En cuanto llegábamos al embarcadero, yo buscaba con excitación la barca de Abdussalam. Aguardábamos en un orden anárquico nuestro turno, observando la perezosa y rutinaria pelea de los barqueros pugnando por hacerse con otros pasajeros nuevos. Las pateras chocaban entre sí, como frágiles cascarones, y el sonido de esos golpeteos y el del agua, lamiendo las escalinatas grises, se mezclaban con las voces de los barqueros y las de nuestros padres mientras regateaban fijando el precio para que nos ayudasen a cruzar a la otra banda. Al fin, descubría a Abdussalam y tiraba de la camisa de mi padre señalándole aquella barca quejumbrosa. Mi padre cedía entonces su turno a los que nos seguían, hasta que Abdussalam conseguía acercarse lo suficiente para que saltásemos a su embarcación. Sigue leyendo →