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«LARACHENSEMENTE. RECORDANDO» (2ª parte) por FRANCISCO JUAN CARRASCO

He recibido otra crónica relatada larachensemente por Francisco Juan Carrasco y me ha hecho reír la anécdota que cuenta. Me dice en su correo que todo esto sucedió del modo que refiere, y que la foto le trae muy buenos recuerdos. A la derecha, se ve parte del rostro de Galea, hacia la izquierda está Peral, le sigue Gambero, y el último es él. Fue tomada el 4 de Noviembre de 1956, día de San Carlos Borromeo, patrón de la Banca, celebrándolo en el Hotel España, en Larache.
También me cuenta en su correo que, cuando se tomó esa foto, hacía escasamente dos meses de su entrada en el Banco Central, en contra de su voluntad, tal y como ya narró en su anterior crónica larachense.

Espero que disfrutéis de esta segunda entrega.

Sergio Barce, abril 2015 

LARACHENSEMENTE, RECORDANDO

Al leer en tu blog el relato, que León Cohen hace de Larache, con alusión a los chatarreros Trojman y Belliti, me vino a la memoria el insólito hecho, que ocurrió allí, a la muerte del último, viniendo a ponerse de manifiesto la capacidad e ingenio, para la acertada administración, que siempre caracterizó al pueblo judío.
La versión que conocí fue la que sigue: En el negocio de la chatarra el Sr. Belliti era un experto, y había conseguido, con su esfuerzo, salir adelante, en un mundo como el de entonces. Se ocupaba de atender a su familia, pero su preocupación mayor eran los tres hijos, que Jehová le había concedido. Por eso estaban siempre presentes en sus oraciones.
Les transmitió todo su saber, y les pagó toda la formación, que creyó necesaria e indispensable para su futuro. Ninguno era torpe. La imagen de despierto y habilidoso caracterizaba a los tres. El negocio giraba a nombre del matrimonio, y el Sr. Belliti, como causahabiente previsor, redactó en tiempo y forma su testamento, dejando a su esposa -mientras viviese- como usufructuaria de la parte indivisa que correspondía a los tres hijos.

1956 Derecha, Carlos Galea; izquierda, Peral; y centro Emilio Gambero y Fco Juan Carrasco

1956 Derecha, Carlos Galea; izquierda, Peral; y centro Emilio Gambero y Fco Juan Carrasco

Para que quedase clara su voluntad, de que los derechos debían de ser iguales para cada hijo, como virtual prueba de semejante participación, estableció en dicho testamento que, para acceder a la herencia, era “conditio sine qua non” que, al tiempo de su enterramiento, cada hijo depositara sobre su féretro, en efectivo, la cantidad de 5.000 pesetas, en presencia del Rabino y de todos los asistentes al acto.
Realizadas todas las formalidades y protocolos, que correspondían, en todos los órdenes, al hecho real de su muerte, quedaba el último, material y doloroso, como era la sepultura. El Rabino tenía a la vista el texto, refrendado por la Notaría, de la voluntad del difunto, y pidió al hijo mayor, que depositara sobre el ataúd, sus “mil duros”, que ya tenía preparados. Abraham así lo hizo. Rogó al segundo hijo que hiciera otro tanto con su parte, y este depositó igualmente otros “mil duros”, esta vez se vio que eran billetes nuevos, extraídos por Mesod aquella misma mañana, de “su cuenta en Banesto”, entidad con la que regularmente operaba la familia.
Finalmente nombró y se dirigió al benjamín, José, para que hiciese lo mismo con su participación. El hombre diligente, resolutivo, dio un paso al frente, y depositó un cheque nominativo, emitido a favor de su padre, por 15.000 pesetas, y a continuación, retiró las “diez mil pesetas en efectivo”, que sobraban de tal pago.
Respecto de la legalidad de tal operación, se formó un revuelo entre los dos hijos que habían dejado el dinero, y el del cheque, dividiéndose también simultáneamente los asistentes, unos estaban a favor, y otros no lo aprobaban. La controversia debía resolverse cuanto antes, pues tenían que concluir la ceremonia. No hubo acuerdo, y ante tal problema, se optó, por la consulta al Gran Rabino, que residía en Barcelona. Tuvieron que llevar el muerto de nuevo a su casa, hasta tanto se conociera la resolución del Superior religioso.
Las llamadas telefónicas a Barcelona se sucedieron sin tardanza, así como las demoras de línea, a las que, por entonces, estábamos acostumbrados. Entretanto, José tenía en su poder las 10.000 pesetas, y el Rabino custodiaba el cheque de Banesto, nominativo, a favor del difunto, por las 15.000 pesetas.
No fue hasta dos días después que, por telegrama, adelantara el Gran Rabino su escrito, donde rubricaba el procedimiento a seguir: “Si los billetes y el cheque eran auténticos, quedaba bajo la conciencia del emisor del cheque, que siempre hubiera en el Banco fondos suficientes, para atender tal orden de pago, porque si esto no se cumpliera, estaban ya escritos, desde hacía miles de años, los castigos y maldiciones que le sobrevendrían”.
Se le dio respetuosa sepultura, junto con el cheque del Banco Español de Crédito. El hecho se publicó en medios de la época, con alabanzas a la sagacidad que había demostrado José, emulando las cualidades y virtudes de su antepasado, homónimo, en tierras faraónicas del mismo Continente.

