Mientras comienzo esta undécima nota, suena de fondo en el ordenador la canción The magnificent seven, de The Clash, uno de los temas que tengo grabado en mi biblioteca de Spotify. Esta canción me levanta el ánimo, por su ritmo magnético. Luego sonarán Slippery people, de Talking Heads, Rock´Roll Star, de Barclay James Harvest, Rebel Yell, de Billy Idol y las que vengan detrás. Se me hace más fácil narrar con este “ruido” de fondo, con el volumen bastante alto. Con eso consigo obligarme a estar muy concentrado en el texto que escribo.
Hace un rato he habado con Pilar, de la Librería Antonio Machado, de Madrid. Local emblemático donde los haya. Es la primera vez que nos comunicamos. Me ha parecido amable, divertida y dinámica. Me ha abierto las puertas de par en par para presentar El mirador de los perezosos. Estamos barajando fechas posibles. Probablemente en febrero. Me ilusiona mucho llevar estos relatos a la librería que lleva el nombre de mi poeta de referencia.
Hablando de El mirador de los perezosos: ayer me llegó la reseña que firma el escritor Paco Huelva y que se ha publicado en la revista Entreletras. Sus palabras no podían ser más positivas. Es un artículo hermoso y emocionante que ha sabido comprimir algunas de mis intenciones o los motivos por los que escribo. Lo he degustado.
Acabo la lectura de dos novelas completamente distintas y que me han causado también diferentes sensaciones. El insomnio (L´insomnie, 2019) de Tahar Ben Jelloun, publicada por Cabaret Voltaire, con traducción de mi admirada y querida Malika Embarek. Me ha desconcertado. No sé qué esperaba de este libro, pero no lo que me he encontrado en sus páginas que, a veces, se me han hecho espesas. Tengo la sensación de que hubiera necesitado de una poda para dejarla más esquelética y ágil. La trama apenas me ha creado la sensación de inercia por saber si en las siguientes páginas se produciría un giro que nunca ha llegado. Me gusta más Ben Jelloun cuando me habla de Marruecos, de sus experiencias vividas en la época de plomo o en sus historias más sensibles e íntimas. Incluso me atrapan más sus libros explicando qué es el Islam o el racismo a nuestros hijos. Esta trama de misterio, sin embargo, me deja tan frío como indiferente.
Sin embargo, El acontecimiento (L´événement, 2000), de la escritora francesa Annie Ernaux, con traducción de Mercedes y Berta Corral, me ha impactado por su crudeza, por su sinceridad, por la desnudez de su narrativa. Ernaux va al grano, sin florituras, a degüello. Una novela de apenas cien páginas de una intensidad abrasadora. Y el tema que plantea no es nada fácil: el aborto. Y, además, ambientada en el contexto de una Francia en la que estaba penalizado y en la que se perseguía a las mujeres que lo practicaban.
“Después de mi infructuoso intento, llamé por teléfono al doctor N. Le dije que no quería <tenerlo> y que yo misma me había lesionado. No era verdad, pero quería que supiera que estaba dispuesta a todo. Me dijo que fuera de inmediato a su consulta. Creí que iba a hacer algo por mí. Me recibió silenciosamente, con una expresión grave en el rostro. Después de explorarme me dijo que todo iba bien. Me eché a llorar. Él estaba postrado en su escritorio, con la cabeza gacha: parecía muy turbado. Pensé que estaba luchando consigo mismo y que iba a ceder. Al final levantó la cabeza y dijo: <No quiero saber adónde va a ir. Pero vaya a donde vaya, tendrá que tomar penicilina ocho días antes y ocho días después. Le extenderé una receta>.
Al salir de la consulta me enojé conmigo misma por haber echado a perder mi última posibilidad. No había sabido jugar a fondo el juego que exigía el hecho de burlar la ley. Hubiera bastado con un suplemento de lágrimas y súplicas, con una mejor representación de mi desasosiego, para que él accediera a mi deseo de abortar. (Al menos así lo creí durante mucho tiempo. Sin razón, quizá. Solo él podría decirlo.) Por lo menos trató de evitar que yo muriera de una septicemia.
Ni él ni yo pronunciamos la palabra aborto ni una sola vez. Era algo que no tenía cabida dentro del lenguaje.”
Sirva como ejemplo de su estilo el fragmento que acabo de reproducir de la novela. Las páginas en las que describe la operación, la reacción posterior de la protagonista (quizá la propia Ernaux), las secuelas, son de un realismo desafiante.
Pero son sus pequeños apuntes sobre el proceso creativo, a partir de esta dolorosa experiencia, las que me han llamado la atención en su texto. “Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura”, afirma en algún instante. O estas otras líneas tan explícitas y sinceras al referirse a lo que está narrando: “…porque la conmoción que experimento al volver a ver esas imágenes, al volver a escuchar esas palabras, no tiene nada que ver con lo que sentía entonces: es tan solo una emoción para la escritura. O lo que es lo mismo: una emoción que permite la escritura y que constituye la señal de su verdad”.
En cuanto a cine, lo mejor que he visto últimamente es un refugio habitual para alguien que ama el séptimo arte como yo: revisitar los clásicos. Y confieso que he vuelto a disfrutar enormemente de Monsieur Verdoux (1948) de Charles Chaplin y de La ventana indiscreta (Rear window, 1954) de Alfred Hitchcok. Aunque conozca sus tramas, sus trucos, los diálogos, los desenlaces, eso da igual, porque lo que importa es descubrir detalles que antes no vimos o darle una nueva interpretación a alguna frase o a un gesto de los actores. Las obras maestras tienen estas cosas.
Muy recomendable la miniserie de televisión italiana Exterior noche (Esterno notte, 2022) del gran Marco Bellocchio que, a sus ochenta y tres años, sigue dando lecciones de cine. Una reconstrucción admirable del secuestro de Aldo Moro y de esa época convulsa de la política italiana.
Estamos de fiestas navideñas. Entre frase y frase me he zampado un polvorón exquisito acompañado de un té (verde, por supuesto). También ha caído un buen trozo de turrón de chocolate Suchard, irresistible. Ahora me siento gordo y pesado. Pero a veces vienen bien estos caprichos. Le echaré la culpa a las navidades. Venga, arriesguémonos con otro corte de turrón. De perdido al río.
Cuando acabo este artículo, suena en mi ordenador Always the sun, del grupo The Stranglers. Y me acuerdo de que me había propuesto escribir una anécdota sobre Lorenzo Silva que siempre dejo para más adelante. Hoy también lo haré. Para más adelante, sí.
Sergio Barce, 27 de diciembre de 2022