Archivo de la etiqueta: Juan José Téllez

NOTAS A PIE DE PÁGINA 17 – DE LA ALHAMBRA A LENINGRADO PASANDO POR PERSÉPOLIS

Asisto a la presentación del libro La Andalucía de Miguel Hernández, una antología seleccionada y comentada por Juan José Téllez. Todo un lujo escuchar a Juanjo, su lucidez, sus rápidas y acertadas réplicas, aprehender su compromiso humanista. Me gusta el ritmo con el que nos regala sus impresiones sobre el poeta de Orihuela y cómo salpica de anécdotas cada episodio que nos descubre de su vida y de su poesía. Hay un extraño y vivificante aire de libertad en la sala mientras lo hace, como si hubiésemos dejado el aire envenenado e irrespirable del resto del mundo en el exterior. Qué terapéutico es volver a Miguel Hernández: 

Tengo estos huesos hechos a las penas

y a las cavilaciones estas sienes:

pena que vas, cavilación que vienes

como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,

voy en este naufragio de vaivenes

por una noche oscura de sartenes

redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor, la tabla que procuro,

si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio

de que ni en ti siquiera habré seguro,

voy entre pena y pena sonriendo.   

El pasado jueves, 26 de octubre, recogí el premio de la Crítica de Andalucía al mejor libro de relatos por El mirador de los perezosos. Un acto cargado de buenas vibraciones. Allí tuve la suerte de conocer a Ángeles Mora, ganadora en la categoría de poesía por Soñar con bicicletas, y a Sara Mesa, premiada por su novela La familia, que yo había leído semanas antes; un libro que navega entre las oscuras sombras de los secretos familiares, un libro que transmite un permanente desasosiego y que vuelve de regreso días después de acabado. Escribe Sara Mesa:

Padre acusaba a madre de ser demasiado blanda con Damián. Cuanto más blanda, decía, más blandura, fíjate qué carnes para la edad que tiene. Madre lo defendía, aunque sin traspasar ciertas fronteras. Era curioso: había abandonado al niño de bebé debido a una depresión nunca diagnosticada, se pasó los primeros años de su vida sin apenas mirarlo, y ahora que estaba en plena adolescencia, se volcaba más en él que en los otros, achuchándolo o dándole golosinas a escondidas. ¿No era, después de todo, quien más la necesitaba? Con seis años menos que Damián. Aquí, el pequeño, parecía seis años mayor: voluntarioso, independiente, irresponsable pero dispuesto a afrontar él solito las consecuencias de su irresponsabilidad y, para colmo, dotado del arbitrario toque del encanto. En cuanto a las niñas, se criaban solas, por así decirlo, y más desde que había llegado Martina, con sus secretos de niñas en los que era mejor no meterse. Ella intuía que había algo físico en Damián que ponía de los nervios a Padre, algo que iba más allá de la gordura. Era la piel tan blanca -como cruda-, la redondez de los ojos azules, ¡las pecas! -que nadie más tenía-, los andares de cerdito y la torpeza de las manos, que no agarraban con fuerza…”   

La familia, de Sara Mesa, ha sido editada por Anagrama. Ángeles Mora estaba especialmente nerviosa, pese a ser una poeta laureada y reconocida en todo el país. La emoción la embargaba. Sus palabras, sus recuerdos, nos aclararon el motivo de esa dicha. Escribe Ángeles Mora:

Buscar la luz,
no mirar por los rotos
donde el rencor oculta
su negrura infinita.

Yo, que no tuve bicicleta,
soñé con bicicletas
y lloré al despertar.

La huella de aquel sueño,
Me ayudará a cruzar
con esperanza
caminos prohibidos.

Soñar con bicicletas ha sido publicada por Tusquets Editores.

Ha sido un regalo haber conocido a estas dos escritoras al fin, y aparecer junto a sus nombres en esta edición del Premio Andalucía de la Crítica.

