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«EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS», DE SERGIO BARCE, SEGÚN MOHAMED EL MORABET

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Cuando el pasado día 10 presentamos en la Librería Antonio Machado, de Madrid, mi libro El mirador de los perezosos, las palabras que leyó Consuelo Hernández al comienzo del acto (la autora del óleo que sirve de cubierta al libro era la más indicada para comenzar precisamente hablando de esa imagen y del cuento que se inspira en ella) y las que luego dedicó Mohamed El Morabet a cada uno de los relatos que arman este libro, sé que a los asistentes les hizo despertar las ganas por leerlo. A mí me causaron un cierto efecto de fascinación, porque siempre es curioso descubrir lo que otros hallan en mis creaciones, como si dieran con el reverso de mis palabras o con lo que se esconde en lo más recóndito tras las historias que narro.

En cualquier caso, lo pasamos bien, nos reímos y nos emocionamos, y el público disfrutó tanto de Consuelo como de Mohamed, y espero que de algunas de mis ocurrencias.

En esta crónica, reproduzco las impresiones de Mohamed El Morabet, en lo que él había titulado para la presentación como “Decálogo ético de Tánger”, y que desgranó a medida que dialogábamos. En el próximo post, os ofreceré el texto completo de Consuelo Hernández sobre la interrelación entre su óleo “Tres mujeres en cabo Malabata” y mi relato “Cabo Malabata”. Y así se cerrará el círculo a la perfección.

Sergio Barce, 17 de febrero de 2023 

Mohamed El Morabet dijo cosas como éstas:

“Tánger es un hoyo. Este aserto no hace justicia a la ciudad, lo sé, aunque cada vez que la visito me invade un miedo irracional. Por temor a que me engulla, supongo. Después de pensarlo mucho, sospecho que la verdadera razón por la que no me gusta Tánger es porque no la conozco. O, más bien, la desconozco mientras que muchas de mis amistades parece que la conocen al dedillo. Esto ya lo señaló Orhan Pamuk respecto a Estambul: «La ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos». Después de leer a Sergio Barce y su fascinante libro de relatos, El mirador de los perezosos, renuevo mi aseveración y me quedo un pelín reconciliado. Su decálogo ético sobre Tánger sacude mi pereza y me invita a que sienta la ciudad algo mía también.

9 de abril

9 de abril, el primer cuento, me suena a las sesiones de James Lord con Giacometti. Con el añadido de encontrar en el otro a sí mismo. De ahí la grandeza del relato. El arte por sí solo no sirve de nada. Su magia e influjo sucede cuando interviene en tu vida y te conecta con los que te rodean. En este caso, Joao solo sabe mirarse a través de Saloua. El retrato que pinta es el punto de encuentro.

Boulevard Pasteur

Un cuento-paseo mediterráneo. Una road-movie urbana que transcurre en un día y en una vida. Empieza en el bulevar Pasteur y acaba en el mismo lugar. El autor se sumerge en la nostalgia de las pisadas del presente y del pasado. La ciudad es un decorado perfecto para la memoria y para espantar el olvido. La ciudad de las quimeras vista en un carrete de 24 de una cámara Leica.

Calle Josafat

Una historia de amor truncada en la adolescencia. Un juego hábil y sugerente de mezclar de forma simultánea, a veces, y alternándose, otras, el amor adolescente y el amor a una ciudad que ya no es. Muy logrado el diálogo con el viejo que confunde a Carlos con su padre Joaquín. «Los amigos van desapareciendo, sí», repite el anciano. Y es el tacto de Sergio Barce para decirnos que el amor, como los amigos, y como Tánger, también pueden desparecer si no los contamos.

Cabo Malabata

La maestría de Barce en este cuento reside en su capacidad de que todos los personajes de otros artistas se parezcan a él. Ahora matizo mis palabras. Las tres mujeres del cuadro de Consuelo Hernández podrían ser la cuna de un universo de historias posibles. Pero después de leer la vida que Sergio Barce ha otorgado a estas tres mujeres, y al volver a mirar el cuadro, descartamos el universo de posibilidades para quedarnos con esta versión como definitiva. El truco es sencillo: Barce imprime su amor a sus personajes. Después ya no hay manera de no amarlos. Pero tengo una duda seria: ¿Por qué elige sentarse en una silla de hierro oxidada cuando las tres mujeres están sentadas en una silla blanca Monobloc? (esta pregunta dio lugar a un divertido cambio de impresiones y de sugerencias)

Hafa

Un relato con una trama para una novela. Muchos personajes y bien construidos. El conflicto del padre ocultando su enfermedad. La madre sumisa con su hermano. Una hija adolescente que es el futuro de la familia. Un hijo bueno y fumeta, pero no buen estudiante y al parecer currante. La abuela entrañable en su relación con la amiga Raquel. El tío encarnando el mal como espejo del fracaso. Un tejido de conexiones familiares y de amistades estimulante. Una tensión narrativa muy sólida. Qué pena que necesite un desarrollo más amplio para dar cabida a todas las dimensiones de los conflictos que plantea. Y todos muy bien definidos. Qué gran primera frase, un comienzo de película.

