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EL PROTECTORADO ESPAÑOL EN MARRUECOS. LA HISTORIA TRASCENDIDA

Con  ocasión del centenario de la instauración del Protectorado español en Marruecos, se acaba de publicar <El Protectorado Español en Marruecos. La Historia Trascendida”, financiado por Iberdrola.

He tenido la suerte de participar en este gigantesco proyecto literario en el que se han dado cita escritores, estudiosos, historiadores, juristas… en una obra que se ha editado en tres tomos. También he tenido la suerte de descubrir, al recibir los libros, que entre los participantes hay muchos amigos, y también dos paisanos y amigos larachenses, León Cohen Mesonero y Carlos Tessainer y Tomasich.

La obra está dirigida por Manuel Aragón Reyes, la edición y la coordinación ha corrido a cargo de Manuel Gahete Jurado, con la colaboración de Fatiha Benlabbah. La coordinación editorial es de Montse Barbé Capdevila. Teniendo los libros entre las manos, se comprueba que todos han hecho un trabajo excepcional.

Volumen I

Volumen I

El objetivo de esta publicación es la de demostrar la relevancia que, tras los años transcurridos, ha tenido la existencia del Protectorado en las relaciones entre España y Marruecos y descubrir las huellas que aún perviven de esos años compartidos.

Mi texto se titula <La vida cotidiana durante el Protectorado en la ciudad de Larache>, y forma parte del Volumen I, dedicado a “La vertiente socioeconómica y demográfica”, tema sobre el que también escriben Jesús Albert Salueña, Youssef Akmir, Mimoun Aziza, Mohammed Dahiri, Bernabé López García y Rafael Domínguez Rodríguez. Igualmente, en este primer volumen, sobre “La vertiente jurídica” hay textos de José Manuel Pérez-Prendes Muñoz-Arraco y Antonio Manuel Carrasco González; y sobre “La vertiente científica y educativa” escriben Víctor Morales Lezcano, Irene González González, Francisco Javier Martínez Antonio y Germán Sánchez Arroyo.

Volumen II

Volumen II

El Volumen II está dedicado a “La vertiente cultural e historiográfica” con textos de Eduardo Torres-Dulce, Bouabid Bouzaid, Enrique Arias Anglés, Josep Lluís, Mateo Dieste, Federico Castro Morales, Mustapha Adila y Paloma Rupérez Rubio. “La vertiente literaria” está escrita por José Carlos Mainer Baqué, José Sarria, Vicente Moga Romero y Mohamed Bouissef Rekab. El capítulo “Los autores y sus obras” que cierra este volumen está compuesto por textos de León Cohen Mesonero, Abdelkader Chaui, Severiano Gil Ruiz, Said Jedidi, Mohamed Lahchiri, Rafael Martínez-Simancas y Carlos Tessainer y Tomasich.

Por último, el Volumen III se dedica a “La vertiente histórico-política” con textos escritos por Juan Pando Despierto, Rachid Yechouti, Emilio de Diego García, María Rosa de Madariaga, Miguel Hernando de Larramendi, Ricardo Martí Fluxá, Santos Juliá, Abdelmajid Benjelloun, Rafael Guerrero Moreno, Mohamed Larbi Messari y Marion Reder Gadow. Sobre “La vertiente militar” escriben Andrés Cassinello, Manuel Espluga, José Luis Isabel Sánchez, Juan José Amate, Boughaleb El Attar y José Manuel Guerrero Acosta. Por último “Las preocupaciones magrebíes de un militar ilustrado en el primer tercio del siglo XX. La obra de Antonio García Pérez sobre Marruecos” son analizadas por Pedro Luis Pérez Frías, Manuel Gahete y Geoffrey Jensen. Este volumen y la obra terminan con un epílogo escrito por Julián Martínez-Simancas.

Volumen III

Volumen III

Creo que como compendio de lo que fue el Protectorado español en Marruecos pasará a convertirse en una publicación de referencia. Personalmente me siento orgulloso de participar en una obra en la que hay firmas que admiro desde hace mucho tiempo, y en la que, como decía, me veo junto a varios amigos a los que, igualmente, respeto como investigadores o escritores.

He de decir que mi texto sobre la vida cotidiana durante el Protectorado en la ciudad de Larache no he podido evitar convertirlo finalmente en una larga narración. En ella, muy resumidamente, y como ejemplo de lo que fue la vida en Larache durante esos años (siempre desde mi prisma y visión personal, recordando todo cuanto me han relatado de aquella época que por edad yo no viví), cuento los avatares de mi familia desde que llegaron a Marruecos a primeros del siglo XX hasta que abandonamos nuestra tierra amada a principios de los años setenta.

