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NOTAS A PIE DE PÁGINA 11 – CON MÚSICA DE FONDO

Mientras comienzo esta undécima nota, suena de fondo en el ordenador la canción The magnificent seven, de The Clash, uno de los temas que tengo grabado en mi biblioteca de Spotify. Esta canción me levanta el ánimo, por su ritmo magnético. Luego sonarán Slippery people, de Talking Heads, Rock´Roll Star, de Barclay James Harvest, Rebel Yell, de Billy Idol y las que vengan detrás. Se me hace más fácil narrar con este “ruido” de fondo, con el volumen bastante alto. Con eso consigo obligarme a estar muy concentrado en el texto que escribo.

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Hace un rato he habado con Pilar, de la Librería Antonio Machado, de Madrid. Local emblemático donde los haya. Es la primera vez que nos comunicamos. Me ha parecido amable, divertida y dinámica. Me ha abierto las puertas de par en par para presentar El mirador de los perezosos. Estamos barajando fechas posibles. Probablemente en febrero. Me ilusiona mucho llevar estos relatos a la librería que lleva el nombre de mi poeta de referencia.

Hablando de El mirador de los perezosos: ayer me llegó la reseña que firma el escritor Paco Huelva y que se ha publicado en la revista Entreletras. Sus palabras no podían ser más positivas. Es un artículo hermoso y emocionante que ha sabido comprimir algunas de mis intenciones o los motivos por los que escribo. Lo he degustado.

Acabo la lectura de dos novelas completamente distintas y que me han causado también diferentes sensaciones. El insomnio (L´insomnie, 2019) de Tahar Ben Jelloun, publicada por Cabaret Voltaire, con traducción de mi admirada y querida Malika Embarek. Me ha desconcertado. No sé qué esperaba de este libro, pero no lo que me he encontrado en sus páginas que, a veces, se me han hecho espesas. Tengo la sensación de que hubiera necesitado de una poda para dejarla más esquelética y ágil. La trama apenas me ha creado la sensación de inercia por saber si en las siguientes páginas se produciría un giro que nunca ha llegado. Me gusta más Ben Jelloun cuando me habla de Marruecos, de sus experiencias vividas en la época de plomo o en sus historias más sensibles e íntimas. Incluso me atrapan más sus libros explicando qué es el Islam o el racismo a nuestros hijos. Esta trama de misterio, sin embargo, me deja tan frío como indiferente.

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Sin embargo, El acontecimiento (L´événement, 2000), de la escritora francesa Annie Ernaux, con traducción de Mercedes y Berta Corral, me ha impactado por su crudeza, por su sinceridad, por la desnudez de su narrativa. Ernaux va al grano, sin florituras, a degüello. Una novela de apenas cien páginas de una intensidad abrasadora. Y el tema que plantea no es nada fácil: el aborto. Y, además, ambientada en el contexto de una Francia en la que estaba penalizado y en la que se perseguía a las mujeres que lo practicaban.

“Después de mi infructuoso intento, llamé por teléfono al doctor N. Le dije que no quería <tenerlo> y que yo misma me había lesionado. No era verdad, pero quería que supiera que estaba dispuesta a todo. Me dijo que fuera de inmediato a su consulta. Creí que iba a hacer algo por mí. Me recibió silenciosamente, con una expresión grave en el rostro. Después de explorarme me dijo que todo iba bien. Me eché a llorar. Él estaba postrado en su escritorio, con la cabeza gacha: parecía muy turbado. Pensé que estaba luchando consigo mismo y que iba a ceder. Al final levantó la cabeza y dijo: <No quiero saber adónde va a ir. Pero vaya a donde vaya, tendrá que tomar penicilina ocho días antes y ocho días después. Le extenderé una receta>.

