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MIS PELÍCULAS FAVORITAS – 4

Tras mis artículos sobre Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird, 1962), El manantial (The Fountainhead, 1949) y Lejos de los hombres (Loin des hommes, 2014), llega el turno a Hasta que llegó su hora (Once upon a time in the West, 1968).

Pinchando en el siguiente enlace podéis ver el tráiler del film:

https://www.youtube.com/watch?v=Yw-Av9BpC-w

Escribí hace años sobre esta película. Vuelvo a reproducir aquel artículo, con algunas modificaciones. Y es que, si he creado hace semanas en este blog el apartado de “mis películas favoritas”, cómo no iba a estar el western que más me ha fascinado de todos, esa obra maestra dirigida por ese genio llamado Sergio Leone: Hasta que llegó su hora (Once upon a time in the West, 1968).

Once upon...

Con este largo, y con Agáchate, maldito (Gliú la testa, 1971) y Érase una vez en América (Once upon a time in America, 1984), otra obra maestra del cine, Sergio Leone pretendía componer una nueva trilogía, después de la llamada “trilogía del dólar”, conformada por las míticas Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), pero esta nueva era mucho más ambiciosa, al intentar abarcar la historia de USA desde la época de los pioneros hasta los años sesenta.

En Hasta que llegó su hora, desde el primer fotograma, uno se da cuenta de que está asistiendo a algo que va a quedarse adherido a nuestras retinas de cinéfilos. No recuerdo bien cuándo la vi por vez primera, pero sí recuerdo que pasó sobre mí desbordándome. Me quedé clavado a la butaca cuando se encendieron las luces. Nunca había visto nada igual, nada parecido a esa manera de rodar que Leone, ahora, había perfeccionado. Las imágenes se repetían en mi cabeza. Y, a lo largo de los años, he vuelto a ver esta misma película, no sé, decenas de veces.

pistoleros

El comienzo, mientras se van sucediendo los títulos de crédito, es antológico: tres pistoleros (interpretados por Jack ElamWoody Strode y Al Mulock) esperan a un desconocido (al que da vida Charles Bronson) en una estación solitaria y cochambrosa, y Leone, sin utilizar aún ninguna música, pero con la ayuda inestimable de Morricone, juega con los sonidos del entorno: el crujido de un cartel mecido por el viento, el telégrafo, las gotas que caen de un aljibe sobre el sombrero de uno de los hombres, el aleteo ronroneante y nervioso de una mosca…

Hay tres caballos en la estación. El que lleva la voz cantante de los tres pistoleros es Snaky (Jack Elam), que es el que responde a Charles Bronson (Harmónica) en el diálogo que mantienen al verse las caras:

Harmónica: ¿Y Frank?

Snaky: Nos ha mandado a nosotros.

Harmónica: ¿Hay un caballo para mí?

Snaky: Para ti… Jejejeje…. Parece ser que hay un caballo de menos…

Harmónica: Yo diría que sobran dos

Esta escena de apertura, parsimoniosa y lenta, estaba inicialmente concebida para que fuese interpretada por Clint EastwoodEli Wallach y Lee Van Cleef (es decir, el Bueno, el Feo y el Malo), de manera que, al ser abatidos juntos en el tiroteo, justo minutos después de comenzar el film, su muerte fuera una metáfora de la ruptura del director con el spaghetti-western que le había llevado a la fama. Sin embargo, la negativa de Eastwood lo hizo imposible, y se decantó entonces por utilizar a tres actores fácilmente reconocibles para el público, tres secundarios de peso.

Y es que Leone, con este largometraje, quería rodar no uno de sus famosos spaghetti-westerns, sino un western clásico.

henry f

Hay algo que llama la atención en cuanto la cinta se pone en marcha y son los primerísimos planos.