Para Antonio Barce. De Francisco J. Carrasco Molina. 30/3/15

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VIDEO DE LA PRESENTACIÓN DE «PASEANDO POR EL ZOCO CHICO. LARACHENSEMENTE» DE SERGIO BARCE

Mi paisano y amigo Aziz Bouhdoud, con su generosidad habitual, me envía este pequeño y entrañable reportaje de la presentación de mi último libro en la Librería Diwan, en Madrid.

Para verlo, pincha en el siguiente enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=oRyyZ3OZi34

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PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

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RESEÑA DEL ESCRITOR GONZALO MURO DE «PASEANDO POR EL ZOCO CHICO. LARACHENSEMENTE» DE SERGIO BARCE

Gonzalo Muro, escritor de relatos que se han publicado en libros de la Generación BiblioCafé, a la que pertenece, como Sesión continua (2013), Último encuentro en Bibliocafé (2014) o Por amor al arte (2014), y autor del magnífico libro Noticia de este mundo (2014), todos publicados por Jam Ediciones, ha escrito en su blog una reseña sobre mi libro Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (2014).

GONZALO MURO

GONZALO MURO

Lo que más me ha llamado la atención de sus reflexiones es que, en definitiva, es fácil reconocerse en algunos de mis relatos, se sea o no de Larache, porque, probablemente, la infancia de todos nosotros siempre guarda algo de similitud con la de los demás. Como le decía a Gonzalo en un mensaje, creo que lo más sencillo es en definitiva lo más universal, y cuando uno cuenta esas pequeñas cosas que nos han sucedido o que imaginamos, suelen calar en gente muy diversa, sea cual sea su procedencia.

Una reseña la de Gonzalo que destapa algunos de los secretos que se esconden en mi libro.

Sergio Barce, diciembre 2014

El enlace de entrada al blog de Gonzalo Muro, que os recomiendo es:

http://confiesoqueheleido.blogspot.com.es/2014/07/noticia-de-este-mundo-gonzalo-muro.html

Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Sergio Barce)

Tengo que ser sincero: nunca había oído hablar de Larache. Mejor dicho, si conocía el nombre, pero apenas era capaz de situarlo en el mapa o en el tiempo.

Pero ahora ya conozco su legado, un pasado que entremezcla las culturas árabe y judía con la española, entrando y saliendo de su historia como un fantasma que no se atreve a permanecer. Ha sido en estos últimos días cuando he llegado a conocer la Larache de finales de los años sesenta, cuando la huella española comenzaba a desvanecerse tras el fin del Protectorado.

Y me he familiarizado con el perfil náutico del Ideal, con el Balcón del Atlántico, la Iglesia de San José, el Zoco o la Medina. Pero también con quienes han dado vida a esas calles, personajes como Sibari, Yasim, Fátima o Laabi.

Y es sobre ese conglomerado urbano y humano donde Sergio Barce hace crecer sus relatos, unas historias en las que biografía y ficción se combinan asombrosamente para crear un universo que escapa de las fronteras de tiempo y lugar.

Este autor es miembro de la Generación Bibliocafé si bien, venía publicando diversas obras con anterioridad, muchas de ellas con reconocimientos como Una sirena se ahogó en Larache, finalista del Premio de la Crítica de Andalucía o Sombras en sepia, Premio de Novela Tres Culturas de Murcia.

PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Ed. Jam) es el título de la última obra de este prolífico autor en la que recopila textos y relatos publicados anteriormente en otros libros, revistas o en su página personal, con otros  inéditos hasta la fecha, todos ellos con el común telón de fondo de la Larache que conoció en su infancia pero también de la ciudad reciente, tal vez empeñada en olvidar y dar la espalda a su pasado.

El libro se abre con El corazón del océano, la historia de Rachid, un anciano que cree ya imposible cumplir su sueño de ver el mar y que, gracias a su nieto Ahmed, logrará bañarse en las frías aguas atlánticas de una playa de Larache. Ese viaje al paraíso soñado es el pórtico perfecto del resto de relatos que nos llevan a esa realidad, vivida o soñada, enmendada o ficticia, a la que nos invita Sergio Barce.

A partir de aquí podemos encontrar relatos en los que se evoca la infancia del autor en primera persona o en los que se invocan recuerdos de aquellos días. Pero también hay relatos del retorno, del presente, fruto de los viajes del autor a su tierra de referencia para observar y dolerse de los cambios, visitar su antigua casa o reunirse con viejos amigos, últimos vestigios de un tiempo en el que la arquitectura anodina no abría en canal la personalidad de una ciudad poco inclinada a preservar su legado, tal vez como la mayoría de las ciudades.

Lo biográfico tiene un peso crucial en estos relatos y la mayor parte tienen ese punto de partida. Pero Sergio Barce no ha escrito un libro de recuerdos, de estampas más o menos pintorescas, ha sabido escapar a este fácil recurso para hacer Literatura, para construir un mundo en el que las propias vivencias trascienden y le hablan al lector de algo más que de unos hechos que le inspiran.

