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NOTAS A PIE DE PÁGINA 14 – EL PASO DE LOS AÑOS, LA AUTÉNTICA BOMBA NUCLEAR

No sé si la cercanía de mi cumpleaños me hace pensar más de lo habitual en el paso del tiempo, o sea esa otra sensación, cada día más acusada, de que los días transcurren ya sin rozarnos. El caso es que comienza a obsesionarme el correr de los años, este vivir a contrarreloj, y ahora, de pronto, todo lo que leo o todo lo que veo parece abordar este asunto, aunque sea tangencialmente.

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Asisto al concierto en directo de Iggy Pop. Un espectáculo. Lleno de vitalidad, de fuerza, de ganas de transmitir energía positiva a los asistentes. Se entregó al público. Pero verlo ahí, como siempre con el torso desnudo, a sus 76 años, es también contemplar su deterioro físico que se acrecentaba aún más en las dos grandes pantallas que flanqueaban el escenario. Producía un extraño efecto que movía, por un lado, a la admiración por su testarudez al continuar en la brecha y, por otro, a una especie de congoja o de conmiseración (entendida en el buen sentido) que, curiosamente, fue desapareciendo a medida que transcurría el concierto. El carisma de Iggy Pop y su simpatía borró de un plumazo cualquier atisbo de duda. Pero lo cierto es que, los referentes de nuestra generación, nuestros ídolos musicales o literarios, si no han desaparecido lo harán en los próximos años.

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Veo un western excelente: Old Henry (2021), dirigida por Potsy Ponciroli, con un sobrio Tim Blake Nelson, que interpreta a un viejo pistolero que vive ya retirado en una granja con su hijo pero que, por un hecho fortuito, después de muchos años, se verá obligado a usar de nuevo el revólver. Con evidentes influencias de Sam Peckinpah, homenajes visuales a John Ford y huellas de Sin perdón (Unforgiven) de Clint Eastwood. Se disfruta.

También leo a un veterano, Michel Houellebecq, en concreto su novela El mapa y el territorio (La carte et le territoire, 2010), con traducción del francés de Jaime Zulaika, editada por Anagrama. 

Una novela que se divide en tres partes, pero que, a mi parecer, contiene dos novelas en una. Como es habitual en Houellebecq, se adentra en el epicentro de nuestra sociedad para desentrañar sus miserias. En esta ocasión, él mismo es uno de los personajes y se convierte en coprotagonista también involuntario. La vejez y la edad también juegan un papel importante en este libro. Escribe: 

“…Pues tiene razón: mi vida se acaba y estoy decepcionado. No ha sucedido nada de lo que esperaba en mi juventud. Ha habido momentos interesantes, pero siempre difíciles, siempre arrancados al límite de mis fuerzas, nunca he recibido algo como un don y ahora estoy harto, sólo quisiera que todo termine sin sufrimientos excesivos, sin una enfermedad anuladora, sin dolencias.”

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La novela, como decía, tiene una primera parte en la que se adentra en el mundo del arte, su mercadería y las motivaciones por las que, de pronto, la obra de un pintor o un fotógrafo se convierte en un éxito o en un producto sólo al alcance de ciertas élites, precisamente las mismas que deciden quién accede a esa categoría. El poder del dinero lo abarca todo. Y también analiza acertadamente la relación paterno filial del protagonista. 

“…Su padre había prometido llegar a las seis.

Llamó abajo a las seis y un minuto. Jed le abrió por el interfono y respiró lenta, profundamente, repetidas veces, durante el trayecto del ascensor.

Rozó rápidamente las mejillas ásperas de su padre, que se plantó inmóvil en el centro de la habitación. <Siéntate, siéntate…>, dijo. Su padre le obedeció al instante, se sentó en el borde extremo de una silla y lanzó miradas tímidas a su alrededor. Nunca ha venido, se percató de pronto Jed, nunca ha venido a mi apartamento. También tuvo que decirle que se quitara el abrigo. El padre intentaba sonreír, un poco como un hombre que trata de mostrar que sobrelleva valientemente una amputación. Jed quiso abrir el champán, las manos le temblaban un poco, estuvo a punto de dejar caer la botella de vino blanco que acababa de sacar del congelador: estaba sudando. El padre seguía sonriendo, con una sonrisa un tanto fija. Allí estaba un hombre que había dirigido con dinamismo, y en ocasiones con dureza, una empresa de unas cincuenta personas, que había tenido que despedir y contratar; que había negociado contratos por valor de decenas y a veces centenares de millones de euros. Pero la cercanía de la muerte torna humilde a un hombre y esa noche parecía afanoso de que todo saliera lo mejor posible, parecía sobre todo deseoso de no causar ningún problema, era al parecer su única ambición ahora en la tierra…” 