Al salir de la consulta me enojé conmigo misma por haber echado a perder mi última posibilidad. No había sabido jugar a fondo el juego que exigía el hecho de burlar la ley. Hubiera bastado con un suplemento de lágrimas y súplicas, con una mejor representación de mi desasosiego, para que él accediera a mi deseo de abortar. (Al menos así lo creí durante mucho tiempo. Sin razón, quizá. Solo él podría decirlo.) Por lo menos trató de evitar que yo muriera de una septicemia.

Ni él ni yo pronunciamos la palabra aborto ni una sola vez. Era algo que no tenía cabida dentro del lenguaje.”

Sirva como ejemplo de su estilo el fragmento que acabo de reproducir de la novela. Las páginas en las que describe la operación, la reacción posterior de la protagonista (quizá la propia Ernaux), las secuelas, son de un realismo desafiante.

Pero son sus pequeños apuntes sobre el proceso creativo, a partir de esta dolorosa experiencia, las que me han llamado la atención en su texto. “Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura”, afirma en algún instante. O estas otras líneas tan explícitas y sinceras al referirse a lo que está narrando: “…porque la conmoción que experimento al volver a ver esas imágenes, al volver a escuchar esas palabras, no tiene nada que ver con lo que sentía entonces: es tan solo una emoción para la escritura. O lo que es lo mismo: una emoción que permite la escritura y que constituye la señal de su verdad”.

En cuanto a cine, lo mejor que he visto últimamente es un refugio habitual para alguien que ama el séptimo arte como yo: revisitar los clásicos. Y confieso que he vuelto a disfrutar enormemente de Monsieur Verdoux (1948) de Charles Chaplin y de La ventana indiscreta (Rear window, 1954) de Alfred Hitchcok. Aunque conozca sus tramas, sus trucos, los diálogos, los desenlaces, eso da igual, porque lo que importa es descubrir detalles que antes no vimos o darle una nueva interpretación a alguna frase o a un gesto de los actores. Las obras maestras tienen estas cosas.

Muy recomendable la miniserie de televisión italiana Exterior noche (Esterno notte, 2022) del gran Marco Bellocchio que, a sus ochenta y tres años, sigue dando lecciones de cine. Una reconstrucción admirable del secuestro de Aldo Moro y de esa época convulsa de la política italiana.

Estamos de fiestas navideñas. Entre frase y frase me he zampado un polvorón exquisito acompañado de un té (verde, por supuesto). También ha caído un buen trozo de turrón de chocolate Suchard, irresistible. Ahora me siento gordo y pesado. Pero a veces vienen bien estos caprichos. Le echaré la culpa a las navidades. Venga, arriesguémonos con otro corte de turrón. De perdido al río.

Cuando acabo este artículo, suena en mi ordenador Always the sun, del grupo The Stranglers. Y me acuerdo de que me había propuesto escribir una anécdota sobre Lorenzo Silva que siempre dejo para más adelante. Hoy también lo haré. Para más adelante, sí.

Sergio Barce, 27 de diciembre de 2022

 

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CINE EN BLANCO Y NEGRO (1965-2022)

Ver una película en blanco y negro es como entrar en otra dimensión. Para mí, que me he nutrido de películas clásicas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, en cine clubs, en los programas de televisión dedicados al cine clásico y en cintas VHS, y ahora en alguna plataforma interesante, no es lo mismo el cine en color que en los tonos blancos, grises y negros, en los contrastes entre las sombras y las luces. En blanco y negro, el cine es más cine, es como si fuese el “verdadero cine”.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es el-buscavidas.jpg«El buscavias» (The hustler, 1961) de Robert Rossen