Miremos por un momento el relato El primer regreso en el que el autor describe su primer viaje de vuelta a Larache tras muchos años de ausencia. En él se nos cuenta en primera persona cómo Sergio Barce busca su antiguo hogar, sube las escaleras y se asoma al interior de la vivienda. Su valor no está en la descripción de la experiencia personal sino en el modo en el que transforma esa vivencia en un relato que nos habla del sentimiento de pérdida, del vacío y del modo en que nos sobreponemos y nos  reencontramos;  una experiencia con la que cualquier lector podrá identificarse y sentir como propia.

Otro ejemplo es Moro, En este relato se describe el choque brutal con la realidad tras el traslado de la familia desde Larache a Málaga. Un texto descarnado, una historia de iniciación en la que el hecho concreto actúa como catalizador de emociones que uno puede tomar como propias.

Este es el mayor mérito de la obra en la que lo personal se viste de ficción para llegar allí donde la biografía no alcanza. Este toque es el que hace de Sergio Barce un autor con mayúsculas, capaz de crear un mundo literario que envuelve al lector conduciéndole por los callejones de sus recuerdos personales mientras le habla de mercados y especias, cafés y paseos.

Tal vez pocos territorios sean tan propicios para la ficción como la infancia, esa referencia nebulosa en que se refugia el recuerdo y la que mejor se presta a la fabulación y al juego de equilibrio entre realidad y ficción porque en él, ni siquiera el propio autor puede distinguir con claridad qué queda en cada orilla.

Pero el mérito de una obra no está en lo que nos cuenta sobre su autor sino en lo que nos dice de nosotros mismos, en el modo en que nos interroga con descaro en busca de alguna respuesta que dé sentido a lo que leemos y a la modo en que lo hacemos. Por ello, el exotismo africano, las esencias y perfumes o los mercados callejeros pronto han cedido paso a mis propios recuerdos de una tierra en la que nací y a la que vuelvo esporádicamente y que, por tanto, recuerdo más con los ojos del niño que fui que con los ojos del adulto que la visita.

Paseando por el Zoco Chico debe leerse sin prisa, dejándose atrapar por las imágenes y las palabras, por los recuerdos y los aromas, por el estilo directo y aparentemente sencillo de Sergio Barce. Lo diré mejor con una palabra que ya ha quedado definitivamente incorporada a mi vocabulario: larachensemente. 

Gonzalo Muro, 23 diciembre 2014

 

ZOCO CHICO LARACHE

ZOCO CHICO LARACHE

 El enlace directo de su blog, para leer esta reseña sobre mi libro es:

 http://confiesoqueheleido.blogspot.com.es/2014/12/paseando-por-el-zoco-chico.html

 

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ASI FUE LA PRESENTACIÓN DE «PASEANDO POR EL ZOCO CHICO. LARACHENSEMENTE» EN MADRID

Sergio Barce y Javier Valenzuela

Sergio Barce y Javier Valenzuela

Esta es una breve crónica, especialmente fotográfica (fotos de Pablo Barce), de la presentación de mi libro de relatos Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Jam Ediciones/Generación BiblioCafé  – Valencia, 2014) que se celebró en la Librería Diwan de Madrid, el pasado viernes 5 de diciembre.

Nourddine Bettioui, dueño de la Librería Diwan, preparó todo para que estuviésemos lo más cómodos posible, con una mesa para un posible posterior coloquio que, sin estar previsto en principio, parece que él intuyó. Durante el acto, que se alargó bastante más tiempo del previsto, porque en ese coloquio participó gran parte de los asistentes, nos obsequiaron con té moruno y pastelillos típicos. Así que hubo un ambiente muy agradable.

Interviene Angeles Ramírez

Interviene Angeles Ramírez

Ángeles Ramírez, como presidenta de la asociación Xenia, y como larachense, abrió el acto para presentarnos, con la dulzura y cariño que la caracteriza. Y luego cedió la palabra al periodista y escritor Javier Valenzuela.

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Javier presentó mi libro de una forma desbordante. Abrió diciendo que nos habíamos conocido la semana anterior en Sevilla, durante el acto dedicado a Mohamed Chukri en la Fundación Tres Culturas, y que Rajae Boumediane, la traductora al castellano de los libros de Chukri para la editorial Cabaret Voltaire, fue la que allí le sugirió leer el libro y presentarlo, y cómo al día siguiente, cuando llevaba leídos sólo tres de los relatos, me escribió para confirmarme que se animaba a presentarlo porque le estaban gustando muchísimo.

Interviene Javier Valenzuela

Interviene Javier Valenzuela

Javier Valenzuela añadió que el estilo y la calidad del libro está muy por encima de la media de lo que se publica en España, lo que, viniendo de una persona como él, es un elogio que me enorgullece.