Nunca antes se habían visto los rostros de los actores de esa manera. Por supuesto, el efecto es fantástico en una pantalla de cine gigante. Vemos cada arruga de esos rostros curtidos, las cicatrices más minúsculas, el sudor, la tensión, las miradas cargadas de resentimiento o de miedo o de crispación, los años, pero también la serena belleza de Claudia Cardinale, que nunca ha estado mejor fotografiada que en esta película.

claudia

El actor de color Woody Strode, famoso por su papel en la memorable película de John Ford Sargento negro (Sergeant Rutledge) y como el gladiador  negro que pelea con Kirk Douglas en Espartaco (Spartacus) de Kubrick, ambas de 1960, comentó que su papel en Hasta que llegó su hora era muy breve, y además sin diálogo alguno, pero que nunca le habían tomado unos primeros planos tan intensos ni largos, así que había merecido la pena la experiencia.

woody

Frank:  La gente se asusta fácilmente cuando está muriéndose

Otro acierto del film, que sin embargo ahuyentó de las pantallas al público americano, fue la elección de Henry Fonda en el papel de Frank, el pistolero asesino más sádico que podía concebirse. El espectador norteamericano no podía aceptar que quien ejemplificaba en la pantalla la integridad moral, la humanidad, la bondad, el espíritu americano en suma, se convirtiera de pronto en un ser odioso. Pero, para mí, estamos si no ante la mejor interpretación de la carrera de Henry Fonda sí ante una de las mejores.

henry fonda

Contaba el actor que, cuando le ofrecieron el papel, como nunca había oído nada acerca de Sergio Leone, para tener alguna referencia habló de él con su amigo el actor Eli Wallach, que había interpretado el papel de “Tuco” (el Feo) en el último film de Leone, y éste le dijo que no prestara atención al guión, que simplemente lo hiciera porque se enamoraría de Sergio Leone. Luego, Henry Fonda vio de una sentada los anteriores tres spaghetti-westerns de Leone, y, al acabar la proyección, preguntó que dónde tenía que firmar.

Dado que el personaje de Frank era un despiadado pistolero, salvaje y sin escrúpulos, Henry Fonda pensó que debía de recrearlo también físicamente y se dejó para ello un espeso mostacho y se puso lentillas con las que ocultar sus ojos azules. Cuando apareció en el rodaje, Leone se enfureció: él quería sus inmensos ojos transparentes, porque buscaba un efecto que dejara al espectador clavado en la butaca. Le armó una bronca de película… y le obligó a quitarse las malditas lentillas y la barba que se había dejado. Lo logró. Y el resultado es espectacular.

A Frank (Henry Fonda), cuando aparece por primera vez en pantalla, la cámara le sigue y se le acerca cautamente por detrás; mientras, la música va in crescendo, y entonces, para mostrarnos su rostro, el del jefe de la banda que está a punto de cometer un crimen execrable, la cámara lo rodea y le filma en un primerísimo plano donde esos ojos azules mar se transforman en algo tan inquietante como imprevisible. Luego, Frank dispara y mata a un niño a bocajarro. La escena es tan dura (recordemos que se rueda en 1968, cuando aún la violencia no se mostraba tan crudamente como ahora) que ese público que idolatraba a Fonda no pudo aceptarlo. En Europa, por el contrario, especialmente en Francia, fue todo un éxito.

