ASÍ FUE LA 12ª EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE Y MEMORIA COMÚN DE NADOR

Hace ya una semana (cómo vuelan los días) que finalizó la XII Edición del Festival Internacional de Cine y Memoria Común de Nador, FICMEC’23. Y estuve allí de nuevo, aunque esta vez de manera presencial (fui presidente del jurado de documentales en la edición que coincidió con la maldita pandemia, por lo que entonces todo fue online). En esta ocasión, volví a ser invitado para participar en dos mesas redondas y, por fin, pisé Nador. Todo gracias a Abdeslam Bouteyeb y a Sandra Rojo, que se dejan la piel para que todo salga bien durante el festival. Tarea nada fácil. Por eso, ya, desde este mismo instante, les doy las gracias por su amabilidad, cercanía, cariño y perseverancia. 

He de confesar que he dejado cierto margen de tiempo para escribir esta pequeña crónica del festival porque creo que la distancia hace que las piezas vayan encajando mejor. Así te das cuenta con más nitidez de todo lo vivido durante esos ocho días. Dejando a un lado los lazos afectivos que se crean durante esta larga convivencia y de los reencuentros con algunos amigos, llego a la conclusión de que todo ha sido muy divertido y ameno. 

No voy a hacer una crónica exhaustiva del festival, pero sí narrar lo experimentado por mí. Y este relato comienza el domingo día 10 cuando llegué al aeropuerto de Málaga para coger el avión que nos trasladaría a Melilla. Me tomé sólo un café sobre las 5.45 horas. Pedí uno pequeño. Son 4,00 €, me dijo el camarero con sorna, como aclarándome que, aunque fuese un cafelito, ahí se pagaba cada grano de café como si hubiesen sido recolectados esa misma madrugada en pleno corazón de Colombia. Menos mal que no pedí el café con leche cappuccino extra doble… Ya con el estómago caliente y la sensación de que el café era Deluxe, pese a ese sabor a café-garrafón de aeroplano, me encontré con Guillermo Busutil y Ana Ballester, y, desde ese instante, algo nos unió para el resto de esos días. 

También conocí a Jorge Onieva y a su mujer. El flamante director del Festival de Cine de Granada, con el que, por horarios del certamen, no coincidí demasiado, en pocas pinceladas me reveló a un hombre cercano y generoso. Estoy convencido de que el festival de Granada se convertirá en un referente. Sensaciones que uno se lleva por unas miradas, por unas palabras, por unos gestos. A veces, sólo basta eso. 

Pasar la frontera de Melilla a Nador me provocó una extraña sensación de viaje al pasado. El estado de deterioro de las cercas y de las rejas, esos rincones llenos de basura, ese silencio numantino que te rodea y que sólo permite oír cada uno de tus pasos y el rodar de las ruedecillas de las maletas. Parecía que nos adentrábamos en un laberinto sin salida. Pero todo fue fácil y amable en los distintos controles. 

A Guillermo Busutil lo conocía de antes, y, aunque habíamos coincidido en varios actos culturales en Málaga, jamás habíamos mantenido una conversación a fondo. Sin embargo, en los días siguientes nos hicimos casi inseparables, descubriendo que nos unen gustos afines en cine, en literatura y en aspectos vitales que nos han acercado hasta revertir en una estrecha amistad que nos hemos propuesto cimentar. Confieso que es un regalo escuchar a Guillermo y aprender de él. 

Ana Ballester ha sido otra revelación. Me ha encantado compartir con ella los paseos que los tres hicimos por Nador, de norte a sur y de este a oeste. Caminar y charlar de todo, sin prisas, deteniéndonos, enzarzados en cualquier asunto, hurgando en nuestras historias y en nuestras experiencias. En todo momento, envueltos con ese tono violeta con el que se tiznaba de pronto la bahía. Espectacular el paisaje. Casi hipnótico. De hecho, hubo instantes en los que nos quedamos en silencio contemplándolo. 

Qué decir del grupo <Mujeres Mediterráneas>. De sus integrantes, sólo conocía a Habiba Chaouf, pero verla con sus compañeras fue un chute de alegría, de risas, de arte, de simpatía… Lo tienen todo para ser lo que son: únicas. Me quito el sombrero ante ellas. Ya apuntaban maneras en el primer desayuno al que nos invitó el festival, pero, en los dos días siguientes, demostraron que son un torbellino. No me he reído tanto en mucho tiempo como con ellas. Os dejo el enlace de su página para que las sigáis: https://www.mujeresmediterraneas.com/ 

De hecho, cuando se marcharon, nos dejó un vacío irreemplazable en el festival. 