Y añadió:

Tangerina, mi primera novela tras ocho libros periodísticos, llegará a las librerías en febrero de 2015. Alumbrarla a lo largo de nueve meses de este año de 2014 me ha hecho apreciar aún más la buena escritura de ficción, lo duro y difícil que es narrar bien un paisaje, un personaje, una escena o un diálogo. Sergio Barce escribe muy bien. Su dominio de la técnica narrativa nos lleva a esperar de él obras de gran envergadura”.

Luego, enlazó los temas tratados en mis relatos con sus experiencias personales en Marruecos, intercalando además anécdotas de su trabajo como periodista para el diario El País durante su época de corresponsal en Marruecos.

Javier Valenzuela

Javier Valenzuela

Hubo momentos realmente divertidos, de esos que hacen de una velada algo imborrable. Es difícil olvidar la imagen de Chiqui Pulido literalmente partida de la risa escuchando a Javier. 

Javier Valenzuela, bajo la atenta mirada de Angeles Ramírez

Javier Valenzuela, bajo la atenta mirada de Angeles Ramírez

Luego, Rajae Boumediane el Metni, leyó unas palabras que había preparado sobre la marcha, palabras en las que destacaba también la calidad de mis cuentos. Rajae me dedicó palabras muy afectuosas y optimistas, e intercambió con Javier Valenzuela algunas impresiones sobre los relatos de Paseando por el Zoco Chico.

Interviene Rajae Boumediane

Interviene Rajae Boumediane

Y la palabra larachensemente brotó de sus labios con una complicidad intensa y sincera. Un detalle muy bonito.

Gabriela Grech y Rajae Boumediane

Gabriela Grech y Rajae Boumediane

Y, aunque no estaba previsto, intervinieron también los profesores Víctor Morales Lezcano y Mohamed Dahiri. Con ellos, se profundizó en uno de los temas que Javier Valenzuela había destacado de mi libro.

Interviene Víctor Morales Lezcano

Interviene Víctor Morales Lezcano

Javier había subrayado en su intervención que Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente contenía un mensaje profundo y claro y que no era otro que el de la defensa a ultranza de la convivencia entre las tres culturas, y que, para él, en realidad ese era mi objetivo como autor de este libro, fijar como objetivo futuro el recuperar esa convivencia pacífica en la que habíamos vivido en Larache. Sus palabras fueron: 

“Los mejores momentos del pasado multicultural de Larache fueron como debería ser el futuro. El siglo XXI será el de las identidades múltiples o no será. O encontramos un modo de vivir todos juntos y revueltos en paz y libertad, o volveremos a vivir las peores pesadillas del siglo XX. Desconfiemos de todos aquellos que pretender obligarnos a escoger entre papá y mamá, a identificarnos exclusivamente con una lengua, una cultura, una nacionalidad o una religión”.

A partir de ahí, el coloquio se abrió y se trasformó en un intercambio de ideas, experiencias y anécdotas, ameno, divertido en muchos momentos y muy gratificante.

Pero no puedo dejar de mencionar algunas de las afirmaciones de Javier Valenzuela, que se iban produciendo como consecuencia del contenido de mis relatos.

Cuando comenté la historia que relato en los cuantos Mohammed, el niño de Alhucemas y en Moro, Javier Valenzuela añadió dos comentarios que  me parecieron especialmente certeros:

“El Protectorado español hizo un esfuerzo encomiable para un país que era entonces más bien pobretón en materia de urbanismo y arquitectura en ciudades como Larache y Tetuán. Allí espacios urbanos hermosísimos que datan de esa época y que el Marruecos del siglo XXI tendrá que valorar y proteger”.

“Los marroquíes, y en particular los del Norte, conocen bastante bien a España y a los españoles. Es una pena que lo contrario no sea cierto. La mirada mayoritaria de Marruecos que tienen los españoles aún está repleta de ignorancia y prejuicios”.

Y así, de la historia que narro en Los herederos de Al-Ándalus, que cierra el libro, Javier dijo:

“Siento que los moriscos y los sefardíes que fueron expulsados de los reinos de España por la intolerancia inquisitorial, y muchos de los cuales se instalaron en Marruecos, son mis compatriotas».

Interviene Mohamed Dahiri

Interviene Mohamed Dahiri

Cuando se discutió sobre las obras de autores más reconocidos, creadores extranjeros que hicieron de Marruecos una parte importante o esencial de sus obras, he de reconocer que la propuesta de Javier Valenzuela fue directa a lo que también creo sobre este asunto. En concreto, afirmó:

“Los tiempos del colonialismo y el anticolonialismo quedan atrás, y con ellos debería quedar las pasiones que provocaron. Sería maravilloso que Marruecos reconociera que escritores como Ángel Vázquez y Juan Goytisolo, como Jean Genet y Paul Bowles, forman parte de su patrimonio cultural”.

En fin, además de quienes intervinieron, convirtiendo el acto en algo mágico y especial, la asistencia fue alta y el local se llenó de público, porque acudieron muchos amigos (algunos otros, por diversas circunstancias, no pudieron hacerlo, como Emilio Gallego que venía desde León y al que le fue imposible estar físicamente aunque sí lo hizo de otra manera, o Esperanza Manso que estuvo unos minutos antes para llevarse el libro). 

José Manuel Galindo a la izquierda, junto a Karim, Mohamed, Chiqui, Boubel, Rajae, Ange...