De 1960 a 1965, se ruedan, a mi entender, las últimas grandes obras en blanco y negro, realizadas por enormes realizadores: “Psicosis” (Psycho, 1960) de Hitchcock, “Al final de la escapada” (Á bout de souffle, 1960) de Godard, “Rocco y sus hermanos” (Rocco e i suoi fratelli, 1960) de Visconti, “El apartamento” (The apartment, 1960) de Wilder, “Dos mujeres” (La ciociara, 1960) de De Sica, “El manantial de la doncella” (Jungfrukällan, 1960) de Bergman, “Viridiana” (1961) de Buñuel, “El buscavidas” (The hustler, 1961) de Rossen, “El cochecito” (1961) de Ferreri, “Yojimbo” (1961) de Kurosawa, “Vidas rebeldes” (The misfits, 1961) de Huston, “La calumnia” (The children´s hour, 1961) de Wyler, “El año pasado en Marienbad” (L´année dernière à Marienbad, 1961) de Resnais, “El hombre que mató a Liberty Valance” (The man who shot Liberty Valance, 1962) de Ford, “La noche” (La notte, 1962) de Antonioni, “El proceso” (Le procés, 1962) de Orson Welles, “El hombre de Alcatraz” (Birdman of Alcatraz, 1962) de Frankenheimer, “Atraco a las tres” (1962) de Forqué, “Los valientes andan solos” (Lonely are the brave, 1962) de Miller, “La escapada” (Il sorpasso, 1962) de Risi, “Lolita” (1962) de Kubrick, “Jules et Jim” (1962) de Truffaut, “Matar a un ruiseñor” (To kill a mockingbird, 1962) de Mulligan, “El ángel exterminador” (1962) de Buñuel, “Ocho y medio” (8 ½, 1963) de Fellini, “Teléfono rojo” (Dr.Strangelove…, 1963) de Kubrick, “El verdugo” (1963) de Berlanga, “Amores con un extraño” (Love with the proper stranger, 1963) de Mulligan, “El mundo sigue” (1963) de Fernán Gómez, “El prestamista” (The pawnbroker, 1964) de Lumet, “Zorba, el griego” (Zorba the greek, 1964) de Cacoyannis, “Siempre estoy sola” (The pumpkin eater, 1964) de Clayton, “La noche de la iguana” (The night of the iguana, 1964) de Huston, “Gertrud” (1964) de Dreyer, “La caza” (1965) de Saura… Son solo una muestra de ese lento languidecer de este tipo de fotografía porque, como se ve en este listado, cada año hay menos películas en blanco y negro.

A partir del año 1965, no rodar en color se convierte en algo excepcional, porque el technicolor domina las pantallas de manera apabullante. Pero desde ese año, de manera esporádica y a “pizzicato”, surgen cintas que son más perfectas y hermosas por su fotografía en ese blanco y negro hipnótico. Los mejores directores que van surgiendo tras la desaparición paulatina de los grandes maestros, pese a la absurda resistencia de las productoras, logran filmar, aunque sea una vez, en blanco y negro, como una especie de reivindicación por el auténtico cine.

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«La batalla de Argel» (La battaglia di Argeli) de Gillo Pontecorvo

Así, desde ese ya lejano 1965, de Bogdanovich a Scorsese y de Allen a Fincher, todos tratan de captar esa magia en gris que a los amantes del cine nos ata a la butaca. No es una lista cerrada, como tampoco lo ha sido la anterior, pero creo recordar las más destacadas de las películas en blanco y negro que se han rodado desde entonces y, repasando los títulos, hay que reconocer que la mayoría de estas películas son muy buenas.

De 1966 son “La muerte de un burócrata” de Gutiérrez Alea; “La batalla de Argel” (La battaglia di Algeri) de Pontecorvo, que utiliza el blanco y negro como si el film fuese un documental, con resultados apabullantes; “Hambre” (Sult) de Henning Carlsen; “Al azar de Baltasar” (Au hasard Baltasar) de Bresson; “Persona” de Bergman, uno de los maestros que supo sacarle todo el partido al “color” grisáceo de nuestras vidas, y “Campanadas a medianoche” de Orson Welles, obra maestra que dirige el genio americano con producción española de Emiliano Piedra, con un blanco y negro muy de meseta castellana pese a la historia más shakesperiana que se ha rodado.

