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LARACHENSEMENTE

Plaza españa

Dado el estado de encierro obligatorio por el que pasamos, os invito a salir y caminar larachensemente. Para ello, aquí tenéis uno de los relatos que forman parte de mi libro Paseando por el zoco chico, larachensemente (Ediciones del Genal – Málaga, 2ª edición 2015). Espero que su lectura os haga disfrutar y os arranque una sonrisa.

https://www.libreriaproteo.com/libro/ver/1615869-paseando-por-el-zoco-chico.html

Es el mes de julio. Hace calor. Ahmed baja por la avenida Hassan II, saluda a un par de conocidos que levantan la mano a modo de respuesta en la puerta del Valencia y continúa caminando. Los pasos de Ahmed son lentos, no tiene prisa, y cuando hace este calor prefiere tomarse las cosas con tranquilidad. El atardecer se vislumbra sobre las palmeras de la plaza de España.

Se sienta en la esquina de la terraza del Café Central, en una de las sillas situadas ya al final de la avenida, casi en la esquina. Pepe Osuna lo saluda con un movimiento de cabeza, desde otra mesa. La rotonda de la plaza empieza a desperezarse de la tórrida tarde y ya se ven algunos grupos de amigos pasear de un lado a otro. Algunos dan vueltas a la plaza con lentitud, larachensemente, deteniéndose una y otra vez mientras discuten de algún asunto sin importancia. A esos paseos por la rotonda los larachenses lo llaman grabar un disco.

Pasan diez minutos antes de que Hamid salga del local, con su eterna sonrisa, y le pregunta a Ahmed qué va a tomar. Qué va a ser, responde encogiéndose de hombros. Hamid suelta una risotada y regresa sobre sus pasos. Ahmed lleva treinta años sentándose en el mismo lugar, y siempre pide café solo. Pero a Hamid le gusta preguntarle para que siempre le responda enfurruñado qué va a ser.

Apoya el codo en la mesa y posa la frente en la palma de la mano, como si reflexionara profundamente. En realidad da una leve cabezada, y cuando abre los ojos se encuentra su vaso de café humeante junto a un vaso de agua Sidi Harazem que Hamid, sin perturbarlo, ha dejado en la mesa hace unos minutos. Le gusta el olor del café. Lo aspira. Da un sorbo ruidoso. Mira de reojo a la izquierda, y descubre a Dris Capone discutiendo con Mustapha, el secretario del Consejo Municipal. Luego, los ve besarse en la mejilla y separarse.

Bebe otro poco. En la mesa de al lado se ha sentado Sibari con un español al que no conoce. Se estrechan las manos.

Assalam âlaykum.

-Hoy estás más viejo que ayer, jay.

-Y tú más guapo.

Es así como se saludan desde que tienen memoria. Y no añaden una coma.

Ahmed oye hablar a Sibari con el joven, se entera de que es un poeta que viene a presentar en la Casa de la Cultura un libro que ha escrito sobre jarchas y endechas. Hay unas jornadas culturales organizadas por varias asociaciones locales. Le oye expresarse con palabras atropelladas, y a Sibari tomarle el pelo.

Llegan Abid y Serroukj, que se sientan con los dos escritores. Le dan las buenas tardes a Ahmed que da otro sorbo a su café mientras estudia al grupo de soslayo. El recién llegado les pregunta si suele ir mucha gente a las lecturas de poesía, le dicen que sí, bueno no mucha gente pero la suficiente, en realidad, añade Serroukj, a estos eventos suele ir siempre la misma gente. Pero le dicen que tranquilo, que va a estar bien. Ahmed mira de nuevo por el rabillo del ojo. El escritor está inquieto, echa un vistazo a su reloj una y otra vez.

Abdeslam Kelai se ha acercado por la plaza y lo sorprende dándole unos golpecitos en el hombro. Ahmed arquea las cejas, le da la mano a Abdeslam, retira una silla para que pueda sentarse a su vera. Le pregunta si ha visto a Mounir.

-No sé quién es Mounir –replica Ahmed con desgana.

-Sí, hombre, vive en la calle Real. Su padre tiene un puesto en el Zoco y…

-No me hagas pensar, Kelai… Llevo todo el día con dolor de cabeza.

-Lo conoces –zanja Abdeslam antes de pedir un té a Hamid.

Con un gesto le pregunta quién es el que anda con los tres poetas. Ahmed se encoge de hombros, da otro sorbo a su café, que ya empieza a estar templado, y dice:

-Otro poeta. Y me parece que viene con prisas.

Kelai pone atención y oye fragmentos de la conversación de al lado. Abid le explica al forastero que está a punto de publicar un poemario, pero el otro le replica preguntando si no deberían ir ya camino de la Casa de la Cultura, porque solo quedan quince minutos para la hora en la que ha de presentar su libro.

-Tranquilo –le dicen los tres-. No hay prisas.

Llega Morad Jad y se sienta con ellos. El escritor le hace la misma pregunta al recién llegado.

