Aquí tenéis el enlace en el que podéis leer la entrevista que me hizo el periodista Abdelkhalak Najmi para Estrecho News. Espero que os resulte interesante.
Entrevista al escritor larachense-malagueño, Sergio Barce Gallardo:
Aquí tenéis el enlace en el que podéis leer la entrevista que me hizo el periodista Abdelkhalak Najmi para Estrecho News. Espero que os resulte interesante.
Entrevista al escritor larachense-malagueño, Sergio Barce Gallardo:
El primer beso
Aquella tarde de ligera lluvia y la chica con chilaba azul todavía las tengo aquí, en esta gran cabeza que tengo, «gran» en el sentido propio, no en el figurado. Chilaba azul y pelo largo en una trenza. En pleno infierno de la adolescencia. Nos encontramos para ir al cine. Era mi novia. Me acuerdo que esa tarde tenía la intención de besarla. Nunca lo había hecho antes. Era emocionante pero era como una carga para mis tímidos años adolescentes. Sentía sobre mis espaldas el deber de besarla. Ir al cine con una chica y no besarla, iqué vergüenza!, decían los chicos mayores, los que sabían más que nosotros, los que lo sabían todo… No sé si nos encontramos en nuestro barrio -El Príncipe Alfonso- y bajamos juntos al centro, a Ceuta, o bajó cada uno por su lado, para evitar los problemas del «nos pueden ver». Estamos en los años 60… Me acuerdo de nosotros dos en el cine África, allá arriba. No recuerdo qué película era. Ya el cine estaba dejando de ser la cosa más importante del mundo… La sala estaba casi vacía. Nos sentamos.
Yo hablaba probablemente de mis estudios en Tetuán. Pero el pensamiento de que tenía que besarla estaba ahí, tan insistente como un dolor. Jamás había besado a una chica antes. Al apagarse las luces tenía que encontrar una manera elegante de… Puse mi brazo sobre el respaldo de su asiento, esforzándome para que la cosa pareciera la más natural del mundo, me acuerdo perfectamente. Olía a buen jabón. Su pelo a alheña. De pronto, se apagaron las luces y al mismo tiempo vimos entrar a una pareja, que se plantó precisamente detrás de nosotros. Eran moritos nuestros del Príncipe. Y se pusieron a hablar. Todavía me acuerdo de la chica. La conocía. Ahora ya no la veo. A un hermano suyo sí. Cómo podía un tímido como yo, que nunca había besado, acercarse a su novia, con la respiración de esos dos pegotes azotándole el cogote. Llegué a rodear su cuello con el brazo y a acariciarle la mejilla derecha. Me acuerdo del calor de sus mejillas. Me sentía capaz de besarla. Tenía tantas ganas. Claro, estaba la excusa de los dos pegotes y no sentía el peso de la obligación. Pero terminó la película y salimos en silencio. Estaba lloviendo, no mucho. Creo que no me sentía bien. Pienso que ella estaba decepcionada. No había autobús para EI Príncipe. Para La Mezquita sí. Me alegré, así podíamos ir andando desde La Mezquita hasta nuestro barrio, pasando por los eucaliptos… Tomamos el autobús. En La Mezquita había que bajar por la carretera con el cementerio musulmán a la izquierda, llegar a la alcántara y subir por un caminito -que el tiempo y las obras han borrado ya- y llegar al barrio. En lo alto del caminito empezamos a bajar entre los eucaliptos…
Le pedí que se detuviera. Me preguntó por qué. Le dije que me diera un beso. Me respondió que no con la cabeza, sonriendo. ¿A qué esperas imbécil? La agarré y me puse a besarla como fuera… buscando la boca. Nos sentamos y continuamos. Yo estaba rabiosamente feliz. Ella no me rechazaba. Me abrazaba y me aceptaba. De pronto sentí que ella perdía fuerzas. Se durmió o se desmayó en mi regazo. Yo estaba algo sorprendido. Pensé que probablemente eran cosas que les pasaban a las chicas.
No sé cuánto tiempo me quedé así, en el silencio de los eucaliptos. Pero seguro que no fue mucho, porque ella no podía volver tarde a casa… Estaba con el corazón saltando alborozado, mirando las chispas de las luces de la parte del barrio que está frente al monte de los eucaliptos, proyectando en mi imaginación los momentos increíbles de mis labios succionando los suyos. Por primera vez en mi vida. Como un hombre, un verdadero hombre, mirando, intentando ver con los ojos enamorados empedernidos, en la ya semioscuridad, el rostro hermoso retocado por las telarañas del sueño y sintiendo profundamente la grandeza del momento que estaba viviendo, que todavía saboreaba, acariciando su mejilla, sus cabellos largos. En un momento dado, se me ocurrió acariciar sus pechos. Me sentía algo así como un niño con las manos en una travesura, ipero qué maravilla! Había oído en alguna película o leído en algún tebeo o revista o periódico lo de la otra mitad. Yo me sentía entero. Mi otra mitad estaba ahí pegada a mí, a mi regazo. No éramos dos.