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 «Campanadas a medianoche» de Orson Welles

De este año 66, también son “¿Quién teme a Virginia Woolf?” (Who´s afraid of Virginia Woolf?) de Mike Nichols o “Plan diabólico” (Seconds) de Frankenheimer, dos fantásticas cintas con un uso acertado del blanco y negro para ambas historias, una sórdida y la otra kafkiana.

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   «A sangre fría» (In cold blood) de Richard Brooks

De 1967 son la excepcional “A sangre fría” (In cold blood) de Richard Brooks, que gracias a su fotografía recrea el libro de Truman Capote con sombras inquietantes y violentas, una obra maestra. También se rodaron entonces las cintas españolas “La piel quemada” de Josep Mª Forn y la inolvidable comedia “Un millón en la basura” de Forqué. De 1968, es la obra cumbre del cine de terror y de zombis: “La noche de los muertos vivientes” (The night of the living dead) de George A. Romero. También se rueda “Fando y Lys” de Jodorowsky.

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  “El pequeño salvaje” (L´enfant sauvage) de Truffaut

1970 da a luz otra obra maestra de Truffaut “El pequeño salvaje” (L´enfant sauvage) con una fotografía impresionante del español Néstor Almendros. Del año 1971 es “La salamandra” (La salamandre) de Alain Tanner, y esa joya titulada “La última sesión” (The last picture show) de Bogdanovich, que utiliza el blanco y negro para acentuar la vida monótona, triste y gris de un pequeño pueblo americano. Inolvidable.

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   “La última sesión” (The last picture show) de Peter Bogdanovich

En 1973 se estrena “Trabajo ocasional de una esclava” (Gelegenheitsarbeit einer sklavin) de Alexander Kluge, que se considera una de las cintas que abanderan el llamado nuevo cine alemán, y, en efecto, como veremos, influye en el uso del blanco y negro en numerosos realizadores, especialmente en Wim Wenders, que ya lo hace al año siguiente, 1974 con su “Alicia en las ciudades” (Alice in den städten). Wenders es uno de los realizadores que más rodará en blanco y negro, obteniendo imágenes que para un cinéfilo son imborrables. También ese año el cine cómico acude al blanco y negro con “El jovencito Frankenstein” (Young Frankenstein) de Mel Brooks, y es un gran éxito.  1976 es el año de “En el curso del tiempo” (Im lauf der zeit) de Wenders, de nuevo rodando en blanco y negro; y de “El desencanto” de Jaime Chávarri. En 1977 aparece la extraña y extravagante “Cabeza borradora” (Eraserhead) de David Lynch, debut del maestro de lo inquietante, con un blanco y negro en nebulosa, como de pesadilla.

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          “Manhattan” de Woody Allen

Pero en 1979 se proyecta “Manhattan” de Woody Allen y la cinta nos enamoró. Es, quizá, una de las más bellas películas rodadas en blanco y negro. Allen quiso así no solo homenajear a su ciudad sino al cine clásico que tanto admira, y filmó Nueva York como nadie lo había hecho antes. También 1980 es un buen año para el cine en blanco y negro con esa maravilla que es “El hombre elefante” (The elephant man) de Lynch, y ese retrato crudo y sórdido de “Toro salvaje” (Raging bull) de Martin Scorsese. Del mismo año son “De la vida de las marionetas” (Aus dem leben der marionetten) de Bergman y “Stardust memories” de Woody Allen, una película fallida.

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 “El hombre elefante” (The elephant man) de David Lynch

En 1981 se rueda un film que es un divertido homenaje al cine negro clásico de Hollywood titulada “Cliente muerto, no paga” (Dead man don´t wear plaid) de Carl Reiner, con el insufrible Steve Martin que, sin embargo, aquí actúa aceptablemente. Rodarla en blanco y negro les permitió efectuar un llamativo montaje con escenas de películas de los años cuarenta y cincuenta junto a las rodadas con los actores del film. Y en 1982 se estrena “La ansiedad de Veronika Voss” (Die sehnsucht der Veronika Voss) de Fassbinder, otra de las obras fundamentales del nuevo cine alemán. Su fotografía es como un permanente grito. O así lo recuerdo.