Tal y como manifesté al recoger el galardón por mi libro de relatos, es insólito y casi un milagro que mi libro haya llegado hasta ahí habiendo sido publicado por una pequeña editorial malagueña como es Ediciones del Genal. Por eso me enorgullece que el jurado se haya fijado en mi obra y que la haya considerado merecedora del premio. Creo que la baraka y los yinns tanyauis han tenido algo que ver con todo esto.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es 15.jpg

SERGIO BARCE, ÁNGELES MORA Y SARA MESA

Hace unas semanas, leí la biografía de Anna Ajmátova que ha escrito Eduardo Jordá para Zut Ediciones. Narrada en primera persona, como si fuese la propia poeta rusa quien se autobiografiara, una historia que es a un tiempo conmovedora, dolorosa y heroica. Sería una rara avis en los años que vivimos, porque escritores que defiendan sus principios como hizo Ajmátova ya suelen ser casos aislados. La represión física, moral y creativa, la censura demoledora que padeció en su obra, y que sufrió durante su larga vida, fue atroz e injusta. Leemos en este libro el siguiente episodio en la vida de Anna Ajmátova:

“…A pesar de la partida de (Isaiah) Berlin, el año empezó bien. Firmé un contrato para una nueva antología de poemas y me invitaron a recitar mis poemas en el Salón de las Columnas de Moscú. Aplausos, gritos, ramos de flores lanzados al escenario. Después leí en el Bolshói de Leningrado. Hubo los mismos aplausos y los mismos ramos de flores lanzados al escenario. Pero Nadia Mandelstam, que había venido a pasar unos días conmigo, notó que nos hacían una foto con flash cuando entrábamos de noche en la Casa de la Fontanka. Yo no le di importancia. <Es solo magnesio>, le dije. Pero luego llegó el verano, y luego llegó el mes de agosto. Y justamente había acabado de comprar mi ración de arenques cuando me encontré al escritor Zóschenko por la calle. <Anna Andreiévna, ¿qué vamos a hacer ahora?>, me preguntó muy agitado. Yo no sabía de qué me hablaba. <Todo irá bien, no te preocupes>, le contesté, porque me dolió ver a Zóschenko, que siempre estaba de buen humor, tan apagado y tan nervioso. Pero luego, al llegar a la Fontanka, me enteré de lo que había pasado. El Comité Central del Partido Comunista había aprobado una resolución que nos condenaba a Zóschenko y a mí por nuestra estética decadente y burguesa. En la resolución se reproducían las palabras del camarada Zhdánov -era al que mi hijo había intentado matar según los delirios de nuestros chequistas-, quien aseguraba que mi poesía era obra de una <medio puta y medio monja>, o más bien de <una monja que era a la vez una puta y que alternaba la fornicación con las plegarias>. Todo lo que yo había escrito era la obra de <una dama medio loca de la aristocracia que se pasaba la vida correteando entre los encuentros amorosos y las capillas>. Me gustaría saber cuánto le pagaron al pervertido que escribió estas frases para el camarada Zhdánov, aunque ahora imagino que no le pagaron nada y que las escribió por puro deseo de lamer las botas de los poderosos y conseguir un piso mejor o un coche nuevo…”

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es anna-ajmatova.jpeg

Una mujer y poeta admirable Anna Ajmátova, un alma rebelde, como tantas otras escritoras silenciadas. Ella que escribió: 

Soy vuestra voz, calor de vuestro aliento,
El reflejo de todos vuestros rostros,
Es inútil el batir del ala inútil:
Estaré con vosotros hasta el mismo final. 

Y por eso me amáis ávidamente,
Con todos mis pecados y flaquezas,
Y por eso me entregasteis sin mirar
Al mejor de todos vuestros hijos,
Y por eso no me preguntasteis
Por ese hijo ni una sola vez,
Y llenasteis con el humo de alabanzas
Mi casa ya vacía para siempre.
Y dicen que más estrechamente ya no es posible unirse
Y que más irreversiblemente ya no se puede amar…
Como la sombra quiere separarse del cuerpo,
Como la carne quiere separarse del alma,
Así deseo yo que me olvidéis vosotros. 

