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LA CALLE MULAY ISMAIL, un relato/crónica de SERGIO BARCE y de CARLOS TESSAINER

LARACHE -foto de Emilio Gallego-

El siguiente escrito, relato o crónica, como queráis llamarlo, ha sido un reto. Ya que Driss Sahraoui, León Cohen, Ahmed Chouirdi, Pepe García Gálvez, Carlos Galea o mi tía Maruja Burgos, entre otros, han descrito las calles y lugares de Larache donde vivieron o crecieron, Carlos Tessainer y yo, que vivimos en el mismo edificio en la calle Mulay Ismail, sinceramente, nos hemos “picado”, y lo que comenzó siendo la idea de recordar conjuntamente a los vecinos de nuestro inmueble, se ha transformado en algo más complejo, más tupido y más hermoso, al menos eso creo. Porque al final, nos hemos recorrido toda la calle de una punta a la otra y por ambas aceras, y hemos tratado de no olvidar a nadie de quienes conocimos y que residían allí mientras nosotros vivimos en Larache. Como el texto es muy extenso, esta introducción es muy breve, pero quería hacerla para hacer constar expresamente que la mayor parte de los datos que se aportan provienen de la privilegiada cabeza de Carlos, que es un archivo completo de nombres, fechas y lugares, y que el texto, aunque de ambos, debe mucho más a su mano que a la mía. En cualquier caso, ha sido un divertido placer cruzarme con él el borrador que iba creciendo día a día y la búsqueda de las fotos que pudieran acompañarlo. Gracias, Carlos, por tu generosidad y tu amistad.

Sergio Barce, Noviembre de 2012

Sergio Barce

A manera de aclaración previa: los recuerdos de los que se os va a hacer partícipes, se centran en un espacio físico determinado;  y en una etapa cronológica que abarca desde aproximadamente 1959 a 1974, aunque en ocasiones, y por conocimiento de sus autores, puedan remontarse a bastante tiempo atrás.  En cualquier caso, son la remembranza de quienes lo han escrito, por lo que es muy posible que cualquier larachense de nacimiento o adopción que los lea, no se vea reflejado en ellos. Los recuerdos se fundamentan en la memoria, y ésta, no es infinita. Sin duda, y teniendo siempre en cuenta la fechas citadas, quien no se viera mencionado en ellos debiendo estarlo, podrá subsanar mediante sus comentarios toda omisión que, en cualquier caso, ha sido involuntaria.

Carlos Tessainer

 LA CALLE MULAY ISMAIL

una crónica de Sergio Barce & Carlos Tessainer

calle Mulay Ismail, de Larache -foto de Javi Lobo-

Existe en Larache una larga calle que todo el que haya nacido o vivido en la ciudad conoce. Y si es así es por el hecho de que arrancando en la antigua Plaza de España,  discurre en dirección al faro de la ciudad –el situado en Punta Nador- atravesando el lugar que para todo larachense, tal vez sea el más emblemático de la ciudad: “El Balcón del Atlántico”. Esta calle se llamó “General Primo de Rivera”, desde que en 1936 triunfó el levantamiento franquista en la zona del Protectorado español sobre el norte marroquí. Debió ser hacia 1967, cuando los residentes en la misma comenzaron a oír fuertes golpes en las fachadas de sus casas: estaban fijando las placas donde en árabe y francés aparecía el nuevo nombre de la calle, a la vez que también cambiaba toda la numeración de la misma: pasó a llamarse Mulay Ismail.

En ella, y ocupando los números 19 y 21, aún existe un antiguo edificio con planta baja, una altura y dos viviendas en la azotea que no asoman a la fachada principal, en las que vivieron Carlos Tessainer y Sergio Barce. Carlos residió allí algo más de tiempo, pues es cuatro años y medio mayor que Sergio, y porque además, la familia Barce se mudó de domicilio unos tres años antes de que la familia Tessainer se marchara a vivir a España.

Balcón del Atlántico -postal tomada de la web de Houssam Kelai-

Sergio y Carlos se sienten larachenses hasta la médula, están enamorados de su pueblo, de sus raíces; y por extensión sienten un especial apego por las casas en las que transcurrieron los primeros años de sus vidas, aquellos que te marcan para toda ella, sobre todo si fueron felices. Y para Sergio, tiene un significado aun más especial porque en el citado edificio se halla la primera vivienda que habitaron sus padres tras casarse (por lo cual el vecindario les conocía cariñosamente como ”los recién casados”), y porque en ella “estuvo” aun antes de nacer.

Casino – Casa de España

Pero volvamos a la calle Mulay Ismail. Comenzaba, según ha quedado dicho, en la Plaza de España (actualmente Plaza de la Liberación). Caminando desde su inicio, en la acera de la derecha existía un edificio grande, con dos alturas y ático, que hacía chaflán con la citada plaza, prolongándose por la calle en que se hallaba el antiguo “Casino Militar”, luego simplemente “Casino” y, antes de ser demolido, “Casa de España”.

Este gran edificio, era conocido como “las casas Escriña”. Junto con el edificio del “Casino” y el del “Café Bar Central”, es el más antiguo de los construidos en aquel lugar, lo que puede comprobarse por las fotografías de la época. En él, en su primer piso y abriéndose hacia la Plaza de España en el chaflán, se hallaba el “Hotel Cervantes”.

Hotel Cervantes

Ya en la calle Mulay Ismail, en la planta baja se encontraba el despacho del abogado José Torca Domínguez y, más adelante, la “Carpintería Franco”. Junto a ella, se abría un portal, en el que en el piso bajo vivía la familia Franco, cuyo nieto Luis Miguel (al que todos llamaban Cholo) fue amigo de niñez de Carlos. En el primer piso residía la familia La Guardia con sus dos hijas: María Dolores y Matilde. En el segundo piso, y donde un día estuvo la «Academia Madrid» (en la que Maru Gallardo, la madre de Sergio, cursó estudios de mecanografía), vivía la familia compuesta por Andrés Tenorio, Paquita Espejo y sus dos hijas: María José y Pilar, amigas también de Carlos. En la misma planta, residía asimismo el matrimonio Ramírez con sus hijos: Benito y Adela. Y en el tercer piso, vivía la familia del relojero Galeote y la Maestra Sara Moreira Marín, que impartía docencia en el antiguo Patronato (actualmente colegio “Luis Vives”).

Las casas Escriña

Cuando acababa el edificio “Escriña”, se hallaba el chalet “Villasinda”, así llamado porque había sido mandado construir por el marqués de Villasinda, representante de España en Tánger, que fue su primer propietario y residente; posteriormente, y durante décadas, residió en él la familia Gomendio. Haciendo esquina con “El Balcón del Atlántico”, ocupaba un lugar privilegiado, estando sus muros cubiertos por buganvillas moradas y hiedra. El pequeño jardín que lo rodeaba en dos de sus fachadas, estaba bordeado por una tapia con esquina redondeada que se situaba en diagonal frente al edificio en que vivían Sergio y Carlos. Y allí, en aquel jardincillo, se erguía una gigantesca araucaria, más alta aún que la de la Plaza de España y las del “Jardín de las Hespérides”, y que aunque en la parte orientada hacia el mar lucía menos frondosa, resistía de manera sorprendente los fuertes temporales procedentes del océano; ninguno pudo con ella: sólo el ser humano dictó su sentencia de muerte y fue el brazo ejecutor que la hizo desaparecer, como años después decidió el derribo de “Villasinda”,  uno de los chalets más bonitos de nuestra ciudad, e igual que el edificio en el que Carlos y Sergio vivían, con unas vistas incomparables.

Chalet Villasinda, de la familia Gomendio -foto de Carlos Tessainer, 1984-

Ambos coinciden en que, de pequeños, cuando el viento azotaba con fuerza, se quedaban embelesados tras los cristales de las ventanas de sus casas observando el mecerse de aquel gigantesco árbol contra el que nada  pudo la naturaleza durante décadas.

Desde el chalet de “Villasinda”, se cruzaba hacia los jardines de “El Balcón del Atlántico”, situados frente al edificio en que Sergio y Carlos vivían, y para ellos el mejor jardín del mundo, con el mirador más espectacular que nadie pueda imaginar.

Éstos, que se abren al océano, quedan separados del barranco que allí se inicia hasta el mar por una ancha balaustrada de obra, que se levanta sobre un pequeño basamento y que, separada en tramos por una especie de pilares, aparece toda ella calada por estrechos arquitos. El eje del jardín lo constituía un kiosco de música de planta octogonal  alzado sobre una plataforma a la que se accedía tras subir dos o tres escalones. Era conocido por todos como el “redondel” o la “redondela”. Estaba bordeado por una balaustrada semejante a la que separaba los jardines del barranco, aunque de mucha menos anchura. Aquel redondel se hallaba en medio de una especie de placita, de la que salían cuatro amplios caminos de arena, bordeados por jardines limitados por bordillos de ladrillo visto (que luego pintaron en color terracota) en los que era posible sentarse con cierta comodidad. Había a ambos lados de estos caminos ocho columnas en cada uno, más otras cuatro en la placita también de arena que rodeaba el “redondel”. Como quiera que al pie de cada una de las columnas había  plantadas buganvillas, éstas se enredaban por las pérgolas de madera que cubrían tanto el “redondel” como los pequeños paseos. En este lugar y en una arena que ya no existe, transcurrieron los primeros juegos de Sergio y de Carlos.

A Sergio le llevaba su abuelo paterno Manolo Barce, quien había trabajado muchos años en “La Bandera Española”, la tienda  en la que ahora El Hachmi Yebari tiene su bazar, en la Avenida Mohamed V. Él recuerda a su abuelo vigilante de lo que el nieto, provisto de su cubito y pala, hacía con la arena en la que tantos larachenses hemos jugado; lo tiene grabado en su mente con unos ojos ya cansados escondidos tras gafas de pasta, con su boina calada y un pitillo siempre en los labios. Aunque probablemente son incluso más vívidos para Sergio los recuerdos que aún conserva de cuando se ponía a capturar renacuajos en los charcos que se formaban en los caminos de arena, mientras oían el croar de las ranas.

En los jardines del Balcón:  Sergio Barce, junto a Juan Antonio Martín, y su abuelo Manuel Barce a la derecha -con gafas-

A Carlos, le llevaba su tía Concha: era especialista en conseguir jugar junto a cualquier boca de riego en la que hubiese algo de agua: así, mezclando la arena con ella e introduciéndola en el cubito, conseguía hacer flanes como si estuviese en la playa; cuando su tía le descubría en la faena, era ya demasiado tarde como para evitar que el niño estuviese literalmente empapado y rebozado de tierra. Hubo otra época en la que, siempre acompañado por su tía y provisto de una caja de zapatos, se dedicaba a buscar caracoles, aquellos que por allí había en abundancia y que sin duda recordaréis: relativamente grandes y con una concha color marfil en la que se dibujaba una espiral de color marrón oscuro. Conseguía que su tía aceptara el llevarlos a casa, donde le hacían a la caja agujeritos y ponían unas cuantas hojas de lechuga para que los animales pudiesen comer. Esta práctica duró hasta que un día la tapa de la caja no debió quedar bien cerrada, los caracoles se escaparon, y su madre y la criada, estuvieron toda una mañana subidas en una escalera intentando coger los caracoles que andaban a sus anchas por los altos techos de la casa…

En los jardines del Balcón:  Carlos Tessainer entre su hermana y sus padres. Al fondo, el Fiat 1500 de su padre. 11 de septiembre de 1967

Cuando ambos niños fueron creciendo, aquellos jardines y el barranco aledaño, conocido como ”Ain Chaka” (“la fuente que mana de una brecha”, la que aún sigue existiendo, y que con tanto detalle nos ha descrito Ahmed Chouirdi) se convirtieron en un lugar idílico para cometer travesuras ya más subidas de tono, a veces auténticas gamberradas, con el aliciente de ser compartidas con los amigos que ya tenían.

