Archivo de la etiqueta: Meshi shughlek – no es asunto tuyo

JUNTO A MÁS LIBROS DE MIS AMIGOS

Continúo colgando en mi blog imágenes pertenecientes a mi biblioteca en las que alguna de mis obras acompaña a los títulos de buenos y queridos amigos escritores.

Hoy: mi libro de relatos El mirador de los perezososjunto a Profundo Sur, de Juan José Téllez;  Mi avión herido, de Mario Castillo del Pino, y al lado de Un cine en el Príncipe Alfonso, de Mohamed Lahchiri. 

Mi novela Sombras en sepia, posando con El latido de Al-Magreb, de Pablo Martín Carbajal, y junto a No sé quién eres, de Miguel Torres López de Uralde.

Mis relatos de Una puerta pintada de azul, junto a Los lugares verdes, de Luis Salvago y a Meshi shughleck, de Alberto Mrteh.

Y mi libro de relatos Paseando por el zoco chico. Larachensemente, al lado de Cuentos de Larache, de Mohamed Sibari; El eco de la huida, de Hassan Tribak y Entre Tánger y Larache, de Mohamed Akalay. 

 

***
***
***
Etiquetado , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

ENCUENTRO EN LA ESTACIÓN MARÍA ZAMBRANO

El jueves pasado, 15 de diciembre, llegaba a la estación de tren María Zambrano, de Málaga, en el AVE Valencia-Málaga, que es un trayecto que se hace largo porque hay un transbordo en Madrid que se demora casi una hora. Regresaba de la presentación en Valencia de mi libro El mirador de los perezosos. El día antes, Alberto Mrteh, que se encontraba en Granada presentando también su libro Meshi Shughlek, me envió un whatsapp para anunciarme que iría de paso por Málaga y que, junto a Miguel Ángel Moreta-Lara, me esperaría en la estación para vernos. Y así fue.

Cuando salí del andén, me los encontré esperándome. Es agradable que te reciban en la estación cuando llegas de un viaje. Solo faltó la música de fondo de la película Love actually. Nos abrazamos, y me presentaron a Salvador Peña, que también estaba allí. Buscamos un bar cercano y nos pusimos a conversar animadamente.

Albero estaba excitadísimo porque deseaba darnos dos buenas noticias, que celebramos con risas. Luego, sacó primero un ejemplar de mi libro El mirador de los perezosos, para que se lo dedicara. Aguardo con impaciencia sus impresiones cuando acabe su lectura. A continuación, extrajo de su bolsa de viaje otro libro: Las mil y una noches, que Salvador Peña había traducido del árabe, y que se considera una de las mejores traducciones que se han hecho al español. Pero la que traía Alberto era de otra editorial. Cuando les comenté que la versión que he leído es la edición de René R. Khawam, me confirmaron Miguel Ángel y Salvador que no era precisamente de las mejores versiones. Así que he de dar con la que tradujo Salvador Peña, aunque parece que es difícil de encontrar ya.

Nos contó Salvador que tardó ocho meses en traducir el mítico libro con los cuentos de Scheherezade y que lo dejó exhausto, pero que, sin embargo, al poco tiempo, echaba de menos no seguir traduciendo esas historias. También nos dijo que la traducción exacta del título original es el de Las mil una noches, y no Las mil y una noches, porque el significado es muy distinto, y es verdad.

Hablamos también de mi presentación en Valencia y Alberto de la suya en Granada. Tenemos pendiente hacer una juntos. Entonces Miguel Ángel Moreta-Lara, siempre tan espléndido, me deslizó una bolsa, regalándome los tres primeros números de la Revista Marroquí de Estudios Hispánicos, y un par de libros más relacionados con el hispanismo marroquí. Alberto, por su parte, nos repartió a cada uno de nosotros una manopla o kessa típica de las que se utilizan en el hamman marroquí para exfoliar la piel. Volvimos a reír cuando recordé que Miguel Ángel estaba allí porque, siendo uno de los personajes de mi libro El mirador de los perezosos, se había escapado del interior del relato para acudir a esta cita.

Cuando acabamos las cervezas, habíamos resumido en una hora un sinfín de historias, como si Las mil una noches nos hubiera contagiado. Nos despedimos y regresé a casa con la sensación de que soy un tipo privilegiado. Había viajado a Valencia, donde varios buenos amigos me habían acompañado y arropado en la presentación, y al regresar otros amigos me esperaban para darme la bienvenida y me hacían regalos imprevistos. Pensé que la Navidad se había adelantado.