Creo que al final tuve que despertarla. Bajamos hacia el barrio despacio. Ella todavía tambaleante. Me acuerdo que estaba abrazada a mí y que cuando penetramos en las primeras casas y las primeras luces, fui yo quien deshizo el abrazo, pensando o diciéndole -yo y no ella- que nos podían ver.
Nos separamos cerca de su casa, en una casi oscuridad. No me acuerdo, pero me gusta pensar que le di un beso de «hasta mañana». Seguramente se lo di. Ya sabía darlo. Y era tan bueno hacerlo. En casa me miré en el espejo. Seguro que me vi guapo. Llevaba una chaqueta gris. Me acuerdo de esto al dedillo. Estuve endiabladamente simpático entre mis hermanos y mi madre. Más que cuando tenía algunas copas en el pecho. Me acuerdo que me dijeron si quería cenar. No. Cómo iba a pensar en comer si el sabor de su boca llenaba la mía, me llenaba todo. Quería conservar el sabor de su boca en mi boca. Quería seguir flotando. Soñando en mi sueño. Fue la noche más feliz de mi adolescencia.
Algún tiempo después, la «sabiduría» de los amiguetes me dijo que el hecho de que una chica tenga una ligera pérdida de conocimiento después de ser besada, significaba que no había besado -o sido besada- antes…
Muchos años después le hablé de esto a una colega española aquí, en Casablanca, y se burló de mí…
-¡No digas tonterías!Mohamed Lahchiri
Este fin de semana lo he pasado en Larache. De camino al hotel, vi la fachada del antiguo edificio del Café Central medio cubierta con un cartel anunciando la presentación de un libro de Hassan Tribak. Ya no está el café desde hace mucho tiempo. Y había una silla vacía abandonada junto al portal del edificio.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Ha sido una escapada corta pero, como siempre, intensa. En cuanto llegué, pasé por la casa de Sibari y di el pésame a la familia. Ya han pasado nueve días desde su pérdida. Su hija María me invitó a subir al salón en el que su padre solía recibirme, nos sentamos y hablamos de él. El hermano de Sibari estaba a su lado, muy callado, asintiendo con la cabeza cada vez que yo le decía a María cuánto íbamos a echarlo en falta.
Me contó que murió al amanecer, y que esa noche Sibari comenzó a decir cosas sin sentido y también que se notaba muy cansado. Le pesaba la vida. Hablamos de los tiempos en los que estuvo con mi abuelo, y de los tiempos en los que estuvo con mis padres, especialmente con mi madre, y de los tiempos en los que estuvo conmigo. María asentía, y susurraba un “lo sé” suave y dulce.
Me contó que después de editar su nuevo libro, su padre iba a dedicárselo, como con cada una de sus anteriores publicaciones, pero que cuando iba a hacerlo no encontró un bolígrafo a mano y lo dejaron para más tarde, y ahora tiene su novela sin las palabras que iban a ser solo para ella, y había en su voz un leve reproche dirigido a sí misma por no haber buscado en aquel momento ese bolígrafo. Y noté en María una congoja, una pena profunda, como si hubiera perdido lo último que Sibari podía regalarle.
Le conté entonces que tres días antes de fallecer, su padre me había enviado un mensaje para pedirme mi dirección de correo postal porque la había perdido, quería enviarme su última novela.
-Es un libro sibarístico –me escribió con su guasa habitual.
Le contesté en seguida, pero no tuvo tiempo de hacerlo.
María se levantó, entró en la habitación de su padre y me trajo un ejemplar. Le dije que no se preocupara, que lo compraría, pero ella insistió diciéndome que Sibari, como siempre había hecho, me lo habría regalado. Solo dijo eso, pero fue como si me confesara lo mucho que me había querido su padre. Ahora tengo el libro aquí, junto al teclado de mi ordenador mientras escribo este texto, y noto la cercanía de Sibari.
Le di las gracias a María, que estaba muy emocionada, y nos despedimos, y luego hice lo mismo con el resto de la familia que estaba en la casa. Yassín ya se había marchado hacía pocos días, así que no pude verlo.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Había algo extraño, una invisible niebla amarga en el aire y que se respiraba por sus calles, un aroma de ausencia.
En cada conversación surgía inevitablemente el nombre de Mohamed Sibari. Los que me conocen, sabían de nuestra estrecha relación y me hablaban de él y de que ya no lo veremos nunca más. Es raro imaginar Larache sin Mohamed Sibari. Es como si hubiesen derribado un edificio emblemático y ahora solo quedara un solar vacío en el que fuera imposible construir de nuevo.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Desde el Balcón del Atlántico miré al balcón de su casa, pero no había nadie. Mohamed Sibari ya no se asomará a él para ver el mar, ni tampoco nos verá llegar como antes, ni nos saludará desde allí agitando un brazo al pasar bajo su casa, y eso hará que nos convirtamos en forasteros al cruzar la calle de la Plaza.