Ain Chaka

Sergio recuerda aquella época de su todavía niñez acompañado por Luisito Velasco, Lotfi Barrada, Juan Carlos Fernández Hidalgo, Nourdine, Pablo Serrano, Amina Zaher, Javier Ruiz, Juan Yankovich, José Gabriel Martínez, Taha y alguno más como el “Sardina”. Con todo aquel equipo o parte de él, se dedicaban a actividades tan variopintas como coger lombrices de tierra del jardín y hacer con ellas montañas viscosas a la entrada del portal de la casa de Sergio, para ver cómo reaccionaban las mujeres que entraban o salían; o a poner petardos en los innumerables excrementos (hay que especificarlo: ¡humanos!) que siempre había tras la balaustrada que separaba los jardines del barranco, para que al estallar, se produjese una auténtica lluvia de…   

En los jardines del Balcón:  Sergio Barce, Juan Carlos Fernández Hidalgo y Javier Ruiz

En la época de niñez de Carlos y Sergio, poner petardos, era práctica habitual, sobre todo durante las largas vacaciones del verano, en las que había tiempo para todo. En otra ocasión, la cosa fue más allá, armándose un pequeño jaleo: a Sergio se le ocurrió introducir un montón de papeles y cartones por los arquitos de la base del redondel, que era amplia y a la que, como no se tenía acceso, en ella se había acumulado basura desde tiempo ancestral. Y tras introducir papeles y cartones, les prendió fuego. El caso es que para sofocarlo, tuvieron que venir los bomberos…  ¡y el enfado de su padre fue monumental!

Carlos recuerda de aquella época de niñez a sus mejores amigos: Eduardo Espinosa, Maite Sánchez y Pili García, primos hermanos y de segundo apellido Román. A Luis Miguel Franco (“Cholo”), Miguel Castro, Paco y Pepe Martín-Romo, Manuel Álvarez (el “Rubio”, que solía venir acompañado de su hermano Miguel, y que luego serían vecinos de Sergio cuando los Barce se mudaron al edificio de Uniban), Mari Carmen Aledo, Maribel Rebollo y a otros que ocasionalmente se unían a ellos. Pero para hacer de las suyas por “El Balcón del Atlántico”, y salvo alguna excepción, las niñas no participaban. El barranco de la “Ain Chaka” era el campo de acción preferido. Alguno se inventaba que por allí había tesoros enterrados, pero como nada encontraban, a Carlos se le ocurrió estar vigilante para ver cuando alguien descendía por el barranco a hacer sus necesidades. Y mientras cualquier pobre hombre que para ello bajaba se hallaba en lo más comprometido, ellos, agazapados en la parte alta, hacían rodar por el barranco grandes piedras, con gran espanto de la víctima de la “broma” que sin haber terminado sus necesidades y tras reaccionar ante un susto de muerte, corría barranco arriba maldiciendo, en un vano intento de alcanzar a quienes tal cosa habían hecho. También tiraban algún que otro petardo, aunque en vez de la opción elegida por Sergio y sus amigos, solían hacerlo por las ventanas de las plantas bajas que se encontraban abiertas; la casa de Isabel y José Miguel López, vecinos de Carlos, no escapó a tal “divertimento”…  En otra ocasión, un policía sorprendió al grupo desinflando las ruedas de un coche que se hallaba estacionado junto a los jardines.  Los niños se habían inventado el meter en las ruedas trocitos de palillos de dientes a presión, consiguiendo así que las ruedas fueran desinflándose poco a poco… Cuando apareció el policía, todos echaron a correr, pero uno de ellos fue pillado y “cantó”. El agente fue a casa de Carlos, que pocas veces vio a su padre tan enfadado con él, tanto, que fue aquella la única ocasión en que le castigaron sin poder salir un día entero.

Carlos Tessainer y sus padres. el día de su comunión. 9 de mayo de 1964

Los jardines de “El Balcón del Atlántico”, continuaban en dirección norte hacia el viejo castillo de San Antonio. La zona ajardinada propiamente dicha, finalizaba donde acababa la calle del “Casino”, iniciándose a partir de allí un paseo pavimentado, con columnas y pérgolas de madera, semejantes a las situadas en el redondel y en los cuatro caminos que de él salían; al pie de cada una de las columnas, había plantadas buganvillas moradas que llegaron a enredarse por ellas y cubrir amplios tramos de la citada pérgola. Ésta discurría paralela a las traseras del “Casino”, donde se hallaban las canchas de baloncesto y al edificio del Consulado de España, situados en la acera de enfrente. En aquel entonces, “El Balcón del Atlántico” finalizaba justo enfrente a la puerta principal del referido Consulado. Sería necesario añadir que frente a donde desembocaba la calle del “Casino”, y en la acera de los jardines, existió una edificación con un café y terraza, que en verano era frecuentemente visitado, y que en el pasado, había sido regentado por el marido de Paquita Rubio, del que pronto enviudó.

Balcón del Atlántico de Larache -imagen tomada de la web de Houssam Kelai-

La construcción fue derribada hacia 1964, y  su lugar fue ocupado por dos pequeños jardines bordeados de idéntica manera que el resto del entorno. Partiendo del “redondel”, y frente al edificio en el que Sergio y Carlos vivían, los jardines continuaban  la calle Mulay Ismail camino del Mercado. Era precisamente por ahí y por el mismo Balcón, por donde Mohamed Sibari llevaba de paseo a Sergio metido en el cochecito cuando era aún pequeño y no sabía andar.

Curiosamente, y al borde del barranco, los jardines quedaban interrumpidos por tres edificaciones, dos de las cuales, y con gran acierto, fueron demolidas posteriormente. La primera de ellas era un pequeño edificio situado cerca de donde ellos residían. Tenía planta baja y una altura. Carlos recuerda que en la planta baja vivía una señora que se llamaba Isabel con su hijo, de nombre  Salvador, que trabajaba como marmolista en un taller que se dedicaba a ello, y que se llamaba “De Cózar”, situado en un lateral del edificio del Viceconsulado de Gran Bretaña. En aquella planta baja, vivían también dos familias de pescadores. En la planta alta, vivía Maribel Rebolo, cuya madre tenía una carbonería en la calle lateral izquierda del Mercado; y también Carmelo Cordero y su mujer María, padres de Mari Tere y Miguel.

A escasos metros y también al borde del barranco, había una casa con tan solo una planta; destacaba en ella y en el centro de su fachada principal, una puerta de doble hoja, en la que se abrían dos ventanas con cristales multicolores. Era una edificación muy antigua, como lo prueba el hecho de que en ella naciese en 1915 Eduardo Espinosa Tavera, padre del amigo de Carlos: Eduardo Espinosa Román. Hay otro dato curioso para esta edificación que ya no existe: en 1936, vivía en ella la familia Mula, cuya tienda de comestibles estaba situada frente al Mercado. Al estallar la Guerra Civil en España, la marina de guerra republicana procedió al bombardeo de Larache, justo en el momento en que la mujer de Mula se ponía de parto. Ante el temor por las consecuencias de lo que pudiese ocurrir, la mujer fue trasladada con toda urgencia a la tienda de comestibles, que al quedar algo más alejada de “El Balcón del Atlántico”, se suponía quedaba más resguardada. Y en esa tienda de comestibles, que raro será en larachense que no recuerde, y en los bajos de un bonito edificio que ya no existe, pues en su lugar hace unos años ha sido construido un hotel, nació en aquel año Andrés Mula Luque, uno de los pocos españoles que aún siguen viviendo en Larache, y que siempre recibe con los brazos abiertos a Sergio o a su madre cuando pasan por allí cada vez que vuelven de visita. Andrés Mula, ocupa un lugar muy especial en el recuerdo y los sentimientos de la familia Tessainer; Carlos, le hace aparecer al final de su novela “Los pájaros del cielo”.

Las dos edificaciones mencionadas, al estar construidas sobre el primer tramo del barranco, contaban con viviendas o almacenes a los que se accedía por su parte trasera.

La tercera de las edificaciones que se levantaban al borde del barranco, y por tanto interrumpiendo parcialmente la continuación de los jardines, era una casa grande de una sola planta: es la única situada en aquel lugar que no ha sido demolida, quizás porque su construcción fuese más sólida. Se situaba prácticamente enfrente del Viceconsulado de Gran Bretaña (“El Consulado inglés”, nombre con el que todos los larachenses lo conocían) y de la fachada lateral de la panadería “El Milagro”. 

Edificio donde residía la familia Nieto, y el fotógrafo que se menciona

En esta tercera edificación, vivían entre otros la familia Nieto y un fotógrafo que compaginaba esta profesión con la de cámara en el cine “Coliseo María Cristina”: era padre de una niña que se llamaba Mari Carmen, rubia como el sol y con unos ojos tan azules como el mar que tan cerca estaba de su casa; como ese mar en un día de verano; fue compañera de juegos de Carlos, junto a Paquito y Mari Carmen Aledo. Aquellas familias, pronto se marcharían a vivir a España. Detrás de este edificio, recorriendo unas decenas de metros hacia el barranco, estaban las cloacas de buena parte de la ciudad, cuyas aguas contaminadas, cayendo por el precipicio hasta la playa allí existente, eran generosamente engullidas por el Atlántico. A partir de aquel lugar, camino del faro, y hasta una hilera de casitas de una sola planta adosadas a la tapia lateral del cementerio musulmán, continuaba una zona sin ajardinar, aunque con la balaustrada que la separaba del barranco, ya construida desde época del Protectorado.

Fue hacia 1971, cuando la municipalidad de Larache, aún sin haber sido demolidos los dos edificios antes citados, llevó a cabo la finalización de los jardines de “El Balcón del Atlántico”, que acababan por tanto en la explanada en la que finalizaba la calle del  Mercado. Fueron estos unos buenos años para la ciudad de Carlos, Sergio y de todos los paisanos que aún entonces allí vivían y convivían, en un Marruecos hacía ya muchos años independiente, pero en el que las autoridades locales se ocupaban con esmero por mantener Larache en condiciones óptimas.

Debe no obstante hacerse mención, para un mayor conocimiento y recuerdo de la “pequeña historia “ de la ciudad, al hecho de que en los primeros años de la década de 1960, parte de los jardines de “El Balcón del Atlántico”, estuvieron a punto de ser literalmente engullidos por este océano. Todo larachense recuerda que cuando la marea estaba baja, eran numerosas las personas que en verano descendían por el barranco de la “Ain Chaka” para disfrutar de la playa que la retirada del mar dejaba libre de agua por unas horas. Lo cierto es que las autoridades municipales o quizás gubernamentales (Larache era aún provincia de Tetuán) de aquel entonces, concibieron la idea de hacer posible la existencia de una playa permanente, que la pleamar no hiciera desaparecer.