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  “La ley de la calle” (Rumble fish) de Francis Ford Coppola

1983 también fue un buen año para las películas en blanco y negro con “Zelig” de Woody Allen, una de sus mejores cintas; “Vivamente en domingo” (Vivement dimanche!) de Truffaut y “La ley de la calle” (Rumble fish) de Coppola, otra cinta inolvidable. Tres películas que se alimentan con magníficas fotografías en blanco y negro que las hacen especiales.

Woody Allen suele aparecer en los mejores años para el cine rodado en esos tonos grises y en 1984 no podía fallar con otra de sus mejores creaciones: “Brodway Danny Rose”. De ese mismo año es la excelente “Extraños en el paraíso” (Strangers tan Paradise) de Jim Jarmusch o “Chico conoce chica” (Boy meets girl) de Leos Carax. En 1986 se rueda “Bajo el peso de la ley” (Down by law) de Jim Jarmusch, otro de los directores abonados al blanco y negro, que, como en su cinta anterior, supo sacarle todo el partido a esta fotografía. Y en 1987 aparece otra maravillosa cinta rodada por el imprevisible Wim Wenders: “El cielo sobre Berlín” (Der himmel über Berlin), quizá su mejor película. Es de ésas que se quedan grabadas en la memoria, con los dos ángeles que bajan a la Tierra, en concreto a Berlín, y deambulan por entre las almas grises de los personajes grises de esta historia gris.

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   “El cielo sobre Berlín” (Der himmel über Berlin) Wim Wenders

A partir de este año, se producen pocas cintas en blanco y negro. No recuerdo ninguna en 1987, y de 1988 es “Lluvia negra” (Kuroi ame) de Shóhei Imamura, también excelente película. La siguiente es de 1990, “Korczak” de Andrzj Wajda. Pero 1991 es el año de “Kafka” de Steven Soderbergh, cinta infravalorada, con una fotografía en blanco y negro excepcional del propio Soderbergh, y de la excelente “Europa” de Lars Von Trier. Al año siguiente, 1992, se alumbra la preciosa cinta “La vida de Bohemia” (La vie de bohème) de Aki Kaurismäki, así como “Sombras y niebla” (Shadows and fog), otra más de Woody Allen.

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 “La lista de Schindler” (Schindler´s list) de Steven Spielberg

1993 es el año de “La lista de Schindler” (Schindler´s list) de Steven Spielberg, que merece un comentario aparte. Siendo una superproducción, rodada por Spielberg, parecía un enorme riesgo rodarla en blanco y negro. Pero verla supuso reconocer la maestría de un director capaz de rodar lo que se propusiera. Renunciar al color supuso conseguir que la matanza en el ghetto de Varsovia fuera aún más realista, porque todos conservamos en la memoria las imágenes de una segunda guerra mundial en blanco y negro. Fue como ser testigos de la realidad, como estar presentes en la peor de las realidades.

Al año siguiente, 1994, se estrena un atractivo y original western en blanco y  negro, “Dead man” de Jim Jarmusch, y otra buena cinta como es “Ed Wood” de Tim Burton que, en color, no habría funcionado de la misma manera. También se rodó en 1994, “Clerks” de Kevin Smith. De 1995 es “El odio” (La Heine) de Matieu Kassovitz, impresionante película que te deja helado, y de “The addiction” de Abel Ferrara, “Lumiére y compañía” (Lumiére et compagnie) de varios directores, “En lo más crudo del crudo invierno” (In the bleak midwinter) de Kenneth Branagh y “Justino, un asesino de la tercera edad” de Santiago Aguilar & Luis Guridi. Al año siguiente, 1997, se proyectan “Kasaba” de Nuri B. Ceylan y “La lección de tango” (The tango lesson) de Sally Potter.