Bilati, jay –dice Morad arqueando las cejas como si se su impaciencia le molestara.

-Pero quizá haya gente esperando…

-Estamos en Larache… -le dice Serroukj sonriéndole.

-Al que madruga, Dios no lo ayuda –ironiza Sibari.

Morad alza la mano y se la estrecha a Sibari sellando la frase anterior. Mientras, Ahmed hace un gesto con la cabeza y Hamid aparece raudo, le retira el vaso de café y, al cabo de dos o tres minutos, reaparece con otro vaso humeante.

-¡El segundo!

-¿Por qué levantas la voz, jay? –se queja Ahmed-. ¿Quieres que todo el mundo sepa cuántos cafés me tomo?

-Sidi, siempre te tomas dos. Y todos lo saben –le replica Hamid riendo su propia broma.

Ahmed menea la cabeza de un lado a otro en un gesto de infinita paciencia. Pero de pronto se queda muy quieto, con el vaso de café entre los dedos, en el aire, a medio camino. Acaba de descubrir a Filali avanzar a su encuentro, a la altura del Café Lixus, dirigiéndose a la terraza del Central, sin ninguna duda, y viene directamente hacia el lugar donde él se encuentra plácidamente tomando sus dos cafés del atardecer. El rostro de Filali está algo alterado, y eso es señal de contratiempo, de disgusto, de discusión. Ahora parece que la cabeza le va a estallar de verdad.

Aunque sabe que ya es tarde para escabullirse, hace un amago, pero está atrapado entre la mesa que tiene delante y Kelai a un lado y Sibari y sus acompañantes al otro. Así que aguarda ahí sentado, estoico, y se hace el despistado dando un largo trago a su segundo café, pero ya no lo disfruta de la misma manera, y hasta le sabe amargo. 

Filali se planta al fin frente a su mesa, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón; los brazos dejan abierta la chaqueta y al descubierto su prominente barriga. Levanta el mentón al dirigirse a Ahmed.

-Tengo un problema con tu hijo… -dice como preámbulo.

-Entonces ve a hablar con él –responde Ahmed.

-No, no… Estoy harto de él, y por eso te he buscado.

-Deja a Ahmed tranquilo –tercia Sibari.

-No te metas en lo que no te importa –dice Filali con mal humor.

-Vale –responde el otro volviendo a sus cuitas con los otros poetas. Pero en realidad todos ponen su atención en lo que viene.

-A ver, ¿qué ha hecho mi hijo?

-Lo hace todo mal, sidi. Todo. Tú has sido el mejor carpintero de Larache, te lo digo con la mano en el corazón, pero desde que tu hijo se ha hecho cargo del negocio…

-¿Cuál es el problema? –la voz templada de Ahmed se desliza como un susurro, sin alterarse, ni sube de tono ni se destempla.

-Mira, jay. Le encargué un armazón de madera para un sillón. Es para mi anciana madre. Quiero que esté cómoda cuando se ponga frente al televisor o esté cosiendo. Esta mañana lo ha llevado a mi casa, lo ha dejado en medio del salón, y Larbi el tapicero ha traído hace un rato el sillón con la nueva funda que le ha puesto… Ha quedado muy bonito, de verdad. Pero cuando mi madre se ha sentado, ¿sabes qué ha pasado? –los parroquianos, incluso Pepe Osuna, estiran los cuellos para no perder onda, para escucharlo todo-. Que el sillón se ha caído hacia atrás y mi madre, la pobre mujer, se ha dado un susto de muerte… Se ha quedado boca arriba…

-Vaya –Ahmed hace un gesto con las cejas, y luego tuerce la boca-. Un error de cálculo…

-¿Cómo? –Filali frunce el ceño y clava sus ojos en el rostro huesudo y pacífico de Ahmed.

-Un error de cálculo… Seguramente mi hijo no ha situado bien el punto de equilibrio. Si no hay simetría no hay equilibrio. Y si las patas de atrás son más bajas… Habrá medido mal los listones. No tiene arreglo.

-¿Cómo que no tiene arreglo? ¡Claro que tiene arreglo! –la voz de Filali comienza a subir mientras las venas se le hinchan, y el escritor español que está sentado con Sibari y los otros, al ver el cariz de los acontecimientos, pregunta si no sería mejor irse ya a la Casa de la Cultura porque se está haciendo realmente tarde.

-Tranquilo, es temprano. Bilaaati… -le dice Abid.

-Ya son y cuarto… -protesta débilmente-. La presentación debería haber comenzado hace quince minutos, Mohamed Laabi debe estar desesperado, él es el moderador y no querría…

-No hay prisa –trata de tranquilizarlo de nuevo Serroukj, y le hace un gesto para que se calme y centre su atención en lo que dice Filali-. Laabi sabe cuándo llegaremos…

-¿Sabes cómo se arregla esto? –pregunta acercándose un poco más a la mesa de Ahmed-. Haciendo el trabajo como hay que hacerlo. ¡Bien!

-¿Ya le has pagado a mi hijo?