Luego, en el último tercio de la novela, Houellebecq se decanta por una trama de intriga en la que unos nuevos personajes, dos policías, ocupan varios capítulos tratando de desmadejar el misterioso asesinato de un escritor. Me quedo con la primera parte de este libro, que no obstante me ha sorprendido menos que Plataforma (Plateforme)

Lo contrario que Los años (Les années, 2008), de la gran Annie Ernaux, que regala otra obra redonda, vibrante e inteligente. Publicada por Cabaret Voltaire, con traducción de Lydia Vázquez Jiménez. En este libro, a la misma altura de El acontecimiento o El hombre joven, novelas que ya comenté en su momento, la escritora francesa disecciona con una agudeza envidiable cómo el transcurrir de los años va modificando nuestras aspiraciones, cómo los sueños se varan en la realidad, cómo nuestras ansias de libertad, las ganas por cambiar el mundo o de hacer girar el devenir se van torciendo hasta que todo se hace irreconocible y, mirar atrás, se torna fatigoso y desalentador.

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A partir de varias fotografías de la propia escritora tomadas a lo largo de su vida, desde la infancia hasta su madurez, repasa su existencia y el entorno social, político e histórico de cada decenio. Una novela-ensayo enjundiosa, enriquecedora, en la que nos podemos reconocer en algunos instantes.

Escribe Annie Ernaux tras contemplar una fotografía fechada en 1980:

“…Hasta donde remontaban los recuerdos, nunca había habido tantas cosas concedidas en tan pocos meses (algo que en seguida olvidaríamos, incapaces de concebir una vuelta a la situación anterior). La pena de muerte abolida, el aborto gratuito, los inmigrantes clandestinos legalizados, la homosexualidad autorizada, una semana más de vacaciones al año, una hora menos a la semana de trabajo, etc. Pero la tranquilidad se alteraba. El gobierno reclamaba más dinero, nos lo pedía, devaluaba, impedía que la moneda saliera del país para controlar el cambio de divisas. La atmósfera se hacía adusta, el discurso (<rigor> y <austeridad>) se volvía punitivo, como si tener más tiempo, más dinero y más derechos fuera ilegítimo, como si tuviéramos que volver a un orden natural dictado por los economistas…”

Lo que relata lo sitúa en Francia, en los ochenta, pero, al leer estos párrafos, ¿no parece que nos habla de la España actual? Quizá porque los ciclos históricos se repiten y porque, como bien expresa ella, la memoria es muy corta. Las semejanzas con el tiempo que nos está tocando vivir resulta cuanto menos inquietante. Los derechos tan arduamente conquistados, en peligro por la sombra alargada de la nueva extrema derecha (que es la vieja extrema derecha que ha vivido agazapada durante años) y por los dictados restrictivos de Christine Lagarde & Co.

Y sentencia Ernaux al abordar su vejez:

“….constata con sorpresa que, cuando le hacían un dictado de Colette, la escritora aún vivía, y puede que su abuela, que tenía doce años cuando murió Víctor Hugo, disfrutara del día de fiesta con motivo de aquel funeral de Estado… (…) Y mientras crece la distancia que la separa de la desaparición de sus padres, veinte y cuarenta años, y cuando nada en su manera de vivir y pensar se parece a la de ellos (<se revolverían en su tumba>), tiene la impresión de acercarse a ellos. A medida que el tiempo disminuye objetivamente ante ella, este se extiende cada vez más, más allá de su nacimiento y de su muerte, cuando imagina que, dentro de treinta o cuarenta años, se dirá de ella que conoció la guerra de Argelia como se decía de sus bisabuelos <han visto la guerra de 1870>…”

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Hablando de guerra. Espectacular la nueva cinta de Christopher Nolan. Oppenheimer es un alarde cinematográfico y narrativo. Obligatoria su visión en pantalla grande, donde es más apreciable su montaje, que en algunos tramos me recuerdan al adoptado por George Clooney como realizador en su memorable Buenas noches, y buena suerte (Good night, and Good luck, 2005), la excelente fotografía del suizo Hoyte Van Hoytema, la increíble banda sonora de Ludwig Göransson y un reparto en estado de gracia encabezado por Cillian Murphy, uno de los actores fetiches de Nolan que, en el papel protagonista, hace uno de sus mejores trabajos. Imborrable la pequeña pero esencial escena en la que Oppenheimer y Einstein intercambian unas palabras. La expresión del viejo científico ante lo que le revela el primero, su mutismo al cruzarse con Lewis Strauss (al que da vida Robert Downing jr.) resume a la perfección lo que significaba el resultado del descubrimiento al que acababa de llegarse.