El encargado de “crear” la mencionada playa incluso en horas de marea alta, fue el Contratista de Obras Bendayán. Corría el año 1962, y con las que se consideró pertinentes cargas de dinamita, la manera de convertir en  realidad el proyecto, consistió en hacer explosionar las rocas existentes bajo el acantilado. Carlos recuerda cómo siendo muy niño, la explosión de una de aquellas cargas, realizadas sin previo aviso, impactó en la cristalera situada bajo el mirador del chalet de Gomendio, haciéndolo añicos. Y también, de cómo estando en la zona del “Casino” destinada a terraza de verano y que daba hacia la Plaza de España, cayeron  varias piedras de considerable tamaño, una tarde mientras numerosas madres acompañando a sus hijos, vigilaban sus juegos. Pero no fue esto lo que hizo desistir a las autoridades de la época de su empeño. Una mañana de 1963, dos gigantescos socavones alertaron a los larachenses que parte de la zona ajardinada de “El Balcón del Atlántico”, se había precipitado hacia el océano. Un primer socavón, casi frente a la casa en la que Sergio y Carlos vivían. Otro, enorme y peligroso, frente a donde finalizaba la calle del “Casino”. El barranco de la “Ain Chaka”, privado de sus cimientos naturales, había cedido de manera irremisible. Fue necesario esperar algunos años durante los que, cientos y cientos de camiones cargados de tierra rojiza descargados en las zonas afectadas,  acabaron por restañar las heridas causadas por la acción humana.

Feria de Larache

En verano, la calle Mulay  Ismail, contaba con el aliciente de que durante la primera quincena del mes de agosto y en parte de ella, comenzando justo delante del edificio en el que Sergio y Carlos vivían, descendiendo hasta la entrada del Consulado de España y ocupando también la calle del “Casino”, se instalaba la feria de la ciudad.  Ello ocurrió desde que aproximadamente hacia 1970, las autoridades municipales decidieron instalar en aquel lugar las atracciones de la misma. Se iniciaban éstas debajo de sus casas, con un local en el que una pequeña orquesta compuesta por varones tocaba música marroquí, a veces solos, otras  acompañando a una o dos bailarinas que ataviadas con la vestimenta propia para la ocasión, contorsionaban sensualmente sus cuerpos al ritmo de la música. Continuaban con unos columpios giratorios que alcanzaban una considerable velocidad, tanta que llegaban a ponerse casi en posición vertical. Siguiendo hacia el citado consulado, dos tiovivos uno más grande que el otro; y frente a donde finalizaba la calle del “Casino”, los coches de choque. La última de las atracciones con las que en aquellos primeros años de la década de los setenta contaba la feria, era un coso alzado, de madera, a cuya parte alta se accedía por unas escalerillas para desde allí poder ver a un motorista que dando vueltas al mismo, alcanzaba tal velocidad, que conseguía circular por sus paredes.

Feria de Larache, en agosto de 1973: Pilar Tenorio. Molly Melul, Carlos Tessainer, Bilal y María José Tenorio

Y diseminados por todo aquel espacio, pequeños puestos en que se vendían porciones de coco, siempre regadas por el pertinente chorrito de agua; algodón azucarado, garrapiñadas, caramelos, peladillas, pipas de girasol y calabaza, cacahuetes, garbanzos tostados y todo lo que en aquella época, cualquier visitante de una feria pudiese y quisiera encontrar en ella. La semana de Larache finalizaba con unos fuegos artificiales que, lanzados desde la azotea del “Casino”, causaban la admiración del gentío que acudía a presenciarlos. Cuando estos acababan, de nuevo el cielo larachense de las noches claras, pintado por infinitas estrellas, se convertía en el “techo” habitual de la ciudad.

Una vez finalizada la zona ajardinada y por tanto “El Balcón del Atlántico”, la calle Mulay Ismail continuaba en dirección al faro, como con anterioridad ha sido mencionado, constituyendo además el acceso natural,  entre otros,  a los barrios de “Las Navas” y “Nador”.

Era ya una zona alejada de donde Carlos y Sergio vivían, por lo que poco recuerdan de ella, salvo algún dato o hecho esporádico; y sobre todo, bastante retirada del centro de la ciudad, que era el lugar en que se desarrollaba la vida social durante aquellos años. Además, poco a poco, había ido despoblándose de familias españolas, que se trasladaron a residir a otros barrios, y raramente se iba por aquella parte de la calle, donde en su acera izquierda se hallaba el “Grupo Escolar España” y viviendas, en su mayor parte de una sola planta; y en su acera derecha, el cementerio musulmán y el viejo cementerio cristiano, conocido con el nombre de “La Marina”, el matadero y la cárcel. En esa zona, justo en la esquina entre el Mercado y el camino a “Las Navas” hay un edificio en el que vive Mohamed Sibari, y es corriente verle allí asomado a su balcón, con su gorra calada hasta los ojos, leyendo, escribiendo y vigilando la ciudad.

Foto de Itziar Gorostiaga

Por eso, estos recuerdos sobre la calle Mulay Ismail, abarcarán sólo hasta la explanada en la que terminaba la calle Cervantes, aquella que naciendo en la Avenida Mohamed V y frente al jardín de “Las Hespérides”, finalizaba en el Mercado.

Debe volverse por ello de nuevo a la Plaza de España para reiniciar el recorrido de la calle, pero ahora por su acera izquierda. Antes del “desembarco” español de 1911, y aún años después, Larache estaba cercada por un cinturón de murallas cuyas puertas se cerraban por la noche. La zona a la que se accedía desde el Zoco Chico al exterior por la llamada “Puerta de la Medina”, donde actualmente se halla la Plaza de la Liberación, era conocida como el Zoco Grande. Una vez finalizada la explanada en la que el mismo se celebraba, comenzaba una extensa finca conocida con el nombre de “El Jardín del Zoco”, iniciándose aproximadamente donde en la actualidad está el “Café Lixus” y que abarcando las actuales construcciones situadas en la acera izquierda de la calle Mulay  Ismail, así como la totalidad de la acera derecha de la calle Mohamed Zerktouni y parte de la izquierda, llegaba hasta el Mercado.

calle Mohamed Zerktouni

Esta gran propiedad, que por uno de sus laterales se extendía también hacia la zona donde con posterioridad se construyó el Palacio de los Duques de Guisa, era toda ella propiedad de la familia belga Clarembaux  (entre los españoles, siempre fueron conocidos como “los Clarambó”). En concreto de Emmanuel Clarembaux, Agente Consular del Reino de Bélgica en Larache, nacido en aquel país en 1835 y fallecido en Larache el 15 de febrero del año 1900.

Por ello, cuando ahora se inicie el recorrido por la acera izquierda de la calle Mulay Ismail, en más de una ocasión deberá hacerse referencia a la mencionada familia europea, que habiendo llegado a la ciudad en época tan temprana, sus descendientes residieron en ella hasta comienzos de la década de 1970. Los últimos en marcharse fueron Manolo, Giselle y Teté Clarembaux.

Partiendo pues de la Plaza de España y donde con posterioridad se ubicó el “Café Lixus”, abriendo su fachada principal hacia la misma, se hallaba y halla un edificio de viviendas, construido entre 1923-1926, cuyo estilo según los arquitectos Guillermo Duclos Bautista y Pedro Campos Jara, es de “arquitectura tradicional con elementos islámicos”. Es posiblemente el más emblemático y bello de toda la plaza, siendo característica la ornamentación de su fachada mediante azulejos de color verde. Carlos recuerda en los bajos del mismo los “Almacenes Martínez”, que en la parte que hacían esquina con la calle Mohamed Zerktouni (antiguamente llamada 17 de Julio) estaban destinados a tienda de telas y confección, mientras que la zona que formaba esquina con la calle Mulay Ismail era tienda de muebles, siendo ambos establecimientos del mismo propietario. Estos almacenes cerraron sus puertas a finales de la década de 1960 y hacia 1970-1971, en ellos se ubicó el “Café Lixus”. Como dato curioso, señalar que este edificio de dos alturas era de los poquísimos en la ciudad de Larache que contaban con portera. La de éste, se llamaba Polonia; era una mujer viuda y sin hijos, que vivía junto a su hermana Leonor en una vivienda ubicada en la azotea. Cuidaba el portal y las escaleras con esmero, poniendo especial cuidado en que los niños no bajasen dando saltos, ya que los peldaños eran de mármol blanco, ya muy desgastados, y temía que pudiesen ser dañados.

Esquina Café Lixus – en la viviendadel chaflán, primer piso, vivía Mr. Jörn

Este edificio que hacía esquina con la calle Mulay Ismail, contaba también con algo digno de ser recordado. En el primer piso, y abriendo parte de sus ventanas y balcones a la calle en la que Sergio y Carlos vivían, habitaba un personaje singular de la ciudad: “Mister John”. A comienzos de la década de 1960, era una persona de edad ya avanzada, que “oficialmente” vivía de impartir clases particulares de inglés a los numerosos alumnos que a su residencia acudían. No era británico; se decía que había sido un antiguo nazi huido tras la derrota alemana, que acabó encontrando refugio en Larache… ¡se dijeron muchas cosas! Su verdadero apellido no era “John”, sino JÖRN, y su nacionalidad era danesa, aunque dominara el inglés a la perfección. Su esbelta y enjuta figura, provisto de bastón, visera y gafas pequeñas y redondeadas, que cuando hacía sol cambiaba por otras semejantes con cristales totalmente oscuros, permanece en la memoria de muchos larachenses, que le recuerdan paseando de manera apacible y saludando ceremoniosamente a las señoras con ademán de descubrirse y mediante una ligera inclinación de cabeza; y forma para siempre parte de la pequeña historia de la ciudad. En ella falleció hacia 1963-1964.

Desde la Plaza de la Liberación, antes de España, vista de la casa de Mr. Jörn y casas Escriña

En este inmueble, y también en el en el primer piso, dando sus balcones y ventanas hacia la calle Mulay Ismail, vinieron a vivir hacia 1970, procedentes de Alcazarquivir, la familia formada por Luis Jiménez Partal y Dolores Peñuelas con sus dos hijos. De ellos, Loli fue compañera de Bachillerato de Carlos.