-¡Claro que le he pagado a tu hijo! Me pidió el dinero por adelantado…

-Eso te pasa por ser rico –le lanza Sibari con socarronería, y Filali se muerde los labios.

-Todo tiene solución, jay –dice entonces Ahmed con gesto fatigado-. Todo tiene solución menos la muerte… A ver.  Me dices que al sentarse tu madre en el sillón, éste se ha ido hacia atrás… ¿Sabes lo que hay que hacer? –Filali frunce el cejo esperando la sentencia de Ahmed-. Apoyar el sillón contra la pared, jay. Lo empujas, lo pegas a la pared del salón y safi baraka.

-¿Safi baraka?

Safi baraka, pero de verdad –vuelve a pinchar Mohamed Sibari que se parte de la risa.

-¿Crees que eso lo arregla todo? –el color del rostro de Filali se ha tornado granate, a punto de ebullición.

-Claro que lo arregla. Ya verás como tu madre no vuelve a caerse…

Desconcertado, Filali se queda mirando a Ahmed sin saber muy bien qué hacer. Mientras, el anciano da otro sorbo al café y mira distraídamente hacia la plaza, como si buscara con la vista a alguien. En realidad solo quiere que le dejen en paz para acabar su segundo cafelito.

-Esto no va a quedarse así –farfulla Filali exasperado, pero opta por marcharse y ni siquiera se despide-. Esto no va quedarse así…

-¡Dile a tu hijo que arregle ese sillón, Ahmed! -dice alguien-. Como vuelva a caerse esa mujer…

-Mañana será otro día –dice Ahmed en un murmullo. Y hace un gesto con la mano, como si espantara una mosca.

Pasan dos o tres hombres camino del Club de Funcionarios de Larache, lo saludan.

Ualikum as´alám.

-Kif entsá. Al ajer, el hamdulilá.

Kulshi misián?

-Hamduliláh.

-¿Te vienes a jugar al dominó? –le pregunta uno de ellos a Ahmed.

-Hoy no puedo. Tengo que solucionar un problema de mi hijo.

-¿Vas para el taller?

-No. Mañana. Pero tengo que pensar tranquilamente. Encontrar el punto de equilibrio…

Waha, sidi.

Los funcionarios jubilados continúan su camino, y los poetas se incorporan para marcharse ya a la Casa de la Cultura cuando El Guennouni llega con Rachid, vienen de la Librería Al Ahram.

-No os levantéis, el músico ha avisado de que se retrasa…

-¿No viene el músico? –pregunta el poeta español.

-Sí, pero el hombre tendrá que hacer algo antes… Y sin música, ¿cómo vas a leer tus poemas? Queda mejor con su acompañamiento de la guitarra…

-Pero ya es muy tarde…

-En Larache todo se hace larachensemente –le explica Rachid con una sonrisa torcida en sus labios, socarrona-. Si te dicen que algo empieza a las siete, hasta las ocho no aparece nadie… Shuia, shuia

Ahmed ve que el escritor español da un suspiro y que vuelve a mirar su reloj. Está absolutamente desencajado.

-¡Sidi Mohamed! –interpela a Sibari-. Dile a ese joven que no tenga tanta prisa, me está poniendo nervioso…

-¡Joven! –le dice entonces Sibari al poeta-. Que dice este venerable anciano que haga el favor de no estresarlo.

Pero antes de que pueda replicar algo, todos se quedan por un momento petrificados.

-Ahí viene… -murmura alguien.

Una mujer se acerca caminando desde la avenida Mohamed V en dirección a la de Hassan II, rodeando la manzana. Tiene que pasar por delante de ellos. Todas las tardes pasa por delante de ellos. Es una mujer altiva, orgullosa, que viste una chilaba negra ceñida. Lleva el cabello negro recogido en un moño, los ojos, inmensos, enmarcados con el khol, los labios afrutados. Sabe que llama la atención, y camina a un ritmo que no es ni muy rápido ni muy lento.

-Una diosa… -se oye en la mesa que ocupan Ragala, Aziz y Majid.

-Una estrella ha caído del cielo –dice otra voz desde el lugar donde están sentados Abderrahman Lanjri, Chrif Tribak, Rachid, Kasmi y Yebari. El Hach suelta una carcajada.

La mujer esboza una insinuación de sonrisa, como si se contuviera. Tiene unos ojos tan espectaculares que, al mirar un segundo a las mesas del café, sus pupilas parecen posarse en todos los que la observan pasar. Es como si dominara el aire, como si la brisa se detuviera, como si el reloj se parara. Nadie dice nada.

Ahmed se yergue en su silla, la observa, contiene la respiración. Se lleva una mano al pecho.

-A este hombre se le ha parado el corazón –dice alguien, y la mujer mira de reojo a Ahmed, lo ve con la mano pegada al pecho, y se tapa la boca para ocultar su risa.

-¿Quién dijo que las flores no andan?

