Hace unos días, recibí un correo eletrónico del escritor melillense Antonio Abad autor de novelas tan emblemáticas como Qedbani, La mudanza o El renegado. Antonio acababa de leer mi novela Todo acaba en Marcela. Y, aunque desvela parte de la trama, sin embargo sus palabras me parecen tan exquisitas y tan bien trenzadas que no me resisto a transcribirlas:
«Querido Sergio, en ti Todo acaba en Marruecos. Marcela lo sabía, lo supo en el momento justo en el que Teo el Bizco levantó su martillo para matarla. Lo había mirado a sus ojos, mejor dicho a ese ojo estrábico que se había clavado en los suyos, y además de adivinar la tormenta criminal que se abalanzaba sobre ella, vio otra tormenta en el poblado de Khemis Sahel, muy cerca de Larache, con las torrenteras enfangando caminos y pertrechos junto a la casa de los Sbiti donde la infeliz Qodsya templaba su venganza. Era la suya y al mismo tiempo también la de Marcela. Y es que todo se podía presentir en ese ojo asesino. Es cierto que la sangre la cegaba, pero otra sangre quizás más abundante, la de los corderos sacrificados en la fiesta de Aid el Kebir, y sobre todo la del hijo de puta y muy cabronazo que le estaba quitando la vida, igualmente corría apestada y fangosa bajo las gumías de Dris y Abdelmahid, los hermanos de Qodsya, para desagraviarla a ella y de paso a ti, Marcela, antes, mucho antes de que el inspector Ivan Sotogrande le pegara un tiro de gracia al muy miserable Teodoro Aguilar Castro.
Yo que no soy lector del género negro (he leído bien poco, algunas por obligación de mi amigo Juan Madrid) tu libro, sin embargo, tengo que decirte que me ha hecho perder mis reticencias a este tipo de literatura. Un gran acierto ese guiño a Marruecos para ultimar el desenlace.
Mis felicitaciones y un gran abrazo.
Antonio Abad»