José Manuel Galindo a la izquierda, junto a Karim, Mohamed, Chiqui, Boubel, Rajae, Ange…

José Manuel Galindo vino desde Zaragoza, y luego, al acabar la presentación, se marchó de vuelta. Esos son detalles que realmente emocionan. 

PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

El día anterior, acudí a la inauguración de la exposición de fotografías de Gabriela Grech. Maravillosa exposición Larache / Al-Araich que sigue abierta. Gabriela es la autora de la portada de mi libro de relatos, una foto-composición excepcional y bellísima que le da el toque de calidad a la edición. Gabriela también intervino en el coloquio con su vehemencia y pasión habitual.

Interviene Sergio Barce

Interviene Sergio Barce

Otros larachenses también estuvieron presentes: Hor Amina, Chiqui Pulido, Mohamed Mrabet, el ya citado Semanué Galindo, Mohamed Chouirdi, Abdeslam Boubel, Aziz Bouhdoud, Abou Karim y su hijo Mohamed, y la tangerina Nabila Boumediane, los profesores Mohamed Dahiri y Víctor Morales, y otros amigos entrañables como Oscar López, Charo Sánchez, César Martínez Herrada, Juan Carlos, Lidia Higueras… Siento no poder mencionar a todos.

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En resumen, una noche muy gratificante. Una suerte haber contado con todos, y mi agradecimiento más profundo a Javier Valenzuela por acceder a presentar el libro y hacerlo de una manera tan brillante, y a Rajae Boumediane por conseguirlo y por estar también a nuestro lado. 

Sergio Barce, diciembre 2014

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«PASEANDO POR EL ZOCO CHICO, CON MI MANO COGIDA A LA DE SERGIO BARCE», POR JOSE LUIS PÉREZ FUILLERAT

El profesor, escritor y poeta José Luis Pérez Fuillerat, que ya hizo una reseña muy especial a mi novela Sombras en sepia, ahora lo hace con Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente, y realmente me ha dejado impresionado por su intensidad y por la profundidad de sus palabras.
Al enviarme su reseña, me indicaba, entre otras cosas, lo siguiente (y es como otra pequeña reseña a modo de avanzadilla de lo que luego detalla a fondo):
«Querido amigo Sergio: te adjunto ese comentario que he terminado sobre tus relatos últimos. No sabes lo que he disfrutado leyéndolos. Como puedes figurarte los he leído dos y, algunos, hasta tres o más veces, pues me han enganchado desde las primeras páginas. Esos relatos hay que leerlos varias veces, como la poesía. No sirve para nada leer un poema una sola vez. Y esos relatos son auténtica poesía, porque tú eres un poeta.
La sensualidad que recuerdo de Gabriel Miró (El libro de Sigüenza), el detalle de los cuentos de Azorín, la facilidad para expresar la variedad de olores que dominan los ambientes (El perfume: historia de un asesino, de Patrick Süskind) el sentimiento nostálgico de un autor tan sincero, me han dejado honda huella. No te exagero si te digo que me siento ya un poco de Larache pues conozco casi todas sus calles (…)
Espero que te agrade mi comentario y sepas perdonar lo que se me haya pasado y que tú creas importante. Yo lo he pasado muy muy bien y por eso te doy las gracias. Un abrazo. José Luis P.F.»
Estas palabras ya me han supuesto una satisfacción enorme, pero su reseña hace que, junto a las que han escrito José Garriga Vela, José Sarria, Manuel Gahete, Víctor Pérez, Fuensanta Niñirola, Celia Corrons… piense que este libro ha merecido la pena escribirlo y publicarlo.
Sergio Barce, noviembre 2014

Jose Luis Pérez Fuillerat

Jose Luis Pérez Fuillerat

“Paseando por el Zoco Chico” con mi mano cogida a la de Sergio Barce

Por José Luis Pérez Fuillerat

En treinta relatos, aparentemente inconexos cronológicamente, y diferentes por su contenido narrativo, el autor cuenta y, sobre todo, describe personajes, espacios y vivencias personales en la ciudad de Larache.