-Si esos ojos se posaran un segundo en mí…

Los comentarios se suceden hasta que la mujer, que no ha alterado el ritmo de sus pasos, se aleja y deja la terraza sumida de pronto en el silencio. El poeta pregunta quién es.

-Un sueño que cada tarde pasa por aquí –le explica Sibari.

Ahmed saca unas monedes, hace un gesto y Hamid se acerca a él. Le cobra los cafés, y lo ve beberse el vaso de agua.

-Me tengo que marchar –dice.

Hamid le sonríe. También saben que hasta que no pasa esa mujer misteriosa, Ahmed no se mueve de su poltrona. Así que la rutina se cumple un día más.

-¡Hamid! Cobra por aquí que nos tenemos que marchar…

Los escritores y sus acompañantes se ponen en camino. Van con una hora de retraso al acto de la Casa de la Cultura, pero avanzan muy despacio porque saben que no llegan tarde. Shuia, shuia. Ahmed los sigue a corta distancia, oyéndoles hablar. Lleva las manos cogidas a la espalda, pensando en el error de su hijo al hacer el armazón de madera, pero es un pensamiento vago y lejano, en realidad es algo que puede esperar.

Se cruza con Curro, que se dirige a la Casa de España. Se estrechan la mano, se preguntan por la familia. Curro camina tan despacio como Ahmed, y también lleva las manos cogidas a la espalda. Es una forma de caminar muy peculiar, es la manera de hacerlo de todo el que no va contrarreloj. El aire es cálido, huele a azahar y a mar, un buen atardecer para terminar el día sin prisas. Larachensemente.

Sergio Barce 

 

PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

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MINA

Lástima no contar más que con esta fotografía o al menos haber podido conservar alguna otra con mejor calidad. Pero es lo único que, de aquellos años, guardo de recuerdo de Mina, la mujer que me cuidó de pequeño en Larache, la que preparaba aquellos platos inolvidables de cuscús, harira y tayine, la que me llevaba al farrán para sentarnos allí hasta que el panadero nos entregaba las tortas recién hechas y los dulces que Mina había preparado previamente en casa y que allí se horneaban sin prisas. En el farrán permanecíamos con las manos enlazadas observando absortos las llamas, y, cuando yo desviaba los ojos para mirarla, el resplandor del fuego se reflejaba en la negra piel de Mina, como si se tratara de una mujer hecha de ébano.

Algo de esto lo narro en Mina la negra, uno de los relatos que forman parte de mi libro Paseando por el zoco chico, larachensemente (Ediciones del Genal – Málaga, 2015 – ISBN-978-84-16021-67-3).

MIGUEL A, SERGIO, MINA Y MARISOL Y MONI

Miguel Alvarez, Sergio Barce, y MINA entre Marisol y Mónica Barce, en el cumpleaños de Mónica

Tardé 32 años en reencontrarme con Mina. Jamás olvidaré ese momento. Tan emocionante, tan triste, tan alegre. Fue una borrachera de sensaciones. Nos mirábamos y Mina no dejaba de sonreírme. Pese a la ausencia, a la distancia, a la frontera del tiempo, y sin ni siquiera ser conscientes de ello, nuestro cariño seguía intacto. Bajo la mtarba que se aprecia en esta segunda foto, detrás nuestra, Mina guardaba el pequeño  molinillo de metal con el que me preparaba sus pastas. Treinta y dos años aguardando a que regresara para prepararlos de nuevo. 

Mina sigue en mi corazón.

Sergio Barce, marzo 2020

mina y yo

MINA Y SERGIO, 32 años después

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LA NOVELA «MALABATA», DE SERGIO BARCE, SEGÚN EL POETA JOSÉ SARRIA

JOSE SARRIA

JOSE SARRIA

En el pasado SIEL (salón Internacional de la Edición y del Libro XVI Edición) de Casablanca, se presentó mi novela Malabata (Ediciones del Genal – Málaga, 2019), presentación que corrió a cargo del poeta José Sarria, que, como siempre, se lució en su intervención e hizo que mi novela brillara de manera especial. No tengo palabras para agradecerle primero el que se desplazase hasta Casablanca para participar en este acto y segundo, y especialmente, el tiempo que ha invertido en preparar su detallado comentario del libro. Por eso lo reproduzco en mi blog, porque merece la pena leerse y porque es la única manera que tengo de volver a disfrutarlo y de darle las gracias.

Sergio Barce, febrero 2020

En ese amplio emplazamiento singular, casi mágico, diría yo, que se extiende desde Toledo hasta Marrakech, desde el cabo de Gata hasta el cabo Espartel o desde la desembocadura del Guadalquivir, hasta las estribaciones del río Draa, existe un continuo encuentro de culturas, de religiones, de creencias, de lenguas, alcanzándose una hibridación, un mestizaje, que ofrece al escritor un marco novelesco de incomparable valor y que muchos autores han sabido llevar a sus obras.