On the Set of

HENRY FONDA, CLAUDIA CARDINALE, SERGIO LEONE, CHARLES BRONSON Y JASON ROBARDS

Siempre me ha gustado la interpretación de Henry Fonda en esta película por varias razones. Primero, porque rompe drásticamente con sus papeles más emblemáticos, como los de Las uvas de la ira (The  grapes of wrath, 1940), Pasión de los fuertes (My darling Clementine, 1946), Falso culpable (The wrong  man, 1956), Doce hombres sin piedad (12 angry men, 1958) o Tempestad sobre Washington (Advise and consent, 1962), por mencionar sólo algunos. Fonda era el hombre intachable, el ciudadano ejemplar, honrado aunque fuese pobre de solemnidad. Segundo, porque, aunque había interpretado por supuesto a ladrones o fugitivos, él fue, por ejemplo, Frank James, el hermano del mítico Jesse James en las películas Tierra de audaces (Jesse James, 1939) y La venganza de Frank James (Frank James, 1940), sin embargo, nunca se había compuesto un personaje tan frío, siniestro, implacable y despreciable como el Frank de Hasta que llegó su hora. La razón, claro, estriba en que el guión estaba escrito por italianos y no por americanos. Por último, a ese personaje, Henry Fonda, no obstante, le dota de una pequeñísima dosis de remordimiento. Es algo sutil, difícil incluso de apreciar, pero Fonda lo hace con la maestría de su ejercicio de actor con mayúsculas: cuando hace que Harmónica sostenga a su hermano mientras es ahorcado, hay un gesto en su mirada, en su rictus, que deja entrever que, quizá, piense que lo que hace no está bien. Es sólo una fracción de segundo, una bajada de ojos con un algo de vergüenza que no dura nada… pero Frank es la maldad personificada, y la maldad se impone al instante borrando ese gesto de humanidad que ha cruzado por sus pupilas tan fugazmente como una sombra… También me llama la atención la dureza de los gestos de Henry Fonda. Recordemos que, cuando se rueda la película, el actor ya ha cumplido los 63 años. No importa. Su espigada figura, inconfundible en la pantalla de cine, se transforma también en el molde granítico de un pistolero sin alma, rápido y casi invencible, hierático, frío y calculador. Es otra de las proezas de Fonda. Frank es, por consiguiente, el asesino más inolvidable del western.

JASON

También por primera vez, Sergio Leone construye un film alrededor de una mujer.

En sus anteriores películas, las mujeres sólo son elementos decorativos, que apenas intervienen en la trama más que para sufrir en un Oeste hostil a ellas, un mundo de hombres. Pero ahora, el centro de ese mundo masculino y violento es una mujer, una prostituta con un corazón de oro que no es más que la representación de todas esas mujeres que se sacrificaron para levantar un país. La idea partió de uno de los guionistas de la película: Bernardo Bertolucci.

CLAUDIA C

Cuenta Bertolucci (que luego sería el famoso director de El último tango en París o Novecento), que Sergio Leone, al idear la escena en que Claudia Cardinale llega en el tren y aparece en pantalla por primera vez, quería que al descender del vagón la cámara la cogiese desde el suelo, se introdujera bajo su vestido y la viésemos por debajo, sin bragas… En fin, la escena, por supuesto, no llegó a rodarse, entre otras cosas porque a Bertolucci le pareció fuera de contexto y porque la Cardinale se negó rotundamente; y la escena que finalmente vemos es una espectacular presentación de la ciudad, una especie de pequeño vals que la banda sonora se encarga de embozar con una gran carga de melancolía y sentido épico.

CHARLES B

El film está lleno de escenas inolvidables y de interpretaciones espléndidas: el personaje de Harmónica, heredero directo del Hombre Sin Nombre que interpretara antes Eastwood, ofreció a Charles Bronson uno de sus mejores papeles. El sentido trágico de su vida no se nos revela hasta la parte final del film, lo que enriquece la narración. También el personaje de Cheyenne, al que da vida el estupendo Jason Robards (que dos años después sería el inolvidable protagonista de La balada de Cable Hogue de Peckinpah), está marcado por la tragedia. Y tanto Frank (Henry Fonda) como el señor Morton (Gabriele Ferzetti) son, como los otros personajes, hombres que viven de la violencia, que la utilizan para su propio beneficio, y saben que, tarde o temprano, esa violencia acabará con ellos.

Harmonica: La recompensa por este hombre son de 5.000 dólares, ¿no?

Cheyenne: Judas se conformó con 4.970 dólares menos.

Harmonica: No había dólares en aquella época.

Cheyenne: Pero sí hijos de puta”

Es un film a contra corriente. Su ritmo es lento, muy europeo. Leone quiere cortar de raíz con lo que ha sido hasta ese momento su cine del Oeste, el spaghetti-western, y trata de rendir homenaje a los realizadores clásicos americanos como Ford. Crea una obra maestra, un reloj que avanza gracias a un engranaje perfecto. Sin embargo, en USA la consideraron excesivamente larga y cortaron arbitrariamente su metraje, lo que le perjudicó.