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  “Dead man” de Jim Jarmusch

1998 es otro gran año para el cine en blanco y negro con las excelentes “American history X” de Tony Kaye, la sorprendente “Pi” de Darren Aronovsky, “Following” de Christopher Nolan, la fallida “Celebrity” de Woody Allen y “The General” de John Boorman, que me parece una película injustamente olvidada. De 1999 son “Juha” de Aki Kaurismäki y “La chica del puente” (La fille sur le pont) de Patrice Leconte, y del año 2000 “You´re the one” de José Luis Garci y “Armonías de Werckmeister” (Werckmeister harmóniák) de Béla Tarr & Ágnes Hranitzky.

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   “El hombre que nunca estuvo allí” (The man who wasn´t there) de Joel Coen

En 2001 se estrena “El hombre que nunca estuvo allí” (The man who wasn´t there) de Joel Coen, que es de esas cintas que ves con deleite. Nuevo homenaje al cine negro clásico hollywoodiense, pero con el toque de los hermanos Coen y una fotografía maravillosa. Nueva época de sequía para el cine en blanco y negro, salvo en 2003 con “Coffee & Cigarettes” de Jim Jarmusch y en 2004 con “Temporada de patos” de Fernando Eimbcke y “Aalta” de Benoït Delépine.

Hay que esperar a 2005 para que llegue otra gran cinta: “Buenas noches, y buena suerte” (Good night, and Good luck) de George Clooney, film de riesgo, pero de excelente factura, y “Sin City” de Robert Rodríguez & Frank Miller, una cinta más que entretenida, siempre teniendo en cuenta que es puro cómic.

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   “Buenas noches, y buena suerte” (Good night, and Good luck) de George Clooney

De 2006 es “El buen alemán” (The Good german) de Steven Soderbergh; aunque menospreciada, a mí me parece una cinta con mucho encanto y glamour. En 2007 hay una cosecha variada: “La antena” de Esteban Sapir, “Control” de Anton Corbjin, una excelente película en la que se retrata al líder del grupo Joy Division,  y “El hombre de Londres” (A londoni férfi) de Béla Tarr & Ágnes Hranitzky.

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    “La cinta blanca” (Das weibe band) de Michael Haneke

2009 supone un buen año para las películas en blanco y negro: por un lado, se estrena esa inquietante y rotunda película que es “La cinta blanca” (Das weibe band) de Michael Haneke, y, por otro, la muy interesante “Tetro” de Francis Ford Coppola, pese a que ha sido denostada; y también “Polythecnique” de Denis Villeneuve y “Ciudad de vida y muerte” (Nanjing! Nanjing!) de Lu Chuan, otra de esas cintas que no se olvidan.

2011 es el año del blanco y negro de “The artist” de Hazanavicius, la cinta que mejor ha homenajeado al cine mudo, genial y divertida. También se rueda “El caballo de Turín” (The Turin horse) de Béla Tarr & Ágnes Hranitzky.

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     “Blancanieves” de Pablo Berger

Y en 2012 se estrenan dos notables películas españolas rodadas además en blanco y negro, es decir, doble riesgo y doble aventura. Se trata de “El artista y la modelo” de Fernando Trueba y “Blancanieves” de Pablo Berger, con las que lo pasé francamente bien por la fuerza de sus imágenes, de sus puesta en escena y de sus intérpretes. También de 2012 son “Frances ha” de Noah Baumbach, “Tabú” de Miguel Gomes, “Mucho ruido y pocas nueces” (Mucha do about nothing) de Joss Whedon, “César debe morir” (Cesare debe morire) de Paolo & Vittorio Taviani y “Oh, boy” de Jan Ole Gester.  