Hotel Rembrandt

La sensación de desubicación que recorre el relato es perturbadora. Se traza una línea que separa el mundo interior, introspectivo, con la figura pública de un escritor reconocido y leído. Descubrir que la faceta de feriante de un escritor no es jauja y tiene su lado oscuro. Muy logrado el tono de la desmemoria solo con el lado expositivo del escritor, sin embargo, él sigue siendo él, sigue fijando su mirada curiosa en detalles que generalmente pasan desapercibidos. Y luego ocurre lo mágico: aparece Meriem, persona y personaje, la unión entre estos dos estados es el deseo. Porque el escritor que la ha creado, la ama y el escritor feriante no sabe por qué la ama, aunque intuye las razones. Meriem ejerce de faro o de luz al final del túnel, ayuda a sacar al escritor desmemoriado de su letargo e invitarle de nuevo al mundo real. Y lo maravilloso es que todo esto es ficción. ¡Grande, Delio! Perdón, ¡grande, Sergio!

Dar Niaba

Magistral la idea de empezar el deseo erótico con los pies de Amina. Más sabiendo que el protagonista se niega a ser un vendedor de babuchas. Los fetichismos siempre nacen de los monstruos que albergamos dentro. Lo demás, es una ducha caliente (ojalá hubiese sido fría) en el infierno. Ir en busca de los pasos del placer de gustarse mutuamente y encontrarse frente a una transacción gélida de decepciones. Contar las 238 zancadas de la pasión del principio se convierten en una factura de 200 dirhams del final. La desilusión en este cuento relámpago se cifra en una resta de 38 formas de no recordar momentos como lo vivido por el protagonista.

Beit Hahayim

Tengo la sensación de que Sergio Barce quiere que lo entierren en Marruecos. Al lado de Jean Genet y Juan Goytisolo, cerca del mar que lo vio nacer. «Los cementerios son el reverso del mundo», dice en este cuento. Y se adentra en el cementerio judío para no salir indemne. El regreso del escritor a Tánger, a Larache, a Marruecos, es una incursión en cómo vive la gente en este territorio que esculpió su modo de observar. Me transporta a una reflexión que hace Esther Bendahan en su novela Déjalo, ya volveremos: «Supo que uno es del lugar donde entierra a sus muertos». Estas reflexiones mejor desarrollarlas en una conversación regada con vino, querido Sergio. ¿Qué te parece? (Es lo que hicimos al acabar la presentación, que conste)

El mirador de los perezosos

Un relato tierno y duro. Resonancias respecto a la lucha contra la vejez de El viejo y el mar de Hemingway y respecto al hecho de aferrarse al primer amor de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Un bildungsroman en trece páginas de infortunio que te hiela la sangre. Impagable la imagen de gloria fantasiosa con la mujer que ansía, poniéndose la bandera de la República del Rif como capa de superheroína. Al terminar de leer el cuento, te invade una rabia seca y ocre que solo se disipa al exclamar en voz alta, como Abdelkrim: ¡Hay que joderse, cojones!

Calle Siaghins

La salud mental en Marruecos, ese gran tabú. Siempre relegado al hogar y al cuidado de los familiares. La ausencia inclemente del Estado y la presencia amable de la camada de gatos. El amor fraternal entre Wydad y Omayma es sereno y silente. Siempre al borde de lo que no se verbaliza, siempre en el límite de las miradas esquivas, siempre en el abismo de las interpretaciones. Qué gran relato. Deja un sabor agridulce, entre melancólico y esperanzador, tejiendo una atmósfera del absurdo existencialista. Las dos hermanas por fin recuperan el sentido de la vida. Y tomando prestada la frase con que Albert Camus cierra su ensayo El mito de Sísifo diría: «Hay que imaginarse a Wydad Feliz».