Leone, un hombre meticuloso hasta la obsesión, como ya contaba en mi artículo sobre Érase una vez en América, buscó las armas de la época, recreó el salvaje Oeste de ese tiempo buceando en las bibliotecas americanas, con fotografías de esos años, el vestuario, los enseres, los carruajes… Fue tal su labor, que hasta realizadores como Scorsese o Spielberg siempre han manifestado que les parece asombroso su perfeccionismo. Y esa fijación suya hizo, por ejemplo, que introdujera los famosos “guardapolvos” con los que vestían los hombres de Cheyenne y que se hicieron míticos, o que en la escena en que Claudia Cardinale, camino de “Sweetwater”, donde va a reunirse con su futuro esposo, se detiene para descansar en una posta, y que se rodó en un decorado de interior en España, Leone hizo que el polvo que entra por la puerta junto a los pistoleros de Cheyenne se trajera ex profeso desde Monument Valley (entre Utah y Arizona), porque los exteriores se rodaban allí y él quería el mismo color de la tierra…

Frank: ¿Quién eres?

Harmonica: Jim Cooper…Chuck Jamblum…

Frank: Todos están muertos.

Harmonica: Todos estaban vivos antes de encontrarte”

Duelo de EL BUENO, EL FEO Y EL MALO

Duelo de EL BUENO, EL FEO Y EL MALO

Hasta que llegó hora es una historia de venganza, es la aventura de la Historia de los orígenes y la construcción de un país, es una historia romántica, es una historia seductora y nostálgica, hay épica y hay elegía, hay codicia y traición y hay, por supuesto, un duelo.

Sergio Leone había creado ya, hasta ese instante, los mejores duelos del cine, las mejores danzas de la muerte, en su ya mencionada trilogía del dólar: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966). En esta última, el duelo final es antológico entre Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach. Duelos que se repetirían o se tratarían de imitar en decenas de películas posteriores, pero sin lograrlo. Ahora, en esta nueva película, Leone quería ir más allá.

El duelo entre Harmónica (Charles Bronson) y Frank (Henry Fonda), momento en el que éste descubrirá por qué el primero le ha estado persiguiendo durante años, es una perfecta y maravillosa coreografía: música abrasiva, primeros planos durante minutos, danza de la cámara alrededor de los dos hombres, el silencio, los disparos que van a poner punto final a la aventura… Imborrable, sencillamente.

Su banda sonora es irrepetible. Ennio Morricone compuso una joya para un film elegíaco, y dotó a cada personaje de una música singular y personal que les identificaba: a Jill (Claudia Cardinales) la acompaña una melodía dulce y orquestal, a Harmónica (Charles Bronson) el sonido obviamente de una armónica, algo triste y misteriosa, a Cheyenne (Jason Robards) le anuncian siempre unas notas musicales irónicas, casi de comedia, quizá porque es el personaje más simpático, una especie de pícaro, y a Frank (Henry Fonda) le dedica el tema más duro, cortante, intimidatorio casi, pero impresionante. Quizá una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine.

SERGIO LEONE y ENNIO MORRICONE

SERGIO LEONE y ENNIO MORRICONE

Respecto a esto, le cuenta Ennio Morricone a Alessandro de Rosa en el libro En busca de aquel sonido (Malpaso, 2017): “…la famosa escena de la llegada de Claudia Cardinale a la estación, en Hasta que llegó su hora. Esa secuencia se pensó enteramente sobre los tiempos musicales. Jill comprende que nadie ha ido a buscarla, consulta el reloj y la música entra con el pedal que introduce la primera parte del tema. Entonces, Jill camina hasta que entra en el edificio y le pregunta al jefe de estación, mientras la cámara la observa desde fuera, por la ventana. Sólo en ese momento se suma la voz de Edda dell´Orso, seguida de un rápido crescendo de los cornos que conduce al <todos> de la orquesta, sobre lo que Leone realizó con un Dolly una panorámica vertical que se eleva desde la ventana y enseña la entrada de Claudia Cardinale en la ciudad. Del detalle se pasaba a la ciudad, de una voz aislada, al todos de orquesta. Pero yo no había pensado la música en esos tiempos, fue Sergio quien adaptó sus movimientos de cámara a mi música. Entre otras cosas, cuando rodaron la escena, sincronizaron el movimiento de cámara con los movimientos de las carretas y los de la gente. Leone era maniático con los detalles…”

