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“Una de las criadas que vivían en la casa era esa María Cépalo que ya he nombrado. Una moza cariharta y de buenos brazos, muy salada, aunque a veces su humor se agriase y no siempre por razones del todo comprensibles. Cuando le pregunté de dónde era ese apellido de Cépalo, se echó a reír. Entre hipidos me dijo si no se lo había dicho la señora. Algo molesta le dije que no, no tenía por qué estar al cabo de todo lo de la servidumbre. Ella, ya más calmada me dijo lo siguiente. Que el apellido no era tal, sino mote o sobrenombre. Se lo habían puesto a raíz de un suceso que se hizo famoso; fue que se despidió de una antigua ama, muy altiva y hasta cruel, cuando un día le dio un bofetón y ella le replicó, delante del resto de la servidumbre:
–Cépalo vuesa merced que los criados no somos brutos insensibles al dolor, que si hasta una pobre bestia que come cebada siente los palos de su dueño, cuánto más no lo hará una criatura que come pan. Cépalo vuesa merced que de la misma hechura somos todos los seres humanos: almas en cuerpos que se ha de comer la tierra, y almas que han de sufrir condenación o subir a los cielos por lo que ellos mismos hagan con sus obras, que decir lo contrario a cosa de demonios luteranos suena…”
“-/…/ Creo-dije por darle un giro a la conversación- que el amor más puro, el más excelso es el de la persona que ama a un ausente. Ama y sus ojos no son regalados por la presencia del otro, ni por las palabras del otro. El aliento del otro no la roza y esa persona sigue amando a través solo del alma, con ayuda de la memoria sola.
-La memoria sola –repitió María-. Es un hermoso concepto.
Doña María dejó el bufetillo y fue a mirar por la ventana. Daba ésta a un patio pequeño en el que había algunas plantas de olor –flores no, que no era época, ni una triste violeta había brotado aún.
-¿Y cuál es la mayor ausencia? –se dijo volviéndose hacia mí.
-Pues la de irse a un país lejano. O a Flandes o a Milán, que tampoco están a tiro de piedra.
-Tan lejos no están. Yo he vivido en Nápoles, y a Nápoles las gentes van y vienen casi como de aquí al Prado. Cuando la necesidad o el gusto aprietan, no hay distancias largas.
-¿Y los países de los finnos o el ducado de Moscovia o Novogrodia o Yugoria o Volotechia, Belchia, Udoria u Obdoria?
Ella sonreía, negando:
-Más lejos aún.
-¿Más que las Indias Occidentales?
-Sí, más.
-¿Aún en Terra Nova y tierra de Bacallaos?
-También.
-¿Y el polo Antártico, que dicen han pisado ya?
Me sentía como una niña dando la lección.
-Pues la isla de Trapobana, en las Indias Orientales, o las islas dedicadas al rey Felipe, las Filipinas, de donde vienen tan ricos bordados…
Doña María seguía negando con la cabeza y con los ojos, que se reían, también:
-El sitio más lejano, del que apenas sabemos, porque no hay quien haya vuelto y nos dé cuenta de él.
Entonces comprendí:
-Excepto Nuestro Señor Jesucristo, que de allí volvió al tercer día…
-Exacto, querida Ana.
-Luego el lugar es el otro mundo. Y la mayor fineza es amar a una persona muerta, a alguien que ya no nos puede amar de ninguna de las maneras, pues no ha de volver jamás.
/…/
Amar a una mujer. Amar a una mujer ya muerta. Ésa era la solución al enigma propuesto por doña María. Amar a una mujer muerta. Sobra decir que no me gustó un pelo esta salida. Sentí, si no miedo, algún pariente de esta emoción: una cierta alarma, un pequeño sobrecogimiento, un sobresalto diminuto.”
“Una de esas bazas de que disponen las mujeres –y a veces la única- es la belleza. Es un poder que ellas tienen, mas prestado poder es que, siendo tan efímero, sólo les sirve en el tiempo en el que su hermosura está en pleno esplendor, acompañándose de su estado de doncella y aún de cierta novedad, pues pronto se hartan los hombres de las mujeres muy vistas y muy paseadas por todos lados, con la típica hipocresía de quien trota y anda por donde le viene en gana –digo los hombres- y de las mujeres, ya se sabe ese odioso refrán de la pierna quebrada y ese otro del buen paño que en arca se vende.
Y esa belleza, siendo poder, es arma de doble filo, pues a veces irrita y ofende. Ofende a las mujeres que no tienen esa riqueza –que corporal es, pero riqueza al fin y al cabo- y no tienen tampoco el suficiente entendimiento para comprender que los dones los dispone Dios a través de su Divina Providencia…
/…/ E irrita la belleza, y sobremanera, a quien no puede tomar posesión de ella. Tantos galanes enamorados hay que adoran, reverencian, idolatran a una dama hasta que descubren que su belleza no será suya de ninguna de las maneras,; que, en contra de la común opinión, no se muestra voluble sino tozuda en grado extremo y decidida a no otorgarle sus favores. Y se vuelven entonces contra ella y la infaman y denigran y procuran hacerle todo mal, hasta rebajan esa belleza que consideraban celestial, arrastrándola por los suelos y emporcándola de la manera más sucia posible…”
Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Sergio Barce)
Tengo que ser sincero: nunca había oído hablar de Larache. Mejor dicho, si conocía el nombre, pero apenas era capaz de situarlo en el mapa o en el tiempo.