Mohamed El Morabet

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN DE «EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS» EN MADRID

El pasado viernes, 10 de febrero, presentamos en la Librería Antonio Machado, de Madrid, mi libro El mirador de los perezosos. Pilar Eusamio Zambrana tuvo la gentileza de abrirnos las puertas de esta hermosa y señera librería para poder hacerlo, y le estoy muy agradecido por su amabilidad y su exquisito trato. Entre los asistentes, muchos amigos (entre ellos, Iñaki Martínez, Luisa Mora, Alberto Gómez Font, Malika Mbarek, Gabriela Grech, Gonzalo Fernández Parrilla, Charo Sánchez, Oscar López, César Martínez, Mohamed Lemrini, Adela Manso, José Vargas, Elisa Mancebo, Suky Vergara, Arturo, Emilia, mi hijo Pablo, incluso un Club de Lectura que ha tenido el detalle de elegir mi libro para su  próximo debate y que contactarán conmigo en los próximos días…).

La presentación se inició con Consuelo Hernández, responsable del óleo que sirve de cubierta al libro, leyéndonos un texto que había preparado para la ocasión. Fue un escelente aperitivo. Luego, Mohamed El Morabet desgranó los relatos que conforman el libro. Contar con él siempre es garantía de disfrutar del momento. También abrimos una interesante y divertida charla, en la que intervinieron muchos de los asistentes, como Leonor Merino, que incluso leyó un párrafo de uno de los relatos.

En un próximo post, reproduciré el texto de Consuelo y algunos de los comentarios de Mohamed, pero hoy voy a copiar lo que ha escrito uno de los asistentes, el tangerino José Vargas, en su cuenta de facebook. Me ha parecido bellísimo y creo que es el mejor resumen que se puede ofrecer del acto:

Este viernes por la tarde, en la biblioteca Antonio Machado de Madrid, un mago del relato tangerino como Sergio Barce Gallardo, fue capaz de trasladar a los asistentes, como por arte de magia al mítico Mirador de los Perezosos. Una jornada de hamzas abiertas, de emociones concentradas y expandidas como el poema de Isaak Begoña Ortiz que hace de trampolín. Cómo saltar al agua desde el espigón de Malabata. Un paseo por la legendaria medina, que cala hondo en la mayoría de los presentes. En la memoria y en el ADN. Conducidos sin oposición, por ese viento del Estrecho que hace presencia cuando los pinceles de Consuelo Hernández nos pintan a las tres mujeres del Cabo Malabata.

Consuelo, nos desvela que las protagonistas de su cuadro, solían acudir al lugar de la escena con mucha frecuencia. Una lujosa primicia, puesto que Sergio es el testigo estelar de una foto instantánea en forma de relato, que casi se queda corto de la intensidad. Lo cierto, es que las tres mujeres sabían escoger sitio. Quien ha podido ver la medina desde aquella vista, un día luminoso, siente pellizcos en el corazón. En aquellas sillas humildes, pero democráticas (cómo incide Mohamed El Morabet) y esparcidas caprichosamente desde Malabata, a Merkala. Hasta el Cabo Espartel y más allá. Quedamos en que sillas de hierro en el Hafa, plástico en Malabata y la mirada de Sergio Barce por esos recodos, por los que los gatos tangerinos rozan el lomo.

Una brillante sucesión de relatos, narrados con un trazo impecable, equiparables a una semana deambulando por aquellas calles y respirar hondo antes de volver al inframundo. Probablemente no hay descripción más acertada del vértigo de las últimas horas en Tánger. La cara inversa del relato del hotel Rembrandt. El reencuentro, la despedida y todo entre medias. Las mujeres voluptuosas y las cervezas Flag. Chukri aprobaría el menú. Con pasteles de La Española, cigarrillos comprados en la calle y perfume de Madini. Una visión cinematográfica de Tánger, emotiva y mágica. Como los gatos que aparecen y desaparecen, los enfoques atrevidos y los caftanes remangados.

Después de que Consuelo consiguiera que me buscara restos de pintura, tras colarnos en la obra cruzando su cuadro, Mohammed El Morabet nos sacude ya desde dentro, con su humor de trazo fino y directo a la médula. Ha sido absolutamente brillante, extrayendo de Sergio Barce gran parte de la vivas emociones que esta colección de relatos sugiere. Que se les pasó algún detalle, vuelvan a leerla, pero ahora del revés. El final es el principio y el principio el final. Las buenas historias son como las canciones de un disco, que las escuchas una y otra vez cuando están bien contadas.

Genial ver a Gonzalo Fernández Parrilla, cuya mirada trasmite la paz del Café Hafa, poder decirle a Malika Embarek como me emociona escucharla leer sobre Tánger y darle cuatro besos muy seguidos a Luisa Mora. Con todos dándole a los cigarrillos, en la puerta de la librería, tras dos horas en el Mirador de los Perezosos, que transcurrieron en un suspiro.

Sigamos contando los pasos, que es como se persiguen los sueños.

Shookran. José Vargas.