Es tan buena esta película que hay infinidad de homenajes en numerosos films de otros realizadores que se han rendido a ella, como ha hecho Tarantino. En El americano (The american, 2010) de Anton Corbijn, el protagonista (George Clooney) está sentado a la mesa de un pequeño bar en un pueblo de Italia. En la televisión del local se programa Hasta que llegó su hora, y aparece en la pantalla Henry Fonda; el dueño del establecimiento, orgulloso, le dice a Clooney, el americano: “Sergio Leone. ¡Italiano!”

Sergio Barce, enero 2018

 

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EN BUSCA DE AQUEL SONIDO, CON ENNIO MORRICONE

En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida (Inseguendo quel suono: la mia música, la mia vita, 2017) es un libro-entrevista-conversación de/con Ennio Morricone.

De la mano del también músico Alessandro de Rosa, a través de esta larga conversación que mantiene con el gran maestro, recorremos toda la vida de uno de los mayores genios que ha dado la música. Y no exagero. Ya tenía esa idea desde hace años, mucho antes de leer este estupendo libro, pero ahora me lo ha confirmado.

¿Qué otro músico de bandas sonoras para cine ha conseguido que sus composiciones se repitan una y otra vez en diferentes películas a modo de homenaje o de simple “reutilización” de sus creaciones? ¿Qué otro músico ha conseguido que bandas de rock abran sus conciertos con la música compuesta por un “autor serio”? ¿Qué otro músico ha logrado que sus bandas sonoras se conviertan en parte de nuestras vidas? La respuesta es: Ennio Morricone.

Morricone ha podido ver cómo sus trabajos para las películas de Sergio Leone y otros realizadores han sido empleadas de nuevo en films de Oliver Stone, Alex de la Iglesia, Wong Kar-Wai, Guy Ritchie o Quentin Tarantino, entre otros muchos, o en series de ficción como Los Soprano o de animación como Los Simpson. La banda de rock Metallica, abre habitualmente sus conciertos con una versión de su tema L´estasi Dell ‘oro, que compuso para el film El bueno, el feo y el malo (Él buono, il bruto, il cattivo, 1966). Y cuando se hace un homenaje a víctimas fallecidas en atentados o a un personaje conocido en los estadios o eventos públicos, se suele utilizar su banda de Hasta que llegó su hora (Once upon a time in the west, 1968) o Érase una vez en América (Once upon a time in America, 1984). Esto quiere decir que, con independencia de la belleza y grandiosidad de sus creaciones, todas ellas se han convertido en música popular. Algo inhabitual.

En busca de aquel sonido analiza todo esto. Pero nos desvela al creador y, saber cuáles son sus ideas políticas, morales y éticas, su manera de componer, sus sentimientos hacia las personas con las que ha colaborado, lo acercan aún más. Sus relaciones con otros músicos, y, sobre todo, con los grandes realizadores de cine con los que ha trabajado es fascinante.

Cuenta Morricone en el libro esta divertida anécdota que vivió mientras creaba la banda sonora para Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, 1970) del director italiano Elio Petri:

 “…guardo el recuerdo imborrable de la vez que vimos juntos Elio y yo Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto (…) …Has de saber que mis primeras propuestas no lo convencieron, pero luego encontramos el camino definitivo. Grabé los temas y se los entregué. Él insistió en que no estuviese en la mezcla de la película y no tardó nada en convencerme: aquellos años yo tenía la costumbre de no acudir a las mezclas, consideraba que eran cosa del director. Después me llamó, para pedirme que le diera mi opinión sobre lo que había hecho.

Entramos en la salita, se apagaron las luces y comenzó la proyección. Desde la primera escena, hasta el asesinato de Florinda Bolkan, había algo que fallaba. Los temas que escuchaba no eran los que había escrito para su película, sino otros, pertenecientes a Comandamenti per un gangster (1968), un trabajo más bien flojo para el que había escrito una banda sonora que cautivase al público (algo que no he vuelto a repetir, pero que por aquel entonces a veces intentaba).