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       “Nebraska” de Alexander Payne

En 2013 se realizan tres buenísimas películas en blanco y negro: la intimista y preciosa “Nebraska” de Alexander Payne, la cruda y apabullante “Ida” de Pawlikowski y una sobria cinta como “A field in England” de Ben Wheatley. En 2014 aparecen “Tusk” de Kevin Smith y “Sin City: Una dama por la que matar” (Sin City: a dame to kill for) de Robert Rodríguez & Frank Miller, y en 2015 la sobresaliente cinta “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra. De 2016 es “Frantz” de François Ozon.

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    «Cold war” (Zimna wojna) de Pawel Pawlowski

Ya en 2018 se nos regala dos obras maestras: “Cold war” (Zimna wojna) de nuevo de Pawel Pawlowski, con una factura deslumbrante y una historia agria, pero bellísima, y “Roma” de Alfonso Cuarón, otra inolvidable película y otra inolvidable historia. De 2019 son “El faro” (The lighthouse) de Eggers y “El diablo entre las piernas” de Arturo Ripstein. Y en 2020 se estrena en Netflix la película “Mank” de David Fincher, que me pareció una obra de arte, sin más, con esos tonos grises que tan bien retrataban el Hollywood de los años dorados.

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    «Mank» de David Fincher

En 2021 se rodaron “La tragedia de Macbeth” (The tragedy of Macbeth) de Joel Coen y “Belfast” de Kenneth Branagh, que aún no he podido ver, pero que ardo en deseos por hacerlo porque prometen buenos momentos cinematográficos.

Mencionaré también algunas cintas que mezclan el color y el blanco y negro, como “Tan lejos, tan cerca” (In weiter Ferne, so nah!, 1994) de Wim Wenders (una vez más), la sorprendente “Memento” de Christopher Nolan, “Kill Bill” (2003) de Quentin Tarantino, “Casino Royale” (2006) de Martin Campbell, con un gran arranque en blanco y negro,  o “Blonde” de Andrew Dominik, que recrea a la perfección escenas que todos conocemos de la vida de Marilyn, como  esa joya (dentro de la propia película) que es la secuencia que reconstruye el rodaje de la famosa escena de “La tentación vive arriba”, cuando el vestido blanco de la actriz es levantado por el aire que asciende del metro. También la serie “Better call Saul” (2015 a 2022), una de las mejores de los últimos años, utiliza el blanco y negro según qué parte de la trama esté contando.

Dicho esto, sería injusto no mencionar a los directores de fotografía que están tras estas imágenes, los hacedores de los más bellos juegos de luces y sombras: Roger Deakins, Gordon Willis, Sven Nykvist, Néstor Almendros y Robby Müller, que quizá sean los que más me sugestionan, junto a otros grandes como Michael Chapman, Tonino delli Colli, Gilbert Taylor, Freddie Francis, Raoul Coutard, Stephen H. Burum, Robert Richardson, Oswald Morris, Conrad L. Hall, Haskall Wexler, Robert Surtees, Janusz Kaminski, James Wong Howe, Russell Harlan, Carlo di Palma, Emilio Foriscot, Gianni di Venanzo, Christian Berger, Walter Lasally, Jean-Yves Escoffier… O gente como Stefan Czapsky, Pierre Aïm, Flavio Martínez Labiano, Matthew Libatique, Raúl Pérez Cubero, Guillaume Schiffman, Daniel Vilar, Ellen Kuras, Mahai Malaimare…

La conclusión, mi conclusión, es que el uso de la fotografía en blanco y negro, aunque minoritario en el cine actual, cuando se ha utilizado lo ha sido muy acertadamente, y en películas de gran calidad que son mejores gracias a esa misma fotografía. Supongo que la razón es la misma que apuntaba al principio: porque el cine de verdad es el cine en blanco y negro, y ningún buen realizador puede resistirse a su encanto y a su magia, al de los sueños imposibles.

Sergio Barce, octubre 2022

 

ROGER DEAKINS
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FOTOS DE CINE 18

Escena tomada durante el rodaje de la película Atrapa a un ladrón (To catch a thief, 1955), de Alfred Hitchcock.