 

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MOHAMED EL MORABET, SERGIO BARCE Y CONSUELO HERNÁNDEZ
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NOTAS A PIE DE PÁGINA 11 – CON MÚSICA DE FONDO

Mientras comienzo esta undécima nota, suena de fondo en el ordenador la canción The magnificent seven, de The Clash, uno de los temas que tengo grabado en mi biblioteca de Spotify. Esta canción me levanta el ánimo, por su ritmo magnético. Luego sonarán Slippery people, de Talking Heads, Rock´Roll Star, de Barclay James Harvest, Rebel Yell, de Billy Idol y las que vengan detrás. Se me hace más fácil narrar con este “ruido” de fondo, con el volumen bastante alto. Con eso consigo obligarme a estar muy concentrado en el texto que escribo.

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Hace un rato he habado con Pilar, de la Librería Antonio Machado, de Madrid. Local emblemático donde los haya. Es la primera vez que nos comunicamos. Me ha parecido amable, divertida y dinámica. Me ha abierto las puertas de par en par para presentar El mirador de los perezosos. Estamos barajando fechas posibles. Probablemente en febrero. Me ilusiona mucho llevar estos relatos a la librería que lleva el nombre de mi poeta de referencia.

Hablando de El mirador de los perezosos: ayer me llegó la reseña que firma el escritor Paco Huelva y que se ha publicado en la revista Entreletras. Sus palabras no podían ser más positivas. Es un artículo hermoso y emocionante que ha sabido comprimir algunas de mis intenciones o los motivos por los que escribo. Lo he degustado.

Acabo la lectura de dos novelas completamente distintas y que me han causado también diferentes sensaciones. El insomnio (L´insomnie, 2019) de Tahar Ben Jelloun, publicada por Cabaret Voltaire, con traducción de mi admirada y querida Malika Embarek. Me ha desconcertado. No sé qué esperaba de este libro, pero no lo que me he encontrado en sus páginas que, a veces, se me han hecho espesas. Tengo la sensación de que hubiera necesitado de una poda para dejarla más esquelética y ágil. La trama apenas me ha creado la sensación de inercia por saber si en las siguientes páginas se produciría un giro que nunca ha llegado. Me gusta más Ben Jelloun cuando me habla de Marruecos, de sus experiencias vividas en la época de plomo o en sus historias más sensibles e íntimas. Incluso me atrapan más sus libros explicando qué es el Islam o el racismo a nuestros hijos. Esta trama de misterio, sin embargo, me deja tan frío como indiferente.

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Sin embargo, El acontecimiento (L´événement, 2000), de la escritora francesa Annie Ernaux, con traducción de Mercedes y Berta Corral, me ha impactado por su crudeza, por su sinceridad, por la desnudez de su narrativa. Ernaux va al grano, sin florituras, a degüello. Una novela de apenas cien páginas de una intensidad abrasadora. Y el tema que plantea no es nada fácil: el aborto. Y, además, ambientada en el contexto de una Francia en la que estaba penalizado y en la que se perseguía a las mujeres que lo practicaban.

“Después de mi infructuoso intento, llamé por teléfono al doctor N. Le dije que no quería <tenerlo> y que yo misma me había lesionado. No era verdad, pero quería que supiera que estaba dispuesta a todo. Me dijo que fuera de inmediato a su consulta. Creí que iba a hacer algo por mí. Me recibió silenciosamente, con una expresión grave en el rostro. Después de explorarme me dijo que todo iba bien. Me eché a llorar. Él estaba postrado en su escritorio, con la cabeza gacha: parecía muy turbado. Pensé que estaba luchando consigo mismo y que iba a ceder. Al final levantó la cabeza y dijo: <No quiero saber adónde va a ir. Pero vaya a donde vaya, tendrá que tomar penicilina ocho días antes y ocho días después. Le extenderé una receta>.

Al salir de la consulta me enojé conmigo misma por haber echado a perder mi última posibilidad. No había sabido jugar a fondo el juego que exigía el hecho de burlar la ley. Hubiera bastado con un suplemento de lágrimas y súplicas, con una mejor representación de mi desasosiego, para que él accediera a mi deseo de abortar. (Al menos así lo creí durante mucho tiempo. Sin razón, quizá. Solo él podría decirlo.) Por lo menos trató de evitar que yo muriera de una septicemia.

Ni él ni yo pronunciamos la palabra aborto ni una sola vez. Era algo que no tenía cabida dentro del lenguaje.”

Sirva como ejemplo de su estilo el fragmento que acabo de reproducir de la novela. Las páginas en las que describe la operación, la reacción posterior de la protagonista (quizá la propia Ernaux), las secuelas, son de un realismo desafiante.