Luego llegaron, tras una travesía accidentada y rocambolesca, tanto Mohamed El Morabet como Francisco González o Mau Cardoso. Con Francisco me he reído, porque es inevitable no sucumbir a su humor, y con Mohamed me une ya una afinidad de varios años. Sabe de mi admiración por su narrativa. Nos entendemos con la mirada, que es importante en algunos momentos. Durante todo el festival supe dónde encontrar a Mohamed el Morabet. Me gusta compartir alguna bebida con él, charlar, escucharlo, reírnos. Sólo lamento que el catarro que me afectó a la garganta durante varios días me restara fuerzas para intervenir más en las conversaciones y para haber disfrutado cada momento con la pasión que sentía. Especialmente con Mohamed y Guillermo. Pero siempre habrá tiempo de más. 

Intervine en dos mesas redondas: en la primera, junto a María Iglesias, que presentaba su libro <Horizonte>, y a Mohamed el Morabet, que habló de su novela <El invierno de los jilgueros>, y de muchas otras cosas. Yo lo hice de mi libro de relatos <El mirador de los perezosos>. Las preguntas que nos hicieron los asistentes estaban llenas de interés y fue muy aleccionador ver los distintos puntos de vista de muchos asuntos que derivaron de nuestros libros. Creo que lo hicimos bien, porque el encuentro comenzó a las 22.00 horas y acabó a las 00.40. No está mal. Tiempo de gozo. 

El segundo encuentro fue más original, por así decirlo. La organización corrió a cargo de la Baladiya de Nador y se celebró en una sala habilitada para bodas, antes de la cena. Yo estaba en esos momentos con unas décimas de fiebre que disimulé como pude, y me esforcé por estar a la altura de los dos autores a los que iba a presentar: José Sarria y El Hassan Belarbi. Nos sentaron a los tres en el sofá que se habilita para los novios, así que, de hecho, oficié la ceremonia como si fuera un enlace, aunque literario. Hablé de la novela de El Hassan Belarbi, su primera obra: Hogares de barro. Era un momento especial, porque Belarbi venía de Almería, donde ejerce de profesor de Química, y es natural de Nador, así que estaba emocionado por presentarlo precisamente en su ciudad. Quizá el hecho de que muchos invitados entraran a deshora y que se nos echaba encima la hora de la cena nos obligó a recortar nuestras intervenciones. No obstante, vi a El Hassan con ganas de compartir lo que nos contó en el acto. Luego, José Sarria nos habló de su libro de poemas Tiempo de espera, y se leyeron sus versos tanto en español como en árabe, y eso llenó de magia los últimos momentos de la presentación. Minutos después, nos entregamos a la cena, generosa como siempre lo es en Marruecos. 

Por supuesto, asistí a la proyección de varias películas, especialmente cortometrajes y documentales. Por lo que vi, creo que los jurados de largometraje, cortometraje y documental, acertaron en sus galardones. Personalmente me fascinó un corto, que resultó ser el ganador en su categoría: Sur la tombe de mon père, de Jawahine Zentar; una película llena de delicadezas y muy sugerente. 

