La década de los años ochenta, para los que amamos el cine, comenzó de manera fulgurante con varios títulos que han quedado grabados en nuestras retinas: El hombre elefante (The elephant man) de David Lynch, El resplandor (The shining) de Stanley Kubrick, Kagemucha de Akira Kurosawa, Ragtime de Milos Forman, La puerta del cielo (Heaven´s gate) de Michael Cimino, Atlantic City de Louis Malle, Berlin Alexanderplatz de Rainer W. Fassbinder, Gente corriente (Ordinary people) de Robert Redford, Mephisto de István Szabó, American gigoló de Paul Schrader, Carros de fuego (Chariots of fire) de Hugh Hudson, En busca del arca perdida (Raiders of the lost Ark) de Steven Spielberg… y Toro salvaje (Raging Bull) de Martin Scorsese.
Las dos fotografías pertenecen a este último film y muestran la sorprendente transformación física que sufrió Robert de Niro durante el rodaje para mostrar en pantalla la decadencia del protagonista, el boxeador Jake La Motta. Un film inolvidable.
Mark Cousins, en su magnífico libro Historia del cine (The story of film), que luego convirtió en un no menos antológico documental, escribe lo siguiente sobre Toro Salvaje:
“…<Toro salvaje> fue la historia más pesimista contada hasta la fecha por Martin Scorsese, con el tema de la caída espiritual y la redención. Es posible que su director, asmático, sensible y de salud débil, encontrara en el impetuoso boxeador Jake La Motta una metáfora de sí mismo, a pesar de los escasos puntos en común desde el punto de vista físico, salvo el detalle de que los dos están obsesionados con el hecho de tener unas manos pequeñas. Ese tipo de detalles contribuyeron a que el director se identificase con el personaje de ficción. Muchos cuestionan la valía de Jake, y él mismo se da cuenta de ello cuando, ya en la cárcel, se pone a golpear las paredes diciendo: <¡No soy un animal! ¡No soy un animal!>. Scorsese conocía de sobras esa misma rabia. Era un sentimiento muy real para él y, en las escenas de boxeo, nos muestra su ser más íntimo, cómo parece flotar en el aire y cómo de repente se sume de nuevo en la desesperación. Los planos picados reflejan la desorientación de ese cuerpo derrotado, y la combinación de cámara lenta y rápida no hace sino reflejar el estado mental de La Motta. La meticulosa banda sonora incorpora una serie de ruidos de fondo que contribuyen a afianzar esa impresión. Esta manera de rodar estaba a la altura de Méliés, Cocteau o Welles, pero a los pocos instantes Scorsese lleva la cámara al suelo. Para plasmar la vida familiar de Jake (las discusiones con su esposa, ante el televisor…), rueda de una manera que recuerda a Italianmerican (1974), un documental sobre sus padres. Nadie, hasta ese momento, había logrado combinar el expresionismo y la no ficción de esa manera…”