Sergio Barce, 17 de diciembre de 2022

 

ALBERTO MRTEH, SERGIO BARCE, MIGUEL ÁNGEL MORETA-LARA Y SALVADOR PEÑA
Etiquetado , , , , , , , , , , , ,

«MESHI SHUGHLEK. NO ES ASUNTO TUYO», UN LIBRO DE ALBERTO MRTEH

Mi amigo Alberto Mrteh estaba como niño con zapatos nuevos en la Feria del Libro de Madrid. Acababa de salir su libro y se enfrentaba a sus potenciales lectores. Le brillaban los ojos, y se movía nervioso, cosa que, por cierto, ocurre incluso sin que publique nada. Es curioso e inquieto, un hombre hambriento de saber. Me fascina su insaciable necesidad en adentrarse especialmente en la cultura marroquí. Instalado en el sur del país, va asimilando cada experiencia como si bebiera de un licor afrodisíaco. Su natural generosidad, que me ha demostrado ya en varias ocasiones, se aúna a su querencia a aprender de todo y de todos. Da bocados a la realidad que le rodea. Se desplaza en los medios de transporte más populares y exprime a los viajeros que van a su lado para saber de sus vidas, de sus costumbres, de sus sueños. Todo lo apunta (para eso es escriba). Todo lo memoriza. Y, de manera lógica e inevitable, lo vierte en sus escritos que comparte en su blog (El zoco del escriba) y ahora también en este primer libro publicado por Huerga & Fierro. Su título es ya de por sí sugerente: Meshi shughlek (No es asunto tuyo).

Con Meshi shughlek he efectuado un curioso paseo por Marruecos, un viaje que nace y termina en el interior de los hammanes que ha ido visitando el autor por diversas ciudades, pero en especial en Kenitra. Lo he seguido pasando de sala en sala, oyendo la caída del agua que él escuchaba, escrutando a los personajes que acuden a esos baños públicos para descubrir cómo su voraz curiosidad los estudia hasta en el menor de los gestos. Yo los observaba con las palabras de Alberto y los veía moverse con las sensaciones que él describe en cada página. Era como sentarse a su vera para escucharlo, oyendo sus impresiones susurradas en voz baja. Cada visita es un cuadro, cada sala una fotografía, un personaje pasa a ser una escultura moldeada por sus manos.   

“…Sentado en el banco cubierto por la toalla, un hombre descansa frente a mí después del baño. Está un poco calvo, lleva recortada su blanca barba y tiene una enorme barriga, como la mayoría de los hombres magrebíes de mediana edad. No lo distinguiría de muchos otros, salvo por una lágrima que le corre por la mejilla. Por un momento me parece que quizás no sea más que sudor, pero el hombre respira hondamente y en el suspiro muestra su pena, de una pérdida quizás, de lo que tuvo y no supo retener o de lo que nunca logró. Nunca había visto llorar a un marroquí. Sus movimientos son pausados, parece que le cuesta hasta respirar. Le busco con la mirada para entablar conversación con él y así saber qué le provoca ese dolor. Necesito matar mi curiosidad y resulto demasiado atrevido con la mirada fija, como hacen los niños que aún no conocen las reglas sociales. Sin embargo, el hombre sigue ausente y seguramente ni siquiera desee hablar con nadie. Se cubre con la chilaba de color gris que rima con su rostro ceniciento y se dispone a salir. Al cruzarse conmigo, le sorprende mi saludo y me da la mano deseando que disfrute con salud del hamman, pero me quedo intranquilo sin saber qué le ha ocurrido a este señor de barba blanca para que acabe llorando en público…”

La variedad de personajes es tan diferente como los días de visita y como las salas de cada hamman. Y hay en cada uno de esos episodios, a los que continúo asomándome siguiendo sus pasos, una pequeña y sencilla historia que Alberto descubre y graba con sus ojos. A veces sonrío con lo que me enseña, en otras ocasiones me emociono, hay instantes para reír, como cuando lleva a su padre al hamman Shabi, de Kenitra, y también capítulos en los que la rabia y la frustración cobran vida, pero tratados con una delicadeza exquisita. Sirva de ejemplo el siguiente párrafo al hablar del odioso personaje de Azdin, que, sin duda, literariamente es un retrato perfecto.