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Como igual de simple pero también inolvidable es la secuencia con la que finaliza Los Febelman (The Febelmans, 2022), la última película de Steven Spielberg. Un bellísimo homenaje al cine clásico, un tributo al maestro John Ford al que, curiosamente, da vida otro director de culto: David Lynch. Pocas veces, con tan poco, se ha hecho una declaración de amor al cine con tanta carga emocional.

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Vuelvo a ver Atlantic City (1980), de Louis Malle. Lo hago por el simple placer de volver a regodearme en la insuperable interpretación de un Burt Lancaster ya viejo y cansado. Pero que da una lección magistral. Lancaster es en este film un matón de pequeña monta que se construye toda una fantasía para hacerse pasar por uno de los gánsteres más importantes de su época. Nos habla de las miserias humanas y de la redención. Pero también, de nuevo, del paso de los años y de la vejez.

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Y también rescato otro clásico de Elia Kazan: Baby doll (1956), con los excelentes Karl Malden, Eli Wallach y Carroll Baker. Basada en una obra de Tennessee Williams, la historia transmite una tristeza y una soledad desasosegante. Y, como ocurre en otras obras teatrales de Williams, el personaje femenino está lleno de contradicciones, resulta a veces irritante y desquiciado, pero siempre despierta nuestra ternura ante tanto sinsabor como el que padece.

Sigo escribiendo, embarcado en una nueva novela que avanza y que crece. Lleno páginas que no sé si acabarán siendo definitivas o no. Eso nunca se sabe hasta que tienes la historia completa y comienzas a retocar, a pulir y a podar. Incluso el final al que me lleva su trama es probable que no sea el mismo que ahora intuyo. El tiempo lo dirá.

Sergio Barce, 6 de agosto de 2023

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CINE EN BLANCO Y NEGRO (1965-2022)

Ver una película en blanco y negro es como entrar en otra dimensión. Para mí, que me he nutrido de películas clásicas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, en cine clubs, en los programas de televisión dedicados al cine clásico y en cintas VHS, y ahora en alguna plataforma interesante, no es lo mismo el cine en color que en los tonos blancos, grises y negros, en los contrastes entre las sombras y las luces. En blanco y negro, el cine es más cine, es como si fuese el “verdadero cine”.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es el-buscavidas.jpg«El buscavias» (The hustler, 1961) de Robert Rossen

De 1960 a 1965, se ruedan, a mi entender, las últimas grandes obras en blanco y negro, realizadas por enormes realizadores: “Psicosis” (Psycho, 1960) de Hitchcock, “Al final de la escapada” (Á bout de souffle, 1960) de Godard, “Rocco y sus hermanos” (Rocco e i suoi fratelli, 1960) de Visconti, “El apartamento” (The apartment, 1960) de Wilder, “Dos mujeres” (La ciociara, 1960) de De Sica, “El manantial de la doncella” (Jungfrukällan, 1960) de Bergman, “Viridiana” (1961) de Buñuel, “El buscavidas” (The hustler, 1961) de Rossen, “El cochecito” (1961) de Ferreri, “Yojimbo” (1961) de Kurosawa, “Vidas rebeldes” (The misfits, 1961) de Huston, “La calumnia” (The children´s hour, 1961) de Wyler, “El año pasado en Marienbad” (L´année dernière à Marienbad, 1961) de Resnais, “El hombre que mató a Liberty Valance” (The man who shot Liberty Valance, 1962) de Ford, “La noche” (La notte, 1962) de Antonioni, “El proceso” (Le procés, 1962) de Orson Welles, “El hombre de Alcatraz” (Birdman of Alcatraz, 1962) de Frankenheimer, “Atraco a las tres” (1962) de Forqué, “Los valientes andan solos” (Lonely are the brave, 1962) de Miller, “La escapada” (Il sorpasso, 1962) de Risi, “Lolita” (1962) de Kubrick, “Jules et Jim” (1962) de Truffaut, “Matar a un ruiseñor” (To kill a mockingbird, 1962) de Mulligan, “El ángel exterminador” (1962) de Buñuel, “Ocho y medio” (8 ½, 1963) de Fellini, “Teléfono rojo” (Dr.Strangelove…, 1963) de Kubrick, “El verdugo” (1963) de Berlanga, “Amores con un extraño” (Love with the proper stranger, 1963) de Mulligan, “El mundo sigue” (1963) de Fernán Gómez, “El prestamista” (The pawnbroker, 1964) de Lumet, “Zorba, el griego” (Zorba the greek, 1964) de Cacoyannis, “Siempre estoy sola” (The pumpkin eater, 1964) de Clayton, “La noche de la iguana” (The night of the iguana, 1964) de Huston, “Gertrud” (1964) de Dreyer, “La caza” (1965) de Saura… Son solo una muestra de ese lento languidecer de este tipo de fotografía porque, como se ve en este listado, cada año hay menos películas en blanco y negro.

