LA OTRA IMAGEN
Brígida caminaba trabajosamente ayudándose del bastón que la sostenía a duras penas. Llevaba ya tres años con ese artilugio con el que mantener la verticalidad si no quería volver a partirse una pierna o, peor aún, la cadera, lo que sería su sentencia de muerte. Le parecía increíble, casi inverosímil, que ya la hubiesen condenado a depender del bastón, el anuncio de que, más pronto que tarde, habría de cambiarlo por un andador con cuatro ruedecitas, fácil de empujar y, sin duda, más seguro. Avanzó unos metros preguntándose dónde había abandonado a su juventud, cómo era posible que los años hubiesen huido de ella a tanta velocidad. Se detuvo jadeante a la entrada de una tienda de muebles, con una puerta escoltada por dos columnas y sus recargados capiteles, y Brígida miró al escaparate. Su figura encorvada se reflejaba en un espejo que allí se exponía. Parpadeó incrédula, y meneó la cabeza. No, esa no soy yo, masculló con rabia, y creyó dar una larga zancada para alejarse de esa imagen impertinente e insultante. No, esa no soy yo, repetía en una letanía de desasosiego clavando el bastón a cada nuevo paso.
Sergio Barce