Pero son sus pequeños apuntes sobre el proceso creativo, a partir de esta dolorosa experiencia, las que me han llamado la atención en su texto. “Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura”, afirma en algún instante. O estas otras líneas tan explícitas y sinceras al referirse a lo que está narrando: “…porque la conmoción que experimento al volver a ver esas imágenes, al volver a escuchar esas palabras, no tiene nada que ver con lo que sentía entonces: es tan solo una emoción para la escritura. O lo que es lo mismo: una emoción que permite la escritura y que constituye la señal de su verdad”.

En cuanto a cine, lo mejor que he visto últimamente es un refugio habitual para alguien que ama el séptimo arte como yo: revisitar los clásicos. Y confieso que he vuelto a disfrutar enormemente de Monsieur Verdoux (1948) de Charles Chaplin y de La ventana indiscreta (Rear window, 1954) de Alfred Hitchcok. Aunque conozca sus tramas, sus trucos, los diálogos, los desenlaces, eso da igual, porque lo que importa es descubrir detalles que antes no vimos o darle una nueva interpretación a alguna frase o a un gesto de los actores. Las obras maestras tienen estas cosas.

Muy recomendable la miniserie de televisión italiana Exterior noche (Esterno notte, 2022) del gran Marco Bellocchio que, a sus ochenta y tres años, sigue dando lecciones de cine. Una reconstrucción admirable del secuestro de Aldo Moro y de esa época convulsa de la política italiana.

Estamos de fiestas navideñas. Entre frase y frase me he zampado un polvorón exquisito acompañado de un té (verde, por supuesto). También ha caído un buen trozo de turrón de chocolate Suchard, irresistible. Ahora me siento gordo y pesado. Pero a veces vienen bien estos caprichos. Le echaré la culpa a las navidades. Venga, arriesguémonos con otro corte de turrón. De perdido al río.

Cuando acabo este artículo, suena en mi ordenador Always the sun, del grupo The Stranglers. Y me acuerdo de que me había propuesto escribir una anécdota sobre Lorenzo Silva que siempre dejo para más adelante. Hoy también lo haré. Para más adelante, sí.

Sergio Barce, 27 de diciembre de 2022

 

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN Y FIRMA DE MI LIBRO «UNA PUERTA PINTADA DE AZUL» EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID

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LUISA MORA Y SERGIO BARCE

El pasado jueves, 16 de septiembre, se presentó mi libro de relatos Una puerta pintada de azul (Ediciones del Genal) en Casa Árabe, de Madrid. Un encuentro que me dejó una agradable sensación final.

Karim Hauser, de Casa Árabe, hizo los honores, efectuando una breve pero elegante introducción para que, a continuación, mi querida y entrañable Luisa Mora, jefa de servicio de la Biblioteca Islámica “Félix María Pareja” de la AECID, tomara la batuta, con energía y mucho humor, y abrió un diálogo conmigo que me pareció que fue fructífero y ameno. Luisa dejó apuntes muy interesantes, como sus impresiones acerca del libro y los relatos que lo conforman, y, entre otras cosas, lanzó varias ideas, que reproduzco:

“Resulta un placer conocer <la ciudad ficcionada> a través de esta mirada literaria que la recrea con gran sensibilidad. Una geografía ya inexistente, con un nivel de detalle que parece fantasmagórica. Larache es, en cierto modo, un estado de ánimo. Y así se suma a otras ciudades literaturizadas (como Vetusta, Macondo, Comala, Liliput, el reino de Camelot…).

En la prosa de Sergio cobra especial relieve todo lo sensorial de Larache, adonde vuelve una y otra vez: los colores (la luz), los olores (la brisa), los sabores…. Es una rica manera de procesar la información <sensorial y sinestésica> (con una adjetivación rica y variada).

El lenguaje es singular, <barciano>: se crean términos como <larachensemente> (que viene de su libro Paseando por el Zoco Chico, pp. 189 y 198) que le gusta y retoma, se utilizan palabras como azaque, candora, anafe (horno portátil) y arabismos o términos en dariya (recogidos en un glosario al final).

En la obra de Sergio se aprecia no solo la influencia de sus lecturas sino también de todo el cine que ha visto y que sigue viendo sin cesar, como siempre cuenta en su blog y en sus conversaciones. De ahí el resultado de muy buenas imágenes literarias, como fotos fijas (en movimiento). También el tiempo está bien delineado: se fija. El manejo del tiempo es lentísimo, circular, a veces agobiante… Y percibo también un ritmo interno en el manejo de ese tiempo. Cómo retoma memorias y vuelve atrás, a lo que vivió de niño, es la sensación de un tiempo lento, parado, con detalles fugaces, congelados, de un tiempo detenido <larachensemente> que también conecta con la sensación de luces y sombras (de aspectos mejorables, de asuntos atávicos). Y lo hace de la mano de personajes sencillos, con vidas corrientes sin grandes proezas, que pasan la vida en el zoco chico o que desean conocer /sueñan con conocer el mar (qué bello), que resultan memorables enfundados en sus chilabas (en foto fija).