A partir del año 1965, no rodar en color se convierte en algo excepcional, porque el technicolor domina las pantallas de manera apabullante. Pero desde ese año, de manera esporádica y a “pizzicato”, surgen cintas que son más perfectas y hermosas por su fotografía en ese blanco y negro hipnótico. Los mejores directores que van surgiendo tras la desaparición paulatina de los grandes maestros, pese a la absurda resistencia de las productoras, logran filmar, aunque sea una vez, en blanco y negro, como una especie de reivindicación por el auténtico cine.

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«La batalla de Argel» (La battaglia di Argeli) de Gillo Pontecorvo

Así, desde ese ya lejano 1965, de Bogdanovich a Scorsese y de Allen a Fincher, todos tratan de captar esa magia en gris que a los amantes del cine nos ata a la butaca. No es una lista cerrada, como tampoco lo ha sido la anterior, pero creo recordar las más destacadas de las películas en blanco y negro que se han rodado desde entonces y, repasando los títulos, hay que reconocer que la mayoría de estas películas son muy buenas.

De 1966 son “La muerte de un burócrata” de Gutiérrez Alea; “La batalla de Argel” (La battaglia di Algeri) de Pontecorvo, que utiliza el blanco y negro como si el film fuese un documental, con resultados apabullantes; “Hambre” (Sult) de Henning Carlsen; “Al azar de Baltasar” (Au hasard Baltasar) de Bresson; “Persona” de Bergman, uno de los maestros que supo sacarle todo el partido al “color” grisáceo de nuestras vidas, y “Campanadas a medianoche” de Orson Welles, obra maestra que dirige el genio americano con producción española de Emiliano Piedra, con un blanco y negro muy de meseta castellana pese a la historia más shakesperiana que se ha rodado.

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 «Campanadas a medianoche» de Orson Welles

De este año 66, también son “¿Quién teme a Virginia Woolf?” (Who´s afraid of Virginia Woolf?) de Mike Nichols o “Plan diabólico” (Seconds) de Frankenheimer, dos fantásticas cintas con un uso acertado del blanco y negro para ambas historias, una sórdida y la otra kafkiana.

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   «A sangre fría» (In cold blood) de Richard Brooks

De 1967 son la excepcional “A sangre fría” (In cold blood) de Richard Brooks, que gracias a su fotografía recrea el libro de Truman Capote con sombras inquietantes y violentas, una obra maestra. También se rodaron entonces las cintas españolas “La piel quemada” de Josep Mª Forn y la inolvidable comedia “Un millón en la basura” de Forqué. De 1968, es la obra cumbre del cine de terror y de zombis: “La noche de los muertos vivientes” (The night of the living dead) de George A. Romero. También se rueda “Fando y Lys” de Jodorowsky.

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  “El pequeño salvaje” (L´enfant sauvage) de Truffaut

1970 da a luz otra obra maestra de Truffaut “El pequeño salvaje” (L´enfant sauvage) con una fotografía impresionante del español Néstor Almendros. Del año 1971 es “La salamandra” (La salamandre) de Alain Tanner, y esa joya titulada “La última sesión” (The last picture show) de Bogdanovich, que utiliza el blanco y negro para acentuar la vida monótona, triste y gris de un pequeño pueblo americano. Inolvidable.

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   “La última sesión” (The last picture show) de Peter Bogdanovich

En 1973 se estrena “Trabajo ocasional de una esclava” (Gelegenheitsarbeit einer sklavin) de Alexander Kluge, que se considera una de las cintas que abanderan el llamado nuevo cine alemán, y, en efecto, como veremos, influye en el uso del blanco y negro en numerosos realizadores, especialmente en Wim Wenders, que ya lo hace al año siguiente, 1974 con su “Alicia en las ciudades” (Alice in den städten). Wenders es uno de los realizadores que más rodará en blanco y negro, obteniendo imágenes que para un cinéfilo son imborrables. También ese año el cine cómico acude al blanco y negro con “El jovencito Frankenstein” (Young Frankenstein) de Mel Brooks, y es un gran éxito.  1976 es el año de “En el curso del tiempo” (Im lauf der zeit) de Wenders, de nuevo rodando en blanco y negro; y de “El desencanto” de Jaime Chávarri. En 1977 aparece la extraña y extravagante “Cabeza borradora” (Eraserhead) de David Lynch, debut del maestro de lo inquietante, con un blanco y negro en nebulosa, como de pesadilla.