Aunque pueda parecer que el yo del autor-narrador invade y domina la narración, el personaje no es otro que esa ciudad marroquí en la que pasó su infancia y primera adolescencia y que rememora en cada uno de los relatos, citando lugares, nombres y acontecimientos reales, pero elevados, en su recuerdo, a la categoría de verdaderos mitos. Es esta la lectura que interesa al lector de una crónica que, además de tener interés en sí misma, destaca por el modo de contarla. Quiero decir, una lectura más que en clave localista que, ciertamente existe, reflejando los ambientes concretos, nombres reales, familia y amigos del propio autor-narrador, una lectura focalizada en dos perspectivas: la sociológica y la histórica, junto a constantes fictivizaciones (S. Schmidt) y, por consiguiente, con abundante intención poética en ambos puntos de vista. Función estética que llama la atención de cualquier lector, pero que va dirigida a unos narratarios concretos, las personas que compartieron con este narrador autodiégetico su experiencia vital, y a todos aquellos que, aunque no participaran en las mismas peripecias, decidieron pasar a la península tras el final del Protectorado español en Marruecos, a partir de 1956.
Pero ¿cuáles son esos recursos de función poética que dominan en estos relatos de Sergio Barce y que convierten un libro, que podría parecer solamente memoria o crónica de un tiempo vivido, en unos relatos profundamente literarios? Pues residen, sobre todo, en las descripciones cargadas de emotividad y de sensualidad. Tan solo unos ejemplos de esto último en Mimo (2000). Vista: “Mimo se fijó en los ojos del soldado, eran grandes y apacibles”; el oído: “la voz de Driss era ahora tan profunda que resultaba arcana, milenaria, casi demoníaca”; el tacto: “Apoyó la espalda a la pared. La notó húmeda, algo fresca…”; el olfato y el tacto: “Hueles a ajonjolí y a hierba del prado –le musitaba Mustapha, mientras las manos bajaban por la cintura y se expandían como una flor de terciopelo sobre sus nalgas”; sinestesias tan expresivas como: “voz aguardentosa” (del viejo Driss), “chispas de odio”, “escupitajos llenos de veneno…”
Esta sensualidad recorre, aunando en cuerpo y alma, todos los relatos.
Pero vayamos por orden cronológico, paseando con lentitud, larachensemente, con esa señal kinésica propia de los hombres musulmanes que interpretan la amistad verdadera como hermandad; es decir, paseando por entre los relatos, con mi mano cogida a la del autor-narrador.

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Del año 2000 son Mimo y El Flaco. Dos de los relatos en los que predomina la regla “F” (fictivización). En el primero, breve e intenso, se entrecruza el recuerdo de un marido huido y un hijo muerto, con el quehacer diario de la vieja Mimo en un puesto del zoco, junto a la Puerta de la Medina, en la plaza de España. La ira y el egoísmo de un vendedor, Driss, choca con la generosidad del soldado que logra refrescar en la anciana los recuerdos de su marido y de su hijo.
El segundo, extraordinaria descripción de un personaje enigmático, intocable, con cierto poder delegado por algún otro más importante, con un rostro que da cierto miedo: “huesudo, cuencas hundidas… cabello rojizo” (por cierto, como dicen fue el cabello de Judas, y por eso en El Buscón, de Quevedo, se dice al describir al clérigo cerbatana: “de cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refrán, ni gato ni perro de aquella color”).
De 2001 es Dukali, el niño que demuestra un amor enternecedor a sus padres. La felicidad puede estar en un simple regalo, un símbolo del deseo romántico de la ensoñación poética, un colgante con la luna, que regala a su madre: “Mira, mamá, te traigo la luna llena… y es solo para ti”. La sensibilidad del narrador se manifiesta, una vez más, en la descripción de los lugares en los que el niño Dukali, que “parecía insignificante e indefenso”, se sentía todopoderoso “sentado en el techo del castillo de San Antonio”. Los lugares descritos son abundantes: las salinas de Lixus, la Avenida Mohamed V, Iglesia del Pilar, Avenida Hasan II, cine Avenida, el río Lucus, Hotel Riad… Todo al servicio de un ambiente contado en tercera persona, pero en donde el narrador se hipostasia (se encarna de forma ideal) en el personaje.

