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UN FRAGMENTO DE «EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS», DE DINO BUZZATI

«…-¿Quién va? ¿Quién va? -repitió el centinela.

Una vez más, y después tendría que disparar.

Un repentino malestar había asaltado a Lazzari ante la primera llamada del centinela. Le parecía muy raro, ahora que se encontraba personalmente metido, oírse interpelar de ese modo por un compañero, pero se tranquilizó con el segundo <¿quien va?>, porque reconoció la voz de un amigo, precisamente de su misma compañía, a quien llamaban en confianza el Moreno.

-¡Soy yo, Lazzari! -gritó-. ¡Manda al jefe del piquete que me abra! ¡He cogido el caballo! Y que no se den cuenta, ¡porque me meten un puro!

El centinela no se movió. Con el fusil embrazado, estaba inmóvil, tratando de retrasar lo más posible el tercer <¿quién va?>. Quizá Lazzari se daría cuenta por sí solo del peligro, retrocedería, quizá podría sumarse al día siguiente a la guardia del Reducto Nuevo. Pero Tronk, a pocos metros, lo miraba severamente.

Tronk no decía ni una palabra. Ora miraba al centinela, ora a Lazzari, por culpa del cual probablemente le castigarían. ¿Qué significaban sus miradas?

El soldado y el caballo ya no distaban más de treinta metros; esperar aún habría sido imprudente. Cuanto  más se acercaba Lazzari, más fácil sería acertarle.

-¿Quién va? ¿Quién va? -gritó por tercera vez el centinela.

Y en su voz subyacía como una advertencia privada y antirreglamentaria. Quería decir: <Retrocede mientras estás a tiempo. ¿Quieres que te maten?>

Y finalmente Lazzari comprendió, recordó como en un relámpago las duras leyes de la Fortaleza, se sintió perdido. Pero en lugar de huir, quien sabe por qué, soltó las riendas del caballo y se adelantó solo, invocando con voz aguda:

-¡Soy yo, Lazzari! ¿No me ves? ¡Moreno, eh, Moreno! ¡Soy yo! Pero, ¿qué haces con el fusil? ¿Estás loco, Moreno?

Pero el centinela ya no era el Moreno, era simplemente un soldado de cara adusta que ahora alzaba lentamente el fusil, apuntando a su amigo. Había apoyado el arma en el hombro y con el rabillo del ojo echó un vistazo al sargento primero, invocando silenciosamente un gesto de que lo dejara. Pero Tronk seguía inmóvil y lo miraba severamente.

Lazzari, sin volverse, retrocedió unos pasos tropezando con las piedras.

-¡Soy yo, Lazzari! -gritaba-. ¿No ves que soy yo? ¡No dispares, Moreno!

Pero el centinela ya no era el Moreno, con quien todos sus camaradas bromeaban libremente, era sólo un centinela de la Fortaleza, con uniforme de paño azul oscuro con bandolera de cuero, absolutamente idéntico a todos los demás de la noche, un centinela cualquiera que había apuntado y ahora apretaba el gatillo. Sentía en los oídos un estruendo y le pareció oír la voz ronca de Tronk: <¡Apunta bien!>, aunque Tronk no había resollado.

El fusil lanzó un pequeño relámpago, una minúscula nubecilla de humo, incluso el disparo no pareció gran cosa en el primer momento, pero después fue multiplicado por los ecos, rebotó de muralla en muralla, se quedó mucho tiempo en el aire, muriendo en un lejano murmullo como de trueno.

Ahora que había cumplido con su deber, el centinela dejó el fusil en el suelo, se asomó por el parapeto, miró hacia abajo esperando no haber acertado. Y en la oscuridad le pareció, en efecto, que Lazzari no había caído.

No, Lazzari estaba aún de pie, y el caballo se le había acercado. Después, en el silencio dejado por el disparo, se oyó su voz, y con qué desesperado sonido:

-¡Oh, Moreno! ¡Me has matado!

Eso dijo Lazzari, y se dobló lentamente hacia adelante. Tronk, con rostro impenetrable, aún no se había movido, mientras una confusión bélica se propagaba por los meandros de la Fortaleza.»