Continuando la calle por su acera izquierda, una vez finalizado el mencionado edificio y caminando hacia “El Balcón del Atlántico”, existía una de las construcciones más hermosas desde el punto de vista arquitectónico de la calle Mulay  Ismail, y que hacía esquina con la actual calle Tarudant. Contaba el edificio con dos alturas, y en su esquina, con una airosa torre de tres plantas y un tejado a cuatro aguas cubierto por tejas vidriadas en color amarillo intenso. En su planta baja, estaban las sastrerías “Moya” y “Saavedra” y todos los vanos de los locales, excepto el portal de acceso a las viviendas, estaban flanqueados por columnas de granito negro: estrechas en su parte alta y baja, y engrosadas de manera considerable en el centro. En la segunda planta, vivieron durante algunos años dos familias muy entrañables para Carlos: las compuestas por el ebanista Joaquín de la Vega (que era quien entre a otros muchos clientes hacía los muebles por encargo a la Duquesa de Guisa) junto a su mujer Amelia Pérez Govea y su hija Victoria; y la del Hadch Mohamed Yebari y su mujer Badía. El edificio del que se habla, estaba adosado en la pequeña calle anteriormente citada a otro también espléndido, con un espectacular mirador de madera tallada dando a la callecita y hoy en día inexistente. La torre del edificio, con cierta similitud con la anteriormente descrita, estaba cubierta por tejas vidriadas en color azul marino. Había sido mandado construir por el Contratista de Obras Blas Bustamante, y en él residía su viuda, Lucrecia Ibergallartu Ibergallartu: fueron padres de quien se convirtió por su matrimonio en segundas nupcias en mujer del bajá de la ciudad, Lucrecia Bustamante Ibergallartu, casada con Mohamed-Jalid Raisuni. Lamentablemente, el actual propietario de esta joya arquitectónica, ha anunciado su intención de derribar el inmueble, pese a la oposición de las asociaciones culturales locales.

Atravesando esta pequeña calle y siempre caminando hacia “El Balcón del Atlántico”,  existía un viejo y casi abandonado edificio de una sola altura propiedad de una de las ramas de la familia Clarembaux, que poco se ocupaban de él, pues ya no residían en la ciudad. Sus gruesos muros, indicaban que en un pasado se tuvo la intención de construir sobre él un inmueble de más plantas. En la parte que daba a la pequeña calle anteriormente citada y en un pequeño local, a finales de los años 1960 se abrió un negocio con el nombre de “Ebanistería Barroco”. El ebanista era un marroquí joven, bien formado en su profesión y con mucha ilusión, casado con una profesora de gimnasia del que fue “Grupo Escolar España”. Realizó “por amor al arte” un regio sillón  a la manera de trono, de tal calidad que Mohamed Yebari estuvo tentado en contactar con la Casa Real de Marruecos para, de acuerdo con el ebanista, hacer donación de él al rey Hassán II. El resto de este viejo edificio hoy inexistente, estaba ocupado como dependencias del garaje de los autocares “La Escañuela”, junto al que se encontraba; salvo un pequeñísimo local, en el que un hebreo ya de cierta edad y en cuyo rostro refulgían unos ojos de un azul tan intenso como el océano cercano, se dedicaba a hacer y vender dulce de membrillo.

Finalizado el viejo edificio, se iniciaba un gran inmueble mandado construir por su propietario: el Contratista de Obras y empresario Francisco Román Quiñones. Eran en realidad dos edificios adosados, que en su parte superior albergaban los domicilios  tanto del citado contratista y su mujer Amalia Fuertes, como el de las tres hijas del matrimonio con sus familias: Angelina, Pilar y Mercedes. La edificación en su conjunto, hacía esquina tanto con la calle Mulay Ismail como con Mohamed Zerktouni, teniendo su portal de acceso por la antigua calle Renschhausen (así llamada en honor del que fue Cónsul de Alemania en Larache durante largos años), actualmente llamada calle Taza. La parte baja del edificio que daba hacia “El Balcón del Atlántico”, se hallaba ocupada casi en su totalidad por el garaje de la empresa de autocares “La Escañuela”, así como por almacenes donde se guardaba diverso material de los negocios que la familia Román poseía. Esta parte del inmueble, de una sola altura, ha sido catalogada por los arquitectos Guillermo Duclos Bautista y Pedro Campos Jara (anteriormente citados) como perteneciente a una “Arquitectura de base compositiva tradicional, aunque empleando elementos del lenguaje nacionalista”, siendo datada en la segunda mitad de la década de 1930. La parte baja del resto de la edificación, estaba ocupada por la droguería “La América”, que hacía esquina con la calle Mohamed Zerktouni. Se llamaba así porque Francisco Román, antes de llegar a Larache en 1912, había estado unos años en Cuba, donde había emigrado intentando hacer fortuna, naciendo así en La Habana su hija mayor: Angelina. A continuación de la droguería, estaba una tienda de comestibles llamada “Los Tres Hermanos”, pues eran tres hermanos de la familia Rosendo los propietarios del negocio: se llamaban Paco, Manolo y Carmelo. A la vez que tienda, por una de sus puertas laterales se accedía a un amplio mostrador de madera que hacía las veces de bar.

Calle Mohamed Zerktouni, antes 17 de julio

Sergio y Carlos recuerdan ambos establecimientos, a los que sus madres les enviaban a hacer mandados de última hora, de los que casi siempre obtenían como recompensa el poderse comprar un chicle que en aquel entonces valía 0,50 francos (dos reales, se decía comúnmente). Ambos tienen grabado en algún lugar de sus cerebros el aroma especial, tanto de la droguería como sobre todo el de la tienda de ultramarinos: olores de infancia que el paso del tiempo no logra borrar, y que a veces se cree percibir de repente y ya en la madurez, en el lugar más insospechado.

En este edificio, el de la familia Román, Carlos tuvo a sus tres primeros amigos de infancia, a los que se siente orgulloso de seguir conservando: Eduardo, Pili y Maite; y sus familias, fueron en realidad su segunda familia, y sus casas, una prolongación de la suya.

Fiesta del Trono en marzo de 1974, celebración en La Escañuela (de izquierda a derecha): Antonio Peral, Antonia Osuna, Maite Sánchez Román, Carlos Tessainer, Angelina Román, Fatima, Mercedes Román y Eduardo Espinosa.

Atravesando la pequeña calle Renschhausen o Taza, se llega al inmueble en el que Carlos y Sergio vivían.  Para ambos, la calle Mulay Ismail era y es “El Balcón del Atlántico”, tomando como eje del mismo la parte sin duda más hermosa de los jardines, la situada en torno al “redondel”;  y el edificio en el que habitaron durante varios años, del que cerrando los ojos, pueden aún percibir la textura del pasamanos de las escaleras, el olor del portal, el sonido de las puertas de las habitaciones de sus casas al cerrarse, el dibujo de las solerías, el  ruido de la lluvia cayendo sobre la azotea en las noches de temporal,  y tantas y tantas cosas  que llenan sus recuerdos y sus corazones…

Es por eso oportuno saltarse transitoriamente la descripción del mismo y de quienes en él moraron, dejarla para el final, pues merece un apartado de excepción;  tanto para el que en él prácticamente nació (Sergio), como para el que abandonó Larache camino de España llorando desconsoladamente mientras descendía por las escaleras de “su casa” (Carlos).

Así pues tras el edificio “arrinconado” en este relato transitoriamente por cariño, se abría lo que parecía un chalet, y en realidad no lo era. Se situaba en la parte trasera del inmueble que la familia Clarembaux tenía en la calle Mohamed Zerktouni, y en el que residía. Era una primera planta que, mientras en su fachada principal contaba con dos viviendas que daban a la citada calle, por su parte trasera constituía una única vivienda a la que se accedía por una larga escalinata a la que se llegaba atravesando un amplio jardín. En ella vivió el Doctor Antonio Mayor (médico personal de la Duquesa de Guisa), hasta que en 1963, se marchó a vivir a España. Frente a la entrada del “chalet”, el único árbol existente en la calle Mulay Ismail: un cinamomo que había sido mandado plantar hacía muchos años por el Doctor para que al aparcar su coche, éste tuviese sombra. Para los niños que en aquella zona de la calle vivían, “el árbol de Mayor”, era un punto de referencia, ya para echar una carrera, ya para quedar, ya para escalar a él…

Se sucedían después varios locales con solo planta baja, también propiedad de la citada familia belga, en uno de los cuales estaba la carpintería de Carlos Martín (hermano de “Paquito el Calvo”), en el que tras marcharse éste, se estableció un pequeño obrador artesano propiedad de un marroquí, donde se hacían los helados y limonadas que en verano vendían los “carritos” en la ciudad. Después, existían una serie de construcciones con similares características a las anteriormente citadas. En una de ellas, vivía una marroquí ya anciana, de nombre Henía. Era alta como una torre e iba siempre ataviada con una chilaba color gris claro y la cabeza cubierta con pañuelo blanco; la buena mujer se enfrentaba a los niños que montando en bicicleta, corrían por la acera cuesta abajo en dirección al Mercado, mientras ella barría y fregaba con esmero la parte de acera situada junto a la puerta de su casa. ¡”Ninio, antina wualo jachuma! ¡Yo no quiri la bascleta por cera, tu pillando a mí! ¡Yo jabla con padre dialik!”, eran el grito de guerra con el que hacía salir a la carrera a aquellos por los que temía ser atropellada. En muchas ocasiones, iba personalmente a la casa de Sergio para decirle a Maru que le dijera a su hijo y a  sus amigos que dejaran de molestarla con sus bicicletas. Las noches de verano, Henía sacaba su silla a la acera y, junto con una o dos amigas de su misma edad, hacían tertulia con sus vecinos españoles.

Balcón Atlántico y calle Mulay Ismail – foto de Itziar Gorostiaga

Puerta con puerta a la casa de Henía, vivía la familia de quien tenía la churrería bajo los arcos de la Plaza de España: Antonio Jiménez; su hijo se llamaba Manuel. Había tenido la desgracia de quedar huérfano de madre siendo muy pequeño; ésta falleció porque estando en la churrería, tuvo el infortunio de presenciar los violentos sucesos que se produjeron en Larache con la proclamación de la Independencia, y que culminaron con la quema de los guardias negros del bajá Mohamed-Jalid Raisuni. Aquella mujer aterrada, falleció de un ataque cardiaco. Manuel vivía en esta casa en compañía de su padre, de sus abuelos maternos y de un tío, que tenía un taller de fontanería justo al lado de la vivienda. Era un chico bueno y entrañable, que adoraba a su abuela, que fue quien lo crió. Cuando Manuel tenía aproximadamente once años, su abuela falleció: desgarró a quien acudió al cortejo fúnebre la escena de aquel niño llorando amargamente por la pérdida de quien en realidad había sido su segunda madre.

Continuando la calle Mulay Ismail, había un conjunto de pequeñas edificaciones y garajes ocupados como dependencias de los autocares “La Escañuela”. Se llegaba así a una casa de una sola planta, donde durante un tiempo vivió uno de los hermanos Osuna con su familia, y que hacía esquina con la calle Teniente de las Heras. Pegada a la citada construcción, y en esta calle, se hallaba el domicilio de la familia Paz González, donde residían Antonio, Juan (conocido por los larachenses como “el canario”), Maruca, Julia, Paqui y Puri, esta última madrina de bautismo de Marisol Barce, hermana de Sergio. La casa la formaba una planta baja, y a la vivienda se entraba por un portal con puertas de madera, que se hallaban abiertas permanentemente, atravesando las cuales  se accedía a un zaguán; en el mismo cinco o seis peldaños ascendían hasta una puerta con cristales esmerilados de colores. Como quiera que a ambos lados en vez de pasamanos había dos especies de poyetes de piedra artificial color rosáceo imitando granito, de considerable inclinación, era frecuente el que los niños entrasen allí para deslizarse por ellos como si fuesen toboganes. A veces, el jaleo que se armaba era tal, que salían de la casa para que se marchasen. Uno de esos niños era Sergio que recuerda con claridad cómo, mientras sus padres y hermana estaban con la familia en el interior de la casa, él se quedaba con sus amigos deslizándose por los poyetes del portal.

portal de acceso de la que fuera representación de Gran Brataña -foto de Carlos Tessainer, año 1996

En la citada calle, en el tramo que discurría entre Mulay Ismail y Mohamed Zerktouni, y en la acera opuesta donde vivía la familia Paz, se hallaba un pequeño callejón, que daba acceso a la entrada de servicio del inmueble donde tenía su sede el Viceconsulado de Gran Bretaña, en el que  en lo más alto del mismo, ondeaba desde 1917 la bandera de este país. Junto al callejón, se situaba el taller del marmolista Salvador De Cózar.

