“…en esta novela (El libro de las palabras robadas), la ciudad es un lugar de contrabando, y en este caso, de un valioso libro, que contiene lo prohibido y, por consiguiente, debe estar protegido. Tánger y Dalila, ciudad y mujer son las encargadas de guardar este libro secreto; Dalila es una mujer extremadamente bella, como la ciudad:
<Era una mujer magnífica, en todos los sentidos. Y durante estos años he visto crecer a Sara, y, mientras era niña florecía, Tánger se marchitaba. Cuando Dalila murió, la ciudad se hizo más triste, y eso es verdad… Así es la vida, Elio, una sucesión de pequeños acontecimientos que llenan nuestro vacío…>
La ciudad está en estrecha relación con el resplandor de Dalila, personaje muerto, que revive en el recuerdo de Elio y que es recordada como tantos otros acontecimientos que ocurren en la vida de una persona. Aunque se marchitaba cuando la hija de Dalila crecía, como si Sara se alimentara de la belleza de la ciudad, simboliza el sueño inalcanzable o la mujer idealizada e imposible, la integridad ética, y Tánger se convierte en la guardiana final del códice porque siendo el paraíso anhelado de los protagonistas, ha de ser también el último refugio contra el mal. Elio vuelve a Tánger al final de una etapa de vacío y aturdimiento para vivir en paz con Sara.
<Lo que iba a ser un viaje relámpago se convirtió en toda una experiencia vital. Fue una vida irrepetible, idílica, bohemia. El Café Hafa se convirtió en el mejor lugar para ver la puesta de sol, siempre con un té humeante en la mesa y algo de kif. Se trataba únicamente de estar juntos en aquella casa y sumergirse en otro libro que revivía a través del códice. Fueron decenas de exquisiteces, de obras maestras.>
El hecho de no quedarse en Málaga es sinónimo de una atracción por la ciudad del Estrecho y el preciado códice. No se presentan lugares de encuentro, salvo la avenida principal: el bulevar, la casa de Marshan de Dalila Beniflah: <preguntó entonces a dónde debía levarlo, y el joven le indicó la dirección, en el barrio del Marshan. Por supuesto, la casa de la señorita Beniflah, respondió con cierta suficiencia. Condujo en silencio, Tánger se metía por los cinco sentidos, y el joven recién llegado aspiraba la esencia de la ciudad intuyendo que era un lugar del que iba a tardar en marcharse…>.”
SERGIO BARCE Y RANDA JEBROUNI
Narrativa anacrónica: para una lectura postcolonial
de
José Manuel Goñi Pérez
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro. Lo que él respira es lo que a ti te asfixia, lo que come es tu hambre. Muere con la mitad más pura de tu muerte. Rosario Castellanos, El otro
La literatura del protectorado y de la ciudad internacional de Tánger en español, denominación de la producción literaria desde 1912 hasta 1956/1959, tiene a su vez otra literatura, homóloga, coetánea y anacrónica que versa sobre temas del protectorado y que en las últimas dos décadas ha empezado a despertar el interés no sólo de lectores nacidos o relacionados con la zona colonial sino de ciertas editoriales independientes y algunos reducidos círculos literarios (editoriales tales como 451 Editores -del escritor y filólogo Javier Azpeitia- la Librería Hebraica, la editorial Pre-Textos, la editorial Aljaima entre otras).(1)
Esta reciente poiesis está facilitando una reconstrucción histórica de los enclaves coloniales del norte de África y su interés no sólo se centra en la ficcionalización de la misma Tánger, Larache o Tetuán, sino que, como ya destacara Bernabé López García (Prólogo, Nogué y Villanova: 1999), este interés también ha vivificado el estudio sobre las relaciones entre España y el país magrebí en distintos ámbitos, así como los posibles significados de la época colonial. Por otro lado, la representación novelada de tales enclaves e historias no es la visión paradisíaca de un territorio distanciado y ajeno a ideologías absolutas y dominantes que imperaban en las décadas de los cincuenta y sesenta por allende y por aquende. Sino que, como es el caso de Último verano en el paraíso (2004), la obra literaria está marcada por la reflexión histórica sobre el norte de Marruecos, de los marroquíes y de los españoles y de los apátridas y