calle Chinguiti y Cine Ideal - Larache

calle Chinguiti y Cine Ideal – Larache

También de este año es El Ideal. Narrado en primera persona, reproduce una visita a Larache y contagia al lector de esas vivencias, por la forma tan familiar de contarlo. Aparecen aquí dos de sus amigos, Laabi y Sibari, con los que se veía en el Café Central. Más tarde, en otra visita a Larache, fechada en un relato de 2013 (Sibari), ya comprobó lo que este le anticipó: “si vienes y no me ves, es que estoy del revés”. Efectivamente, en noviembre de este año murió el escritor, novelista, poeta y traductor larachense, Mohamed Sibari, uno de los fundadores de la “Asociación de Escritores Marroquíes en Lengua Española”, gran amigo del autor.
Del año 2002 son tres relatos que podríamos definir como líricos, auténtica prosa poética: El corazón del Océano, Mina, la negra y El nadador.
En el primero hay exacerbación de los sentidos, colores y olores que se sintetizan y subliman en el deseo cumplido de ver el mar. Un narrador omnisciente, dominador de la historia, nos presenta al viejo Rachid que sueña con conocer el mar que siempre le describía su amigo Zacarías. Con su nieto viaja hasta la playa. Hay ecos de aquella tarde remota recordada por el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, en “que su padre lo llevó a conocer el hielo” (Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez). Es el mismo sueño por contemplar lo que se conoce relatado y que se desea hacer realidad. Así también el viejo Rachid sueña con ver un “espectáculo de fuerza primitiva que le hiciese temblar” mucho más que “algo pacífico y sosegado como la de la otra banda”. Y cuando logra ver “una inmensa arena blanca salpicada de matorrales, que asomaban por las pequeñas dunas” queda decepcionado porque la narración de su amigo Zacarías en nada se parecía a lo que estaba viendo. Sin embargo, conforme se dirigía hacia el mar y se adentraba en sus aguas, la sensación que experimentó fue la del paraíso prometido por A’láh (sea siempre alabado). No se adentró en el mar para quedarse allí y morir, como un lector romántico podría creer -y el nieto Ahmed llegó a sospechar-, no. Rachid Ben Hassan recibió una especie de bautismo, que le hizo salir del agua reconfortado. Puso en su oído la caracola que le acercó su nieto y, así, pudo admirar “esa ingente belleza encarcelada en una jaula tan diminuta”.
Con unos kines muy significativos, finaliza el relato: piernas cruzadas; mirada entregada, silencioso, temblando…
En Mina, la negra, vuelve al punto de vista subjetivo. Describe el mundillo que pulula por el mercado: un viejo tullido, un ladrón, tamboriles y chirimías, danzarines, un ciego y, sorprendentemente, el propio autor, el niño Sergio con sus escuálidos ocho años, “con cara de hambre”, según lo vio la bella Rachida Ben Hassen, su madre marroquí, su segunda madre. Mundo sensorial recurrente: “turbantes blancos, azules o grises, chilabas pardas, caftanes verdes, celestes, amarillos y rosas; Mina tenía una piel tersa, oscura; los aros tintineaban en sus orejas; sonido estridente de tamboriles y chirimías; olores a hierbabuena, cilantro y pimienta; olor del cuero, del tinte, de la fruta y del salitre; de los mulos, de los camellos, y de sus excrementos”, junto con los más agradables “del pachuli, del sándalo, del agua de rosas o del agua de azahar; del sudor, de las especias, de los perfumes y de los dulces de dátiles y almendras tostadas; de la miel y el olor a crepúsculo”. En definitiva, alimento “de puro olfateo”.
Quizás sea este relato el que mejor refleja el paseo por el Zoco Chico, que es el título general del libro.
En El nadador, un antináufrago, un inmigrante fallido, que nunca consigue llegar a la otra orilla. Nadaba sin descanso, seguro de sí mismo, soñando con llegar a Europa, entregándose “a las caricias del océano, dejándose llevar por su propio entusiasmo”, ver al Real Madrid y pedir un autógrafo a Roberto Carlos. Pero, curiosamente, el patrón del barco pesquero que lo recoge y que es seguidor del Barça, no le hace ningún caso. Hakim vuelve a nado a su arena, pudiendo contemplar la estampa de su pueblo y regresar junto a su familia. Un relato que sintetiza la idea del regreso, la identificación con el origen, el deseo que todo emigrante tiene de volver, una autoanagnórisis, para reconocerse en sus raíces.
El primer regreso, Moro, Últimas noticias de Larache, Al otro lado del Estrecho, Abdelazziz y Solo quiero remar son del año 2003. En todos estos relatos lo autobiográfico domina lo narrado. Al lector le parece que el narratario es el propio autor-narrador, para servirle de catarsis, purificación de todos sus nostálgicos recuerdos. Una concatenación de emociones en las visitas a Larache: regreso por primera vez a su pueblo, después de quince años y, frente a la decepción de ver casi destruida, abandonada, su casa, en la ventana solitaria, pudo reconocer su hogar (la parte por el todo, en una sinécdoque emotiva y, además imagen muy cinematográfica la del hogar encarcelado en el marco de la ventana).

En Moro narra la salida de Larache con su familia, navegando en el Ibn Battuta, barco que recibió el nombre del viajero más importante del siglo XIV y que ha significado tanto en los viajes por el Estrecho.
Resulta imposible reprimir una lágrima al leer este pasaje de la despedida. Refiere “un mar de nombres” de amigos y familiares. Pero en uno de esos viajes de regreso, el hombre del carrito, Abdellaziz, le reprocha el haberse ido de Larache. Es este personaje, junto con el sabio Sibari la pareja de amigos que siembran en el autor-narrador la esencia de ser marroquí, pues ve en ellos cumplido, de manera estricta, el hannan; es decir, el sentido musulmán de la hospitalidad innata, la generosidad, el candor y el perdón hacia el que te hace daño.