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          “Manhattan” de Woody Allen

Pero en 1979 se proyecta “Manhattan” de Woody Allen y la cinta nos enamoró. Es, quizá, una de las más bellas películas rodadas en blanco y negro. Allen quiso así no solo homenajear a su ciudad sino al cine clásico que tanto admira, y filmó Nueva York como nadie lo había hecho antes. También 1980 es un buen año para el cine en blanco y negro con esa maravilla que es “El hombre elefante” (The elephant man) de Lynch, y ese retrato crudo y sórdido de “Toro salvaje” (Raging bull) de Martin Scorsese. Del mismo año son “De la vida de las marionetas” (Aus dem leben der marionetten) de Bergman y “Stardust memories” de Woody Allen, una película fallida.

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 “El hombre elefante” (The elephant man) de David Lynch

En 1981 se rueda un film que es un divertido homenaje al cine negro clásico de Hollywood titulada “Cliente muerto, no paga” (Dead man don´t wear plaid) de Carl Reiner, con el insufrible Steve Martin que, sin embargo, aquí actúa aceptablemente. Rodarla en blanco y negro les permitió efectuar un llamativo montaje con escenas de películas de los años cuarenta y cincuenta junto a las rodadas con los actores del film. Y en 1982 se estrena “La ansiedad de Veronika Voss” (Die sehnsucht der Veronika Voss) de Fassbinder, otra de las obras fundamentales del nuevo cine alemán. Su fotografía es como un permanente grito. O así lo recuerdo.

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  “La ley de la calle” (Rumble fish) de Francis Ford Coppola

1983 también fue un buen año para las películas en blanco y negro con “Zelig” de Woody Allen, una de sus mejores cintas; “Vivamente en domingo” (Vivement dimanche!) de Truffaut y “La ley de la calle” (Rumble fish) de Coppola, otra cinta inolvidable. Tres películas que se alimentan con magníficas fotografías en blanco y negro que las hacen especiales.

Woody Allen suele aparecer en los mejores años para el cine rodado en esos tonos grises y en 1984 no podía fallar con otra de sus mejores creaciones: “Brodway Danny Rose”. De ese mismo año es la excelente “Extraños en el paraíso” (Strangers tan Paradise) de Jim Jarmusch o “Chico conoce chica” (Boy meets girl) de Leos Carax. En 1986 se rueda “Bajo el peso de la ley” (Down by law) de Jim Jarmusch, otro de los directores abonados al blanco y negro, que, como en su cinta anterior, supo sacarle todo el partido a esta fotografía. Y en 1987 aparece otra maravillosa cinta rodada por el imprevisible Wim Wenders: “El cielo sobre Berlín” (Der himmel über Berlin), quizá su mejor película. Es de ésas que se quedan grabadas en la memoria, con los dos ángeles que bajan a la Tierra, en concreto a Berlín, y deambulan por entre las almas grises de los personajes grises de esta historia gris.

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   “El cielo sobre Berlín” (Der himmel über Berlin) Wim Wenders

A partir de este año, se producen pocas cintas en blanco y negro. No recuerdo ninguna en 1987, y de 1988 es “Lluvia negra” (Kuroi ame) de Shóhei Imamura, también excelente película. La siguiente es de 1990, “Korczak” de Andrzj Wajda. Pero 1991 es el año de “Kafka” de Steven Soderbergh, cinta infravalorada, con una fotografía en blanco y negro excepcional del propio Soderbergh, y de la excelente “Europa” de Lars Von Trier. Al año siguiente, 1992, se alumbra la preciosa cinta “La vida de Bohemia” (La vie de bohème) de Aki Kaurismäki, así como “Sombras y niebla” (Shadows and fog), otra más de Woody Allen.

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 “La lista de Schindler” (Schindler´s list) de Steven Spielberg

1993 es el año de “La lista de Schindler” (Schindler´s list) de Steven Spielberg, que merece un comentario aparte. Siendo una superproducción, rodada por Spielberg, parecía un enorme riesgo rodarla en blanco y negro. Pero verla supuso reconocer la maestría de un director capaz de rodar lo que se propusiera. Renunciar al color supuso conseguir que la matanza en el ghetto de Varsovia fuera aún más realista, porque todos conservamos en la memoria las imágenes de una segunda guerra mundial en blanco y negro. Fue como ser testigos de la realidad, como estar presentes en la peor de las realidades.