En breves ráfagas os resumiré varias escenas del certamen que creo merecedoras de ser reseñadas: Rafael Guerrero, que es el responsable de comunicación internacional del certamen, nos deleitó con varios bailes, demostrando que puede tanto con un twist como con una sevillana (consiguió, además, que la sala de cine se llenara con alumnos del colegio español y de varios centros escolares marroquíes de la ciudad, que es como sembrar para el futuro); las componentes de <Mujeres Mediterráneas> arrancando a cantar incluso en el interior del autobús que nos llevaba a la primera de las dos cenas que organizó Sidi Abdelkader Salama para los invitados al festival; el baile que se echó Guillermo Busutil con la Batucada que actuó a las puertas del hotel y que, gracias  a varios móviles, se ha hecho viral; ese selfie que nos hicimos Ana Ballester, Guillermo y yo para sellar nuestra amistad, pero que parece realizado en los años ochenta, con esa imagen casi difuminada al estilo de los videoclips de George Michael (my God!); Mohamed El Morabet defendiendo con vehemencia el uso del idioma en su narrativa, tan aleccionador siempre; Zoubaida El Fathi, periodista, presentadora de las noticias en español en la televisión marroquí que, espontánea, se prestó a hacerse una foto conmigo cuando le conté que mi padre la ve a diario desde España, y saberlo le dibujó una sonrisa esplendorosa; y esa otra foto que nos hicimos María Iglesias y yo en la casa de Sidi Adbdekader Salama (en la segunda de las cenas que, hay que decirlo, fue un derroche de generosidad por su parte para con todos los invitados) en la que María y yo parecemos un par de ricachones; María Iglesias también se me reveló como un torbellino, que parece dar bocados al defender sus postulados, y eso me gusta; el humor surrealista y genial de Ignacio Guarderas Merlo, que hacía que nos desternillásemos con él; el contraste con la mesura y elegancia de Mau Cardoso; la vitalidad contagiosa de Sandra Rojo, capaz de estar en primera línea en veinte frentes y no perder nunca la sonrisa, ni la compostura, ni sus ganas de divertirse, qué vitalidad envidiable la suya; como la de su hermano Salvador, que es un diseñador gráfico excepcional; Carlos Coelho Costa repartiendo alegría a la vez que nos iba indicando las películas que iban a ser proyectadas; la socarronería de André Coelho, que lo observaba todo y lo analizaba todo; ver a Juanjo Florensa cumplir su amenaza de aparecer vestido con un traje chaqueta con figuritas de Papá Noel y andar tan pancho, y, para eso, hay que tener una personalidad arrolladora como la suya; Abdeslam Bouteyeb, pese a la tensión lógica de ser el máximo responsable del certamen, paseando día a día su optimismo y una sonrisa contagiosa; la cara de póquer de la presidenta del jurado de documentales, la realizadora Jill Daniels, cuando, sentado por error desde hacía unos minutos en la mesa en la que iban a comenzar su primer cambio de impresiones los miembros de ese jurado, ella me miró y, con el ceño fruncido, aunque amable, me preguntó: Who are you? (¿Quién eres?) y se me ocurrió responderle: I´m nobody. Well, I´m the intruder. The spy sent by the enemy… (No soy nadie. Bueno, soy el intruso. El espía que ha enviado el enemigo…). Ella pareció contrariada, momento que aproveché para levantarme y alejarme de allí, mientras Guillermo se partía de risa. Desde ese instante, cada vez que Jill Daniels se cruzaba conmigo por el hotel me echaba una mirada de reojo preguntándose de nuevo quién era yo… En fin, que ha sido una experiencia llena de anécdotas y momentos inolvidables. 

No puedo acabar este artículo sin subrayar que lo más importante del Festival International de Cinéma et de mémoire commune de Nador es precisamente sus objetivos: cine y derechos humanos, cine y memoria común, cine y humanidad. Con suerte, quizá volvamos a vernos. Incha alláh. 

Mi reconocimiento a Sandra, a Abdeslam, a Rafael, a todo el equipo del festival por hacerlo todo tan fácil. Y una mención especial a mi pequeño grupo de amigos: Guillermo, Ana, Mohamed, Pepe, Francisco, Ignacio, Rafael… Mil gracias.

Sergio Barce, 24 de diciembre de 2023

  

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GUILLERMO BUSUTIL, SANDRA ROJO Y SERGIO BARCE
SERGIO BARCE, GUILLERMO BUSUTIL Y MOHAMED EL MORABET
SERGIO BARCE, GUILLERMO BUSUTIL Y PEPE SARRIA
SERGIO BARCE, IGNACIO GUADERAS MERLO Y GULLERMO BUSUTIL
JUANJO FLORENSA, PEPE SARRIA Y SERGIO BARCE
SERGIO BARCE, RAFAEL GUERRERO, ANA BALLESTER, ABDESLAM BOUTEYEB Y GULLERMO BUSUTIL
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CON ANA BALLESTER
GUILLERMO NO PUDO RESISTIRSE AL VER UN MICRÓFONO DE «ORO»
PEPE SARRIA, ABDESLAN BOUTEYEB Y SERGIO BARCE
SERGIO BARCE, PEPE SARRIA Y FRANCISCO GONZÁLEZ
PEPE SARRIA, SERGIO BARCE, EL HASSAN BELARBI, Y SANDRA ROJO Y ABDESLAM BOUTEYEB
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CON MOHAMED EL MORABET Y MARÍA IGLESIAS
MOHAMED EL MORABET, MARÍA IGLESIAS Y SERGIO BARCE
MOHAMED EL MORABET, PEPE SARRIA, ABDESLAM BOUTEYEB Y SERGIO BARCE
RAFAEL GUERRERO, SERGIO BARCE, ANA BALLESTER Y GUILLERMO BUSUTIL JUNTO A LAS COMPONENTES DE MUJERES MEDITERRANEAS
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FELIZ NAVIDAD

OS DESEO A TODOS
FELIZ NAVIDAD 

 
I WISH YOU A 
MERRY CHRISTMAS!
 
Con un precioso tema del grupo The Pogues, con la voz del recientemente fallecido Shane MacGowan:
 
 
 
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«TODOS LOS SUEÑOS», UN POEMA DE AZIZ TAZI

TODOS LOS SUEÑOS

Sueño con un país claro y límpido,

donde respirar no cueste tanto,

respetar las señales de tráfico anuncie una era nueva

y conversar sin alzar las manos repudie por fin la desidia.