Es difícil hablar de Larache durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta  comienzos de la década de los años setenta del XX, sin hacer referencia a la familia británica Forde, originaria de Irlanda del Norte, y que fueron los representantes británicos en ella durante tres generaciones, a partir de 1894.

Tras el establecimiento del Protectorado español en el norte de Marruecos en 1912, hubo inicialmente cierto recelo por parte de la población en general de expandirse fuera de las murallas de la medina, a partir de la antigua Plaza de España. La primera familia en construir su vivienda extra-muros fue la de los Guagnino, representantes de Italia y de otros países europeos; posteriormente los Clarembaux, representantes de Bélgica, y prácticamente a la par los Forde (merece destacarse el hecho de que las tres edificaciones aún existen). Estas familias estaban emparentadas entre sí, como lo estaban con los De Cuevas, de la que don Teodoro era el representante de España.

calle Mulay Ismail: inmueble donde se encontraba el Viceconsulado de Gran Bretaña -foto de Carlos Tessainer, año 1984

El edificio de la familia Forde, en el que tenía su sede la representación británica, fue construido en 1917. El terreno era propiedad de la familia Clarembaux, pero acabó en manos de los Forde cuando Denise Clarembaux De Cuevas, hija de Emmanuel Clarembaux y nieta materna de Teodoro De Cuevas y Espinach, casada con Lewis Forde Guagnino, vicecónsul de Gran Bretaña en la ciudad, lo recibió como herencia. Era un amplio edificio, que daba a las calles Mohamed Zerktouni, a la antigua calle Teniente de las Heras y a la calle Mulay Ismail, a la que se abría su fachada principal. La parte de vivienda y sede diplomática, contaba con planta baja y dos alturas en alguna de sus zonas. Eran en realidad dos edificaciones adosadas, a la que a una de ellas, se accedía por un callejón de arena que daba a la calle Mohamed Zerktouni, pero que internamente estaban unidas. Toda la parte baja del edificio, estaba ocupada por locales comerciales, algunos de los cuales habían servido en el pasado como almacenes en los que los Forde, depositaban los numerosos productos con los que comerciaban. El último miembro de la familia Forde que falleció en Larache, fue la anciana Doreen Forde Guagnino, hacia 1970-1971. En la familia se la conocía como “titi Dori”.

Cuando en junio de 1974 falleció Archibald Forde Clarembaux, poco tiempo después se desplazó a Larache un representante de la Embajada británica en Rabat, para hacerse cargo de los sellos oficiales y demás símbolos de la legación. Fueron Andrés Mula Luque y Mohamed Filali (empleado de “El Hostal”), los que ayudaron a este señor a desmontar el escudo metálico que con el emblema de Gran Bretaña se hallaba colocado en la terraza principal del edificio, tras lo que también le hicieron entrega de la bandera del país. Con ello, desapareció la representación consular (tenía la categoría de Viceconsulado) británica en la ciudad, cuya historia había sido más que centenaria.

foto de Carlos Nieto

Tras el edificio de la familia Forde, se alzaba uno de tan solo planta baja, y que hacía esquina con el final de la calle Cervantes, y por tanto con la explanada del Mercado. En el mismo, se encontraba el obrador de pan y panadería “El Milagro”, propiedad de la familia Ramos. En la parte trasera de la tienda propiamente dicha, estaba la vivienda de la familia, cuya puerta de acceso daba a la calle Mulay Ismail. Allí vivían Manuel Ramos y Carmen Romero con los hijos que aún estaban solteros. Pero también el matrimonio formado por su hija Loli, su marido Francisco Aledo y los hijos de ambos: Mari Carmen y Paquito. Aunque tenían casa propia, la hija, el yerno y los nietos habían preferido vivir allí haciendo compañía a los abuelos.

Los recuerdos de la calle Mulay Ismail de los que Carlos y Sergio quieren haceros partícipes, como anteriormente ha quedado dicho, acabarían en este lugar. Pero antes de regresar al edificio en el que vivieron, que dejaron transitoriamente relegado a propósito, sería imposible para ellos el hablar de su calle sin hacer referencia al Mercado, en el que por proximidad a sus casas, tantas veces estuvieron: de pequeños, acompañando a sus madres, ya más mayorcitos, para hacer algún “mandado”.

Mercado Central de Larache, más conocido como «la plaza»

Remembranzas de infancia y primera adolescencia, impregnadas por el olor a hierbabuena, cilantro (culantro, se le llamaba allí), melones maduros y aceitunas morunas aliñadas en sus innumerables variedades. Recordar a algunos de los vendedores: el “Moreno”, que según decían era el que mejor pescado ofrecía; la “Morena”, que nada más entrar al Mercado -a la izquierda- vendía flores. A Mochito, el carnicero hebreo; o el puesto de Revilla, donde trabajó Ahmed Argal, y a Jamuda cuya carne de vacuno tenía fama por su calidad. También Joselito regentaba otra de las carnicerías, tenía una hija llamada Mari Loli, huérfana de madre pues murió al nacer ella. Y a Mennana, que vendía huevos; a un vendedor de verdura marroquí al que todos conocían como “Luisito”; a Alí el pollero; a Agapito, que vendía morcillas… Por entonces, Fernando García era ya el único carnicero que a comienzo de los años 1970 vendía cerdo. También a un vendedor de pescado al que apodaban “el Elefante”, y Sergio en concreto se acuerda de cómo Mustapha, el chico que a veces le hacía la compra a su madre, le traía el pescado del puesto de Abdellah. Y junto al puesto de Fernando García, la tienda de comestibles de Paco Mula… Y una vez a la semana, el zoco que se establecía en la parte trasera del edificio, con gran afluencia de público.

Ahmed Argal, en el Marcado, con la hija de Revilla, Mari Carmen

El inmueble en el que Sergio y Carlos vivieron, ocupaba y ocupa un lugar privilegiado si se toma como lugar de referencia la zona en la que los jardines de “El Balcón del Atlántico” tienen una mayor anchura, la situada en torno al antiguo kiosco de música: el “redondel”. La vista desde las ventanas y balcones de la primera planta es excepcional. Asomados a una de ellas, aparecen Maru Gallardo y su hijo Sergio: es la que sirve de cabecera a este blog.

Sergio Barce con su madre Maria Eduarda Gallardo «Maru» asomados a la ventana de su casa sobre el Balcón

Desde la azotea del edificio, la vista es aun más completa, pues puede contemplarse desde el faro de la ciudad, situado al sur, hasta la “Playa Peligrosa” al norte. Existe una  hermosa postal de Larache de comienzo de los años 1970 cuya imagen fue tomada precisamente desde la azotea a que se hace referencia.

El edificio tiene una historia casi centenaria, al menos en lo que a su planta baja se refiere. Construido por la familia Clarembaux en un solar de la amplia finca de la que eran propietarios, y a la que ya se ha hecho mención, la construcción inicial se remonta a finales de la década de 1910. Ello aún puede atestiguarlo el considerable grosor de sus muros y lo elevado de los techos de la citada planta, en los que eran visibles las estrechas vigas de hierro que en pequeños tramos sujetaban las distintas partes del techo, ligeramente abovedado entre ellas.

Desde el principio el edificio contó con dos portales. Mirándolo desde la acera de los jardines, en el portal de la izquierda había dos viviendas; una y un local en el de la derecha. Fue a finales de la década de 1940 y comienzos de la de 1950, cuando el entonces propietario del inmueble, Jean Emmanuel Clarembaux, que lo había heredado, decidió aprovechar la buena cimentación de lo ya construido para, respetándolo, levantar sobre ello una planta. Quedó así en buena medida configurado todo él, aunque hubo todavía algún cambio posterior.

El edificio donde vivían Carlos y Sergio -foto tomada en 1984 por Carlos Tessainer

El inmueble tenía y tiene su fachada principal a la calle Mulay Ismail, frente a la zona principal de los jardines de “El Balcón del Atlántico”, como ya ha quedado citado.  Clarembaux, intentó armonizar la planta baja con la recién construida, consiguiendo así un conjunto cohesionado. Según los arquitectos Guillermo Duclos Bautista y Pedro Campos Jara, anteriormente mencionados, y por similitud con el edificio en cuyos bajos se hallaba el garaje de “La Escañuela”, se caracteriza por ser un inmueble de “arquitectura de base compositiva tradicional, aunque empleando elementos del lenguaje nacionalista”. Una de sus fachadas laterales, se abría hacia la antigua calle Renschhausen (actual calle Taza) y la otra, hacia el jardín de la casa donde vivía el Doctor Antonio Mayor, y propiedad de la familia Clarembaux. Durante algunos años, la calle Renschhausen fue lugar de estacionamiento de tres o cuatro caballos destinados con sus correspondientes carros a hacer portes. Lo cierto es que el olor era francamente desagradable, por las deposiciones y orines de los animales. La pequeña calle, era conocida como “el callejón de los caballos”, siendo un gran alivio cuando hacia 1963, las autoridades municipales decidieron retirarlos de aquel lugar.

calle Mohamed Zerktouni, antiguamente 17 de Julio

La parte trasera, lindaba inicialmente con un solar también propiedad de la mencionada familia belga, que poco tiempo después pasó por venta a la familia Córdoba, donde construyeron un moderno edificio en cuya parte baja estaban los “Almacenes Córdoba”; pero éste, se abría casi en su totalidad a la calle Mohamed Zerktouni. Es el edificio en cuyos bajos está aún “La Casa de España”. Este  inmueble tenía no obstante su portal de acceso a las viviendas en la calle Taza; era casi “desproporcionadamente” grande en relación al edificio en sí. Junto al barranco de la “Ain Chaka”, era el lugar preferido en el que Sergio y sus amigos solían poner petardos, pues en un espacio tan amplio, el enorme retumbar estaba asegurado…

El origen y posterior historia del edificio, hasta conseguir su configuración casi definitiva, ya ha sido expuesta. Pero hay otro hecho singular que marcará su devenir y que tiene buena parte de rocambolesco. Corría el año 1958, cuando Nazario García Cabrera, casado con Pilar Román Fuertes (hija del Contratista de Obras Francisco Román Quiñones), recibió en su cristalería de la calle Mohamed Zerktouni la visita del vendedor de lotería, a la que era muy aficionado a jugar. Sin que se diesen cuenta, su hija Pili, que contaba con algo más de dos años de edad, se las amañó para cogerle un décimo al vendedor, arrugándolo a conciencia. El lotero no dijo nada, pero Nazario, se sintió en la obligación moral de comprar un décimo que al estar deteriorado, sin duda nadie iba a comprar. ¡Para colmo acababa en cero! Y él tenía la manía de no jugar nunca a un número con esa terminación. ¡Qué se le iba a hacer! A Nazario García Cabrera le tocaron ¡1.250.000 pesetas de la época!, toda una fortuna. Con ellas adquirió el inmueble en el que Carlos y Sergio vivieron. Y Nazario fue para ellos siempre “el casero”.