De manera excepcional, Tánger conserva el hálito de las lenguas: francés, español, dariya, haquetía, que supo poner banda sonora a la vida cotidiana de la antigua ciudad internacional. En sus cafetines y teterías deambulaban Moisés Garzón Serfaty, Ahmed Daoudi, Ahmed Mohamed Mgara o Mohamed Lachiri, con sus primeros escritos en español bajo el brazo. La decadencia del Teatro Cervantes aún recuerda el día que recaló entre sus bambalinas la compañía de Juanito Valderrama y su plaza de toros fue testigo de algunas de las faenas que encumbraron a El Cordobés a lo más alto del reinado taurino, mucho antes de que fuera reconvertida, la plaza, en campo de hacinamiento para quienes, llegados de los lugares subsaharianos intentaron, un día alcanzar el Dorado del norte.

El bar de la Casa de España, de Larache, acogió la esperanza de una nueva literatura escrita en castellano, donde Mohamed Sibari competía con versos y sardinas y animaba a Dris Diuri, Mohamed Mamoun Taha o Mohamed Akalay, que contemplaban cómo el esplendor de otra época sólo perduraba en su corazón y en sus textos, mientras la ciudad languidecía, con la decadencia del otrora edénico Jardín de las Hespérides. A la vez, el Balcón del Atlántico contemplaba al cementerio español, vertedero de nuestra propia memoria colectiva. Allí descansan, en su hospitalaria tierra, los restos de Juan Goytisolo.

Ese magma inconmensurable de lugares, personajes, historias o sentimientos, ha sido el material creativo que han sabido emplear, magistralmente, autores como Tahar Ben Jelloum, el escritor marroquí de mayor trascendencia entre los lectores europeos, especialmente en Francia, donde recibió el Premio Goncourt en 1987, por su novela La noche sagrada. Ben Jelloum visita con asiduidad, para ensanchar sus horizontes creativos, la legendaria Librairie des Colonnes de su Tánger juvenil, en un intento de reencontrarse con el desaparecido Mohamed Chukri, símbolo de resiliencia a partir de su emblemática novela El pan a secas y singular anfitrión de la Tánger internacional que supo recibir a la pléyade de artistas y escritores de la generación beat como Paul Bowles y su esposa Jane, Tenessee Williams o Burroughs, que erigieron a Tánger como OASIS DE LO IMPOSIBLE.

Todos ellos, unos y otros, desde Ángel Vázquez, allá por los años  60/70 con su novela La vida perra de Juanita Narboni, hasta los más recientes: León Cohen Mesonero (Larache), Antonio Lozano (Tánger, 1956, con su novela “Harraga”), Rafael de Cózar (Tetuán), Ramón Buenaventura Sánchez (Tánger, 1940), Carlos Tessainer o Sergio Barce (Larache), han pretendido, han intentado, describir un TIEMPO EN TRÁNSITO, anudar una época, unas personas, sus esperanzas, sus anhelos, sus frustraciones, en un marco tan inestable, tan movedizo, como es el de las fronteras y los espacios compartidos.

Todos ellos, autores transterrados, son escritores mestizados, de familia española o sefardí, que han vivido durante varias generaciones en Marruecos, al amparo de una identidad híbrida que se sustancia entre las dos orillas. Esto les lleva a eclosionar en un territorio narrativo sincrético, de lo hispanoandalusí, de lo marroquí y de lo sefardí, generando espacios compartidos, lugares donde los procesos creativos se establecen con una ausencia absoluta de riesgo de aculturación[1].

Y es ahí, donde aparece y se incardina nuestro autor, nuestro novelista, Sergio Barce, quien nace en Larache, en el año 1961, pasando en esta ciudad toda su adolescencia, hasta la edad de quince años, cuando su familia abandona Marruecos, tras tres generaciones de estancia en el país magrebí.

Hasta el momento ha escrito En el Jardín de las Hespérides (2000), Últimas noticias de Larache (2004) Sombras en sepia (Premio Tres Culturas de Novela, 2006), Una sirena se ahogó en Larache (Finalista del Premio Andalucía de la Crítica, 2011), El Libro de las palabras robadas (2013-2016), Paseando por el zoco chico (2014), La emperatriz de Tánger (Finalista del Premio Vargas Llosa, 2015), El laberinto de Max (2017) y Malabata (2019), convirtiéndose en el gran representante de la NARRATIVA MEMORÍSTICA: relatos del recuerdo de una época que se resiste a desaparecer y que se transforman en espacios vivos, en paraísos rescatados a través de su obra.

SOMBRAS EN SEPIA

Mi primera incursión en el mundo barciano, lo fue con su novela Una sirena se ahogó en Larache, texto marcado, de forma indubitada, por la experiencia vital de su infancia, que transcurrió en las calles de Larache.

Barce no se siente un extraño en la que fue su tierra; al contrario, hace de ella una utopía sobre la que fundamentar la construcción de su obra, utilizando el magma de la memoria, de las experiencias pasadas, de los recuerdos, para construir un relato visto desde el asombro, desde la imaginación encendida de los niños, con los ojos infantiles de Tami, su protagonista.