sobre la meditación y definición del tornadizo concepto del Otro. (2) A esta ficción moderna, anacrónica y de mirada penetrante, hay que añadir la existencia hoy en día de distintos documentos, algunos de ellos digitales, que se están convirtiendo poco a poco en una base de datos -tanto histórica como literaria- que alberga memorias, ideologías, biografías, autobiografías, pensamientos y visiones sobre la cotidianidad de la vida bajo el Protectorado y la internacionalidad de Tánger, soterradas o que se creían perdidas, con la anexión de las tierras coloniales al reino alauí. De entre estos documentos destaca la revista Tingis (dirigida y editada por Lydia Sanz de Soto), que aúna todavía más la relación entre la historia y la intrahistoria, entendida esta última como una búsqueda del pasado histórico a través de lo humano y lo aprendido por el ser común e individual -antítesis del héroe histórico. (3) Esto es, la búsqueda del mundo olvidado y, a su vez, el temperamento histórico de la ciudad colonial. De ahí que la intrahistoria o su reconstrucción esté limitada a quienes de alguna u otra manera vivieron en ella y la rescriben. (4) La importancia de esta visión intrahistórica de Tánger reside en la individualidad de cada visión y en la amplitud de las mismas. Tánger no existe, pues, sino en la desmembración de cada una de sus visiones, pues a cada persona le corresponde un Tánger. No obstante, hay que especificar que estos datos históricos no son parte de la recuperación de una memoria histórica regida y desiderativa, sino, muy al contrario, una visión cercana a la ‘base eterna’ azoriniana, esto es, a lo que queda tras filtrar el pasado por el tamiz del presente. De ahí que parte de la literatura actual sobre Tánger tenga un cierto aire de reminiscencia realista o de ‘novela ecfrástica’, como El último verano en Tánger, de Juan Vega Montoya. (5)
No obstante, lo que diferencia a la ficción coetánea sobre Tánger, producto de la emigración, la República y posteriormente la diáspora, producto de esa «España silente y la Tercera España silenciada» -como la llamara Ramírez Ortiz (2005: 9)- con la visión literaria tanto de finales del XIX como del primer tercio del siglo XX, es que el escritor tangerino (6), será un escritor independiente, emancipado y algunos de sus escritores alejados de las dificultades y penurias por la que transcurría la misma España, como bien se demuestra al leer la obra de A.Vázquez (7), mientras que la visión de escritores decimonónicos e incluso de principios del siglo XX como Joaquín Gatell (8) y Foch, Giménez Caballero, Díaz Fernández o el mismo Pedro Antonio de Alarcón –corresponsales, voluntarios al cuerpo del ejército o financiados por instituciones españolas– era una visión parcial e impedida. Manuela Marín en su exhaustivo estudio sobre las imágenes opresivas de la literatura de viajes sobre Marruecos explica que desde mitad del siglo XIX hasta comienzos del Protectorado en 1912 «la vigencia de unos signos interpretativos inmediatamente aceptados y difundidos a través de fórmulas literarias e iconográficas debe relacionarse con el carácter particular de la literatura española de viajes sobre Marruecos en este periodo», y añade que este es un periodo «de observación, catalogación y clasificación de una sociedad vecina pero fundamentalmente ajena» (2002: 88). Es menester añadir que la presencia española en el norte de África no produjo solamente una visión literaria en español sino que también facilitó la impresión de obras en árabe, posibilitada por la imprenta hispanoárabe del Padre franciscano Lerchundi en Tánger, quien también pusiera su empeño en sacar a la luz la revista Mauritania (Tánger, 1928). Darias de las Heras da cuenta de las publicaciones periódicas del Marruecos español:
<Igualmente existió en las llamadas plazas de soberanía la esforzada y en muchos casos subvencionada publicación de prensa periódica poseedora de una admirable historia que se prolongará durante más de una centuria. Se inicia en 1860 con “El Eco de Tetuán”, fundado por Pedro Antonio de Alarcón, pionero de los corresponsales de guerra españoles, y que, tras fusionarse con “El Norte de África”, pasaría a llamarse ”La Gaceta de África”; continúa con el melillense ”El Telegrama del Rif” (1902), “El Faro” –rebautizado después como “El Faro de Ceuta” (1934)–, “El Eco de Chef Chauen” –editado desde 1920 inicialmente en multicopista y en el que colabora Tomás Borrás–, “El Heraldo de Marruecos” –que aparece en Larache en 1925– y los tangerinos ”El Porvenir”, ”El Diario de África” y sobre todo “España”, cuya trayectoria va desde 1938 a 1967, cubriendo los años de esplendor de la ”Ciudad Internacional” y siendo dirigida desde sus comienzos hasta 1955 por Gregorio Corrochano, otro preclaro corresponsal de guerra.> (2002)
Hasta fechas recientes se ha acusado a las letras españolas de no tener una literatura colonial africana, esto es, autóctona, y de tener una literatura sobre las colonias escritas por escritores peninsulares (Antonio Carrasco: 2000). A diferencia de la literatura hispanoamericana, véase el caso de Rosario Castellanos y en concreto Balún Canán (1958), la inexistencia de un narrador que penetrara en las relaciones de los distintos grupos sociales, en la mezcla de lenguas, de religiones y de intereses, ha sido una de las características más significativas de la literatura tangerina –si exceptuamos –ya a finales de la década de los 50– la narración íntima e inclusiva de Antonio Vázquez. El protectorado no termina por novelar y describir enteramente las distintas esferas sociales, etnias y clases sociales, y su difícil interacción. Si aceptamos siguiendo a Antonio Carrasco que las visiones coloniales de la literatura del Protectorado «son parciales y siempre imbuidas por la distancia del europeo hacia el africano, incluso los que se muestran más comprensivos con los marroquíes» –sin olvidar también a la comunidad sefardí– y que en su representación ficcional:
<La ilusión supone la falsedad de gran parte de las situaciones que se plantean en los libros españoles, la falta de objetividad al mostrar a unos y otros. Hay exceso de heroísmo injustificado y exceso de crueldad inventada. Ilusión es sugestión, distorsión, imaginación o deformación más o menos grande de la realidad. Es sentido de alteridad y, en muchas ocasiones, de superioridad, eurocentrismo o lo que los colonialistas ingleses llamaron jingoismo.> (Eco de Tetuán, 2006)
Si aceptamos, decía, en mayor o menor medida este análisis generalista, (9) hay que añadir que será un grupo de escritores, cuyo rasgo común es el de la diáspora y el distanciamiento temporal de lo que fue Tánger y la zona del Protectorado español, el que describa y desentrañe a principios del siglo XXI, y de forma paulatina, una visión y una historia del pasado colonial reflexionada y acicalada por más de cuatro décadas de silencio. (10) En muchos casos estos textos literarios, creados desde visiones, ideologías e intenciones distintas, conforman no una corriente literaria, sino una respuesta común y coetánea a los problemas y conceptos del Otro y la diáspora. (11)
Definir la literatura sobre la ciudad de Tánger escrita en la última década como la representación de la búsqueda sublime de lo exótico, lo orientalista o el redescubrimiento de unas vidas colonizadas resulta arduo y hasta embarazoso. Ya que si la visión novelística actual ahonda más en el distanciamiento político y utópico de la zona internacional y colonial, y da más importancia a la reflexión del Yo y del no–Yo con referencia a los sentimientos vitales (literatura nostálgica se la ha llegado a denominar), la visión de la primera mitad del siglo XX tanto en narraciones, libros de viajes, pintura, y artes plásticas –postales dibujadas e incluso fotografías– están más cercanas al estereotipo peninsular que se tenía del norte de África. (12) Un estereotipo de rasgos exóticos y casi metaliterarios que dotará a la ficcionalización de los territorios colonizados de una falsa superioridad basada en comparaciones sociales y que les hará obviar los elementos culturales. Incluso el viajero de finales del siglo XIX, alimentado por esta caterva de miradas, descubrirá un mundo hostil y de difícil aclimatación. (13) Los libros de viajes, ya mencionados, darán una visión predeterminada y esperada por parte de un lector específico que buscaba el descubrimiento