Pero ahora ya conozco su legado, un pasado que entremezcla las culturas árabe y judía con la española, entrando y saliendo de su historia como un fantasma que no se atreve a permanecer. Ha sido en estos últimos días cuando he llegado a conocer la Larache de finales de los años sesenta, cuando la huella española comenzaba a desvanecerse tras el fin del Protectorado.
Y me he familiarizado con el perfil náutico del Ideal, con el Balcón del Atlántico, la Iglesia de San José, el Zoco o la Medina. Pero también con quienes han dado vida a esas calles, personajes como Sibari, Yasim, Fátima o Laabi.
Y es sobre ese conglomerado urbano y humano donde Sergio Barce hace crecer sus relatos, unas historias en las que biografía y ficción se combinan asombrosamente para crear un universo que escapa de las fronteras de tiempo y lugar.
Este autor es miembro de la Generación Bibliocafé si bien, venía publicando diversas obras con anterioridad, muchas de ellas con reconocimientos como Una sirena se ahogó en Larache, finalista del Premio de la Crítica de Andalucía o Sombras en sepia, Premio de Novela Tres Culturas de Murcia.
Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Ed. Jam) es el título de la última obra de este prolífico autor en la que recopila textos y relatos publicados anteriormente en otros libros, revistas o en su página personal, con otros inéditos hasta la fecha, todos ellos con el común telón de fondo de la Larache que conoció en su infancia pero también de la ciudad reciente, tal vez empeñada en olvidar y dar la espalda a su pasado.
El libro se abre con El corazón del océano, la historia de Rachid, un anciano que cree ya imposible cumplir su sueño de ver el mar y que, gracias a su nieto Ahmed, logrará bañarse en las frías aguas atlánticas de una playa de Larache. Ese viaje al paraíso soñado es el pórtico perfecto del resto de relatos que nos llevan a esa realidad, vivida o soñada, enmendada o ficticia, a la que nos invita Sergio Barce.
A partir de aquí podemos encontrar relatos en los que se evoca la infancia del autor en primera persona o en los que se invocan recuerdos de aquellos días. Pero también hay relatos del retorno, del presente, fruto de los viajes del autor a su tierra de referencia para observar y dolerse de los cambios, visitar su antigua casa o reunirse con viejos amigos, últimos vestigios de un tiempo en el que la arquitectura anodina no abría en canal la personalidad de una ciudad poco inclinada a preservar su legado, tal vez como la mayoría de las ciudades.
Lo biográfico tiene un peso crucial en estos relatos y la mayor parte tienen ese punto de partida. Pero Sergio Barce no ha escrito un libro de recuerdos, de estampas más o menos pintorescas, ha sabido escapar a este fácil recurso para hacer Literatura, para construir un mundo en el que las propias vivencias trascienden y le hablan al lector de algo más que de unos hechos que le inspiran.
Miremos por un momento el relato El primer regreso en el que el autor describe su primer viaje de vuelta a Larache tras muchos años de ausencia. En él se nos cuenta en primera persona cómo Sergio Barce busca su antiguo hogar, sube las escaleras y se asoma al interior de la vivienda. Su valor no está en la descripción de la experiencia personal sino en el modo en el que transforma esa vivencia en un relato que nos habla del sentimiento de pérdida, del vacío y del modo en que nos sobreponemos y nos reencontramos; una experiencia con la que cualquier lector podrá identificarse y sentir como propia.
Otro ejemplo es Moro, En este relato se describe el choque brutal con la realidad tras el traslado de la familia desde Larache a Málaga. Un texto descarnado, una historia de iniciación en la que el hecho concreto actúa como catalizador de emociones que uno puede tomar como propias.
Este es el mayor mérito de la obra en la que lo personal se viste de ficción para llegar allí donde la biografía no alcanza. Este toque es el que hace de Sergio Barce un autor con mayúsculas, capaz de crear un mundo literario que envuelve al lector conduciéndole por los callejones de sus recuerdos personales mientras le habla de mercados y especias, cafés y paseos.
Tal vez pocos territorios sean tan propicios para la ficción como la infancia, esa referencia nebulosa en que se refugia el recuerdo y la que mejor se presta a la fabulación y al juego de equilibrio entre realidad y ficción porque en él, ni siquiera el propio autor puede distinguir con claridad qué queda en cada orilla.
Pero el mérito de una obra no está en lo que nos cuenta sobre su autor sino en lo que nos dice de nosotros mismos, en el modo en que nos interroga con descaro en busca de alguna respuesta que dé sentido a lo que leemos y a la modo en que lo hacemos. Por ello, el exotismo africano, las esencias y perfumes o los mercados callejeros pronto han cedido paso a mis propios recuerdos de una tierra en la que nací y a la que vuelvo esporádicamente y que, por tanto, recuerdo más con los ojos del niño que fui que con los ojos del adulto que la visita.
Paseando por el Zoco Chico debe leerse sin prisa, dejándose atrapar por las imágenes y las palabras, por los recuerdos y los aromas, por el estilo directo y aparentemente sencillo de Sergio Barce. Lo diré mejor con una palabra que ya ha quedado definitivamente incorporada a mi vocabulario: larachensemente.
Gonzalo Muro, 23 diciembre 2014
El enlace directo de su blog, para leer esta reseña sobre mi libro es:
http://confiesoqueheleido.blogspot.com.es/2014/12/paseando-por-el-zoco-chico.html