UNA SIRENA SE AHOGÓ EN LARACHE

Toda la novela, al igual que las que vendrán después (excepto El laberinto de Max), se enmarcan en el dédalo de calles, plazas y monumentos que conforman la ciudad de Larache, en los espacios decadentes o idílicos de la Tánger internacional, en los trayectos que separan las dos orillas, elaborando relatos y narraciones que fluyen en la frontera de las aventuras imposibles, de las vivencias infranqueables, crónicas de la vida en las calles y ciudades de un Marruecos idílico, contadas con la inocente mirada de los ojos de un hombre-adolescente que pretende hacer posible otra realidad, frente a la severidad de un presente decadente que, por doloroso, se hace inaceptable.

La suya, como otras familias españolas que vivían en la zona del Protectorado español de Marruecos, se ve obligada a abandonar la que durante décadas había sido su casa, su tierra. Esta “expulsión” del Jardín de las Hespérides, de su particular Arcadia, va a significar para el escritor la imperiosa necesidad de volver a crear su mundo, de volver a restablecer el orden perdido.

El libro de las palabras robadas -

Sus novelas, sea cual fuere el destino final de las mismas, acaban atrapadas en un continuo regreso a Marruecos, ya sea a su ciudad natal, como a Tánger o Tetuán, herederas del Protectorado, que confieren una tonalidad especial a la narración. Es en estos lugares donde el lector va a encontrar a Moses Shemtov, el psicólogo hebrero del escritor Elio Vázquez o a Arturo Kozer, así como a los protagonistas de El libro de las palabras robadas, que deambulan en el triángulo circunscrito por las ciudades Tánger, Málaga y Tetuán y que acompañarán a Damián y Ágata, los padres de Elio o al enigmático personaje de Dalila Beniflah y al editor Joan Gilabert, a través de las páginas de esta magnífica novela romántica de intriga.

En ese continuum espacial en el que se incardinan las narraciones de Sergio, conviven en su libro de relatos Paseando por el zoco chico, con disímil suerte,  Mina la negra, esa que “tenía una piel tersa, oscura, heredada de sus antepasados que vinieron de más allá de Chinguetti y aún más allá de Tombuctú”, sus padres paseando con el carabina de Mohamed Sibari, Luisito Velasco, Javier Lobo, Lotfi Barrada, César Fernández o Pablo Serrano: el escuadrón de la muerte que recorría libremente las calles de Larache al llegar el mes sagrado del Ramadán o el carrillo del señor Brital, apostado a la puerta del Cine Ideal, codiciado tesoro del que afloraban las garrapiñadas en cartuchos de papel estraza.

PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

En sus historias, Sergio, el “moro” (así lo bautizó “El Pichi”, hermano marista de su primer colegio malagueño), será el proscrito que un día cruzó el Estrecho con su familia en aquel Renault 10 amarillo, cargado del miedo a la frontera, tras el abandono de la “ciudad de oro”, Al-Arà´is, donde experimentó “la aventura de cruzar en barca la desembocadura del río –Lucus-, percibir el olor a pescado y a especias que bajaba de las escalinatas del Mercado Central”, saborear “el té con flor de azahar que tomaba bajo la sombra del Castillo de las Cigüeñas”, deleitarse con los dulces de chuparquía o escuchar, cadente, la dulce melodía de Mamy Blue que sonaba diferente en los labios de Fatimita.

Un poco más al norte, la ciudad de Tánger, a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, será el lugar en el que Augusto Cobos Koller, escritor atormentado, desahoga sus frustraciones con la droga, el alcohol y las mujeres. Una especie de personaje extraído de las noches de desenfreno existencialista del grupo de escritores de la generación beat que aterrizó en la perla del norte de África: Esther Lipman, Yamila, Irena, Miriam Benasuly, Emilio Sanz, las Gerofi, el capitán Iriarte, Paul y Jane Bowles o Ángel Vázquez, que se convertirán en testigos y testimonio vivo de los intentos de Augusto Cobos por encontrar desesperadamente a la mujer que lo redima, a su emperatriz: La emperatriz de Tánger.

La emperatriz de Tánger

Y, ahora, para completar la triada, la trilogía, además de El libro de las palabras robadas y La emperatriz de Tánger, Sergio nos hace entrega del tercer eslabón que se completa con la novela Malabata. Tres libros, no encadenados entre sí, pero sí enlazados en y desde una ciudad: Tánger, un escenario que respira y existe como si fuese un personaje más, quizás el principal, en esta maravillosa obra. La Tánger internacional, el ambiente de intriga y desenfreno bajo su estatus de ciudad abierta, a la vez que carnal, donde el olor a té se mixtura con el del kif en sus teterías o cafetines, lugares en los que perdedores sin escrúpulos buscan su salvación a toda costa en partidas ilegales, intentando redimir sus pecados o, sencillamente, su locura, será el marco incomparable para ambientar una esmerada, y excepcionalmente elaborada,  trama de intrigas y venganzas: el mismo lugar en el que muchos los escritores habían caído rendidos al encanto de esta “sala de espera entre conexiones, una transición de una manera de ser a otra”, tal y como la describió Paul Bowles.