Montse Barbé, como coordinadora editorial, me manifestó que se había emocionado con este texto, y Manuel Gahete, responsable de la edición y coordinación, también me comentó que le había gustado mucho. Inesperadamente, este texto se ha convertido en el germen de la nueva novela que he comenzado a escribir, así que, si llega a buen puerto esta mi nueva aventura, habré de estar doblemente agradecido a quienes se acordaron de mí para que participara en este proyecto. Y en este sentido, por otra razón pero muy unida a todo esto, he de dejar constancia también de mi afecto a mi amigo y paisano Luis Cazorla, y él sabe a qué me refiero.

Sergio Barce, agosto 2013

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MADRID – 16 DE MARZO – PRESENTACIÓN DE «ENTRE DOS AGUAS» NUEVO LIBRO DE RELATOS DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

Aunque ya se anunció con tiempo. vuelvo a recordar a todos que este próximo

16 de Marzo, a las 20:00 horas

en el Centro Cultural DAVAR, Librería Hebraica / Hebarica Ediciones

calle Rodríguez Marín, en Madrid

se presentará el libro

ENTRE DOS AGUAS. ANTOLOGÍA DE RELATOS Y CUENTOS

del escritor larachense

LEÓN COHEN MESONERO

entre dos aguas cubierta 2

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EL CHICO DE LA OTRA BANDA, un relato del escritor larachense LEON COHEN

En la revista <Tres orillas> de septiembre de 2012, León Cohen publicó un pequeño artículo sobre Mohamed Sibari. Me ha enviado este relato para que lo cuelgue en el blog, y lo hago encantado. De la sencillez de su texto se desprende la afectividad y la nostalgia, dos ingredientes indispensables para que quienes lo leamos nos sintamos atrapados por lo que nos cuenta. Es un bonito homenaje a Sibari, y una emotiva declaración de amistad.  Y, además, huele al salitre de la otra banda…

Sergio Barce, enero 2013

Camino de la otra banda - León Coheny su madre  en 1955

Camino de la otra banda – León Coheny su madre en 1955

EL CHICO DE LA OTRA BANDA

Fue en noviembre de 2003. El autobús que nos traía desde Tánger se dirigió hasta el Balcón del Atlántico y allí nos apeamos. Entre las personas que nos esperaban, estaba Mohamed Sibari. Sigue leyendo

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RECUERDO, un relato del escritor larachense LEON COHEN MESONERO

León Cohen me remite un pequeño relato escrito en 1997, y una fotografía suya, estrechamente relacionada con lo que cuenta, en la que aparece junto a su padre y a su hermano en la Hípica de Larache, en el año 1952. Es un texto breve, que describe sólo un pequeño instante, una sensación, un sentimiento, y lo hace tan precisa y elegantemente que se transforma en un cuento breve delicioso. Creo que incluso los escritos en los que reflejamos nuestras vivencias personales e íntimas tienen cabida aquí, especialmente cuando provienen de algo vivido en esa hermosa tierra que es Larache. Así que espero que también disfrutéis de lo que sentía aquel niño mientras caminaba por la calle de la Duquesa de Guisa…

Sergio Barce,

Noviembre de 2012

Recuerdo

de León Cohen

Es verano. Son cerca de las cinco de la tarde, la hora de Lorca. El sol lo inunda todo. Yo camino por la calle de la duquesa de Guisa. Es Larache y no tengo más de siete años. Estamos a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado. Voy muy arreglado. Mi madre me ha hecho un conjunto veraniego de color blanco, compuesto de una blusa y un pantalón corto, en el que destacan dos raquetas de tenis bordadas con hilos de colores sobre  el bolsillo izquierdo de la blusa. Yo las miro de reojo mientras camino y las acaricio suavemente. Estoy contento. Voy de estreno, huelo a colonia y me dirijo a casa de mi amigo Carlitos, hijo de un policía armada que vive junto a la tienda de ultramarinos La Colonial. Vengo de la Calle Barcelona, que es donde vivo y que está bastante lejos de donde me encuentro. Me miro caminar. Me observo. Siento que estoy vivo y que voy vestido de señorito. El sol cae con toda su luz sobre el asfalto. Decir Larache y Julio, es como invitar al diablo. Es como decir infierno. Por vez primera, miro mi sombra desplazarse y tomo conciencia del instante, lo retrato y lo fijo para siempre en mi memoria. Hoy transcurridos casi cincuenta años, reconstruyo el momento. Recuerdo sobre todo la impunidad del sol y mi coquetería plasmada en las dos raquetas de mi blusa.