(Para muchos, de Anna Ajmátova – Traducción de María Teresa León) 

Tan valiente como Anna Ajmátova me parece Marjane Satrapi, la creadora iraní de esa novela gráfica llena de hondura que es Persépolis, con traducción de Carlos Mayor, editada por Reservoir Books. Me ha parecido embaucadora y muy aleccionadora esta historia (habría que escribirla con mayúsculas) de Irán a través de la propia vida de la autora. Su lectura desvela y revela lo que es el Irán de hoy, un país retrógrado y radical que cercena la libertad de sus ciudadanos, especialmente de las mujeres, de una forma lacerante. Muy recomendable su lectura.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es persepolis-de-marjane-satrapi-foto-de-universo-literario-.jpg

 

Para acabar este corto recorrido por escritoras que han invadido agradablemente mi espacio literario, regreso a la Alhambra con la novela histórica de María Isabel Peral del Valle, titulada Dos hermanos en la corte de Muhammad el Zurdo, finalista del certamen de Novela Histórica Ciutat de Llíria – Francisco Gil de Moriana, en 2021.

Con una prosa rica y muy bien documentada, María Isabel Peral nos lleva hasta la Granada del siglo XV, para relatarnos los acontecimientos que cimentaron la caída y el fin de Al-Ándalus, las traiciones, las luchas intestinas, las venganzas y los intereses espurios que hundieron al reino granadino en una crisis de la que ya no pudo recuperarse. Interesantes los personajes reales creados por la autora. Leemos en esta novela:

Cuando al amanecer amainó, Abdul se asomó a la desolación de aquel desierto de agua. Nada se veía en el horizonte, solo una línea gris plomo sin principio ni fin que sobrecogía el alma. El Zurdo permaneció toda la noche escrutando la mar, pensó Abdul, abrumado por el peligro de la tormenta. Después le confesó que más temía entrar en las aguas del de Aragón, atracar en Mallorca y que allí les emboscaran. Decidió, no fiándose del cristiano, cambiar el rumbo. Ordenó arriar en Vera, puerto musulmán. Lope Alonso, que iba en la otra galeota, continuó hasta Cartagena para llevar a los cristianos los ricos presentes del sultán de Túnez.

Llegaron a Vera en otoño. El Abencerraje, caíd de la ciudad, hizo lo necesario para inclinar al pueblo a la causa de Muhammad. Cuando desembarcaron, los recibieron con gran algarabía. Los caídes de Iznalloz y Mojácar lo aclamaron emir.

Descansaron apenas dos días para reponerse de la resaca. Partieron hacia Almería, a cuyas puertas los recibió una embajada de sometimiento.

Zhar, las mujeres y los niños se alojaron en aquella ciudad blanca, a esperar la rendición de la Alhambra. El resto de hombres capaces de batallar marcharon hacia Granada. Se unieron por el camino canteros de Macael y Albánchez, que como arma llevaban sus picos y mazas de trabajar el mármol. También los habitantes de Alcudia la Roja, que llegaron con tinas de agua dulce que abundaba en sus propias casas. Más los sederos de la Calahorra, que les entregaron sus ahorros. Conforme avanzaban, se le iban uniendo ciudades como Málaga, Ronda y otras poblaciones más pequeñas.

El Zurdo envió embajadores a las cortes cristianas para solicitar reconocimiento. La respuesta fue que se mantendrían al margen hasta divisar qué bando obtenía la victoria.

Lo de siempre, pensó el Zurdo, esperan que los granadinos nos destruyamos en guerras internas

Dos hermanos en la corte de Muhammad el Zurdo, ha sido publicada por Edeta Editorial.

Sergio Barce, 5 de noviembre de 2023

  

Etiquetado , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

JUNTO A MÁS LIBROS DE MIS AMIGOS

Continúo colgando en mi blog imágenes pertenecientes a mi biblioteca en las que alguna de mis obras acompaña a los títulos de buenos y queridos amigos escritores.

Hoy: mi libro de relatos El mirador de los perezososjunto a Profundo Sur, de Juan José Téllez;  Mi avión herido, de Mario Castillo del Pino, y al lado de Un cine en el Príncipe Alfonso, de Mohamed Lahchiri. 