Atravesando sus páginas, el lector es seducido por una narrativa que le lleva, una y otra vez, desde los personajes, a ese gran personaje que es la ciudad y que se hace omnipresente en cada uno de sus episodios, porque lo que ha pretendido Sergio es, desde la trama y sus personajes, mostrar la vida de esta portentosa y fundante ciudad que lo ha atrapado hasta el agotamiento. Es la misma seducción que experimentaron, durante casi tres décadas, Burroughs, Tennessee Williams, Gore Vidal, Truman Capote, Mohamed Chukri, Jean Genet, Allen Ginsberg, Juan Goytisolo o el matrimonio de los Bowles: la seducción de la vedette que posa altiva en la puerta de África, al decir de Pierre Lotti.

malabata-cubierta-frontal

Existen libros cuyo título es, en sí mismo, una completa y auténtica obra de arte. Y, este, es uno de ellos, pues Malabata posee una germinativa eufonía que nos sitúa, desde el atrio narrativo, frente a la ciudad, convertida en un ómfalos, un ensueño, una desmesura: espejismo y fantasía de los hombres:

lo que significa ser un tanyaui: no eres de ningún sitio, careces de patria y desconoces tu bandera, pero sabes quiénes son tus amigos y dónde deberías morir

dirá el protagonista principal de la novela, el inspector jefe Amin Hourani. Novela noir o novela policíaca, que arranca, de manera intensa, protéica, con un doble asesinato:

El inspector jefe Hourani no podía librarse de la imagen de Christian Tesson yaciendo sobre el frío mármol en el depósito de cadáveres, solo y olvidado, algo que le costaba asimilar porque creía que el subinspector no merecía ese final tan trágico. La vida termina siendo injusta demasiadas veces, pero si meditaba en profundidad sobre todo lo ocurrido, tenía que admitir que en realidad nada podía haber acabado bien en esa historia. Ahora le parecía que había transcurrido un siglo y, sin embargo, todo se desencadenó tras el asesinato de Jacques Duhamel, cometido apenas unas semanas atrás”.

La narración impone un inesperado y dilatado flash back, que llevará al doble recorrido que transita todo el texto y que acompaña las pesquisas de los dos principales protagonistas: el inspector jefe marroquí Hourani, nacido y criado en Bélgica, quien se centra en desentrañar el enigmático y brutal asesinato de Jacques Duhamel, quien había sido previamente torturado de una manera sádica, hijo de Jean-Louis Duhamel, importante coleccionista, tenebroso hombre de negocios a quien se le consideraba colaborador de la Gestapo. Y, de otro lado, el subinspector Christian Tesson, obsesionado por restañar sus heridas pasadas, que le llevará a emprender una búsqueda casi obsesiva bajo la imperiosa necesidad de vengar el daño causado a su familia por quienes cree que se esconden en Tánger, a cuya cabeza figuraba Alois Brunner, antiguo jefe de la Gestapo en Francia. Localizarlos y vengarse será la razón última  que podría justificar su existencia.

La maldad o la capacidad de hacer el mal es, junto a la ciudad, otro de los contrafuertes sobre los que descansa la narración:

—Un hombre no sabe lo que puede hacer hasta que no se enfrenta a una situación extrema —Hourani sacaba un puro de la chaqueta—. Yo tampoco podría. Al menos no con premeditación. Me cuesta comprender que un tipo pueda decidir matar a un hombre, y que otro vaya y lo ejecute simple y llanamente porque se lo han ordenado, sin más. Se sesga la vida de alguien así de fácil y se acaba con sus relaciones afectivas, con sus vínculos familiares, con sus proyectos y con sus sueños.”

“—Llevamos la semilla del mal larvada en nuestra alma, jefe. De eso no tengo ninguna duda”.

Malabata, es una excelente novela negra recreada bajo un ambiente sombrío y lóbrego, que confiere al texto la escenografía adecuada, donde los asesinatos y sus intrigas discurren acompasados de intensidad emotiva, a veces de complicada intriga o de un suspense caliginoso que contribuye a mantener vivo el interés por desentrañar el enigma y descubrir la identidad y el móvil de los asesinos, quienes sellan el homicidio, arrojando treinta monedas al cadáver.

Así lo ha indicado el profesor Ahmed Oubali:

“….El truco que utiliza Barce está en la forma de narrar …/… Cada vez que la intriga parece concluir, aparece un nuevo cadáver, junto al cual se dejan treinta monedas, y surgen nuevos y funestos individuos que  la complican, buscando un misterioso libro. Y la espiral del crimen solo se detiene al final de la novela, con una de las resoluciones más sorprendentes que termina provocando un placer estético, después de tanta tensión, incertidumbre y la merecida satisfacción en el lector. La pluma del escritor se muta en la cámara del cineasta. El truco consiste en pasar de lo leíble a lo visible…”.