Yo lo miraba horrorizado y no comprendía nada. Elio de vez en cuando me hacía un gesto, con el que me daba a entender que le gustaban más los temas elegidos por él.

Durante el asesinato de Florinda Bolkan, dijo: <¡Ennio, fíjate qué bien queda! ¿A que sí?>.

Era absurdo, un sufrimiento increíble: un director que ponía en entredicho la música a un compositor de ese modo…

Terminado el primer rollo, por aquel entonces se funcionaba con rollos, se encendió la luz. Yo estaba hecho polvo, destrozado, petrificado.

Elio se me acercó y me dijo: <Y bien, ¿qué te parece?>.

Saqué fuerzas de flaqueza y contesté: <Si te gusta así, está bien…>.

Él cargó las tintas y, absolutamente convencido, añadió: <Es perfecta, ¿no?>.

No tenía palabras y no sabía qué responder. Me dije que, en el fondo, aquello no era una pregunta retórica, pues, al fin y al cabo, él era el director y aquella era su voluntad. ¿Qué podía hacer?

Tragué saliva y me di ánimos, pero antes de que pudiera pronunciar una sílaba, Elio me dio una palmada en un hombro, luego me sacudió un poco con las dos manos y, en dialecto romano, me dijo: <¡Ay, Morricó…! ¡Picas siempre, picas siempre! ¡Has escrito la mejor música que podía escribirse para esta película y tendrías que emprenderla a bofetadas conmigo por esta broma!>. Eso fue lo que dijo.

Me había gastado una broma, pero yo no caí en la cuenta de ello. Me confesó que hacía tiempo que la había planeado. Fue un mazazo sin igual. Petri también era así.

En aquel momento comprendí, como nunca en toda mi vida, hasta qué punto el músico está al servicio del director y de la película…”

ENNIO MORRICONE Y SERGIO LEONE

Es emotivo lo que cuenta de su relación profesional, llena de admiración, con Pier Paolo Pasolini, y cómo le afectó su asesinato. Como lo es todo lo que relata de sus trabajos para Giuseppe Tornatore, Bernardo Bertolucci, Giuliano Montaldo o Tarantino, y el proceso creativo llevado a cabo, adaptándose a cada circunstancia y a cada época. Te das cuenta de su sabiduría, del riesgo que corría yendo a veces contra las convenciones musicales del momento, de su ingente e inagotable capacidad de trabajo. Son cientos de bandas sonoras. Pero también de música experimental, música “seria” para concierto, música pop… Lo abarca todo, y todo por encima de cualquier otro.

Su tema para la película Sacco e Vanzetti (1971) de Giuliano Montaldo, decidió que debía cantarla Joan Baez, y ese tema se ha convertido, desde entonces, en un himno: Here´s to you. Ejemplo de su inmensa influencia en todos los ámbitos desde su simple batuta.

También es muy emotivo todo lo que cuenta de su fructífera relación con el gran Sergio Leone, con el que hizo sus trabajos más conocidos y repetidos. Pero en especial, cuando detalla lo que sucedió al fallecer Leone, su amigo y compañero entrañable. Ocurrió en 1989, cuando ambos trabajaban ya para el nuevo proyecto de Sergio Leone titulado L´asedio di Leningrado, que iba a protagonizar Robert de Niro. Cuenta Morricone en el libro:

 “…Hablaba sobre ello desde hacía años. Un proyecto semejante precisaba mucha inversión, pero Sergio estaba a punto de encontrarla. Todavía no habíamos hablado de los temas musicales, pero Sergio me dijo que aparecería una orquesta desde el principio, tocando una de las sinfonías de Shostakóvich. Como un símbolo de resistencia, reaparecería en varios momentos, cada vez más diezmada, con músicos heridos y sillas vacías.