Mi novela Sombras en sepia, posando con El latido de Al-Magreb, de Pablo Martín Carbajal, y junto a No sé quién eres, de Miguel Torres López de Uralde.

Mis relatos de Una puerta pintada de azul, junto a Los lugares verdes, de Luis Salvago y a Meshi shughleck, de Alberto Mrteh.

Y mi libro de relatos Paseando por el zoco chico. Larachensemente, al lado de Cuentos de Larache, de Mohamed Sibari; El eco de la huida, de Hassan Tribak y Entre Tánger y Larache, de Mohamed Akalay. 

 

***
***
***
Etiquetado , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

«PACO DE LUCÍA. EL HIJO DE LA PORTUGUESA», UN LIBRO DE JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Juan José Téllez, el autor de esta profunda biografía, confiesa al final del libro que, cuando estaba acabando el texto de despedida que leyó en el entierro de Paco de Lucía, “llevaba encogida ya el alma y la garganta”. No me extraña. Porque yo, que no conocí a Paco de Lucía, también me he emocionado con esas palabras de Téllez dedicada al amigo muerto. Y es que, gracias a esta obra, uno acaba por conocer al maestro, por apreciarlo, por admirarlo ya no solo como artista sino como persona.

Juanjo Téllez, al enfrentarse a esta biografía, tenía la ventaja de haber sido amigo de Paco de Lucía, pero imagino que, por esa misma razón, el peso de la responsabilidad debió de abrir un profundo abismo, el lógico temor a defraudar su memoria o a la posibilidad de que no transmitiera todo lo que Paco de Lucía ha significado y significa. Sin embargo, lo ha logrado con creces. Disecciona toda una vida, desde su niñez hasta su muerte, con una franqueza y detallismo impresionantes, y nos sumerge de lleno en toda su labor creativa e interpretativa.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es paco-1.jpg

Paco admiraba a Sabicas, uno de los grandes guitarristas de todos los tiempos, pero por supuesto él fue a más. Sabicas vio actuar a Paco de Lucía siendo aún muy joven, y Téllez cuenta:

“….En julio de 1967, Sabicas decidió volver a España durante una temporada. Había sido invitado a participar en la IV Semana de Estudios Flamencos, celebrado en Málaga, donde se rinde homenaje a Manolo Caracol y Pastora Imperio. Acompañado de esta última, el 6 de agosto, Sabicas asiste a un concierto que ofrece allí Paco de Lucía. A lo largo del recital, según Eusebio Rioja, Sabicas <no dejó de removerse y gesticular de asombro y satisfacción mientras tocaba Paco. Al finalizar, espontáneamente subió al escenario y abrazó y felicitó con toda efusividad a un Paco de Lucía rojo de emoción y de azoramiento por tan inesperada y sorprendente reacción de quien era justamente considerado el mejor guitarrista flamenco de la época. Fue allí donde Sabicas dio el espaldarazo público y definitivo a Paco de Lucía>.

(…) José Díaz González, de sobrenombre Rebolo, quien trató a Paco desde muy niño, recordaba que conoció <al difunto Sabicas> una vez en Madrid: <Cuando a Sabicas se le mentaba a Paco, preguntaba: ¿Tú te imaginas a un niño de cuatro años que tenga cuarto y reválida? ¿A que es imposible? Pues ese es Paco con la guitarra.

José Luis Marín fue a verle actuar una vez a Málaga y estaba Sabicas sentado junto a su esposa, en la fila delantera: <Y yo veía a Sabicas dando botes en el sillón mientras Paco tocaba. Hasta que se levantó diciendo: Esto no hay ya quien lo aguante, y se salió, de tanto como le gustaba y le asombraba lo que estaba haciendo Paco.

<Claro -añadió Rebolo- que he visto reacciones parecidas, en otras ocasiones. Una vez, en Madrid, estaba Paco probando una guitarra en Esteso y hubo un guitarrista que entró, que escuchó a Paco tocar la guitarra, se pegó dos guantadas él mismo en la cara, y cogió y se fue>.”