Los personajes secundarios aportan a la novela una consistente malla de levedad y tenuidad, con la que mitigar y atemperar un texto que, sin sus caleidoscópicas intervenciones: a veces repletas de ternura, otras disparatadas hasta el extremo, podría haber caído en una redacción tenebrosa o sombría, pero que nuestro autor resuelve magistralmente, dotando a la novela, gracias a estos adyacentes actores, de una hialina historia.

Así el subinspector Medina, ayudante del inspector jefe Hourani, policía angustiado y escéptico, Yamila, una bellísima danzarina, cuya acendrada mirada se convertirá en el cabo que mantendrá a flote la esperanza del inspector jefe, y que:

Había nacido allí mismo, en el corazón del barrio del Marshan, no muy lejos de las desoladoras tumbas púnicas del acantilado de Hafa. Yamila Lahcen sólo había conocido esas calles, como si los mapas no describieran otros lugares y nada existiera fuera de aquel lugar

hasta que su padre recibió de buen grado las primeras pesetas que convirtieron los labios de la joven tangerina en  “fruta virgen y salvaje que podía venderse a muy buen precio”; el Sultán Razine Al Sakuri, la suntuosa señora Malet, su sobrina Marie, su hijo Alain, Pedro Duarte o el escritor Augusto Cobos (protagonista de la anterior novela La emperatriz de Tánger), que reaparece en esta nueva entrega de Sergio Barce, conforman esa pléyade de historias paralelas que contribuyen a eludir la sordidez de la trama de asesinatos y que colaboran en la elevación de un texto verdadero, incardinado en frontera de la épica cotidiana.

De fondo, como ya hemos apuntado, la trama policial es relevada por el verdadero interés del autor: mostrar la caleidoscópica vida que emerge y se eleva, milagrosa, excepcional, portentosa, en una ciudad única e irrepetible, como fue la Tánger internacional.

Escribía Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”. Sergio Barce posee el talento de contar las experiencias para hacer posible el conjuro del milagro creativo. Sergio ha detenido el tiempo, rescatando del salón del olvido a todos aquellos que conformaron su infancia y su adolescencia, para hacerlos inmarcesibles.

Y ahora -siguiendo la hospitalaria invitación del señor Beniflah, en su libro Paseando por el Zoco Chico-, todos los que quieran pasar, que entren. Todos los que deseen comer, que pasen”.

Este es el mundo que Sergio Barce ha creado para todos, su legado, el testamento que ha construido a lo largo de veinte prodigiosos años y que nos entrega como testimonio de resistencia “a través de los ojos del niño que fue”, tal y como le enseñó Brital, el vendedor de chucherías.

Ahora, alcanzada la madurez creativa, Sergio Barce toma asiento en alguna de las sillas vacías del Café Central de Larache, escucha las bromas de Sibari y de Akalay y sonríe satisfecho. Saborea un té con flores de azahar, mientras suena de fondo, diferente, angelical, la melodía de Mamy Blue, en los labios resucitados de Fatimita y vuelve a sonreír porque sabe que ha cumplido su misión: mantener vivo el recuerdo y la imagen de quienes habitan, ya por siempre, en la que fue y será su auténtica matria, porque como nos enseñó Rilke: «La verdadera patria del hombre es la infancia».

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Sergio Barce y José Sarria, en la presentación de MALABATA en Casablanca

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MIS LIBROS EN EL STAND DEL INSTITUTO CERVANTES, EN EL SIEL DE CASABLANCA

Ver en el SIEL de Casablanca, en el stand del Instituto Cervantes, todos mis libros ha sido alentador, y es verdad que te hace ilusión y te da hasta un leve y disimulado subidón. Pero, sobre todo, me hizo pensar que ya llevo una larga carrera de fondo, y que el tiempo pasa sin darnos cuenta, arrollándolo todo a su paso. Sin embargo, también reconforta que tus páginas, todas esas que se esconden en el interior de esos volúmenes, sirvan para alimentar la fantasía de algún lector o para hacerle pasar un buen rato, e incluso hasta para llegar a emocionarlo. Saber que te leen es la mejor recompensa.

Allí estaban expuestas mis novelas En el jardín de las Hespérides (Aljaima – Málaga, 2000), Sombras en sepia (Pre-Textos – Valencia, 2006), Una sirena se ahogó en Larache (Círculo Rojo – Sevilla, 2011), La emperatriz de Tánger (Ediciones del Genal – Málaga, 2015), El libro de las palabras robadas (Ediciones del Genal – Málaga, 2016), y Malabata (Ediciones del Genal – Málaga, 2019), y mis libros de relatos Últimas noticias de Larache (Aljaima – Málaga, 2004) y Paseando por el zoco chico (Ediciones del Genal – Málaga, 2015). Mi más profundo agradecimiento a Maribel Méndez y a María Jesús García González.

Sergio Barce, febrero 2020 

LIBROS DE SERGIO BARCE EN SIEL CASABLANCA 2020

 

 

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