Maru (María Eduarda Gallardo), la madre de Sergio, en la azotea -al fondo, el Balcón y los chalets- foto de Antonio Barce

Pero una casa con vecinos, un inmueble destinado en su totalidad a viviendas de alquiler, nada dice por sí mismo. Son los inquilinos, los moradores de sus pisos, los que le dan vida. Muchas familias se fueron sucediendo en el tiempo en los mismos. Era frecuente que cuando alguien se mudaba (casi siempre porque se marchaba a España), cualquiera de los que allí residían, decidiera trasladarse a la vivienda que había quedado vacía, porque era más espaciosa que la suya o porque simplemente le gustaba más; o bien venía a habitarla cualquier familia procedente de otro lugar de la ciudad. Con el fin de que la “historia humana” del edificio en el que Carlos y Sergio vivieron no se convierta en un tremendo lío para quien quiera enterarse de ella, es preciso centrarse en determinadas familias, en aquellas que por su tiempo de permanencia en las viviendas o su relación con quienes entonces eran niños o adolescentes, dejaron en ellos un recuerdo especial. No por ello se olvidan de otros vecinos que tuvieron y de los que se acuerdan, pero resulta obligado realizar una simplificación encaminada, como ha quedado dicho, a una mejor comprensión.

Guido Tessainer Sprenger, padre de Carlos, en el Balcón
Al fondo, dos ventanas arriba a la derecha de la casa de Sergio, abajo a la izquierda la de Francisco Martín y María Ara, y a la derecha la de Juanito – año 1967

Situándose en los jardines de “El Balcón del Atlántico” y mirando hacia el edificio, se abrían los dos portales anteriormente citados. En el de la izquierda, en el número 19, existían dos viviendas en la planta baja, dos en la primera y una en la azotea, que se asomaba parcialmente a la calle Taza mediante un balcón. En la planta baja, en la puerta izquierda, existió un obrador de pastelería, negocio propiedad de la familia Nieto. Vendían sus productos, depositados en grandes cestas de forma alargada por las calles de Larache, al grito de “¡Que voy!” Esta familia tenía también allí su residencia. La casa tenía un gran sótano, que compartimentado, uno de ellos servía como almacén de leña para el horno; y el otro, alicatado con azulejos blancos, como gigantesco depósito de aceite. Se marcharon hacia 1960-1961. Como el piso era muy amplio, el dueño del edificio decidió dividirlo en dos, a la vez que se rellenaron los mencionados sótanos con material de derribo. A uno de los pisos resultantes se accedía por una puerta que se abría a la calle Taza, mientras que el otro continuó teniendo su puerta de entrada por el portal. En este último piso, y tras sucederse varios inquilinos, acabaron residiendo Isabel López, su hermano José Miguel y José, el padre de ambos; Isabel era muy conocida en Larache, pues era la cajera de la ferretería “El Yunque”.

Nini Cabrera, Emilio Morales, Manuel Cabrera y su mujer María, y los padres de Sergio: Maru Gallardo y Antonio Barce

En la misma planta baja y en la puerta derecha, vivía Manuel Cabrera (que trabajó como chófer personal de José Gomendio Ochoa hasta su jubilación, siempre con su uniforme y su gorra, y del que Sergio recuerda que a veces le dejaba sentarse al volante del flamante coche para que imaginase que lo conducía) junto a su mujer María. Durante algún tiempo vivieron con ellos dos de los hijos que les quedaban solteros, entre ellos Nini, que se casó con Emilio Morales (primo hermano de Maru, la madre de Sergio); el hijo, se casó con Paqui Rivero, hermana de Mariqui, de la que posteriormente se hablará. El matrimonio Cabrera era ya mayor. Carlos los recuerda como los vecinos más antiguos de todo el inmueble, pues en aquel piso vivían desde la época en que el mismo tenía tan solo planta baja, antes de que Jean Emmanuel Clarembaux decidiese construir una primera altura.

En el primer piso, en la puerta de la izquierda, había vivido la locutora de radio Matilde Vilariño. En esta vivienda, acabaron residiendo José Castro y Mari Carmen Salaverría, inicialmente con sus hijos Kiko, Mari Emi, Miguel (gran amigo de Carlos durante la niñez) y Mamen; posteriormente, en 1967, nacería Silvia.

La familia Tessainer, en 1957

En la puerta de la derecha, vivía el matrimonio formado por Guido Tessainer, su mujer Cari y tres de sus cuatro hijos: Guido, Ana María y Carlos; el mayor de los hermanos, Fernando, cuando los Tessainer se mudaron a aquel piso en 1959, cursaba ya sus estudios en España, por lo que sólo regresaba a Larache en vacaciones. Era una casa espaciosa, que tenía unos ciento cincuenta metros cuadrados, con un salón-comedor enorme, y alguno de sus dormitorios, casi tan grande como él. La fachada del edificio, que entre las calles Mulay Ismail y Taza acababa en esquina en su parte baja, en esta primera planta, formaba un chaflán donde se situaba un amplio balcón redondeado que se abría en diagonal hacia el chalet de Gomendio. En este piso, tuvo su sede durante breve espacio de tiempo el consulado de uno de los países del Magreb que habían conseguido la independencia hacía pocos años: quizás el del entonces Reino de Libia; tal vez el del también entonces Reino de Túnez. Así lo atestiguaban los hierros empotrados en el muro de ladrillo del balcón destinados a que ondeara la bandera del país en cuestión.

Carlos Tessainer y su madre, Cari, en 1959

Los Tessainer estuvieron viviendo allí hasta que en diciembre de 1973, se marcharon a España. Para Carlos, hablar de Larache y de esta casa, constituye un todo inseparable. A ella llegó con dos años y medio de edad, y de ella se marchó días después de haber cumplido los diecisiete años. De manera recurrente aparece en sus sueños, y aunque en el transcurso del tiempo haya habitado en otras muchas, a ésta la lleva especialmente en el corazón. Cuando los Tessainer se fueron, fue ocupada por el matrimonio formado por Joaquín Mari, Rosa Recio y los tres hijos que entonces tenían: Rosa, Joaquín y Yolanda.

Antonio Barce, el padre de Sergio

En la segunda planta, y en una vivienda que se abría a la azotea del edificio, se sucedieron varios inquilinos, entre ellos, y como ya ha sido mencionado, los Barce, en la que fue su primera casa tras casarse. En ella acabaron residiendo el matrimonio formado por Manuel Martín y Paca Pérez con sus cuatro hijos: Loli, Manolito, Mari Paqui y Juan Antonio.

En los jardines del Balcón: Paqui Martín, Marisol Barce -hermana de Sergio- y Juan Antonio Martín

La tragedia se abatió sobre esta familia de manera cruel. Llevaban poco tiempo viviendo allí cuando en el verano de 1963 (tal vez 1964), toda la familia, junto a la formada por Juan Jiménez y Mariqui Rivero (de los que se hablará posteriormente), se fueron de excursión a la conocida como “Playa de Miami”. Manolín debía tener unos diez años, y según todo el mundo “nadaba como un pez”. En un momento dado, le echaron en falta, aunque lo cierto es que acababan de verlo. Se inició su búsqueda inmediata, y cuando comenzó a oscurecer, se temió lo peor. Pasaron días de angustia, en que hasta los barcos de pesca de los que era propietaria la abuela materna del niño (conocida en Larache como “Felisa”, aunque ese no era su nombre) se echaron al mar en un intento desesperado por encontrarle: no consiguieron nada. Carlos recuerda cómo mientras estaba comiendo, se oyó de repente un grito desgarrador; su tía Concha comentó: “debe ser que ya han encontrado al niño”. Efectivamente, lo hallaron casi en el mismo lugar donde se había ahogado días antes. Larache entera, quedó conmocionada con aquel drama.

En el portal de la derecha, en el número 21, también existían dos viviendas en la planta baja, dos en la primera y una en la azotea. En la planta baja, inicialmente sólo había una. Hasta que “el casero”, Nazario García, decidió transformar en vivienda un almacén que se abría directamente a la calle, justo a la izquierda del portal. Surgió así una auténtica “casita de muñecas”, a la que se fueron a vivir Francisco Martín (conocido en Larache como “Paquito el Calvo”, propietario  de una tienda de telas y confección bajo los arcos de la Plaza de España, al lado de la zapatería “Bata”) junto a su mujer María Ara. Eran los padres de Mari Carmen Salaverría, la mujer de José Castro, anteriormente citados; y de otra hija mayor que la anterior llamada Josefina, casada con Manuel Romero, y que en aquel entonces, ya vivía en Ceuta. Fue precisamente en este matrimonio, en Paco y María, a quienes Carlos trató siendo niño y durante su primera adolescencia, en quienes muchos años después se inspiraría para escribir su novela “El árbol del acantilado”. Eran además los abuelos de Miguel Castro, uno de sus mejores amigos de la niñez.

En el «redondel» de los Jardines del Balcón – Sergio en brazos de su madre, rodeados de las hijas de Juan Jiménez y Mariqui Rivero

En la puerta de la derecha de la citada planta, llegaron procedentes del barrio de Larrucea el matrimonio compuesto por Juan Jiménez, Mariqui Rivero y los cinco hijos que en aquel entonces tenían: Reme, Carmen, Lali, Juanito y Mari Ángeles. Por edad, Lali y Juanito, pronto se convertirían en amigos de juegos de Carlos, que recuerda aquellos veranos (cuyas vacaciones escolares duraban tres meses y medio) en los que junto a sus dos nuevos amigos, una vez más “El Balcón del Atlántico” era el escenario favorito de sus juegos y aventuras, como tal vez los más idílicos de su niñez.

Juan Jiménez era maestro, e impartía docencia en el antiguo “Grupo Escolar España”. Como detalle curioso y entrañable, decir que fue Profesor de Matemáticas de la “madre marroquí” de Sergio: Rachida Ben Hassen, que en la actualidad reside en Tánger. Carlos le recuerda como a una persona entrañable y gran amante del arte de la conversación. Huérfano de padre con diez años, gracias al esfuerzo de su madre y al suyo propio, había logrado finalizar los estudios de Magisterio. Solía acudir a casa de los Tessainer algo antes de la hora de la comida, donde, con el consiguiente aperitivo, se iniciaban larguísimas e interesantes conversaciones y debates con Guido y Cari -gran conversadora- a las que el entonces niño Carlos asistía como auténtico “convidado de piedra”, pero alguno de cuyos temas aún recuerda. ¡No tenían desperdicio!