Era raro que yo no hubiese comenzado aún a elaborar ningún tema, pero siempre tuve la sensación de que Sergio no iba a acabar aquel proyecto. Había recibido el visto bueno de las autoridades soviéticas para los tanques, seguramente no serían cien, como él quería, y también había comprado los pasajes para viajar allí y ver localizaciones de exteriores, pero nunca llegó a ir.

Su corazón se paró el 30 de abril de 1989. Al final de su vida, su corazón estaba muy mal, sabía que necesitaba un trasplante, pero no lo quiso por temor a acabar en una silla de ruedas y así se condenó a una muerte segura. Yo me enteré de su decisión ese día, cuando fui a su casa: estaba echado en la cama, ya exánime, y su nieto Luca me explicó todo. Era muy temprano por la mañana y fue un día espantoso, repleto de dolor. El día siguiente, si cabe, fue aún peor.

Luego se celebró el funeral, del que guardo recuerdos bastante confusos porque estaba desolado. Hubo una participación popular increíble y tocaron algunos de mis temas. Cuando me llamaron al altar, me limité a decir:

<Después de tanta atención al detalle del sonido en sus películas, hoy solo hay un profundo silencio>.

Estaba desolado. Había muerto un amigo y un gran director de cine que todavía no había sido plenamente reconocido como tal.”

También es muy curiosa su relación con el cine americano, al que ha regalado muchas de sus mejores bandas sonoras, como La misión (The mission, 1986) o Los intocables de Elliot Ness (The untouchables, 1987) de Brian de Palma. Pese a ello, los años pasaban y se le negaba el Óscar, pese a sus maravillosas composiciones. Pero Tarantino, erre que erre, casi le obligó a que compusiera la banda sonora para su film Los odiosos ocho (The hateful eight, 2015). Con 87 años de edad, Morricone compuso uno de sus temas más sorprendentes y arriesgados, y, esta vez, sí, le dieron el Óscar por una de sus bandas sonoras.

En 2007, no obstante, se le había concedido un Óscar honorífico por el conjunto de su trabajo, porque, supongo, era imposible soslayar la injusticia que se cometía con él. Este acontecimiento también es uno de los instantes más emocionantes de este libro, y ejemplo de la grandeza de Morricone. Lo cuenta así:

 “…Lo que sé es que no haber ganado el Óscar me molestó un poco durante años, pues he colaborado mucho con el mercado norteamericano. Así que, para mí, al final, recibirlo fue significativo.

(…) …El premio en sí mismo es solo parte del reconocimiento con motivo del Óscar Honorífico, por ejemplo, recibí una llamada de Quincy Jones, que me dijo cosas que nunca olvidaré…

(…) Clint Eastwood me entregó la estatuilla y me hizo de intérprete en la ceremonia. Y, en mis recuerdos, fue un largo viaje lleno de anécdotas. Eastwood me dio una preciosa sorpresa la noche anterior a la ceremonia, cuando se unió en la fiesta que habían organizado en el Instituto Italiano de Cultura. Llegó sin decir nada a nadie, por propia iniciativa, para saludarme. Me felicitó por el resultado y yo me emocioné mucho: hacía casi cincuenta años que no nos veíamos.

La noche de la ceremonia estaba en el palco con mi esposa María y uno de mis hijos, que, detrás de mí, traducía lo que decía Eastwood en el estrado.

En un momento dado, Céline Dion, que estaba en primera fila y debía cantar la melodía del tema de Deborah de Érase una vez en América (Once upon a time in America, 1984), vino hasta el pie de mi palco y me dijo: <Maestro, esta noche no cantaré con la voz, sino con el corazón>.

Esa fue la primera vez que se me puso la piel de gallina aquella velada. Su actuación fue extraordinaria: nunca me habría podido imaginar que una pieza tan célebre, escrita hacía tantos años, pudiera llegarme tan hondo…”

En las páginas de En busca de aquel sonido, Morricone también nos descubre su inmensa humildad y humanidad. Ahora lo admiro mucho más.

Sergio Barce, agosto 2017

El libro ha sido publicado por Malpaso (parece un bonito juego de palabras, porque la productora de Clint Eastwood se llama igual), y la excelente traducción del italiano es de César Palma.

 

 

 

 

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