Agosto 1997

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LA CALLE BARCELONA, un relato del escritor larachense LEON COHEN MESONERO

Ahora le toca el turno a otra calle emblemática de Larache: la calle Barcelona. Y la visión de ella corresponde a quien siempre, cuando tiene oportunidad de charlar de Larache, regresa instintivamente hasta ese lugar, al abrigo de sus recuerdos: Leon Cohen. El texto es indudablemente íntimo y personal, trata de relatar como si caminara por esa arteria de nuestro pueblo (me parece más entrañable llamar a Larache pueblo que ciudad) pero Leon no puede evitar el desviarse para contar lo que realmente le satisface o lo que de veras le estremece: esas pequeñas aventuras de la infancia junto a sus amigos o especialmente al lado de  su padre. La suerte de compartir todos estos relatos, todas estas fotografías narradas, es que cruzamos tantas historias y experiencias, tantos recuerdos y anécdotas, que sin proponérnoslo estamos llenando de vida y de alma a todas las calles por las que ha transitado parte de nuestras vidas. Es el mejor álbum de Larache.

Sergio Barce, septiembre 2012

Leon Cohen

“Tratar de recrear el pasado es en cierto modo un intento de reconstrucción no sólo de la memoria propia, sino también y sobre todo de la memoria de una colectividad”.

                                      León Cohen

 

La Calle Barcelona

¡La Calle Barcelona! Era una calle vulgar, como cualquier calle, una calle de barrio. No era emblemática, no era ni la Calle Chinguiti, ni la Calle Italia, ni por supuesto la Calle Real. Pero muchas personas de Larache la recuerdan, la mientan y algunas creen haberla habitado, llegando incluso a ubicarla  de manera  errónea.

Yo no nací en esa calle, pero mis padres y yo, que sólo tenía un mes, nos mudamos en el año 1947 y allí residimos hasta el año 1954. En esa calle se forjaron mis primeras impresiones y se construyeron mis recuerdos primeros, los de la infancia profunda. Allí empezó a llenarse mi memoria de recuerdos imborrables y entrañables. En esa calle nacerían mis hermanos y hermanas. Todavía tengo fija en la retina la imagen borrosa de mi hermana Ani recién nacida y junto a ella un barreño metálico y a Doña Petronila.

La Calle Barcelona era una de las muchas calles transversales que unían la Calle Chinguiti o su prolongación con la Avenida de las Palmeras. Para situarnos, subiendo por la Chinguiti, se llegaba a una pequeña rotonda  o placita que daba a cuatro calles, siguiendo recto, la Calle Barcelona era la segunda a la izquierda. Y también la penúltima de tres, antes de alcanzar el Campito de los Mosquitos. En ese campito, como he contado en alguna ocasión, tenían lugar las guerrillas de moros contra cristianos, a pedrada limpia. Como dos ejércitos bien organizados, nos disponíamos los unos frente a los otros a tiro de piedra, y sólo a la orden de nuestros comandantes, empezábamos a lanzarnos las pedradas que cesaban cuando ambos jefes así lo decidían. Ese campito tenía además otros usos más pacíficos para muchos de nosotros, era donde cazábamos pajaritos con trampas, sirviéndonos las alúas como cebos, era en el propio campito donde cogíamos aquellos  coleópteros en los “alujeros”.

Si uno dejaba a un lado la calle, sin entrar en ella, a unos metros, se topaba con el Colegio Árabe donde estudió o estuvo, ese gran contador de palabras y cuentos que se llama Mohamed Choukri. Enfrente de aquel colegio vivía Don Antonio Ortega, el antiguo republicano.