El retrato es de un miniaturista. Gracias a este libro he conocido a Paco de Lucía. Su manera de tocar, su obsesión por la perfección, su amor y defensa del flamenco, su arrojo al buscar nuevas formas de expresión musical, su aliento vital, su parte más humana, llena de dudas, su timidez personal, su valentía artística, su posicionamiento político, sus mujeres, su relación con sus hijos y con sus nietos, su manera de ver la vida. Y junto a todo eso, que va conformando ante nuestros ojos al hombre privado y al personaje público, su relación con los otros artistas que han marcado su carrera, desde su padre y hermanos hasta Chick Corea, desde Camarón hasta Alejandro Sanz, desde Al di Meola a Vicente Amigo, toda una existencia pegada a una guitarra.

Y cómo lo admiraban los otros intérpretes. Basta este botón de muestra que recoge Téllez entre otros muchos para confirmarlo:

“Tomate recuerda al dedillo cómo y cuándo conoció a Paco: <Yo estaba trabajando en la Taberna Gitana, un tablao de Málaga, con trece años. Por entonces, Paco iba allí con Pepe el Marismeño y con Camarón. En una feria, lo vi. Toda mi generación, cuando le escuchamos, nos quedamos pillados todos. En aquellos entonces era una cosa tan grande, cuando empecé a conocerlo y venía tocándole a Camarón a Coín y alguien le preguntó por su ímpetu, si había dos guitarras en vez de una. Escucharle a él era una forma de escuchar la guitarra distinta, y de ahí para adelante todo el mundo nos enganchamos a Paco, el mejor de todos los tiempos. Entre todos no hacemos un Paco de Lucía. Tenía flamencura, melodía, ritmo y un don natural porque Dios lo hizo así para que lo tuviera todo junto>.  

<Lo cierto es que me incorporé a La leyenda del tiempo porque Paco tuvo que hacer una gira y Ricardo Pachón quería hacer el disco. Así que Camarón me dijo: <Venga, Tomate>. A mí me resultaba extraño, pero era tan joven que con el hambre que tenía no me di cuenta de lo que aquello supuso hasta que fui más mayor. Cuando terminamos el disco, yo le decía a Camarón: <Yo quiero tocar con Paco, José>. Entonces fue cuando empezamos a hacerlo, a partir de Como el agua. Cuando toqué con Paco fue un sueño pendiente que se hizo realidad y que no me lo esperaba yo en la vida. Ya puedo morir tranquilo porque le toqué al mejor de todos los tiempos y con el mejor de todos los tiempos, de mi generación y de las que vienen. Paco fue todos los guitarristas en uno.”

Me gusta especialmente cómo Téllez relata sus años de infancia, los comienzos, la relación con su madre, Luzia, la portuguesa, y la que mantuvo con su padre; la vida humilde llena de privaciones de su niñez, las estrecheces familiares, su lento caminar hasta despuntar y acabar siendo uno de los más grandes guitarristas de la historia, sus primeros viajes al extranjero. También me fascina la cantidad de anécdotas que ha sido capaz de recoger en este libro, los detalles de sus giras, los desengaños, en especial, el que se produce tras la muerte de Camarón o las críticas injustas que recibió de Andrés Segovia o de Narciso Yepes, la paliza que le dieron unos fascistas… Su defensa a ultranza del flamenco, su búsqueda incansable del sonido perfecto, su miedo a la vejez a la que no le dio tiempo a llegar.

La documentación que maneja Juanjo Téllez es impresionante. Se nota que ha puesto la carne en el asador con este libro, que es una obra que deseaba rematar de manera brillante, estar a la altura del biografiado, y vaya si lo logra.

Y se aprende mucho de la filosofía de Paco de Lucía. Téllez ha sido capaz de extraer sus mejores sentencias, de confesiones llenas de humanidad, de sensatez y de realismo:

“Hay días -le declaraba a Téllez- en los que uno se hunde. Tú sabes la ansiedad, el desasosiego y la angustia que produce la creación, y a veces piensas que no sabes nada, que no sabes tocar, que no merece la pena.”