Al año siguiente, 1994, se estrena un atractivo y original western en blanco y  negro, “Dead man” de Jim Jarmusch, y otra buena cinta como es “Ed Wood” de Tim Burton que, en color, no habría funcionado de la misma manera. También se rodó en 1994, “Clerks” de Kevin Smith. De 1995 es “El odio” (La Heine) de Matieu Kassovitz, impresionante película que te deja helado, y de “The addiction” de Abel Ferrara, “Lumiére y compañía” (Lumiére et compagnie) de varios directores, “En lo más crudo del crudo invierno” (In the bleak midwinter) de Kenneth Branagh y “Justino, un asesino de la tercera edad” de Santiago Aguilar & Luis Guridi. Al año siguiente, 1997, se proyectan “Kasaba” de Nuri B. Ceylan y “La lección de tango” (The tango lesson) de Sally Potter.

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  “Dead man” de Jim Jarmusch

1998 es otro gran año para el cine en blanco y negro con las excelentes “American history X” de Tony Kaye, la sorprendente “Pi” de Darren Aronovsky, “Following” de Christopher Nolan, la fallida “Celebrity” de Woody Allen y “The General” de John Boorman, que me parece una película injustamente olvidada. De 1999 son “Juha” de Aki Kaurismäki y “La chica del puente” (La fille sur le pont) de Patrice Leconte, y del año 2000 “You´re the one” de José Luis Garci y “Armonías de Werckmeister” (Werckmeister harmóniák) de Béla Tarr & Ágnes Hranitzky.

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   “El hombre que nunca estuvo allí” (The man who wasn´t there) de Joel Coen

En 2001 se estrena “El hombre que nunca estuvo allí” (The man who wasn´t there) de Joel Coen, que es de esas cintas que ves con deleite. Nuevo homenaje al cine negro clásico hollywoodiense, pero con el toque de los hermanos Coen y una fotografía maravillosa. Nueva época de sequía para el cine en blanco y negro, salvo en 2003 con “Coffee & Cigarettes” de Jim Jarmusch y en 2004 con “Temporada de patos” de Fernando Eimbcke y “Aalta” de Benoït Delépine.

Hay que esperar a 2005 para que llegue otra gran cinta: “Buenas noches, y buena suerte” (Good night, and Good luck) de George Clooney, film de riesgo, pero de excelente factura, y “Sin City” de Robert Rodríguez & Frank Miller, una cinta más que entretenida, siempre teniendo en cuenta que es puro cómic.

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   “Buenas noches, y buena suerte” (Good night, and Good luck) de George Clooney

De 2006 es “El buen alemán” (The Good german) de Steven Soderbergh; aunque menospreciada, a mí me parece una cinta con mucho encanto y glamour. En 2007 hay una cosecha variada: “La antena” de Esteban Sapir, “Control” de Anton Corbjin, una excelente película en la que se retrata al líder del grupo Joy Division,  y “El hombre de Londres” (A londoni férfi) de Béla Tarr & Ágnes Hranitzky.

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    “La cinta blanca” (Das weibe band) de Michael Haneke

2009 supone un buen año para las películas en blanco y negro: por un lado, se estrena esa inquietante y rotunda película que es “La cinta blanca” (Das weibe band) de Michael Haneke, y, por otro, la muy interesante “Tetro” de Francis Ford Coppola, pese a que ha sido denostada; y también “Polythecnique” de Denis Villeneuve y “Ciudad de vida y muerte” (Nanjing! Nanjing!) de Lu Chuan, otra de esas cintas que no se olvidan.

2011 es el año del blanco y negro de “The artist” de Hazanavicius, la cinta que mejor ha homenajeado al cine mudo, genial y divertida. También se rueda “El caballo de Turín” (The Turin horse) de Béla Tarr & Ágnes Hranitzky.

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     “Blancanieves” de Pablo Berger

Y en 2012 se estrenan dos notables películas españolas rodadas además en blanco y negro, es decir, doble riesgo y doble aventura. Se trata de “El artista y la modelo” de Fernando Trueba y “Blancanieves” de Pablo Berger, con las que lo pasé francamente bien por la fuerza de sus imágenes, de sus puesta en escena y de sus intérpretes. También de 2012 son “Frances ha” de Noah Baumbach, “Tabú” de Miguel Gomes, “Mucho ruido y pocas nueces” (Mucha do about nothing) de Joss Whedon, “César debe morir” (Cesare debe morire) de Paolo & Vittorio Taviani y “Oh, boy” de Jan Ole Gester.  