Assili y Lalo Marín

Cuando esta familia se marchó a vivir a Canarias (donde les nacerían dos hijas mellizas), la vivienda pasó a ser habitada por Lalo Marín, su mujer Sole del Barco y sus hijos. Años después de que los Barce decidieran marcharse a Málaga, Juan, Mariqui y los niños viajaban cada verano de Las Palmas a Málaga para reunirse con ellos, hasta que Juan falleció, y Sergio recuerda que nunca dejó de ser ese hombre vehemente y culto que los dejaba impresionados por sus conocimientos.

En el primer piso, en la puerta de la izquierda, vivía el matrimonio formado por Antonio Barce y Maru Gallardo. Residiendo en él, fue cuando nació Sergio, siendo por ello ésta la primera casa que sus ojos recuerdan. Con ellos vivía el abuelo, Manuel Barce. Años después, nacería Marisol.

Los padres de Sergio: Antonio Barce y Maru Gallardo

Sergio siempre oyó hablar de Carlos (Carlitos) en su casa, y tenía un vago recuerdo suyo, pero no sabía a ciencia cierta dónde ubicarle. Los cuatro años y medio que Carlos es mayor que él, a ciertas edades constituye una barrera infranqueable, sobre todo cuando las circunstancias de la vida fuerzan a la separación. Pasados más de cuarenta años, el destino ha hecho que se vuelvan a encontrar, a lo mejor con la finalidad de poder contaros lo que ahora están haciendo. Y sobre todo a Sergio sin duda le servirá para poder reconstruir mejor determinados episodios de su infancia. Como a Sergio le contaron sus padres, Carlos iba a ayudar a Maru cuando él debía tener uno o dos años. ¿Para ayudarla en qué? Más que ayuda, era compañía. Sergio era muy travieso, y su madre, aún muy joven, se desesperaba. En los “larguísimos“ veranos de la niñez, en los que daba prácticamente tiempo para todo, hasta para aburrirse, por las mañanas Carlos y su amiga Mariuca (de la que posteriormente se hablará), por recomendación de la madre de esta última, iban a eso de media mañana a ver a Maru. Allí estaban con ella una hora o algo más, intentando entretener a Sergio mientras su madre hacía las faenas de la casa; Carlos a veces, iba a hacer algún “mandado“ a la tienda de comestibles de “Los Tres Hermanos” y solían cantarle a Sergio las canciones que por aquel entonces y en el curso de “parvulitos” les enseñaban en el “Colegio Santa Isabel”  (“Una tarde fresquita de Mayo”, “Córtame un ramito verde”, “Tengo, tengo, tengo”…). Maru agradecía aquellas visitas “como agua de Mayo”, y siempre daba a Mariuca y Carlos algo: chocolate, caramelos, chicles… Los niños se sentían además útiles.

Muchos años después, Sergio regresaría a ver su casa de la niñez, y le impresionó tanto volver a entrar en ella que escribió un relato titulado “El primer regreso” que abre su libro de cuentos “Últimas noticias de Larache”.

En la puerta de la derecha, y donde estuvo inicialmente la consulta del doctor Antonio Mayor, vivía el matrimonio formado por José Luis Amado (compañero de trabajo en Uniban del padre de Sergio), junto a su mujer Carmeluchi Códar y sus hijos Mariuca y José Ramón. También residían con ellos los abuelos paternos, a los que cariñosamente se les llamaba “el papi” y “la mami”. Mariuca fue la primera niña que se convirtió con unos cuatro años en amiga de Carlos, y a él le gustaba decir que era su novia. ¡Cosas de críos!

Mariuca y Carlos en el Colegio Santa Isabel – año 1962

Lo cierto es que cuando en 1964 esta familia se marchó a vivir a Casablanca, a Carlos le dio tal pena, que no quiso despedirse de ellos; aunque tuvo la fortuna de viajar en dos ocasiones a aquella ciudad para verlos, pues los padres de ambos, se habían hecho muy amigos. Al quedar el piso vacío, a él se mudó la madre y tres hermanos  solteros de “Paquito el Calvo”.

En la segunda planta, en una vivienda que se abría a la azotea y que no asomaba por ninguno de sus lados a fachada alguna del edificio, vivían Manolín Ramos y Milagros. Con ellos residía la hija de Milagros, Mari, que andando el tiempo se casaría con Caíto, hermano de su padrastro. Milagros era una mujer guapa e impetuosa. Gran amante de las limpiezas y de estar pintando cada dos por tres la casa, se caracterizaba además por ser también gran amante de los animales. Inicialmente tuvo un perro llamado Toni, al cual tuvo que mandar sacrificar, al padecer una enfermedad incurable: ¡fue una auténtica tragedia! Luego, tuvo a la perra Blanqui y a un gato blanco y negro que se llamaba “Cariño”.

Con estos últimos vecinos, acaba la pequeña “historia humana” del edificio en el que Carlos y Sergio vivieron en Larache, y con él el de la calle Mulay Ismail. Escriben este relato movidos por los recuerdos y por la emoción, pero también por una profunda tristeza, al ver el estado ruinoso en el que actualmente se encuentra el edificio. Incomprensiblemente las autoridades municipales, no obligan a su dueño a mantenerlo en condiciones, por lo que al no haber sido pintado en su fachada durante años, la humedad que se adhiere a ella hace que ésta tenga un color negruzco, como si el inmueble hubiera sido pasto de las llamas. En esta construcción, que siempre tuvo cierta gracia arquitectónica y fue cuidada con mimo por su antiguo propietario, se ceba el abandono como en tantos otros lugares de nuestro pueblo. En  uno de sus últimos  viajes a Larache, Sergio entró en la “Tele Boutique” que han instalado en su planta baja para recargar su móvil marroquí, y apenas pudo contener las arcadas por el repugnante olor a orines que allí había. Pero es que el dueño del negocio, lo es también de casi todo el edificio, que de manera descarada deja que su grado de deterioro llegue a tal extremo, que sea declarado en ruina. El juego le saldría redondo, pues la sola venta del mismo en ruinas o del solar, y por el lugar en que se halla, le convertiría en millonario. ¡Malogrado! ¡se le caiga al preto el mazzal! ¡que le coxa el güerco y le lleve al buraco!  Que en esta vida no hay nada peor que la avaricia, ¡y la avaricia, rompe el saco! Se le vaya a caer el edificio encima por la mismísima ruina a la que él está contribuyendo con tesón. Entonces auténticamente, se le habría caído el mazzal.

Como ya se ha dicho, para Sergio y Carlos la calle Mulay Ismail es sobre todo “El Balcón del Atlántico” y el edificio en el que vivieron. Quisieran de todo corazón que el inmueble en cuyo vientre se arrebujó su niñez y parte de la adolescencia, tuviera una mejor suerte de la que parece que le está reservada, aunque fuese conservando lo existente y levantando más alturas sobre él. Pero, si estuviera desafortunadamente condenado a desaparecer, confían al menos que los jardines de su “Balcón”, no sólo no sean “borrados del mapa”, sino que sean cuidados y aún mimados con el esmero que se merecen, como lo estuvieron cuando ellos allí vivían, tiempos en los que, como ha quedado dicho de manera categórica, hacía ya muchos años que Marruecos era un Reino independiente. Esta es una cuestión de las autoridades gubernamentales y municipales de Larache, para las que no debiera ser difícil comprender que “El Balcón del Atlántico” bien cuidado en su totalidad, constituye en sí mismo uno de los reclamos turísticos de mayor importancia de la ciudad. Es en su estado actual de dejadez, y ¡cuántas personas que visitan Larache, quedan maravilladas de las vistas que este espectacular mirador natural ofrece!

“El Balcón del Atlántico” y su entorno, fueron lugar de correrías de los niños Carlos y Sergio durante los veranos hasta bien entrada la noche; cuando se oía  a los grillos cantar y a las ranas croar. Cuando Fatima Bouhtoury pasaba y veía a Sergio jugar sin descanso; cuando las estrellas brillaban en el cielo inmenso de Larache y los barcos salían a faenar con las luces reflejándose en las aguas oscuras del océano. Cuando las voces de niños de Sergio y Carlos, ahogaban los murmullos de los enamorados que sentados en los jardines situados alrededor del “redondel”, se refugiaban en la penumbra para quererse sin ser molestados. Cuando aquel olor inolvidable a salitre y a la cantidad ingente de flores y plantas que crecían en sus entonces bien cuidados jardines, impregnaban el ambiente de manera singular.

Si a pesar de todo, la desidia siguiera cebándose en ellos, si continuasen siendo víctima de un abandono desastroso e inmerecido, a Carlos y Sergio, a los que por allí corretearon siendo niños y tal vez alguno de ellos paseó con un primer amor, les quedaría el triste, desgarrador pero innegable consuelo de saber que jamás podrán acabar con aquella especie de plataforma que se abre al océano Atlántico a través del barranco de la “Ain Chaka”, que nunca conseguirán impedir que ni ellos ni cualquier visitante, queden prendados por una panorámica tan maravillosa en la que -aunque sea aproximadamente un kilómetro hacia el sur, pero en la misma línea de costa- en el viejo cementerio cristiano de “La Marina”, quiso ser enterrado el escritor francés Jean Genet. El cielo de Larache, tan gris en los días de temporal, tan intensamente azul en los claros, el plagado de estrellas infinitas, siempre será el custodio del querido y añorado “Balcón”.

Y junto a todo eso, los pequeños recuerdos más íntimos de Carlos y de Sergio, como estas dos escenas que, para acabar, les vienen a la memoria: a Sergio, esa en la que se ve corriendo de niño por su casa hasta la ventana del salón donde ya está asomada su madre porque han oído a su padre Antonio silbando desde la calle, su manera particular de anunciar que regresa del trabajo y los dos le esperan como si volviera de algún lugar lejano; y a Carlos esa otra en la que su padre Guido, ya fallecido, el que hablaba en español, soñaba en alemán y pensaba en árabe, todos los anocheceres, llegaba con el coche y tocando el claxon, llamaba a su mujer y a su hijo pequeño que le esperaban con impaciencia, pues les llevaba a dar un paseo antes de la cena.

Y todo esto junto, no hay persona alguna que pueda arrebatárselo a Sergio y a Carlos. Nada.

Sergio Barce & Carlos Tessainer,

noviembre 2012

 

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LARACHE vista por… DRISS SAHRAOUI – Nostalgias: Plaza de España de Larache

Me pregunto cuál es la virtud de este blog que  creé sin estar muy seguro de que fuera a durar mucho tiempo. Al recibir estas últimas semanas nuevos textos escritos por Sara Fereres, Driss Sahraoui, Mohamed Bouhsina, Mercedes Dembo, Juan Manuel Fernández Gallardo, etc… para ser incorporados a él (lo que iré haciendo estos próximos días), me he dado cuenta de que ésta es su virtud: haberse convertido en un punto de encuentro, mejor dicho, de reencuentro entre paisanos, larachenses de todas las creencias que comparten un espacio común y un sentido universal de la convivencia. Así que no es poca cosa.

