Aquí os dejo la imagen de varios libros con Tánger de protagonista que habitan en mi biblioteca. Desde mis novelas La emperatriz de Tánger y Malabata, hasta Un cierto Tánger, de Fernando Castillo, pasando por El año que viene en Tánger, de Ramón Buenaventura; El pan a secas, de Mohamed Chukri; La ciudad de la mentira, de Iñaki Martínez; Tangerina, de Javier Valenzuela; Bowles y yo, de Rodrigo Rey Rosa; Partir, de Tahar Ben Jelloun o Tánger, segunda patria, de Rocío Rojas-Marcos.
“…Lola Martín era astuta. Supo cultivar tu ego. <Parece que conoces bien los bajos fondos de Tánger…> Y cuando le expresaste tu pesimismo acerca del final feliz de las muchas investigaciones en curso sobre el hampa española de cuello blanco, supo darte una razón que podía motivarte: <La esperanza, Sepúlveda, es la principal diferencia entre los vivos y los muertos>.
Y allí estabas tú, esperando a Messi en la Terraza de los Perezosos un mediodía de otoño del ecuador de la segunda década del siglo XXI. Lola, que también tenía buena memoria, había recordado en tu casa algo que le habías dicho en la discoteca 555: tu amigo Messi podía conseguirle cualquier cosa que necesitara en Tánger. Y había añadido: <Quizá no se pueda mover una montaña, pero seguro que se puede escalar>. La capitana sabía sacarle buen partido a sus lecturas.
La Terraza de los Perezosos olía a bacalao en salazón. Yo estaba sentado en la barandilla, en dirección al norte, a unas costas gaditanas que se perfilaban como una sucesión de gibas melancólicas. El cielo estaba despejado, salvo por algunos jirones de nubes, y un vientecillo cordial acunaba las palmeras que podían verse abajo. Más allá, yacían las ruinas del Teatro Cervantes y, aún más allá, la estampa del viejo puerto…”
Tánger
“…Mientras tanto, no lejos de La Rampa, Carolina Bacardí se disponía a celebrar su cumpleaños. Solía reunir a sus amigos en el Country Club, Ofrecía una cena seguida de baile. Pero aquel año no tenía demasiado sentido celebrarlo de la misma manera, así que había tomado la decisión de cenar con sus cuatro mejores amigas en un restaurante de Miramar. Eran chicas a las que conocía desde niña, educadas en el Colegio de las Ursulinas.
Una vez acabada la cena, propuso a sus amigas acudir a bailar al hotel Sevilla Biltmore. Lo que no sabían sus amigas era que Carolina también había invitado a tomar un trago a Thierry y a sus amigos.
Thierry llegó al Biltmore con María Valeria. Luego llegaron Albert, George y Martín juntos. Carolina y sus amigas entraron unos minutos después y la joven los presentó. Se sentaron y pidieron una botella de champán. Aquella noche, el club estaba lleno. Los clientes habituales eran jóvenes de la clase alta de la ciudad y extranjeros que estaban de paso, la mayor parte como turistas.
Una orquesta de doce miembros tocaba piezas de diferentes estilos. A Thierry le apasionaba el baile y, a los primeros sones de un bolero, le pidió a su novia que salieran a la pista. Carolina y Martín permanecieron en silencio durante unos segundos hasta que ella se atrevió a pedirle que la invitara a bailar…”
La Habana – años 50
Sergio Barce, junio 2018
“…Al cabo de unos días, el sultán de Marruecos envió dos emisarios a Argel, donde Patton había instalado su cuartel general, con un mensaje que decía: <Ruego a Alá que le bendiga en las próximas batallas>…”
“…El obispo Olmedo interrogaba a Martín sobre la norteamericana. Se interesaba por la periodista, tratando de encontrar el origen de esa curiosidad tan extraordinaria. También para él, las mujeres de esa clase representaban un misterio, le sorprendía, desde luego, la actitud de una mujer católica y joven que no parecía pensar en el matrimonio y en los hijos.
En general, no tenía una opinión muy formada sobre las mujeres. De la reciente guerra española le habían llegado noticias de mujeres que habían ocupado responsabilidades importantes en el Gobierno republicano. También de mujeres periodistas que informaban desde primera línea del frente y de otras que destacaban por la organización de la sociedad civil en ciudades como Barcelona o Madrid.
De ellas hablaban mal sus colegas que pasaban por Tánger. Algo diabólico había en esa actitud, le decían, algo que siempre acababa en la vulneración del sexto mandamiento. Todas aquellas mujeres estaban en el bando de la República. Pero él no era un obispo franquista, como muchos de sus compañeros de igual rango. Llevaba casi cuarenta años en el sacerdocio y una voz interior le sugería desconfiar de los vencedores, por mucho que hablasen de Dios y de la Iglesia.
Olmedo, pese a que trataba de eludirlo, no podía evitar cierto rechazo hacia el cónsul español, el coronel Ramírez de Arellano. No le gustaban sus ademanes hoscos y autoritarios. En las arengas ante la comunidad de españoles, en las que su presencia era obligada por su condición de obispo, hasta los más torpes podían entender dos mensajes opuestos. Mientras el cónsul hablaba de venganza, de ajustar cuentas con los derrotados, él respondía con palabras de perdón y reconciliación. Ramírez de Arellano proponía sin tapujos la delación de los contrarios al régimen del Generalísimo Franco y él, por el contrario, resaltaba que unos y otros eran hijos de Dios…”
“…Él quería ejercer de buen anfitrión. Descendieron hacia el Zoco Chico hasta darse de frente con la sinagoga y la calle de los joyeros, para después entrar en la zona de los hamman. Stanley se confesó adicto a los baños, que visitaba una vez a la semana.
Muchas de las callejuelas que encontraban a su paso supuraban humedad y serpenteaban como un mapa imposible. Quería mostrar a su invitada los burdeles más bajos de Tánger.
-Estamos en Ben Ider. Aquí los prostíbulos no son como Chez Madeleine, con alfombras iraníes y pasamanos recién abrillantados.
Algunas mujeres de edad madura se adivinaban a través de los ventanucos. Murmuraban y se quejaban de la pareja de paseantes curiosos.
-¿Ha estado dentro alguna vez? -preguntó ella.
-Eso es preguntar sin disimulo -repuso él, sorprendido.
-Así es.
-He estado dos veces, y solo por curiosidad, para conocer los burdeles pobres de Tánger. Se lo aseguro, son horribles. Las habitaciones son diminutas, poco más que una cama, sin ventilación, y desprenden un hedor insoportable. Las mujeres que trabajan aquí lo hacen por unas pocas pesetas y los clientes son los hombres humildes de la ciudad; campesinos, borrachos, gente que sale de la cárcel.
Stanley evitó explicarle que sus necesidades sexuales, siempre esporádicas, pues era un hombre austero hasta en sus deseos, las cubría en casa de Savelio…”