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       “Nebraska” de Alexander Payne

En 2013 se realizan tres buenísimas películas en blanco y negro: la intimista y preciosa “Nebraska” de Alexander Payne, la cruda y apabullante “Ida” de Pawlikowski y una sobria cinta como “A field in England” de Ben Wheatley. En 2014 aparecen “Tusk” de Kevin Smith y “Sin City: Una dama por la que matar” (Sin City: a dame to kill for) de Robert Rodríguez & Frank Miller, y en 2015 la sobresaliente cinta “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra. De 2016 es “Frantz” de François Ozon.

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    «Cold war” (Zimna wojna) de Pawel Pawlowski

Ya en 2018 se nos regala dos obras maestras: “Cold war” (Zimna wojna) de nuevo de Pawel Pawlowski, con una factura deslumbrante y una historia agria, pero bellísima, y “Roma” de Alfonso Cuarón, otra inolvidable película y otra inolvidable historia. De 2019 son “El faro” (The lighthouse) de Eggers y “El diablo entre las piernas” de Arturo Ripstein. Y en 2020 se estrena en Netflix la película “Mank” de David Fincher, que me pareció una obra de arte, sin más, con esos tonos grises que tan bien retrataban el Hollywood de los años dorados.

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    «Mank» de David Fincher

En 2021 se rodaron “La tragedia de Macbeth” (The tragedy of Macbeth) de Joel Coen y “Belfast” de Kenneth Branagh, que aún no he podido ver, pero que ardo en deseos por hacerlo porque prometen buenos momentos cinematográficos.

Mencionaré también algunas cintas que mezclan el color y el blanco y negro, como “Tan lejos, tan cerca” (In weiter Ferne, so nah!, 1994) de Wim Wenders (una vez más), la sorprendente “Memento” de Christopher Nolan, “Kill Bill” (2003) de Quentin Tarantino, “Casino Royale” (2006) de Martin Campbell, con un gran arranque en blanco y negro,  o “Blonde” de Andrew Dominik, que recrea a la perfección escenas que todos conocemos de la vida de Marilyn, como  esa joya (dentro de la propia película) que es la secuencia que reconstruye el rodaje de la famosa escena de “La tentación vive arriba”, cuando el vestido blanco de la actriz es levantado por el aire que asciende del metro. También la serie “Better call Saul” (2015 a 2022), una de las mejores de los últimos años, utiliza el blanco y negro según qué parte de la trama esté contando.

Dicho esto, sería injusto no mencionar a los directores de fotografía que están tras estas imágenes, los hacedores de los más bellos juegos de luces y sombras: Roger Deakins, Gordon Willis, Sven Nykvist, Néstor Almendros y Robby Müller, que quizá sean los que más me sugestionan, junto a otros grandes como Michael Chapman, Tonino delli Colli, Gilbert Taylor, Freddie Francis, Raoul Coutard, Stephen H. Burum, Robert Richardson, Oswald Morris, Conrad L. Hall, Haskall Wexler, Robert Surtees, Janusz Kaminski, James Wong Howe, Russell Harlan, Carlo di Palma, Emilio Foriscot, Gianni di Venanzo, Christian Berger, Walter Lasally, Jean-Yves Escoffier… O gente como Stefan Czapsky, Pierre Aïm, Flavio Martínez Labiano, Matthew Libatique, Raúl Pérez Cubero, Guillaume Schiffman, Daniel Vilar, Ellen Kuras, Mahai Malaimare…

La conclusión, mi conclusión, es que el uso de la fotografía en blanco y negro, aunque minoritario en el cine actual, cuando se ha utilizado lo ha sido muy acertadamente, y en películas de gran calidad que son mejores gracias a esa misma fotografía. Supongo que la razón es la misma que apuntaba al principio: porque el cine de verdad es el cine en blanco y negro, y ningún buen realizador puede resistirse a su encanto y a su magia, al de los sueños imposibles.