Son cuentos emotivos (los personajes, muy bien construidos, muestran sus emociones, lo que les mueve como humanos) y con ellos se idealiza el pasado hacia el que Sergio Barce se siente gran nostalgia. Con frecuencia son personajes vistos desde arriba, con tono agridulce y cierta compasión por su drama humano y su vida simple. Pero el afecto se aprecia sobre todo en los homenajes a su padre, a su madre, en sus declaraciones de amor a Marruecos donde vivió una infancia feliz, con la inocencia de un niño que vivió en un microcosmos donde existía todo lo necesario para ser feliz…”

Luisa Mora dijo muchas cosas más, pero me quedo con lo que he anotado antes. Me gustó que hablara del estilo <barciano>, y de las palabras que me he inventado, como <larachensemente>. Pero, sobre todo, me quedo con su cercanía, con su intensidad a la hora de preparar este encuentro, con sus hermosas palabras, dichas desde una sonrisa permanente, con su generosidad. Dan ganas de volver a presentar el libro con ella.

Al encuentro, también se incorporó la poetisa, traductora, doctora en Filología francesa… mi amiga Leonor Merino que, el día antes del acto, me ofreció su voz para ser quien leyera algunos párrafos del libro que se presentaba, y accedí encantado, sabiendo de antemano que solo una poeta sabe cómo modular una lectura en público. Y así lo hizo, añadiendo algunos apuntes personales sobre los cuentos que leyó. Fue un contrapunto perfecto al diálogo que manteníamos Luisa y yo, y el que se extendió con los asistentes. De manera que la presentación de Una puerta pintada de azul fue tan intensa como emotiva.

Además, hubo una excelente asistencia de público, teniendo en cuenta los problemas que la pandemia nos ha creado, y que hace recelar a algunas personas antes de decidirse a acudir a un evento de este tipo, como así me indicaron algunos amigos. Aun así, aunque no conozco a todos los que se acercaron, sí puedo hacer constar que me arroparon muchos amigos y lectores, y trataré de nombrarlos a todos (que me perdone quien no se vea transcrito): el escritor Luis Salvago, con quien mantuve el sábado pasado una charla de lo más instructiva (literariamente hablando), su mujer María José, los siempre fieles Charo Sánchez y César Martínez Herrada, que venían acompañados por los guionistas Pedro García Ríos y Rodrigo Martín, que hicieron de fotógrafos improvisados, reflejo de su generosidad; el poeta y “caminante” (él sabe por qué lo digo) tanyaui Farid Othman-Bentria Ramos junto al hombre que sabe vivir: Alberto Gómez Font, recién llegado de Tánger; y Consuelo Hernández, que me dio la bonita sorpresa de su presencia pese a que está tan ocupada en la preparación de su nueva exposición de pintura en la misma ciudad de Tánger; mi admirada Malika Mbarek, sonriente siempre, y su amiga Lucy; Paco León Borrego, que es de Alhucemas y sigue enamorado de Marruecos, como casi todos los asistentes; por supuesto, mis hermanos larachenses, que no fallan nunca: Angie Ramírez, Gabriela Grech, José Miguel Feria, Pilar Vicente Ascaso, Chiqui Pulido o José Manuel Galindo, que me hacen sentir tan bien; e inesperados encuentros como los del escritor, también tanyaui, Leopoldo Ceballos, del arabista Gonzalo Fernández Parrilla, al que por fin conozco en persona, del profesor Mahan Ellison, y la compañía de mis escuderos: Berry y mi hijo Pablo, el único director capaz de hacer que la adaptación cinematográfica sea mejor que el original literario (Alberto Mrteh dixit).

En fin, una presentación redonda en todos los sentidos. Y, al día siguiente, tocó firmar más ejemplares en la Feria del Libro, en la caseta de la Librería Balqís. Allí me reencontré con Beatriz Ballesteros, siempre tan atenta, gentil y efectiva, y me tenía ya preparados mis libros, no solo Una puerta pintada de azul, que era lo que nos convocaba, sino también con otros de mis títulos: Malabata, La emperatriz de Tánger, Paseando por el zoco chico… En fin, armada para que no se le escapara ningún lector. Y de esa guisa comenzaron a llegar quienes se acercan con curiosidad o quienes vienen ya directamente en busca de tu libro. La primera persona que llegó, lamentablemente no recuerdo su nombre, comenzó a preguntarme por el argumento de cada uno de mis títulos y, al final, se llevó el que menos supe resumirle: El libro de las palabras robadas. Me dijo que no había leído nunca nada mío y me prometió que, al acabar la novela, me buscaría por internet y me escribiría con sus impresiones. Veremos qué me cuenta esta lectora inesperada.