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En el famoso libro que recoge la entrevista que François Truffaut realizó a Hitchcock, El cine según Hitchcock (Le cinema selon Hitchcock), cuando hablan de este film se dice lo siguiente:

«F.Truffaut:  Fue en Atrapa a un ladrón cuando los periodistas se interesaron por su concepción de la heroína cinematográfica. Usted ha declarado en varias ocasiones que Grace Kelly le interesaba porque, en ella, el sexo era <indirecto>.

A.Hitchcock:  Cuando abordo cuestiones sexuales en la pantalla, no olvido que, también ahí, el suspense lo es todo. Si el sexo es demasiado llamativo y demasiado evidente, no hay suspense. ¿Por qué razón elijo actrices rubias y sofisticadas? Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio. La pobre Marilyn Monroe tenía el sexo inscrito en todos los rasgos de su persona, como Brigitte Bardot, lo que no resulta muy delicado. (…) Mi trabajo con Grace Kelly consistió en ofrecerle, de Crimen perfecto (Dial M for murder) a Atrapa a un ladrón (To catch a thief), papeles cada vez más interesantes de film en film. En Atrapa a un ladrón, que era una comedia un poco nostálgica, me daba cuenta de que no podía hace un <happy-end> absoluto; por tanto, rodé esa escena que tiene lugar alrededor del árbol cuando Grace Kelly aparta a Cary Grant por la manga. Cary Grant se deja convencer, se casará con Grace Kelly, pero la suegra irá a vivir con ellos. De esta manera, es casi un final trágico…»

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FOTOS DE CINE 11

Hay fotografías de cine que, curiosamente, resumen parte de la historia del séptimo arte, como la que hoy cuelgo en este blog.

Está tomada en el año 1972, en la famosa casa del realizador George Cukor (os recomiendo la serie de televisión «Hollywood» para que os hagáis una idea de las características de las fiestas que se organizaban allí y de la personalidad de su anfitrión). 

Se trataba de un homenaje al director español Luis Buñuel que le tributaban un grupo de directores, admiradores de su obra. Y qué admiradores.

En la foto, de izquierda a derecha, de pie: Robert Mulligan (director de Matar a un ruiseñor), William Wyler (director de Ben-Hur), George Cukor (director de Historias de Filadelfia), Robert Wise (director de Sonrisas y lágrimas), Jean Claude-Carriere (guionista habitual de Buñuel), Serge Silberman (productor de Buñuel). Sentados – Billy Wilder (autor de Con faldas y a lo loco), George Stevens (director de Raíces profundas), Luis Buñuel (el homenajeado), Alfred Hitchcock (director de Psicosis) y Rouben Mamoulian (realizador de La reina Cristina de Suecia). También estuvo John Ford (realizador de Centauros del desierto), que no aparece porque, por motivos de salud, se había quedado en un sofá.

Solo he nombrado una película por asistente. Porque casi todos ellos tienen más de una obra maestra. Para sentirse más que orgulloso de verse reconocido por tanto talento.

Sergio Barce, junio 2020

De pie - Robert Mulligan, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean Claude-Carriere, Serge Silberman. Sentados - Billy Wilder,George Stevens, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulian

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FOTOS DE CINE 9

Cary Grant, Eva Marie Saint, Alfred Hitchcock y James Mason. El realizador británico contó con este reparto protagonista, junto a unos magníficos actores secundarios, para una de sus obras maestras indiscutibles: Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Una película de intriga y suspense con un ritmo que va in crescendo con ese final mítico en el Monte Rushmore.

Cary Grant está soberbio, divertido, elegante y perfecto en su papel, Eva Marie Saint jamás estuvo mejor y resultó seductora y atractiva, y James Mason, como era habitual en él, bordó su papel de perverso intrigante. Una joya de quilates.

CG, EVS, AH Y JAM

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