“…Al cabo de unos días, el sultán de Marruecos envió dos emisarios a Argel, donde Patton había instalado su cuartel general, con un mensaje que decía: <Ruego a Alá que le bendiga en las próximas batallas>…”
Hasta llegar a ese momento, han de ocurrir muchas cosas en esta novela.
Tánger, ciudad internacional. Como si se hubiera abierto de par en par una puerta hasta ahora entornada, numerosos autores nos hemos embarcado en la aventura de ambientar nuestras obras en esa ciudad y en aquellos años en los que la ciudad marroquí gozó de un Estatuto Internacional. La ciudad de la mentira, de Iñaki Martínez, se suma a esta tendencia. La novela resultó finalista del Premio Nadal 2015.
Me gustó saber (así lo explica el propio autor en una nota al final del libro) que su título lo encontró Iñaki Martínez en una frase que pronuncia Dyar, el protagonista de Déjala que caiga de Paul Bowles, cuando dice: “¿Es que en esta ciudad nadie dice la verdad?”. Y me gustó porque, además de coincidir en la ciudad y en la época, también habíamos escogido esa obra de Bowles como algo vinculado a nuestras dos novelas: en el caso de Iñaki Martínez, para excusar el título, y a mí, para hacer que Paul Bowles, mientras escribía precisamente Déjala que caiga, deambulara por las páginas de mi novela La emperatriz de Tánger.
La ciudad de la mentira es una novela de espionaje, de intriga, que bebe directamente, y así lo reconoce también su autor, de la película Casablanca. Y asumido esto, asistimos a una historia que se desarrolla en el marco más apropiado para este tipo de tramas. Aquel Tánger, da mucho juego.
“…El obispo Olmedo interrogaba a Martín sobre la norteamericana. Se interesaba por la periodista, tratando de encontrar el origen de esa curiosidad tan extraordinaria. También para él, las mujeres de esa clase representaban un misterio, le sorprendía, desde luego, la actitud de una mujer católica y joven que no parecía pensar en el matrimonio y en los hijos.
En general, no tenía una opinión muy formada sobre las mujeres. De la reciente guerra española le habían llegado noticias de mujeres que habían ocupado responsabilidades importantes en el Gobierno republicano. También de mujeres periodistas que informaban desde primera línea del frente y de otras que destacaban por la organización de la sociedad civil en ciudades como Barcelona o Madrid.
De ellas hablaban mal sus colegas que pasaban por Tánger. Algo diabólico había en esa actitud, le decían, algo que siempre acababa en la vulneración del sexto mandamiento. Todas aquellas mujeres estaban en el bando de la República. Pero él no era un obispo franquista, como muchos de sus compañeros de igual rango. Llevaba casi cuarenta años en el sacerdocio y una voz interior le sugería desconfiar de los vencedores, por mucho que hablasen de Dios y de la Iglesia.
Olmedo, pese a que trataba de eludirlo, no podía evitar cierto rechazo hacia el cónsul español, el coronel Ramírez de Arellano. No le gustaban sus ademanes hoscos y autoritarios. En las arengas ante la comunidad de españoles, en las que su presencia era obligada por su condición de obispo, hasta los más torpes podían entender dos mensajes opuestos. Mientras el cónsul hablaba de venganza, de ajustar cuentas con los derrotados, él respondía con palabras de perdón y reconciliación. Ramírez de Arellano proponía sin tapujos la delación de los contrarios al régimen del Generalísimo Franco y él, por el contrario, resaltaba que unos y otros eran hijos de Dios…”
Con el telón de fondo de una operación militar que se llevó a cabo durante la segunda guerra mundial, Iñaki Martínez nos sitúa en ese Tánger cosmopolita que vio zozobrar su privilegiado estado cuando las tropas de Franco la ocuparon. Y teje una historia de espías al más puro estilo hollywoodiense. Los protagonistas bien podrían haber estado interpretados por Cary Grant como Stanley Mortimer, Barbara Stanwyck como Joan Alison, quizá Fortunio Bonanova hubiera sido un buen obispo Olmedo, e imagino a Erich Von Stroheim como el cónsul Waisel, a Alfredo Mayo como Ramírez de Arellano (inverosímil en el mismo film, lo sé, pero esto es también ficción), quizá Danielle Darrieux como Madeleine Didier y Gregory Peck como Martín Ugarte… Todos dirigidos por Iñaki Martínez.
Con esta premisa, uno disfruta más de la película escrita. Porque no hay más intención en esta historia que la de relatar una aventura de espionaje y heroicidad.
A Iñaki Martínez se le notan dos cosas: la primera, que rinde un sentido y emotivo homenaje a su padre, un exiliado miembro de la Brigada Vasca que luchó en la segunda guerra mundial, y, la segunda, que, habiendo sido cónsul honorario de Panamá, miembro de la comisión de relaciones internacionales de la guerrilla salvadoreña y ejercido funciones de representación para el Gobierno vasco, se nota que domina los entresijos de las legaciones y el leit motiv de los representantes consulares. El homenaje a su padre, lo hace a través de varios personajes de origen vasco que se instalan en Tánger o que viven en la ciudad desde hace tiempo: el padre Martín Ugarte, y, por supuesto, ese personaje tan curioso que es Jorge Cruceta. El arrojo, la pasión y el compromiso, Iñaki Martínez lo vuelca en los personajes vascos. No puede evitarlo.