Y luego, comenzaron a llegar otros buscadores de tesoros, entre los que había algunos buenos y queridos amigos: el escriba Alberto Mrteh, radiante al ver por fin editado su libro Meshi shughleck, que le presentaré en Málaga, incha alláh, y así nos fotografiamos, cada uno con el libro del otro; la gran Sandra López, artista irredente y revolucionaria, me encanta como es, que llenó el lugar de luz; Julián Enrique López, que es uno de los lectores más fieles con los que cuento, y que se trajo varios de mis títulos para que se los firmara, cosa que hice con el mayor placer; y, cómo no, de nuevo los larachenses y sus sufridores que no dejan de leerme: José Miguel Feria, siempre a mi lado; y Francisco Muñoz Cortado, Isabel Gómez Ramos, Rosa Agrela Díaz y Bautista Negral Pérez; o la tanyaui Anabel de Arcos Pérez, que prefirió para leer lógicamente comprarse Malabata. Y Charo Sánchez, que vino con Mercedes Lascorz.

Farid Othman me visitó en la caseta, como Alberto. Pero otros amigos no pudieron acceder por las colas interminables para entrar en el recinto de la Feria, como el escritor Iñaki Martínez, lo que me resultó frustrante, tanto o más que a él. Ya fuera, me encontré con el también escritor Mohamed El Morabet, que, para celebrar nuestro reencuentro, me regaló un precioso volumen de Idilio, de Javier Montesol, dedicado a la obra de Mariano Fortuny en Tánger (y nos emplazamos para celebrar en poco tiempo una buena noticia que me adelantó a sotto voce). También mi amigo José Luis Fernández Lozano se quedó atrapado en las largas colas, pero lo compensamos y nos vimos fuera y logré dedicarle el libro.

Y el sábado, un café especial junto a Mohamed El Morabet, Luis Salvago, Rocío Rojas-Marcos (feliz ella con la firma de su libro sobre Chukri), Malika Mbarek, Gonzalo Fernández Parrilla y María José. El resto del día fue para Charo, César, Berry, Pablo y Lola.

¿Qué más se puede pedir?

Sergio Barce, 20 de septiembre de 2021

 

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LEONOR MERINO, LUISA MORA, SERGIO BARCE Y KARIM HAUSER
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ANGIE RAMIREZ, SERGIO BARCE Y LEONOR MERINO
SERGIO BARCE Y CONSUELO HERNÁNDEZ
JOSE MIGUEL FERIA Y SERGIO BARCE
LUCY, SERGIO BARCE Y MALIKA MBAREK
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SERGIO BARCE, ANGIE RAMIREZ Y JOSÉ MANUEL GALINDO
SERGIO BARCE, MARÍA JOSÉ Y LUIS SALVAGO
SERGIO BARCE, JOSÉ MANUEL GALINDO Y CHIQUI PULIDO
SERGIO BARCE Y PILAR VICENTE ASCASO
SERGIO BARCE Y ALBERTO GÓMEZ FONT
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LEONOR MERINO Y PACO LEÓN BORREGO
JOSÉ MIGUEL FERIA, KAFRIM HAUSER, ALBERTO GÓMEZ FONT, GABRIELA GRECH, MALIKA MBAREK, LUISA MORA, FARID OTHAM-BENTRIA, LUCY, BERRY, SERGIO BARCE, LEONOR MERINO, COSUELO HERNÁNDEZ Y GONZALO FERNÁNDEZ PARRILLA
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ALBERTO MRTEH Y SERGIO BARCE
CHARO SANCHEZ, SERGIO BARCE Y MERCEDES LASCORZ
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BERRY, SANDRA LÓPEZ Y SERGIO BARCE
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BAUTISTA NEGRAL, ROSA AGREDA, BERRY, SERGIO BARCE, ISABEL GÓMEZ Y FCO MUÑOZ CORTADO
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JULIÁN ENRIQUE LÓPEZ Y SERGIO BARCE
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ROSA, SERGIO E ISABEL
SERGIO BARCE Y ANABEL DE ARCOS
JPSE MIGUEL FERIA, PABLO BARCE, SERGIO BARCE, BERRY, SANDRA LÓPEZ, FARID OTHMAN Y MOHAMED EL MORABET

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN DE MI NOVELA «MALABATA» EN MADRID

malabata_madrid pablo barce

El pasado sábado, 14 de diciembre, se presentó en la Librería Sin Tarima, de Madrid, mi novela Malabata (Ediciones del Genal – Málaga, 2019) de la mano de mi hijo Pablo Barce. 