Hoy cuelgo un relato de Driss Sahraoui, que vuelve a su época de infancia y adolescencia, y con ello nos regala un detallado paseo por las arterias del centro de Larache, de aquel Larache que no es capaz de olvidar, y que nos redescubre a todos. Lo hace como si fuese un fotógrafo con su cámara que deambulara por los alrededores de la Plaza de España, y hace «click» en cada establecimiento, en cada tienda, en cada café, y vuelve a hacer «click» con cada nombre, con cada apellido, con cada rostro…

  Sergio Barce, junio 2012

DRISS SAHRAOUI

NOSTALGIAS

         LA PLAZA DE ESPAÑA DE LARACHE

Por Driss Sahraoui

 Para salir de la antigua medina haciéndolo necesariamente por el Zoco Chico y por la puerta de la Medina (Bab el Medina) llamada también en otros tiempos (Bab Embarra), que quiere decir la puerta de afuera porque por la noche se cerraba para los habitantes  de la medina, y también  tenia el nombre de (Bab El Jemis) porque al salir, en el lugar de la Plaza de España actual, se encontraba un gran llano desierto donde se celebraba todos los jueves el zoco semanal del Jemis que quiere decir Jueves. En este Zoco se vendía de todo: trigo, verduras, aceitunas,  ganado de toda clase a la puja y, en fin, de todo. Volvamos a la salida: franqueando el portal encontramos, a  nuestra derecha e izquierda, unas arquerías amplias y alegres, y enfrente la Plaza de España, hoy Plaza de la Libertad.

Si empezamos a visitar estas arquerías por la izquierda encontramos una librería que vendía material escolar  y de oficina, libros y revistas de toda clase -aquí he comprado yo mis primeros tebeos entonces-, el propietario era el distribuidor de toda la prensa nacional e internacional. Le ayudaba en esta tarea un marroquí muy activo al que llamaban GUTIERRES, no sé si en alusión a su patrón, y cuya tarea terminaba para él antes de las doce de la mañana. Al lado de esta librería se hallaba  un comercio de un indio muy conocido que vendía perfumes, relojes, artículos de regalo y otras cosas, junto a éste se encontraba otro indio que vendía exactamente lo mismo, además de zapatos de calidad, seguido de la Agencia de transportes interurbanos LA VALENCIANA donde se recibía a los viajeros para la venta de billetes de viaje y el depósito de  los equipajes en la consigna. Enfrente, en la calzada, paraban los autocares una hora antes de emprender la salida, el garaje estaba muy cerca, detrás, en un pasaje cerrado, sin salida, ancho y muy corto teniendo a su derecha la Comandancia de Ingenieros y en el fondo el depósito de fideos y pastas alimenticias provenientes de la fábrica de MONTERO, en Alcazarquivir, y también algunas viviendas. Pero esto ya es en  la Avenida de España. El Director- propietario de esta agencia de transportes se llamaba GARGALLO, era un hombre activo, trabajador y emprendedor, había creado unos minibuses con cabida de diez personas a los que dio el nombre de VALENCIANA LA RAPIDA con el consiguiente suplemento de precios , por la calidad y comodidad de sus viajes; estos autobuses hacían la línea Larache-Ceuta pasando por Tetuán. Al lado de esta agencia había un café, seguido de ACISA, un comercio muy importante especializado en los materiales del campo, como tractores, arados y todo lo relacionado con la agricultura. Al lado se encontraba la entrada de la Junta Municipal, a la que se accedía mediante escalera, y abarcaba toda la  parte del primer piso de este edificio.

Aquí está la salida del Zoco Chico y un gran Bucalito de un Susi que, por estar en este lugar tan neurálgico, vendía de todo: tabacos, periódicos, comestibles, bocadillos y una infinidad de artículos. Enfrente a éste, y en la misma calzada, se encontraba la parada de los autocares LA ESCAÑUELA, cuyo propietario era un hombre muy simpático, con el puro en los labios a todas horas. Sigue el Bar PUERTO RICO, propiedad de la familia ANDRADES, y al lado la famosa churrería de una familia muy apreciada y querida en Larache  y que se había integrado en las costumbres marroquíes, además de hablar  muy bien el árabe. Al lado había un comercio de confecciones y tejidos propiedad de un hebreo muy conocido y, al lado, la Casa BATA, con sus calzados de todas clases y de marca propia, algunos muy económicos. Al lado había un salón de Billar que duró mucho tiempo y por el que han pasado los jóvenes de esa época y también los menos jóvenes, luego se ha convertido en una representación de los coches MINI AUSTIN de marca inglesa, el concesionario era un tal Benyelun, un rico de Alcazarquivir cuyo hijo fue Bajà de Larache en los primeros años de la independencia. Finalmente este local se convirtió en en el actual  Café LA ESTRELLA. Aquí llegamos al final de las arquerías. Y al  seguir,  encontramos una carretera muy corta que tiene a su izquierda la parte trasera del Casino Militar y el Consulado de España y  a la derecha la consulta del Dr. FARIÑAS y el Dispensario Municipal y, al fondo, el Balcón del Atlántico. Cruzamos esta carretera y encontramos el lateral del Casino y otra carretera similar a la anterior teniendo a su derecha la entrada principal del Casino Militar; este Casino que pasó su época de gloria y donde se han celebrado grandes fiestas, casamientos y veladas de baile…  Ahí estaba siempre nuestro amigo CURRO, un simpático hebreo, que era amigo de todo el mundo,  que empezó de botones y acabó como el imprescindible administrador del Casino, fue amigo mío, igual que todos sus hermanos.

CURRO – foto retrado por Gabriela Grech

Uno de ellos, formó parte de la directiva del club de Fútbol de Larache en su mejor época. Lo encontré una vez en Ceuta, después de muchos años sin vernos, nos saludamos con un abrazo muy fuerte y empezamos a hablar, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y entre otros papeles saco una foto del club de fútbol de Larache, que llegó a jugar la final de la Copa del Rey, entonces Hassan II, y sin contener la emoción me dijo: <Cada vez que saco esta foto y la veo me hace recordar Larache y su gente.  ¡Lo que hemos pasado en Larache parece un sueño!> 

A la izquierda de esta calle se encontraba el Hotel Cervantes, uno de los primeros hoteles de Larache. Sin ser de la categoría del Hotel España, era muy importante en esos tiempos.  Aquí tenemos que cruzar otra carretera que es la calle de Primo de Rivera, una calle larga que pasa por El Patronato Escolar, el cementerio musulmán Sidi Alal Ben Ahmed, el Matadero, etc.. Enlazamos con la otra acera frente al mencionado Hotel Cervantes y encontramos el célebre Café LIXUS, éste era amplio y lujosamente decorado, con lámparas en el techo y  grandes espejos en la pared. Algunos domingos y días festivos estaba animado por una orquesta de música y los demás días con un pianista. Seguía al lado los Almacenes de los HERMANOS MARTÍNEZ,  un comercio muy importante, especializado en confecciones, tejidos, muebles y una infinidad de artículos de su ramo.

El Arca de Noé – izquierda tras el mostrador su dueña Dª Magdalena

Aquí encontramos otra carretera que conduce a la Plaza de Abastos. Junto a la tienda de comestibles EL ARCA DE NOE, que se  hallaba a  la izquierda y frente a  los Hermanos Martínez, estaba la parada de Taxis. Subimos de nuevo la acera y aparece el COMERCIO ESPAÑOL, similar al de los Hermanos Martínez pero menos extenso, con una gran acera enfrente donde se ponía nuestro amigo YEBILO con su carrito de helados, globitos y golosinas para los niños, era muy querido y hablaba incesantemente, pero muy simpático. Aquí tenemos que cruzar otra carretera que es la calle Duquesa de Guisa, teniendo a su derecha el Bar Selva, Mi Sastre, La Mallorquina, etc… Y encontramos el Casino de España, un lugar de recreo y ocio. El que suscribe fue socio de este Casino  durante tiempo, éste contaba con una buena biblioteca, salón de billar, otro de Ajedrez, Dominó, etc…

Aquí tenemos que cruzar de nuevo otra carretera que es la calle Chinguiti y encontramos el emblemático CAFÉ CENTRAL, teniendo enfrente una acera amplísima que le servía de terraza dando a la misma Plaza de España. Esta terraza, a pesar de su amplitud, en las noches de verano se quedaba chica. La gente se quedaba aquí hasta altas horas de la noche, tomando ese agradable fresco proveniente del Balcón del Atlántico. Este Café tenía mucha aceptación por su magnifico emplazamiento, pero la atención, el servicio y la tranquilidad hacían el resto. Como hemos visto, el diseño de la Plaza de España hacía que todas las principales calles y carreteras desembocaran en la misma y son exactamente ocho, la Puerta de la Medina incluida.

CAFÉ CENTRAL en su terraza Pepe Osuna, Mohamed Sibari y Carlos Amselem

La  Plaza de España se encontraba en el centro, rodeada de carretera por todas partes, quedando cual una isla, es de forma, digamos, elíptica y de aspecto alegre y atractivo. En el centro de la misma había a su vez una plazoleta circunferencial, a la que se accedía, mediante la subida de dos escalones encontrándose  en su centro un precioso acuario surtido con peces de color para gozo de los niños y mayores, este acuario estaba rodeado de unos asientos alicatados con unas bonitas lozas sevillanas, algunas con figuras de personajes de la letra y la cultura: Jacinto Benavente, Lope de Vega o el autor del Quijote de la Mancha. En estos asientos se sentaban niños y mayores para descansar y recrearse, sobre todo las mujeres con sus niños, para disfrutar de la tranquilidad y el ambiente reinante en este lugar. Esta plazoleta que quedaba en el centro, estaba rodeada de jardines con grandes palmeras, plantas exóticas y flores de toda clase. Contaba igualmente en todo su alrededor y en el centro con asientos también alicatados con lujosas lozas. En esta plaza se daban grandes paseos alrededor de la misma (entre nosotros nos decíamos: <vamos a la noria a sacar agua>, por la cantidad de vueltas que dábamos ahí). Los domingos después de la misa y los días festivos, se ponía  aquí una banda de música, en realidad era una verdadera orquesta dotada de toda clase de instrumentos para interpretar piezas musicales, algunas eran verdaderas sinfonías, y todo para deleite de los presentes y paseantes, dentro de una tranquilidad y seguridad impecables.

Un prestigioso abogado de nombre SARMIENTO venía todos los días a este lugar después del trabajo y antes del aperitivo, acompañado de unos amigos y portando un paquete de semillas, que arrojaba a las numerosas palomas  que venían de todas partes, en un momento dado parecía que se estaba en el Parque María Luisa de Sevilla en miniatura. Lo curioso de estas palomas es que conocían a este hombre  y sabían la hora de su llegada, si alguna vez tardaba en venir, venían ellas  aquí  a esperar a este hombre que no  faltaba nunca…

 Esta Plaza ha sido el escenario de muchas fiestas y desfiles y era el paso obligado de los desfiles militares, desfile de las carrozas de la semana de Larache, la traca final de la misma y otros eventos. Esta Plaza ha pasado su época de gloria en la que Larache vivía su máximo esplendor donde las costumbres, las religiones y  tradiciones se entremezclaban y se compartían. A esta época, yo la llamaría <la edad de oro de Larache>. No sé dónde han ido a parar esas virtudes, esa sana convivencia y esos valores cívicos  y humanos. Lo fácil que era para nosotros asimilar todo esto y lo difícil que lo es para esta generación, aunque no quiero generalizar porque por mucha destrucción que halla siempre habrá  supervivientes, y a estos nos encomendamos.                              

                                                      Por Driss Sahraoui      

 

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