Estos párrafos pertenecen a la maravillosa novela «El desierto de los Tártaros» (Il deserto dei Tartari), de Dino Buzzati, un clásico de la literatura que nos narra la vida de Giovanni Drogo, un oficial que es destinado a la enigmática Fortaleza Bastiani, situada frente a un desierto y donde nunca sucede nada. Es la historia de un anhelo, de un destino deseado que nunca se materializa, y también un implacable retrato del paso del tiempo, inexorable y fatal. Una novela de lectura obligada.

En mi memoria aún se mantienen vivas las desoladoras imágenes de la adaptación cinematográfica que realizó Valerio Zurlini en 1976, donde Giovanni Drogo era interpretado por Jacques Perrin, al que acompañaban Vittorio Gassman, Fernando Rey, Max Von Sydow o Paco Rabal, con una inmortal banda sonora de Ennio Morricone.

Este año se estrena un remake. Habrá que comprobar si alcanza la belleza de aquella cinta.  

El fragmento del libro que he reproducido pertenece a la nueva edición publicada por Alianza Editorial, con traducción del italiano de Esther Benítez.

Sergio Barce, 16 de diciembre de 2024 

         

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN DE LAS NOVELAS DE LUIS SALVAGO EN MÁLAGA

El pasado 7 de noviembre, presentamos en El Tercer Piso de Librrías Proteo, en Málaga, las novelas de Luis Salvago «Josephine» y «El telegrafista». Héctor Márquez, como siempre, y con su maestría habitual, dirigió el cotarro. Mantuvimos un diálogo francamente interesante, y Luis nos transmitió toda su sabiduría como escritor y persona de mundo.

Al inicio del acto, leí un texto que había preparado para la ocasión, y que comparto con vosotros:  

<Hace tiempo que soy amigo de Luis Salvago. Desde que nos conocemos, solemos llamarnos para hablar de nuestros libros, de nuestros proyectos, de los concursos y de las tretas que deberíamos usar para que nuestras novelas lleguen a los editores. Nos leemos y nos criticamos de manera constructiva.

Últimamente son los editores los que buscan a Luis. Lógico.

Yo leo a Luis desde su novela “En el nombre del padre”. Con ella me trasladó a Cabo Juby. Luego vino “Los lugares verdes”, y me llevó a Afganistán. Y últimamente me ha arrastrado de vuelta a Tánger con “Josephine” y al escenario de la guerra civil con “El telegrafista”. Cada uno de estos títulos es un peldaño que Luis va subiendo, porque cada novela suya que aparece es mejor que la anterior. De hecho, yo leo a Luis para aprender a narrar.

En mi blog, recogía un pequeño párrafo de Josephine, que dice así:

«…Tal y como imaginaba, la ducha le había despejado la mente. Todas sus preocupaciones parecían haberse hecho pequeñas, casi inexistentes. Miró los números luminosos en un reloj de pared, sin saetas, sin esfera, sin tictac. Le desagradaba esa modernidad que prescindía de lo esencial. Para Josephine era como si el tiempo hubiera perdido su sonido.»

A partir de la lectura de este párrafo, yo volví a ser salvagoriano. Es decir, me volví a dejar arrastrar por la poderosa narrativa de Luis Savago, y es que soy un adicto a sus frases fulgurantes y a sus historias, que, como ya he dicho, son diferentes, ajenas a los lugares comunes.

Con “Josephine”, consigue que me sumerja en el Tánger que conozco y en el que desconozco, en un mundo onírico al que me lleva en volandas usando a Josephine de lazarillo. Es un paseo bastante tormentoso, hay que decirlo, y muy demencial. Sus páginas me llevan por calles que se alargan y se acortan, por un zoco chico que parece sacado de un sueño, en el que las paredes se comban y las pisadas no se oyen.

Josephine vive, como Juanita Narboni, en un Tánger que es un mundo paralelo, en el que no existe el tiempo, en el que el presente quizá no es el ahora, en el que el pasado ha desaparecido o se ha disfrazado, en el que los relojes no pueden marcar las horas y donde todo es posible, incluso lo imposible.

He escrito también en mi blog que, con “Josephine”Luis da un paso más allá en su narrativa, un paso más arriesgado, porque lo que hace es plantarse en medio de Tánger, coger “La vida perra de Juanita Narboni” y hacer malabarismo de ensoñaciones. Tarea nada fácil con una obra maestra. Pero logra un juego precioso de confusionismo y de complicidad con el lector; especialmente con los que conocemos a Ángel Vázquez y su Narboni.