Después de discutirlo brevemente, decidimos improvisar y que todo sucediera al azar. Y la verdad es que todo fluyó con naturalidad y nos sentimos muy a gusto y cómplices en todo momento. Los asistentes nos transmitieron esa misma sensación al acabar el acto, y eso me tranquilizó, aunque ya se percibía a medida que el encuentro discurría a buen ritmo. Se abrió un bonito debate donde, inevitablemente, los tanyauis y larachenses que asistían se dejaron llevar por la emoción, algo ya habitual en mis presentaciones.

Estuve rodeado una vez más de buenos amigos y de excelentes escritores. Por fin coincidí con Iñaki Martínez, autor de La ciudad de la mentira (finalista del Premio Nadal) que también se desarrolla en Tánger, y sellamos nuestra amistad con la promesa de vernos de nuevo y seguir compartiendo lecturas de nuestras novelas. También estuvieron Malika Mbarek, una de mis debilidades por la admiración que le profeso como traductora y ahora amiga; Alberto Gómez Font, cuya sola presencia ya envuelve los encuentros y presentaciones de libros y obras relacionados con Tánger de una pátina de calidad, otro lujo; como lo fue tener allí a Abderrahman el Fathi, una sorpresa inesperada que me hizo especialmente feliz. 

Temo olvidar a todos los amigos, paisanos y compañeros, pero trataré de nombrar a los que recuerdo y que tuvieron la deferencia de desplazarse para arroparnos a Pablo y a mí en torno a Malabata: María Poveda, paisana  y fan de mis libros, hay que decirlo, y que además me cedió temporalmente pero con gran generosidad un libro fascinante con viejas fotografías de Tánger (y que para mi sorpresa y la de ella, resultó que en su publicación había participado Alberto Gómez Font como comisario de su edición); los entrañables Ángela García Salazar y su marido, Jesús Gómez Navarro, junto a otros queridos paisanos larachenses, Mohamed Aboudzaz Elfedali y Najim El Ouahabi, a los que siempre es tan grato de ver, y Hicham el Jamraoui, también larachense; Sandra López, artista fascinante donde las haya y enamorada de Larache; Roberto Novela, casablanqueño de pro y autor de un bello libro de recuerdos del viejo Casablanca;  Dulce Orduña que nos trajo un pedazo de Tánger junto a Consuelo Hernández, a la que fue un placer conocer, como también a la encantadora Nieves Martínez; y no me olvido de los inseparables de Pablo y que siempre acuden a mis presentaciones, Leandro Pavón y Juan Carlos Moreno; ni a esas personas que ya son de mi familia, como mi «hermana» Gabriela Grech, la fotógrafa que ha atrapado el Larache que llevamos en el recuerdo, Ángeles Ramírez (Ange), que nos trajo como siempre una sorpresa llena de emotividad, y Lola Ruiz (más inseparable aún de Pablo). Y, evidentemente, Berry.

También tuvo la deferencia de acudir el nuevo consejero de la Embajada de Marruecos en Madrid, Nabil Druich, al que agradezco enormemente el gesto.

Nos acordamos de Antonio Lozano, como no podía ser menos hablando de Tánger; y, por supuesto, de Pablo Cantos, la persona que nos unió felizmente a Charo Sánchez y César Martínez, que también nos arropaban. Y claro, inevitable fue que se hablara del cortometraje dirigido por mi hijo Pablo y producido por César. Todos nos conjuramos para irradiar toda la energía positiva posible para que se alce con el galardón en los Premios Forqué y, especialmente, en los Goya que se fallarán en el mes de enero. Incha alláh.

Acabando el acto, llegó mi querido amigo Mohamed el Morabet y nos arrastró (sin mucho esfuerzo) a un bar de los ochenta en el que bebimos, nos reímos y escuchamos viejos temas musicales que disfrutamos.

Se me ha escapado alguna fotografía del día, pero trataré de rescatarlas para incorporarlas al álbum de este acto.

NB: si observáis bien, en algunas fotos en las que aparezco da la sensación de que mi cabeza flota en el vacío… Os doy mi palabra de que es un efecto provocado por la cortina negra del fondo y de mi jersey negro de cuello alto. Nada que ver con trucos de Houdini.

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Pablo Barce

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Dulce Orduña, tanyaui hasta la médula

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