momento. También es grato el hecho de que me están invitando a instituciones, eventos y encuentros para los que, sin ese galardón, es probable que no habrían contado conmigo, pero tomemos esto último como algo natural y hasta comprensible. Sin embargo, han sido los lectores, junto a los amigos, quienes me han sorprendido con su generosidad. Recibir los comentarios y las sensaciones que han experimentado con El mirador de los perezosos, no tiene precio y, en ocasiones, ha sido toda una sorpresa lo que me transmiten. Pero es que esto ha provocado que muchos de ellos se hayan animado a leer mis anteriores títulos y que nuevos lectores hayan descubierto mis novelas La emperatriz de Tánger, El libro de las palabras robadas o Malabata, y que se hayan convertido así en fieles seguidores.

El premio, por supuesto, no cambia nada. El camino es arduo, pero son precisamente mis lectores los que me dan aliento para seguir bregando.

Tras mi paso por las Ferias del Libro de Huelva, Granada y Málaga, toca estar en la de Madrid el día 9 de junio, y, apenas veinticuatro horas antes, el día 8, estaré en el Salón Internacional del Libro de Rabat, invitado por la Fundación Tres Culturas, para hablar de El mirador de los perezosos con la escritora Karima Ziali. Luego, trataré de estar en la de Sevilla y presentar el libro en Barcelona y Bilbao. Incha alláh.

“Calles, plazas, estanques, huertos, olivares y naranjales. El tío-abuelo sabía a quién pertenecían <aunque él no fuese el catastro>, aclaró con cierto regomello. Comerciantes, funcionarios, obreros, desocupados, ricos, pobres (éstos eran legión; la lista no se acababa nunca). También las que hacían negocio con lo que Alá les había puesto entre las piernas, debajo de las faldas. A quién debía de saludar el chico y con qué grado de deferencia; a quién decirle sólo <Alá te guarde>. Sin ir más lejos. <Y sin echarle demasiada fe a lo de Alá te guarde, intervino Fátima, no sea que el Señor te haga caso y tengamos hijo de puta para la eternidad>. <No se trata de un hijo de puta, mala lengua>, cortaba el tío-abuelo. Pero sin convicción. <¿Ah, no? Ese fulano te enreda todo lo que puede, habla mal de ti cuando le das la espalda, sus deudas duran más que las sequías, pero claro, para ti ese tío no es un hijo de la gran puta. ¡Pues a mí ya me lo parece!> <Mujer, para ser hijo de puta hay que tener una madre un poco rara…, como una perra movida. No es el caso de Alí>. (El interfecto se llamaba Alí, señal de identidad más bien imperfecta: ¡hay miles de interfectos que se llaman Alí!). <¿Y usted qué sabe? (Fátima empleaba el usted cuando su mala uva subía como espuma de leche.) Es cierto que yo no conocí a la madre de ese Alí de joven, cuando estábamos en Tánger, pero me tropecé mil veces con su tía, que hacía el puerto mañana, tarde y noche. ¿Quiere usted saber de lo que se quejaba? De que su querida hermanita la obligaba a trabajar en los peores cafetuchos. Mientras ella, la guapísima, madre del tal Alí, se reservaba para sí misma los salones de té del centro y los bares americanos de la colina. No, a mí el Alí no me las da con queso. ¡De tal palo tal astilla!>.”

Este otro párrafo pertenece a la novela Marruecos (1991), de Agustín Gómez-Arcos, obra que me ha descubierto el poeta Salvador López Becerra, que me lo ha regalado después de reencontrarnos tras mucho tiempo sin vernos. Un detalle precioso por su parte y que agradezco. Es una novela dura, pero, a la vez, llena de ironía y fino humor. Sigo su lectura con deleite.

Mientras escribo, mi hijo Pablo, junto al productor César Martínez Herrada, y los miembros del equipo del nuevo cortometraje que dirigirá en el mes de julio, se encuentran en Larache fijando ya las localizaciones y efectuando el casting para seleccionar a la niña que acompañará al niño protagonista del film. Es una nueva adaptación de otro de mis cuentos, como ya ocurriera con El nadador. Ilusionados con este nuevo proyecto que ya llega a su fase crucial.

Hoy no he hablado de Lorenzo Silva. Pero adelanto algo para el próximo artículo: cuando nos conocimos en Tánger, hace ya unos veintidós años, tras comer en el hotel Minzah, él y su mujer me preguntaron si los acompañaba a dar un paseo por la ciudad. Creo que, en esos instantes, Lorenzo me intimidaba… Continuará.

Sergio Barce, 4 de junio de 2023

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