Archivo de la categoría: OTROS AUTORES, OTROS LIBROS

«RUBÁIYÁT», DE OMAR KHAYYAM

Omar Khayyam (u Omar Jayam), fue un poeta persa, además de astrónomo y matemático, que vivió entre los siglos XI y XII. Es el autor del Rubáiyát, una de las cumbres de la poesía árabe. Aquí trasncribo varios de sus versos, en la publicación de 2015 de Ediciones Obelisco, con traducción de Joaquín V. González. 

 

«…Y si esta esencia fuese de Dios un atributo,

¿quién blasfemar podría de la vid como un lazo?

Y si es un crimen ¿quién nos mandó su tributo?

antes, pues, como gracia gustemos de su fruto.

 

Debo abjurar del Bálsamo de vida, sí, ya es hora,

antes que nuevas tasas pague mi fe sincera

o al ir en pos de alguna Bebida redentora

mi vaso caiga al polvo que todo lo devora.

 

Sin la secta de abstemios del amor y del vino

sola es llamada al goce del Edén del Profeta,

¡Ay!, temo que el Edén, con su encanto divino,

vaya a quedar desierto, sin fieles ni destino.

 

¡Amagos del Infierno! ¡Promesas del Paraíso!

Sólo es cierta una cosa: ¡que nuestra vida vuela!

Sólo es cierta una cosa, lo demás falso viso:

La flor que un día abriera por siempre se deshizo.»  

 

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UN FRAGMENTO DE «PEDRO PÁRAMO», DE JUAN RULFO

 

El pasado jueves asistí en El Tercer Piso, de Librería Proteo, en Málaga, a un encuentro, coordinado una vez más por Héctor Márquez, con el escritor José Antonio Garriga Vela, que nos habló de su libro favorito: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Además, Leonor Regife leyó varios párrafos de la novela para envolvernos en su magia. Durante todo el acto, tuvimos la sensación de que los muertos de Comala estaban muy cerca de nosotros. 

Hoy, no me resisto a compartir unos fragmentos de esta extraña, fascinante y enorme obra de Juan Rulfo: 

«Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la mañana del 8 de diciembre. Una mañana gris. No fría; pero gris. El repique comenzó con la campana mayor. La siguieron las demás. Algunos creyeron que llamaban para la misa grande y empezaron a abrirse las puertas; las menos, sólo donde vivía gente desmañanada, que esperaba despierta a que el toque del alba les avisara que ya había terminado la noche. Pero el repique duró más de lo debido. Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino también las de la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche. Y de día y de noche las camapnas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos. Los hombres gritaban para oír lo que querían decir. <¿Qué habrá pasado?>, se preguntaban.

A los tres días todos estaban sordos. Se hacía imposible hablar con aquel zumbido de que estaba lleno el aire. Pero las campanas seguían, seguían, algunas ya cascadas, con un sonar hueco como de cántaro.

-Se ha muerto doña Susana.

-¿Muerto? ¿Quién?

-La señora.

-¿La tuya?

-La de Pedro Páramo.

Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.

Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo. No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario, siguieron llegando más.

La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía música; los gritos de los borrachos y de las loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:

-Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.

Y así lo hizo.»

 

 

JOSE A. GARRIGA VELA. LEONOR REFIGE Y HÉCTOR MÁRQUEZ
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«DIÁLOGOS CON MI ABUELO», DE JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Me envía Juan Manuel Díaz Burgos, fotógrafo reconocido y premiado, un ejemplar de su libro Diálogos con mi abuelo. Se trata de un hermoso, fascinante y elegante volumen de más de 400 páginas, en el que se recogen cientos de fotografías con las que Díaz Burgos recupera la memoria de su abuelo.

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Cada capítulo está dedicado a las diferentes ciudades en las que vivió Manuel Burgos Monsalvez: Sevilla, Cádiz-San Fernando, Tánger, Larache, Alcazarquivir, Madrid y Cartagena, con un capítulo dedicado a la Guerra Civil. Los capítulos se abren con fotografías antiguas y luego completadas por un extenso reportaje de fotos hechas en la actualidad de los restos que quedan aún de esos mismos lugares por los que transitó su abuelo. La cuidada edición hace de este libro una joya. Las fotografías de Díaz Burgos son de una belleza plástica admirable. El propio tacto de la cubierta y de cada página transmite no solo la calidad del material empleado sino también la calidez y emoción con el que este trabajo está hecho.

Escribe Juan María Rodríguez en el prólogo: «Durante la Guerra Civil, o en los durísimos primeros años de la posguerra, las fotografías de las víctimas del franquismo -heridas, gastadas, lloradas, besadas- fueron el único relicario de su memoria, la forma desesperada de consuelo, resistencia y dignidad a la que pudieron acogerse unas familias que, a falta de cuerpos que enterrar, encontraron en las imágenes la última representación, el referente de un fantasma al que acogerse para celebrar el proceso de dueño por los ausentes.