“…Nunca me ha resultado tan agradable como hoy entrar en los baños, mojado como estoy por la lluvia, el calor resulta aún más reconfortante. Cuando por fin me instalo, me llama la atención desde el primer momento un hombre con la cabeza rapada que se encuentra junto a la enorme pila donde se llenan los cubos. La barba mal arreglada le enmarca la cara de mirada afilada. Su expresión es tan intensa que me resulta imposible dejar de mirarlo. Cuando se levanta, puedo observarlo al detalle. Lleva puestos dos calzoncillos blancos, uno ajustado y, por encima, otro con la goma dada de sí que le cuelga por debajo de las nalgas cuando se descarga un cubo de agua para refrescarse. Ha pillado la parte delantera con el más ceñido y así evita que se le caiga por completo. Es moreno de piel y de cuerpo robusto, seguramente por el trabajo en el campo o en alguna otra actividad que requiera intenso ejercicio físico.

Me habría olvidado de él si no hubiese sido por una mirada de uno de sus acompañantes. A su lado se encuentran en el suelo dos niños a los que grita todo el tiempo. Ya he visto antes ojos como aquellos que clamaban auxilio. Me alerta y analizo la situación. Nadie puede decir que les está pegando, pero no le hace falta levantar la mano para ejercitar un trato salvaje. Mi corazón se acelera. Nunca he visto una escena similar en el hamman. No les está golpeando, me digo, pero los somete con continuas órdenes, llenas de agresividad, con un asfixiante caminar a su alrededor, con su vigilancia sin descanso. Y no necesito esperar a que le aseste el primer puñetazo para comprender lo que ocurre entre ellos. Conozco bien esos ojos infantiles que piden ayuda: mi verde mirada reflejada en el espejo del baño que me servía de refugio. Y también los distinguí en ojos fraternales. Los latidos son cada vez más fuertes. Esta maldita escena que siempre me alcanza, por mucho que huya y me mude de ciudad, por mucho que corra y me cambie de país. Esa lucha de miradas, la salvaje y la temerosa, siempre terminan por atraparme y por remover todos los recuerdos…”

Sigo visitando los hammanes a los que nos lleva Alberto Mrteh en este lento y marroquí paseo que disfruto igual que un largo sueño. Se siente en cada página el vapor, el agua caliente y el agua fría, los murmullos de las voces, los gritos de los niños, el chapoteo, y notas, a través de las palabras de Alberto, las miradas de los otros usuarios que devuelven, a veces con cierta impertinencia, su incomodidad al verse observados; aunque, hay que decirlo, la abrumadora mayoría se limita a seguir con sus quehaceres, a olvidarse del mundo exterior, y la paz se va aposentando en el espíritu.

Hay un párrafo que resume muy bien en qué consiste todo lo que Alberto pretende, que no es más que un ejercicio de voyerismo sin maldad, de voyerismo cultural y antropológico, pero lleno de humanidad. Escrutar, descubrir, asimilar. Hallar en definitiva el secreto del hamman.

“…Me siento y disfruto contemplando a las distintas gentes del hamman, observando cómo se comportan, imaginando sus vidas, como el viejo que se limpia lentamente y al que se le van cayendo los calzoncillos, o el joven de bañador azul que parece tener algún problema que le preocupa porque no para de cambiar de sitio y en ninguno permanece porque no se encuentra a gusto, o el señor velludo que se echa champú incluso por su tupido pecho, o el viejecito que entra cubierto hasta la cabeza con una toalla tan ajustada al cuerpo que le dificulta el andar y que respira aliviado cuando la cuelga sobre un gancho de hierro en la sala fría o el ksel barbudo que en el vestuario lleva puesto un albornoz blanco y, por encima, aún otro estampado que diría que es de mujer, pero que con esa barba le da aspecto de marajá de Las mil y una noches. Estoy sentado mientras me cambio y los miro a todos ellos, se acerca el ksel de bigote para decirme que no ha podido atenderme antes. Me había olvidado de él, distraído por lo que veía, y le propongo que lo dejamos para otro día…”

Meshi shughlek significa “no es asunto tuyo”. El título lo resume todo. Pero Alberto me ha llevado a todos esos lugares, me ha enseñado lo que sus ojos veían, me ha hablado entre líneas de su pasado y de su presente con una sinceridad apabullante y me ha mostrado otra cara de Marruecos que pocos han sabido describir como él. Quizá ha cometido un error al hacerlo porque, al final, gracias a seguirlo por este itinerario de aprendizaje ha acabado por ser asunto mío.

Sergio Barce, 1 de noviembre de 2021

 

ALBERTO MRTEH & SERGIO BARCE
Etiquetado , , , ,