A cada página de su novela, entro en un nuevo pasadizo del laberinto que ha construido. Es un laberinto que se difumina, en el que pesa mucho lo escuchado de su familia, que vivió en la ciudad. Rescata la calle Ohm como si fuese un paraíso perdido y hace que aparezca en “Josephine” y en su otra novela. Quizá porque en esa calle se esconde mucho de su Tánger.

Seguimos a Josephine por esas arterias que van desapareciendo a su espalda o que van resurgiendo mientras trata de poner orden en su cabeza. La locura que es la decadencia de una mujer y de la ciudad. Paralelismo sin rubor alguno con Juanita Narboni, porque es lo que busca Luis con esta: homenajear con una novela a otra novela.

Hay algo que es recurrente en Luis Salvago: la figura del padre como alguien lleno de autoridad, como alguien que marca profundamente a sus hijos. Lo es en “En el nombre del padre”, lo es en “Josephine” y lo es en “El telegrafista”. Vislumbro un hilo invisible que une a esos tres padres.

Pero vuelvo al Tánger de “Josephine”, y con ella, gracias a Luis, me acerco a la calle Italia y al cine Alcázar. No voy con Juanita Narboni a ver una película, sino con Josephine. La prefiero. Es más tractiva que Juanita. Me atrae esta Josephine. Incluso <me pone> en algunos momentos. Luis consigue que yo desee ocupar el lugar del joven Mohammed.

Tánger, las pinturas de Hopper (esenciales en esta obra), Juanita Narboni, la locura, la desmemoria, los falsos recuerdos, una madre dominante y obsesionada con la mala suerte, un padre con un lado oscuro o misterioso, una pareja que está presente y ausente o que quizá no existe y un deseo llamado Mohammed. El DESEO como motor de nuestros actos, el DESEO como heroína que inyectarse, el DESEO como río por el que dejarse llevar, y los recuerdos como tormento. Todos estos elementos los utiliza Luis Salvago para crear un entorno onírico, casi surrealista, ingrávido.

Escribe Luis: el deseo existe para no colmarlo.

Yo creo que Josephine acaba siendo un deseo imposible de ser colmado.

Y luego va Luis y escribe también “El telegrafista”. Una novela que se emparenta directamente con “En el nombre del padre”. Pero esta es otra historia que hoy descubriremos en nuestra conversación. Yo es que me he quedado en Tánger, disfrazado de Mohammed, buscando a Josephine. Quizá la encuentre antes del anochecer. Pero lo que pueda ocurrir a partir de ahí, no se lo contaré a Luis.

Ya les digo, háganse salvagorianos como yo. Lo disfrutarán.

Sergio Barce>     

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NOVEDADES EDITORIALES

Dos novedades editoriales interesantes.

La primera es «Cuatro verdades» de Dito Beniflah, que, según me escribe Dito, trata sobre un tema muy actual: ¿Cuáles serían tus verdaderas raíces? ¿Las que te han enseñado o las que llevas en la sangre? Ambientada en Larache.

Disponible en todas las librerías de España bajo demanda y en http://www.amazon.es y libros.cc versión kindle y tapa blanda.

Y la segunda «Cócteles tangerinos», de Alberto Gómez Font. Según explica Alberto, esta nueva edición, en la que el personaje conductor sigue siendo Beltrán Llauradó —si bien sigue presente Isaac Toledano— reúne los 22 cuentos de la anterior y otros 12 nuevos que trascurren en la actualidad; y ha incluido tres textos más: uno sobre Villa Eugenia (una casa desaparecida en Tánger hace varios años que sigue saliendo en los relatos), otro titulado Exilio en Tánger que se publicó en la obra colectiva Los conjurados de Tánger, número especial de la revista tangerina Sures, dirigida por el escritor argentino Santiago De Luca, y un relato más publicado en esa misma revista, en el número especial dedicado a Tanger noir (la conjura continúa), titulado Tanger noire siglo XXI: espías, asesinos y contrabandistas en desempleo.

«Cócteles tangerinos» se ha editado en Madrid por Kasbah Editorial.

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«JOSEPHINE», UNA NOVELA DE LUIS SALVAGO

«…Tal y como imaginaba, la ducha le había despejado la mente. Todas sus preocupaciones parecían haberse hecho pequeñas, casi inexistentes. Miró los números luminosos en un reloj de pared, sin saetas, sin esfera, sin tictac. Le desagradaba esa modernidad que prescindía de lo esencial. Para Josephine era como si el tiempo hubiera perdido su sonido.»