Donde la gente se siente frente a frente,

no mire al asfalto

ni se anegue en su silencio,

y distienda el ceño.

Sueño con que nuestros ancianos huelan a azahar,

tengan la mañana plácida, el crepúsculo en compañía.

Mi preciado sueño lo pueblan mujeres sin miedo,

de túnicas de seda y albedrío sereno.

Mi sueño anhela una juventud sin trabas, 

libre de tiranas tutelas, cósmica.

Sueño, sí, con un país de niños y niñas de tersa tez

y resplandeciente cabellera,

niñas y niños cuyos sueños irisen mares de colores,

bellas estampas, montañas de dulces para TODOS

LOS SUEÑOS.

Aziz Tazi (Fez, 1961)   

Estos versos de Aziz Tazi, se recogen en Mar de Alborán. Antología de la poesía contemporánea andaluza y marroquí, libro nº 4 de la colección Las 4 Estaciones, que dirige Juvenal Soto. De esta edición y selección: José Sarria. Con traducción de Khalid Raissouni. MálagaESpoesíA. Fundación Málaga Más Cultura y Fundación El Pimpi, Málaga, año 2020.  

 

AZIZ TAZI
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«CUERDAS AL AIRE», DE JUAN PABLO CAJA

Mientras escucho <Woman from Donori>, acabo la lectura de Cuerdas al aire, el nuevo pequeño libro de Juan Pablo Caja. Digo pequeño porque sus dimensiones son menores a las habituales, como es habitual en las publicaciones de la editorial Minúscula. Pero también es una bella edición, muy cuidada, y agradable para leer.

Como ocurre en todos los libros de Juan Pablo Caja, hay muchas historias entremezcladas y muchos personajes que se cruzan, que salen y que entran de sus páginas, y hay mucha socarronería y humor fino, y muy buena narrativa para contarnos estas también «pequeñas» historias que, en gran parte, ha vivido el propio autor.

Cuerdas al aire es un homenaje a una de sus pasiones: la guitarra. Un homenaje dulce y sencillo, pero también profundo y hasta melancólico. Hay mucho rasgueo de cuerdas en estos capítulos que se siguen con un ritmo country y acústico, contados desde un escenario para pocos espectadores, con mucha cerveza (incluso caliente) y con un cierto regusto amargo por el paso inexorable de los años.

Escribe Juan Pablo: «¿Por qué tantas cosas envejecen parecido? Esta tarde he estado estudiando una pieza de Stefan Grossman y John Renbourn, <Woman from Donori>. Está en un disco de finales de los setenta, que compré cuando lo sacó en España el sello Guimbarda, la discográfica que en esa época nos traía el folk internacional. Miro mis manos mientras practico y no sé por qué me pongo a pensar en todas las manos, en las maderas de las guitarras y en casi cualquier objeto, en cualquier cosa. En cómo envejece todo y qué rasgos comunes tiene el paso de los años. La madera que se va curando, se seca, y, aunque la vibración que se transmite desde las cuerdas a la tapa mantiene y desarrolla la flexibilidad del material, esa elasticidad va adquiriendo una calidad muy diferente con los años. Aparecen grietas, quebraduras. Aumenta la resonancia pero no la exuberancia del sonido, no la riqueza de armónicos. Es una vibración intensa pero seca, que perdura, aguda, penetrante. Las notas largas en el aire. Y eso es algo que, al tocar guitarras de más de, no sé, cincuenta años, me ha parecido siempre esencial, común a todas. Algo que cada vez más siento que comparto con ellas, que comparten mis manos, mi respiración, a medida que cumplo años. Por qué una persona y unas tablas de madera han de envejecer igual, de manera análoga. Por qué se secan pieles y maderas. Arterias y diapasones. Más curados, más frágiles y, a la vez, más duros. No sé. Tampoco sé, es cierto, si esto son figuraciones mías y no soy siquiera capaz de juzgar la diferencia entre guitarras: a lo mejor ahora suenan diferentes porque se construyen diferente, porque las maderas son otras…« Qué bello párrafo para describir nuestro envejecimiento y el de las guitarras, en paralelo, a la vez, embozados por el olor de esa madera agrietada y por el sonido de las canciones que nos propone.

Cuerdas al aire se lee de un tirón. No es muy extenso el libro. Un libro minúsculo, ya lo he dicho. Pero que es, a la vez, un tema musical, tocado con mano lenta en una vieja guitarra, que escuchamos traducido por las palabras cálidas y cercanas de Juan Pablo Caja.

Sergio Barce, 3 de diciembre de 2023 

          

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