Antes de entrar en la Calle Barcelona, no quisiera dejar sin contar algunos detalles. La rotonda, como dije, da a cuatro calles: la que viene de la Calle Chinguiti, la que va hacía la calle Barcelona, la que baja hasta los Maristas (la calle donde nací) y la que llega hasta la Avenida de las Palmeras; la plazoleta se compone por lo tanto de cuatro cuadrantes. En la esquina derecha de uno de estos “cuartos de rotonda” según se va hacía la calle Barcelona, vive un chico rubio de mi misma edad al que llamamos Antoñin el del jardín. En el cuadrante adyacente residen los Ribes, padres de mi amiga Elsa, en un edificio de construcción reciente. En el tercer cuarto reside la familia de mi amigo Santiago Hernández, en una suerte de patio de vecinos. Siguiendo hacía la Calle Barcelona, quiero también recordar que frente al colegio árabe, haciendo esquina, se halla situada una casa con muchas plantas donde vive Alejandro, un amigo de correrías. Entre su casa y el colegio empieza un callejón sin asfaltar, donde se encuentra la casa de Nissim Azulay, aquel niño tan avispado como cruel, que una tarde de otoño nos enseñó a unos cuantos, cómo la letra con sangre entra, utilizando una regla con la que nos atizaba en los dedos  imitando a nuestra maestra,  Mlle Beniluz.

Pero doblemos la esquina y recorramos la calle. Hasta llegar a mi casa, la calle tiene únicamente margen izquierda, pues en todo ese tramo en el flanco derecho sólo hay un descampado. A partir de mi casa ya aparecen algunas casas diseminadas en la margen derecha. Casi todas las casas son de una planta con azotea.

La casa del maestro: La primera es la del “maestro”. Para mí, el maestro era un amigo de mi padre con el que un día fuimos de cacería en nuestro camión. Llovía despiadadamente cuando salimos, mi padre al volante, yo en medio y el maestro a mi derecha en la cabina del camión. Detrás en el remolque iba Stika, mi querida  e inolvidable perra. Una pointer de primera clase. Circulábamos por una pista de tierra y barro, por la derecha caminaban unos campesinos, una mujer con un niño a la espalda, otras dos campesinas y un hombre de cierta edad. Los colores que recuerdo son el blanco y el rojo, el blanco de las “jilabas” y de los zaraguëlles (aunque en contra de la Real Academia de la Lengua yo prefiero la palabra zarahueles), el rojo de los fajines que suelen llevar los “jibilos” (jbel en árabe significa montaña). Llovía y a la lluvia incesante se había añadido una tormenta de muy señor mío. De repente, una luz cegadora, y un silencio sepulcral. El camión se había detenido y todos nos mirábamos en silencio como hipnotizados. Había sido un rayo: una descarga de energía eléctrica tremenda, inolvidable. Luego, los gritos de los campesinos, muchos gritos de pánico y mucha sangre, ruido y sangre, miedo y sangre. Sobre el suelo yacían el hombre mayor y la mujer que llevaba al niño, los dos muertos. El niño milagrosamente había salido indemne y lloraba, el resto de personas estaban heridas o presas de pánico. Me ha quedado como última imagen de aquella tragedia la de mi padre bajándose  del camión,  quiero creer que  llevamos a los heridos al hospital.

Leon Cohen en la calle Barcelona

Mi casa: Sigamos. Después de la casa del maestro, intuyo dos o tres casas, pero tienen la puerta cerrada y no distingo a nadie, será mi memoria que debe estar nublada por el paso del tiempo. Luego, mi casa, la casa donde estrené mis primeros cariños, mis primeros amigos, la casa donde empezó a conformarse ese yo, que hoy, pasado medio siglo, vuelve a ella, a esa casa de todos que es la infancia. 

La puerta y las dos ventanas que dan a la calle están abiertas.

La puerta: Un hombre joven, alto, moreno, de treinta y pocos años, en todo el esplendor que da la juventud, se yergue ante la puerta medio abierta, casi tapando con su cuerpo toda la luz que aún conserva la tarde. Yo, diminuto, con seis o siete años, observo con sorpresa y admiración su figura a contraluz. Es mi padre, que acaba de llegar de una de esas interminables cacerías con sus compañeros de siempre (el doctor Mayor, Revilla el carnicero y seguramente también habrá estado Bartolo el de la casa Ford). Mi padre está vestido de cazador, porta un sombrero de paja y lleva colgadas de la cintura un sinnúmero de perdices. Esboza una sonrisa amplia  y cómplice mientras se dirige a mí en tono cariñoso, mostrándome sus trofeos. Recuerdo con precisión meridiana que mi madre solía conservar las perdices en dos tinajas enormes llenas de aceite.  