“Soy una persona tímida, no nací para estar en el escenario, sino sentado en el patio de butacas. Tocar es tan difícil, tan complejo que necesitas estar concentrado. Además, si abres los ojos y ves a uno de la primera fila que se le abre la boca bostezando, ya te ha jodío el concierto.”

“Si te anclas en el pasado, cada día te vas muriendo un poquito más.”

“Yo no hago música para mayorías, sino para quien entiende lo que hago. La verdad, cuando hago un disco pienso en los guitarristas, no en el público.”

Me admira la defensa a ultranza que hacía Paco de Lucía del flamenco, y ahí no cedía ante nada ni ante nadie. Hay una anécdota, que Juanjo Téllez relata con detalle, que dice mucho de su compromiso artístico con el arte que le vio nacer y con su tierra. Sucedió en el concierto Soñadores de España, que se celebró en Sevilla el 12 de octubre de 1989, en el que sin embargo Paco de Lucía no intervino. Narra Téllez:

“…su nombre, en los carteles, aparecía en letra más pequeña que el de los otros artistas que tenían previsto intervenir. Entonces, se acordó de su padre, con la guitarra rota por un señorito, y decidió que el dinero no era razón suficiente para actuar. (…) …el cartel anunciaba la presencia de Paco, de Plácido Domingo y de Julio Iglesias, junto a la guitarra de Ernesto Bitetti, la mezzosoprano estadounidense Julia Migenes-Johnson, la soprano Guadalupe Sánchez y el compositor Manuel Alejandro. El contrato especificaba que Paco habría de cobrar cinco millones de pesetas por una actuación de veinte minutos, que incluía un dúo con Plácido Domingo…”

En efecto, tal y como le avisó su hermano por teléfono, su nombre aparecía en letra pequeña junto a los precios. Paco pensó que eso era un desprecio al flamenco, no a él, y se acordó de su padre.

“De nuevo -cuenta Téllez- la vieja queja de Paco, el reproche justo, el airado rencor con fundamento. (…) Hubo quien escribió que Paco no había actuado por un exceso de vanidad, pero él insistió siempre en que no era cierta tal acusación: <Yo me rebelé por una cuestión histórica, el flamenco siempre ha estado muy mal tratado y lo sigue estando sin motivo, deberíamos estar orgullosos del flamenco porque es nuestro, y porque es una de las músicas más importantes del mundo. Si yo, que soy una figura dentro del flamenco, estoy arriba y me anuncian de esta manera, ¿cómo anunciarían a otro? Y además, lo más indignante es que esto pase en Sevilla…>.

(…) Toda esa rebeldía se le pasó por la cabeza cuando le llamó su hermano Pepe al hotel de Sevilla: <En ese momento, me estaba esperando el chófer en la puerta del hotel para ir al ensayo, y le dije: Dígale a la organización que yo no iré a tocar. Me fui a mi habitación y tal como esperaba sonó el teléfono enseguida: Que me ha dicho el chófer que usted no viene al ensayo, y le dije: No, no, al ensayo no, a tocar, que no toco mañana, y no me llamen más porque es una decisión irrevocable. Cogí el avión a la mañana y me fui a casa a ver a mis hijos, que hacía dos meses que no los veía y me lo pasé mucho mejor.”

Sus giras, como el tabaco, hicieron mella en su salud. Viajaba durante meses recorriendo distintos países, y Paco de Lucía notaba que su cuerpo cada vez aguantaba menos. Poco a poco, comenzó a distanciar sus actuaciones.

Téllez también nos recrea sus actuaciones junto a Carlos Santana, John McLaughlin, Chick Corea, Chano Domínguez, Al Di Meola, Camarón y tantos otros. Hace un recorrido por sus colaboraciones cinematográficas, para películas de Carlos Saura, Stephen Frears, José Luis Borau o Wes Anderson. Siempre dejando su huella, porque, como señala Juanjo Téllez, influyó más en los demás guitarristas que ellos en él, incluso con los músicos de jazz con los que compartió escenario.