Estas intensas y hermosas líneas pertenecen a la novela Josephine, de Luis Salvago, que ha obtenido el XXVI Premio Tiflos de Novela, y que ha sido editada por Galaxia Gutenberg. Las destaco, porque en ellas se encierra mucho de lo que se cuenta en esta obra: la inexistencia del tiempo o, al menos, la percepción de que no hay tiempo real, la consciencia de que el presente quizá no sea el ahora, de que el pasado haya desaparecido y por ello los relojes no pueden marcar las horas…

«…La Legación Americana en Tánger no era más que un edificio fantasma, como lo eran las Galerías Lafayette, como lo era el taller del modisto Apolinar. Ella misma podía ser un fantasma. Un fantasma incapaz de tener recuerdos que no fueran esbozos, trazos, sutilezas…»

Y Tánger de por medio. Tánger como un murmullo constante en los oídos de la protagonista, como un asidero a la realidad que, sin embargo, se difumina y se evapora ante sus ojos. Tánger como la ciudad que respira tras los personajes, que los envuelve y que los emborracha.

Luis Salvago es uno de mis escritores españoles favoritos. Desde que leí sus anteriores novelas En el nombre de Padre y Los lugares verdes, de las que escribí también alguna reseña, me fascinó su dominio de la narrativa. Ahora, con Josephine creo que da un paso más, y más arriesgado, porque lo que hace Luis Salvago es plantarse en medio de Tánger, coger La vida perra de Juanita Narboni y hacer malabarismo de ensoñaciones.

Juanita Narboni perdía la cabeza mientras Tánger se apagaba. Josephine cree perder la cordura mientras Tánger la engulle. Juanita Narboni monologaba refugiada en sus recuerdos tangerinos, enfrentándose a la decadencia propia y a la de su ciudad, confundiéndose una con la otra. Mientras que Josephine elucubra sobre sus recuerdos perdidos, arrostrando lo desconocido, buscando una salida a su pérdida de memoria o a su incipiente locura en las calles de un Tánger que ya no reconoce. Es como si Josephine fuese una trasunta de Juanita Narboni pero construída desde el otro lado del espejo.

Tánger, las pinturas de Hopper, Juanita Narboni, la locura, la desmemoria, los falsos recuerdos, una madre dominante y obsesionada con la mala suerte, un padre con un lado oscuro o misterioso, una pareja que está presente y ausente o que quizá no existe y un deseo llamado Mohamed. El deseo como motor de nuestros actos, los recuerdos como tormento. Todos estos elementos los utiliza Luis Salvago para crear un entorno onírico, casi surrealista, ingrávido.

«…Si vivía en Tánger era por esa razón, vivir con la sensación de latir al unísono con una ciudad. Ningún otro lugar del mundo, que ella supiera, podía ofrecer algo igual: el discreto vivir de sus habitantes, serenos y orgullosos, tejedores de una historia pequeña, hecha de cabos sueltos, de hilos, de retales arrancados de todos los pasados del mundo.

Para Josephine, Tánger era esa querida que rechazaban los amantes sólo para no perder el placer del deseo. El deseo existe para no colmarlo, para dejarlo pendiente, para tocarlo con los dedos sin alcanzarlo…»

Maravillosos estos dos párrafos: el deseo existe para no colmarlo. Luis tiene la capacidad de construir frases sentenciosas, fulgurantes, inapelables. Y en Josephine hilvana extractos de una belleza envidiable.

No busquéis aquí un Tánger real, porque, salvo pinceladas de calles y lugares muy reconocibles, lo que váis a encontrar es una ciudad que sólo existe ya en los recuerdos irreales de Josephine/Narboni. Lo que váis a hallar en estas páginas es una historia vista a través de un cristal translúcido que deforma las figuras, que oculta defectos y deslices, que difumina los sentimientos… Y en algún viejo cabaret de Tánger oiréis mientras tanto la voz de Josephine Baker.

Sergio Barce, 10 de septiembre de 2024 

       

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LUIS SALVAGO, FARID OTHMAN, PABO BARCE Y SERGIO BARCE Feria del Libro de Madrid

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