Sergio Barce, octubre 2022

 

ROGER DEAKINS
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FOTOS DE CINE 19

Escena de la película La tierra de todos (The temptress, 1926), de Fred Niblo, en la que aparecen como protagonistas la divina Greta Garbo y la mayor estrella española del cine: Antonio Moreno. Ahora puede parecer que exagero, pero este madrileño, que tuvo una niñez llena de penurias, por diversos azares acabó en Hollywood, donde desempeñó diversos oficios para subsistir, hasta que el maestro David W, Griffith le hizo un contrato como actor para la productora Vitagraph. Antonio Moreno se convirtió, junto a Rodofo Valentino, en el mayor galán latino del cine mudo americano, y trabajó junto a las grandes divas del momento: la ya citada Garbo, Gloria Swanson, Mary Pickford, Marion Davies, Pola Negri, Alice Terry, Lillian Gish, Clara Bow, Myrna Loy… es decir, las estrellas más rutilantes de la historia del Hollywood clásico. Además, fue dirigido por los mejores directores del momento y despertó pasiones entre el público femenino. Pero la llegada del cine sonoro le perjudicó y fue distanciando sus apariciones, cerrando su larguísima carrera en la obra maestra de John Ford, Centauros del desierto (The searchers, 1956) en el papel de Emilio Gabriel Fernández y Figueroa. Pero como actor siempre será recordado como el protagonista de las mejores  versiones cinematográficas de las obras de Blasco Ibáñez en el gran Hollywood.

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LOS MONTAJES DE JOHN FORD

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Leyendo el libro John Ford, de Peter Bogdanovich, vas hallando innumerables anécdotas que reconstruyen poco a poco el peculiar personaje que fue el mítico director de cine. Como mi hijo Pablo, además de director, es en esencia montador, me llamó mucho la atención lo que relataba Robert Parrish, que trabajó precisamente para Ford como montador de algunas de sus películas, sobre ese aspecto técnico y de cómo lo afrontaba el maestro. Le leí a Pablo este párrafo que copio más abajo en concreto, y se partió de risa, aunque vislumbré un pequeño deje de nerviosismo bajo esa carcajada, como diciéndose “cualquiera le montaba una película a Ford…”.

Sergio Barce, enero 2021

“Sabía exactamente lo que quería decir -indica el director Robert Parrish (…)-. Muy pocas veces (John Ford) hacía más de una toma; gastaba muy poca película y, siempre, o bien terminaba antes de la fecha prevista o bien por debajo del presupuesto. De modo que, por lo general, el material que le llegaba al montador casi era lo que terminaba en el montaje final. Después de filmar solía irse a su barco y no volvía hasta que la película estaba montada; eso hizo con <Young Mr. Lincoln> (El joven Lincoln, 1939). Tenía una película maravillosa y estaba tan seguro de haberla hecho bien que se largó sin más. Creo que consideraba a todos los montadores, los músicos y los montadores de sonido como males necesarios. En una película (el último día de rodaje) nos dijo: <Mirad, la película ya está acabada. Sé que vais a tratar de destrozarla, vais a poner demasiada música o la vais a cortar demasiado, o demasiado poco, o lo que sea, pero tratad de no estropeármela porque creo que es una buena película>. Y se marchó a su barco.”

Henry Fonda en <Young Mr.Lincoln>, de JOHN FORD
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FOTOS DE CINE 11

Hay fotografías de cine que, curiosamente, resumen parte de la historia del séptimo arte, como la que hoy cuelgo en este blog.

Está tomada en el año 1972, en la famosa casa del realizador George Cukor (os recomiendo la serie de televisión «Hollywood» para que os hagáis una idea de las características de las fiestas que se organizaban allí y de la personalidad de su anfitrión). 

Se trataba de un homenaje al director español Luis Buñuel que le tributaban un grupo de directores, admiradores de su obra. Y qué admiradores.

En la foto, de izquierda a derecha, de pie: Robert Mulligan (director de Matar a un ruiseñor), William Wyler (director de Ben-Hur), George Cukor (director de Historias de Filadelfia), Robert Wise (director de Sonrisas y lágrimas), Jean Claude-Carriere (guionista habitual de Buñuel), Serge Silberman (productor de Buñuel). Sentados – Billy Wilder (autor de Con faldas y a lo loco), George Stevens (director de Raíces profundas), Luis Buñuel (el homenajeado), Alfred Hitchcock (director de Psicosis) y Rouben Mamoulian (realizador de La reina Cristina de Suecia). También estuvo John Ford (realizador de Centauros del desierto), que no aparece porque, por motivos de salud, se había quedado en un sofá.

Solo he nombrado una película por asistente. Porque casi todos ellos tienen más de una obra maestra. Para sentirse más que orgulloso de verse reconocido por tanto talento.

Sergio Barce, junio 2020

De pie - Robert Mulligan, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean Claude-Carriere, Serge Silberman. Sentados - Billy Wilder,George Stevens, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulian

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