El espigón y la otra banda - Larache

El espigón y la otra banda – Larache

El yo domina en todos estos relatos de 2003. En Solo quiero remar cita a sus amigos, con nombres y apellidos para volver a la realidad histórica. Le sirven al autor-narrador de terapia, pues parece como si tuviera sentimiento de culpa por haber tenido que abandonar aquel pueblo. Los olores, una vez más, están ahí para el recuerdo más lírico, más intimista: “Abdussalam olía a sudor marino, a esfuerzos sin recompensa, a sueños embarrancados. Su olor era el almizcle de Lucus y del Átlántico, del azúcar y de la sal, de las redes encanecidas y del humo de los cangrejos cocidos”.
Puente entre estos relatos de los primeros años del 2000 y los escritos a partir de 2011, son los titulados, Un paseo por la Medina de Larache (2005) y Los herederos de Al-Ándalus (2007). Si dije al principio de este comentario que hay dos posibles lecturas en este libro de Sergio Barce, a saber, la sociológica y la histórica, aquí tenemos un modelo de estas dos perspectivas: por un lado la visión de un Larache desatendido, con deterioro de sus edificios más emblemáticos (2005); por otro, la historia de Al-Ándalus (2007), desde la expulsión en 1495, hasta la instalación en Larache de sus protagonistas, un musulmán, Ahmed Ben Hassen el Hakhdar y un judío, Salomón Samun, y la perspectiva social mediante la constatación de la tolerancia y la convivencia entre las tres religiones. Una historia breve e intensa de Larache, la antigua Lixus, desde el primer asentamiento de judíos y musulmanes hasta el posterior de moriscos en esta tierra, el “Jardín de las flores” o de las Hespérides. Tres idiomas y tres religiones, creando un lenguaje propio y genuino, la haquetía, emparentado con el ladino, mezcla de hebreo, castellano antiguo y árabe dialectal. Una confesión final muy emotiva del autor-narrador, conmueve al lector: “nadie es forastero en Al-Ándalus de Larache […]. Yo vengo de allí”.
Entre 2011 y 2013 están el resto de los relatos de esta extraordinaria compilación de experiencias, vivencias y emociones de un autor que tiene el corazón en el Océano, el alma en Larache y todo su recuerdo asentado, y germinando, en la ciudad definitiva, la Ciudad del Paraíso, como llamó Vicente Aleixandre a Málaga.
Ellos vuelven a Larache (2011) es un homenaje a su padre y a otros miembros de su familia. Curioso el nombre de la tienda que regentaba el padre del autor, La Bandera Española. Resulta obvio el comentario acerca del nombre con el que se hace confesión, desde la entrada a ese comercio, de la españolidad de su dueño.
Ramadán en Larache (2011) es un canto a la libertad de la infancia y la toma de posesión de la ciudad por los muchachos en bicicleta, sobre todo en el mes del Ramadán en el que “éramos los dueños de las calles de Larache”, tan libres y dominadores de sus plazas como para sentirse “los emperadores de Lixus”.
De 2012 es Esa foto de la otra banda. Relato de los QUÉS, es decir, de las preguntas: no sé qué año, qué sentiría, qué notaría, cuál es dureza… como interrogaciones retóricas, haciendo partícipe de las respuestas a algún confidente que también participara de esas mismas vivencias. El presente histórico potencia las imágenes del recuerdo para hacerlas más reales: “salgo del agua; me zambullo en el agua; nado hacia la orilla; Fátima me mira; me acerco de nuevo al espigón; me dirijo a las casetas; ayudo a Ahmed; llegan los amigos; huelo a salitre”…En definitiva, todo un recorrido por aquella playa, que vuelve a disfrutar contemplando la foto.
Otra foto, la de Mohammed, el niño de Alhucemas (2012) sirve para recordar a este niño, adolescente y mayor en diversos acontecimientos vividos con la familia de los abuelos maternos del autor. La historia del niño Mohammed es motivo para citar nombres de sus familiares y para que el lector conozca dónde nació y cómo en el año 1973 salió de Larache hacia Málaga donde ya vivían sus abuelos. Es la crónica de un viaje, que contiene también, brevemente, el episodio de los años de la guerra civil española vividos por su familia en Larache.
Voy a detenerme en dos relatos más: el titulado Larachensemente y el que aparece en los finales del libro: Larache sin Sibari.
Del primero hay noticias ya en El callejón sin salida (2013). Los chicos se sentaban a observar cómo jugaban a la damas los hombres del Casino y lo hacían larachensemente, es decir, con calma, sin prisas. Luego una descripción modélica (muy apropiada para un análisis-examen de texto universitario), en donde se nos dibuja “el callejón de abajo«, el callejón sin salida de sus juegos y aquella pared que cerraba el callejón con la voz de su madre que lo llama: «¡Sergio, a merendar!”
Vivir Larachensemente (2013) es no tener prisa para casi nada. El diálogo entre los protagonistas de este relato es muy vivo, pero las actitudes son muy lentas, según las palabras reflejadas en el texto: “Al que madruga, Dios no le ayuda”.
El poeta, periodista, novelista y traductor Mahamed Sibari nació en Alcazarquivir, provincia de Larache, en el año 1945 y falleció el 28 de noviembre de 2013. Nueve días después de su muerte, Sergio Barce visita Larache, Larache sin Sibari. De una forma reiterativa, poética, y como si esa recurrencia fuera un pesar profundo por no haber podido estar junto a su amigo Sibari antes de su final, el autor-narrador repite “este fin de semana lo he pasado en Larache”. Como si hubiera sido el tiempo más triste vivido allí, en contraste con todos los recuerdos alegres que ha reflejado en los anteriores relatos. Sibari también se fue larachensemente, “se ha ido despidiendo lentamente”.
Este lector ha de confesar que ha releído estos relatos también lentamente y procurando no soltarse de la mano del autor-narrador, tal como hacen los amigos musulmanes cuando caminan por las calles de las ciudades, pues para los que siguen el Corán la amistad es un vínculo, se considera la mitad del intelecto y, en cierto modo, es parentesco que se adquiere.

As-Salamu Alaicum
Evenu Shalom Alehem
La Paz sea con vosotros
Málaga, 10 de noviembre de 2014

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