de lo ajeno, de lo desconocido y opuesto, de una nueva barbarie frente a la civilización incansable, de nuevo hilo que recondujera los designios de grandeza e hiciera olvidar la pérdida de las últimas colonias y el fracaso reconocido de finales del XIX y la estrepitosa inhabilidad política de principios del siglo XX y devolviera lo perdido a un pasado irrecuperable. Nuestro orientalismo no fue tal –pues incluso el modernismo español o el latinoamericano pasó por el tamiz de la visión orientalista de la literatura francesa, basada en la sensación y en la belleza de los ensueños proyectados por Shehrezade. Si nuestro orientalismo no fue tal, nuestro colonialismo fue más bien un intento fútil, efímero y visionario de reencontrarnos con la América perdida. Esto por una parte. Por otra, habría que añadir que el entendimiento de la ficción de la ciudad de Tánger en la literatura española contemporánea pasa también por el conocimiento de la mitificación (14) del Tánger de Paul Bowles, de Jane Bowles, de Tennessee Williams, de Ginsberg, de Kerouac y de William Burroughs, Genet, Truman Capote de escritores como Alejo Carpentier y Rodrigo Rey Rosa, y de esta y aquella efímera representación, y de todos aquellos que han mitificado la mitificación de la ciudad de Tánger, una ciudad en palabras de Domingo del Pino ‘de limbos’, ‘mitos y sueños tal vez necesarios pero no siempre reales’. (15) Y a todos y a cada uno de estos Tángeres les corresponde la visión del Tánger de For bread Alone o de Día de silencio en Tánger. Y si es cierto que toda representación de una ciudad real –véase la reciente deconstrucción onírica neoyorkina de Ray Loriga– es ficcional, también lo es heurística, como la búsqueda fugaz que llevara a cabo la generación Beat tan apartada de esas otras posibles realidades históricas de Tánger, de esas mismas realidades ligadas por una apócrifa internacionalidad cuestionada de forma sin par por Antonio Parra en El Obispo de Tánger:
<Ser ciudadano del mundo. ¡Qué ingenuidad! El cosmopolitismo sólo es posible cuando se es el dueño de la situación. En la Tánger discretamente cosmopolita del pasado la “internacionalidad” de sus habitantes no era más que un juego alegre de quienes, en el fondo, se sentían respaldados por la seguridad de una patria, por el calor de una raíz, de un origen. Eran, más que cosmopolitas, espectadores radiantes de un cosmopolitismo que en realidad no existía en ninguna parte, en ningún corazón, salvo en el de unos pocos mentecatos. Se necesita mucha superficialidad para ser un verdadero cosmopolita. La tierra no es sólo el terruño, lo mezquino de la aldea, sino la intuición elemental y sentimental, pero firme, de nuestra severa raíz campesina; la irredenta memoria de un lugar, en alguna parte, en algún tiempo, en el que fuimos felices pastores o primorosos hortelanos. El paraíso del que fuimos expulsados.> (1995: 14-15)
Era demasiado temprano para ir al Palmarium y Amin Hourani se dirigió al centro. Le agradaba sentir la fría brisa del crepúsculo, subiendo por el Boulevard, y caminar por las calles atestadas de viandantes, una manera de sentirse aún vivo. Llevaba la mano izquierda metida en el bolsillo del pantalón y un cigarro apagado entre los dedos de la otra. Había deambulado por el Zoco Chico, bajado por la cuesta de los Siaghines y ahora de regreso al mirador. Finalmente se decidió por tomar algo en el Café de París.
Las aspas de sus ventiladores ronroneaban con placidez sin conseguir que el aire del local se inmutase. Se habían encendido las luces del interior y un brillo apagado ensortijaba las paredes. El murmullo de las conversaciones parecía el lejano rumor del mar acariciando la playa y eso siempre le reconfortaba. En cuanto había entrado, Esther Lipman se puso a agitar un brazo para llamar su atención, algo que, en un lugar como ése, no le resultaba muy cómodo. Sin embargo, descubrió que junto a Esther y otra pareja también se encontraba Augusto Cobos Koller. De manera que se decidió a acercarse a ellos.
Esther Lipman miró con descaro al comisario, de arriba abajo, con sus ojos impresionantes, como los de Theda Bara. Llevaba un vestido negro, de escote generoso, Sigue leyendo →