Asistimos por la tarde al concierto que daba el grupo flamenco del Conservatorio de Córdoba en el Cine Avenida, y en el que también actuaron los músicos del Conservatorio de Larache. Fusionaron “La Tarara” y resultó electrizante. Ernesto Blanco, director del Conservatorio cordobés, y nacido en Larache, dedicó el concierto a Mohamed Sibari. Luego, hablamos de él. Nos parecía mentira que ya no estuviera allí.
Me encontré en la platea a Mohamed Laabi, y Sibari ocupó parte de nuestra conversación.
-Laabísticamente hablando –solía decir Sibari cuando Laabi comentaba algo, durante aquellos días en los que solíamos vernos en el Café Central.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Qué extraño imaginarla sin Sibari. Ahora pienso que se ha ido despidiendo lentamente, que a causa de su enfermedad optó por una retirada silenciosa y humilde. Primero abandonó la terraza del Central, donde siempre lo encontrábamos al llegar de regreso, charlando, riendo, tomando su té con azahar. Y aunque resistió cuanto pudo, primero con sus muletas, luego con la silla, acudiendo puntual a su cita diaria, en cuanto cerraron el Café todo cambió. Fue como si le impidieran el paso con un muro infranqueable. Luego, dejó de ir a la Casa de España, y sus salidas se fueron espaciando, hasta que en los últimos tiempos apenas abandonaba su casa. Facebook se convirtió para Sibari en su ventana al mundo y en su balcón privado que se comunicaba con los balcones de sus amigos.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Y ya no he visto a ese hombre que antes caminaba a paso ágil y rápido pulcramente vestido con su chaqueta azul marino de doble pecho y botones dorados, camisa blanca inmaculada y corbata oscura, pantalón gris, zapatos negros, y su gorra a cuadros y su bufanda. La sonrisa brillante en medio de su rostro, los ojos achinados cuando reía, tras la montura dorada de sus gafas, y una broma preparada en los labios.
-Si vienes y no me ves, es que estoy del revés.
El Café Central de la plaza de la Liberación sigue cerrado. Ya no hay mesas alrededor de su fachada. Tampoco hay voces pidiendo a Hamid té, café o una botella de agua Sidi Alí. Ya no hay nadie que pida permiso para sentarse al lado de Sibari, ni de ninguno de los parroquianos habituales. Ya no se escuchan sus frases al saludar a un amigo que pasa.
-Perdóneme que no me levante, joven –le decía a un hombre mayor que le estrechaba la mano, Sibari sentado en su silla de ruedas, sonriendo.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Solo hay recuerdos vagando alrededor, y una sola silla junto al portal del edificio del Café Central. Una silla abandonada que nadie ocupará jamás.
Este fin de semana lo he pasado en Larache. Y Sibari ya no estaba.
Sergio Barce, 9 de diciembre de 2013
LA ÚLTIMA OBRA DE MOHAMED SIBARI YA ESTÁ EN LAS LIBRERÍAS
El escritor larachense Mohamed Sibari recién fallecido, a los 68 años, el pasado miércoles 28 de noviembre en su ciudad, Larache tiene ya lista una nueva novela en español ´Tres orillas y dos mares´.
La obra ´Tres orillas y dos mares´ es una novela de 109 páginas y cuenta la historia de un tangerino llamado Loutfi Merchani que trabajaba en un barco, que hacía la travesía de Tánger a Gibraltar y viceversa.
El marinero entabló una relación amorosa con su compañera de trabajo, una inglesa llamada Mery. El padre de Loutfi no quiere que su hijo se casara con una cristiana sino con una musulmana tangerina.
En paralelo, la novela ´Tres orillas y dos mares´ cuenta, además de la historia de Loutfi, hechos históricos tales como: el cierre de la verja entre España y Gibraltar, la independencia de Marruecos y el fin del estatuto de Tánger como ciudad internacional.
El libro ha sido editado por la editorial Slaiki Fréres (Hermanos Slaiki) 2013, mientras tanto, la portada fue diseñada por Rachid Hanbali y la poeta española Paloma Fernández Gomá ha escrito el prólogo de la novela abordando el tema de ´La mujer en la obra literaria de Mohamed Sibari´.
El escritor marroquí Mohamed Sibari tenía previsto presentar su libro en Algeciras este año y en Larache en febrero de 2014. Este es un de los correos que me mandó el escritor larachense el 25 de octubre de 2013 sobre la presentación de su última novela: “El lunes mandaré algunos libros a Paloma Fernández Gomá y Nuria Ruiz. Ellas harán la presentación en Algeciras en noviembre y yo la haré en Larache en febrero. Por el momento no podré ir a España”.
En otro de sus mensajes decía: “Estas invitado desde ahora tú y Nuria. Se hará en la Delegación de Cultura en Larache, Inchalah” y sobre su última novela afirma: “Bien y el último libro ha sido un éxito”.
Hay que señalar que las obras del escritor Mohamed Sibari, incluida la última, se venden en la editorial Hermanos Slaiki, la librería Des Colonnes y la librería Les insolites, en Tánger y en la propia casa-museo de Mohamed Sibari en Larache.
Texto y foto: Abdelkhalak Najmi
http://www.diariocalledeagua.com/noticias_detalle.asp?id=5955&c=1