Como decía más arriba, uno acaba por admirar mucho más a Paco, el de Lucía la portuguesa, después de leer este magnífico libro.

Para acabar, no me resisto a transcribir otro fragmento más, otra anécdota que me ha hecho reír y que Juanjo Téllez reproduce así:

“En la música popular de aquellos días, se sucedían relámpagos de talento, desde el flamenco al rock and roll, desde la canción de autor al jazz. A la sombra de Diego el del Gastor no se acercaron los gringos de la base aérea, tal y como confirma Estela Zarania. Sin embargo, a través de dicho enclave o el de la base de Rota y la de Gibraltar, el rock and roll penetraría en Andalucía. Y surgían movimientos mestizos, etiquetados de tarde en tarde con afanes comerciales como rock andaluz o sonido Caño Roto, a la manera de la Motown o del Philadelphia Sound que había inundado el mundo con melodías de Barry White. Así ocurría con Las Grecas, que apasionaron a José Monge y a Paco de Lucía, hasta el punto de que hay un claro eco del <Te estoy amando locamente> en la invencible rumba <Entre dos aguas>.

Lo cierto es que Paco, por aquella época, rulaba a veces con su viejo amigo Felipe Campuzano, el pianista gaditano que había crecido en Algeciras y con quien coincidía de pascuas a ramos en uno o en otro lugar o en las noches de farra en Madrid.

-A ver, la documentación -le exigió a Paco un guardia civil.

-Si sirve de algo, me gustaría decirle, con todo respeto, que soy Paco de Lucía.

-Sí, hombre, o Felipe Campuzano -remachó el agente.

-No. Felipe Campuzano soy yo -asomó la cabeza el copiloto del auto…”

Leyendo Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa, suena de fondo su guitarra, y la voz de Juanjo Téllez se transforma en la de un cantaor que lo acompaña con la voz rota por su ausencia.

Sergio Barce, junio 2022

 

JUAN JOSÉ TÉLLEZ Y PACO DE LUCÍA
Etiquetado , , , , , , , , , , ,

LEYENDO A TÉLLEZ, CON PACO DE LUCÍA DE FONDO

Llevo aún pocas páginas del libro Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa, biografía de Juan José Téllez. Pero lo estoy disfrutando, por ser un retrato tan hondo, tan humano y tan cercano. Siempre me ha gustado escuchar a Juan José Téllez cuando he tenido ocasión, porque aprendo con su rápido verbo y con las anécdotas inacabables con las que salpica sus intervenciones, pero también disfruto con sus artículos, con sus relatos (ahí está Profundo sur) y ahora con este libro sobre Paco de Lucía. Hago una parada en sus páginas para reproducir unos fragmentos que me han llamado la atención.

   “…<Nací con la guitarra en las manos>, zanjaba Paco.

No solo, sin embargo, fue instinto o genética. Algunos autores, como es el caso de Félix Grande, hablan de dos etapas primerizas en la relación de Paco con la guitarra. En un primer período, vería en ella una tabla de salvación para la modesta economía familiar, una suerte de aquel <sueño americano> a la española que, escribe Pohren, parecía reservado a los toreros y a los artistas. Pero, luego, Paco descubre la música, se erige en su sacerdote y convierte a su instrumento favorito en una suerte de médium para esa vieja alquimia de transmitir a terceras personas aquello que solo existe en las oscuras y personales regiones del espíritu.

Aunque cree que, al sacarlo del colegio, su padre solo hizo lo que le obligaban las circunstancias, hubo una época en que le acomplejaba el hecho de no haber completado estudios: <Hay situaciones donde echas de menos tener cultura, elocuencia en una conversación, estar al día en lo que sucede… Cada vez me pasa menos, con los años uno se acostumbra a ser y admitir lo que es. Cuando tienes dieciocho años quieres ser Supermán y, claro, de ahí vienen los complejos, los miedos y las timideces>.