La ventana situada a la derecha de la puerta: Da al pequeño salón de los trofeos. Se trata de una pequeña salita. Adosado a la pared que mira a la puerta de entrada, se halla un aparador muy vistoso y una mesa de comedor con sus correspondientes seis sillas forradas de una tela estampada. Se ve muy cuidado y con poco uso. Sobre el aparador, dispuestas con mucho orden y guardando la jerarquía, las copas que mi padre ha ganado en múltiples tiradas de pichón y al plato. La copa preferida es, como no podía ser menos, la del centro. Es una copa de plata de ley, grande, esbelta  y con  un baño de oro en su interior. De vez en cuando, a mí me da por pasearme por el salón y deleitarme mirando las copas. En ocasiones he llegado a pensar que mi devoción por los muebles y la decoración vienen de aquel salón y de aquella época.

La otra ventana: Es el dormitorio  de mis padres. Un recuerdo puntual: una mañana, mi padre sorprendió a un ladronzuelo en su dormitorio y lo puso de patitas en la calle agarrándolo  por el cuello.

En el patio, una parra y el gallo. Una gallo espléndido que mi padre había criado y que al oír la voz de éste, cuando llegaba a casa a la hora del almuerzo, preso de una súbita alegría, lanzaba de repente un repertorio de cacareos a cual más estridente. Una mañana que no quiero recordar, se lo llevó.

Calle Barcelona. Leın, David, el hijo del maestro y Stika

En la azotea, la casa de Stika. A la azotea solíamos subir todos los hermanos para visitar y entretenernos con nuestra perra de caza que prácticamente había crecido con nosotros. Una noche de verano mi padre nos comunicó la triste noticia: se había visto obligado a regalar la perra a un amigo, porque en la nueva casa no había sitio o por otra causa que no recuerdo, aunque sí recuerdo mis lágrimas, mi desconsuelo y el de mis hermanos. Habían sido casi seis años juntos.   

Nuestros vecinos: La familia de Cristóbal Ortega y Josefa Padilla, con sus hijos: Cristóbal, Carmen, Fina, Pepe, Antonio y Eduardo. He olvidado el nombre de otra hermana, pero para nosotros, mi hermano David y yo, los importantes son nuestros amigos Antonio y Eduardo. Son los grandes amigos de nuestra primera infancia. Hay una vivencia entrañable: las hogueras de la noche de San Juan. Quemábamos un muñeco de trapo y disfrutábamos saltando alrededor  del  fuego.

Olga: Pero esta calle también tiene su estrella. Es alta, esbelta, delgada y muy atractiva, parece una actriz de cine, yo la comparaba con Ava Gardner. Su nombre es Olga y vive con su padre Don Jaím Benaich justo enfrente de mi casa. Es indudable que Olga se distingue de la media de los mortales. En ocasiones la sorprendo hablando con mi madre y siento un fuerte deseo de ser mayor para poder conquistarla. Pasado el tiempo, se casaría con un norteamericano y se iría a vivir a América. Ignoro por qué siempre la imaginé en un descapotable con un pañuelo anudado al cuello y con la melena al viento. Era la diosa de la calle. 

Camino del Colegio Francés: Casi siempre realizábamos el mismo recorrido: subiendo desde mi casa, pasábamos por la tienda de ultramarinos de María que se hallaba justo a mitad de la calle, llegando al final de la calle, doblábamos a la izquierda, y apenas recorridos unos metros estaba la casa de  Palacios, el cazador de jabatos, cuyos dos hijos eran también compañeros nuestros, uno de ellos, Jeromín, era un excelente dibujante, luego tomábamos la segunda calle a la derecha y al final de ésta, la Avenida de las Palmeras. En la esquina se hallaban las casas de Bartolo y de nuestro compañero Julio,  y a muy poca distancia nuestro querido colegio.

La mudanza: Fue a principios del año 1954. Todo ocurrió muy de prisa. Un buen día, ante nuestra incredulidad y sorpresa, mi padre cargó con todas las copas y se las llevó. Luego supimos que las había vendido a un joyero del centro. Pocos días más tarde comenzó el embalaje de los muebles y demás enseres. Puedo todavía recordar los malos augurios que se avecinaban según  mi madre cuando se le rompió un espejo. Siete años de penurias que nunca llegarían a cumplirse. Bien es verdad que vendrían malos tiempos para la familia, pero no durarían tanto como presagiaba la superstición del espejo roto. Yo siempre he pensado que todo fue un pequeño castigo de la Calle Barcelona por haberla abandonado. Y es que las calles también tienen alma.

                                                           León Cohen,   Octubre 2003

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