Como en toda historia de espionaje y contraespionaje, es importante dotar de credibilidad a los protagonistas. Es fácil reconocer las dudas y el sufrimiento del padre Martín Ugarte a medida que su relación con Joan Alison le hace plantearse el sentido de su vida. Ella, Joan Alison, ejemplifica a la americana desenvuelta que tantas veces hemos descubierto en novelas negras de Hammett y Chandler y en películas de Hawks y Wilder. También es muy fácil sentir simpatías por el obispo Claudio Olmedo, un hombre sin tacha que, a su modo, ayuda a la causa más justa. Los malos, porque en este tipo de historias los malos siempre son inmediatamente definidos y retratados, son por supuesto los nazis y los fascistas, que cobran vida y están representados en los dos cónsules alemanes y español. Hay otros personajes secundarios, algunos tal vez se pierden y, al menos en mi caso, esperaba que algo ocurriera con ellos, pero, aunque se diluyen o no, según cada caso, todos ellos forman parte de la trama y del paisaje humano de ese Tánger que Iñaki Martínez ha querido dibujar: el Tánger de cine.
Por supuesto, es quizá Stanley Mortimer el que sale mejor parado en todos los sentidos. Es el que nos conduce a los momentos más interesantes, tanto con relación a la trama de espionaje como a la de su propia vida profesional e íntima. Todo se insinúa, pero nada se dice, Y eso casa muy bien con el protagonista que representa. Tal vez sea el más elaborado de todos los que se mueven por la novela. Cary Grant lo habría bordado, por eso le he dado el papel. Stanley Mortimer posee el germen para nuevas historias, y eso lo hace excepcional.
“…Él quería ejercer de buen anfitrión. Descendieron hacia el Zoco Chico hasta darse de frente con la sinagoga y la calle de los joyeros, para después entrar en la zona de los hamman. Stanley se confesó adicto a los baños, que visitaba una vez a la semana.
Muchas de las callejuelas que encontraban a su paso supuraban humedad y serpenteaban como un mapa imposible. Quería mostrar a su invitada los burdeles más bajos de Tánger.
-Estamos en Ben Ider. Aquí los prostíbulos no son como Chez Madeleine, con alfombras iraníes y pasamanos recién abrillantados.
Algunas mujeres de edad madura se adivinaban a través de los ventanucos. Murmuraban y se quejaban de la pareja de paseantes curiosos.
-¿Ha estado dentro alguna vez? -preguntó ella.
-Eso es preguntar sin disimulo -repuso él, sorprendido.
-Así es.
-He estado dos veces, y solo por curiosidad, para conocer los burdeles pobres de Tánger. Se lo aseguro, son horribles. Las habitaciones son diminutas, poco más que una cama, sin ventilación, y desprenden un hedor insoportable. Las mujeres que trabajan aquí lo hacen por unas pocas pesetas y los clientes son los hombres humildes de la ciudad; campesinos, borrachos, gente que sale de la cárcel.
Stanley evitó explicarle que sus necesidades sexuales, siempre esporádicas, pues era un hombre austero hasta en sus deseos, las cubría en casa de Savelio…”
Por supuesto, hay un último protagonista importante en esta novela: la propia ciudad de Tánger. Sus calles, sus locales (de nuevo encuentro en sus páginas numerosos puntos de conexión con mi novela, y quizá por ello a Iñaki le ha gustado la mía y a mí me ha gustado la suya): el Palmarium, el Minzah, el Teatro Cervantes, el Chat Noir, el Adieu, el Chez Madeleine, el Hotel Ville de France, el Café de París… Sí, es irresistible esta ciudad a la hora de enredarnos a los escritores.
Iñaki Martínez mueve a sus personajes con suma seguridad por esa ciudad, ubicando perfectamente los lugares donde se desarrolla la historia y, a poco, uno se ve dentro de la novela y de la película, y comienza a formar parte de ese pequeño comando que está llamado a formar parte de la historia, aunque sólo sea con un granito de arena. Eso sucede en la segunda parte de la novela, que es cuando todo comienza a encajar y la verdadera intriga despega definitivamente con fuerza y brío.
De lejos, parece resonar La Marsellesa. Los nazis y los fascistas intrigan por hacerse con Tánger, pero no sabían que esa ciudad sólo era un sueño. Y, como los sueños, se desvanece.
Espías, amantes, diplomáticos, aventureros, asesinos, héroes… Todos forman parte de este puzzle que Iñaki Martínez ha ido montando para regalarnos unas horas de aventura, misterio y romanticismo, como en las buenas películas de entonces, en la ciudad donde nadie decía la verdad.
Sergio Barce, septiembre 2016