Su padre, admirable, anacoreta y, en cierta medida, purista. Parece claro que nunca debieron de gustarle aquellos escarceos de su hijo por los paraderos del jazz y por los rumbos de otras heterodoxias musicales. <Cuando yo era niño todavía -confirma Paco, de viva voz- y empecé a componer mis falsetas, me acuerdo de que mi padre estaba medio en contra porque me veía un poco como un osado, como pretencioso. Pero, claro, ¿qué pasó? Había ya un orden preestablecido, una manera de tocar, unos esquemas para tocar la guitarra. Yo, de pronto, empecé a dudar de esos esquemas>.

Tampoco le gustaba a su hermano Ramón ese empeño suyo, esa búsqueda pertinaz, intuitiva y privada. Cuando Ramón de Algeciras le orientaba sobre las pautas que siempre le marcó el Niño Ricardo, Paco desobedecía: <Exacto, yo de pronto decía esto no es así, yo no lo veo así. Entonces, me llamaban chufla y me decían “este niño, ¿qué se ha creído?, este niño es pretencioso”. ¿Qué pasó? Que enseguida tuve un reconocimiento rápido. Mi primer disco solo, uno pequeño, lo hice con catorce años. Enseguida, los profesionales, la gente me lo reconocieron. Los guitarristas empezaban a hablar de mí y ellos veían que los demás empezaban a hablar bien de mí. Entonces ya dudaban de si lo estaba habiendo bien o no>.”

Sigo leyendo a Téllez, con la guitarra de Paco de Lucía de fondo.

Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa, está editado por Planeta.

Sergio Barce, 29 de mayo de 2022  

Etiquetado , ,

«RUE DES SCHEREZADES», DE FARID OTHMAN-BENTRIA RAMOS

Farid es de esos autores que ya llevan en su nombre la firma del escritor: Farid Othman-Bentria Ramos. ¿Quién se puede llamar así si no es narrador o poeta? En este caso, un excelente poeta.

Aunque en más en una ocasión he manifestado mi predilección por la narrativa y mi nula capacidad para enhebrar unos versos decentes, sí distingo la buena poesía. Y si, además, el autor me sugestiona con sus palabras para que siga leyendo su poemario es razón más que suficiente como para dedicarle unas palabras. Ya lo consiguió Farid cuando leí su Mare Incógnita, y ahora lo ha vuelto a hacer con Rue des Scherezades, que cuenta, además, con un bellísimo prólogo del gran Juan José Téllez, uno de nuestros referentes.

Eso sí, Farid hace un juego malabárico en este nuevo libro al mezclar su estructura netamente teatral con breves textos de narrativa poética, que son como las bisagras de las puertas que han de ser abiertas al avanzar por el libro, y sus versos, embozados por la musicalidad de su aliento mestizo, hijo de las dos orillas, heredero de nuestra multiculturalidad más bella, nos mecen en un susurro de confidencias.

Como soy incapaz de hacer un análisis crítico de su poesía desde la perspectiva del narrador que soy, por pudor y por respeto, solo me atrevo a reiterar que los versos del poeta con nombre de poeta Farid Othman-Bentria Ramos merecen ser leídos con la atención que se merecen, con la certeza de que hay mucho de su mapa sentimental interior que, sin rubor, comparte con todos nosotros. 

Nada mejor que leer uno de los poemas que forman parte de Rue des Scherezades para confirmar todo lo anterior.

NADIE ME DIJO TU NOMBRE

Nadie me dijo tu nombre.

Te sentaste tan cerca…

Mi mano,

que podría haber ido

al fin del mundo,

decidió ser piel

por los caminos de tu espalda,

tu cuello, sin permiso,

hizo de los dos una caricia.

Buscamos los espejos

pero, esta vez,

nos miramos a los ojos,

entonces, mi calor,

entonces, la vida

y tus párpados,

y, entonces, nada más,

nada menos…

la luz de las letras

pronunciadas

acercándome a tu boca.

Rue des Scherezades ha sido publicada por Esdrújula Ediciones.

Sergio Barce, 8 de mayo de 2022

 

Etiquetado , , , , ,