(…) Juan Manuel Díaz Burgos creció a la sombra de un fantasma difuso sobre el que, sin embargo, tal y como ocurría en tantas casas perdedoras de la postguerra española, determinó la vida del resto sobre las pavesas de su ausencia. Su abuelo Manuel Burgos Monsalves, militar republicano, encausado nada más concluir la Guerra en abril del 36 por <adhesión a la rebelión>, juzgado en su propia ausencia por un tribunal ante el que nadie le defendió, condenado a 30 años de cárcel, pena máxima de cadena perpetua, degradado y con pérdida de los derechos de honorarios adquiridos en el transcurso de su larga carrera y asignado a un presidio de Las Palmas de Gran Canaria -a 1.700 kilómetros de su Cartagena familiar- a donde llega enfermo y extremadamente débil para no volver a ser visto jamás.

La familia solo supo de su fallecimiento por la solidaridad de un telegrama remitido por varios compañeros de presidio y la localización de sus restos fue un misterio hasta 79 años después de muerto, cuando Díaz Burgos completó la terca, obsesiva y amorosa investigación...» 

Recuperar la memoria, de eso se trata. Recuperar la dignidad, de eso también se trata. Toda mi admiración por esta obra de Juan Manuel Díaz Burgos.

Sergio Barce, 17 de marzo de 2023

 

 

 

Foto de Juan Manuel Díaz Burgos (perteneciente al capítulo dedicado a Tánger)
Foto de Juan Manuel Díaz Burgos (perteneciente al capítulo dedicado a Larache)
JUAN MANUEL DIAZ BURGOS
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«NADIE SALVA A LAS ROSAS», UNA NOVELA DE YOUSSEF EL MAIMOUNI

Esta segunda novela de Youssef El Maimouni es muy distinta a Cuando los montes caminen. Hay más hondura en los personajes, más pulso vital y más destreza narrativa. Me gustó mucho aquélla, pero ésta sube el nivel de la obra maimouniana. Aquí, utiliza varias voces para contar esta historia llena de sordidez, tristeza, desamparo, pero también de amistad, fidelidad y esperanza. Sabiamente, utiliza el género negro para mostrar la violencia que parece inevitable para quienes viven en la marginalidad y la orfandad. Los personajes pertenecen a una tragedia insoslayable, y su historia se transmuta en un lamento.

Me fascina cómo construye el carácter de los marroquíes que transitan por estas páginas según la generación a la que pertenecen y según el arraigo que mantienen con Barcelona, la ciudad donde se desarrolla gran parte de la novela, o la distancia que marcan con ella.

“…Ayer le di la noticia a la familia de Rihanna. Previamente telefoneé a mi madre para que me aconsejara cómo afrontar la llamada. Descolgó la hermana de Rihanna, Zakariaa para ella, y le pasó el móvil a la madre. Me llegaban insultos contundentes hasta que colgaron bruscamente. Su hijo era un perturbado. Sui hijo había manchado el nombre de la familia. Su hijo… Ellos no tenían hijo. Y yo, un pervertido. Un ould souk. Si pudieran tenerme enfrente, me escupirían a la cara.

Mi madre me había prevenido. Todos los jóvenes migrantes lloran a sus madres, algunos antes, otros después de rajarse los brazos con una cuchilla de barbero. Rihanna, en cambio, tenía las lágrimas secas. En una sola ocasión me habló de su familia. Serena, me explicó que no conservaba ningún recuerdo bonito, que los que nacen entre el polvo no tienen esa suerte. Del que sí mantenía una foto en la cartera de piel que se hizo ella misma -siempre le pedía que me la regalase y ahora que es mía, no la quiero- era de su abuelo, el único que le brindó el reconfortante aliento familiar. Una fotografía de un chavalín vestido de militar con la Giralda a sus espaldas. Un moro de Franco…”

No hay concesión alguna para el/la protagonista central de Nadie salva a las rosas. Zakariaa/Rihanna acaba por ser alguien que te conmueve profundamente. Una rebelde que pelea contracorriente, contra los suyos, contra sí mismo para encontrarla a ella, a su otro yo. Que busca, enrabietada, con una desesperación suicida, un destino esquivo. Marina, Yusuf, Llull… cada uno de una forma u otra van desvelando, desde muy distintos prismas, la realidad de Rihanna. La vida de alguien repudiado/da por ser quién es, por querer ser quien aspira a ser. Un desgarrador canto a la libertad personal.

“…Zakariaa siempre aparentó más edad de la que tenía y desconoció el día exacto de su llegada al mundo. Una semana antes, una semana después. Un mes antes, un mes después. ¿A quién le importa, además de a los dichosos habitantes del primer mundo, que sí acumulan derrochadores motivos de celebración? Sus padres, rehenes del alfabetismo y esposados a las labores del desposeído, tardaron meses en acudir al registro civil. El funcionario de turno, otro corrupto sin escrúpulos, miembro de la interminable horda de estafadores del país, sentado tras una máquina de escribir sin engrasar y enlazando cigarrillos sin filtro, inscribió una fecha aproximada en la partida de nacimiento después de recibir una pequeña cantidad que gastaría en las cafeterías clandestinas donde se podía fumar hachís y beber alcohol a resguardo de la hambrienta familia y del Majzén.

(…) La primera ocasión en la que Zakariaa escapó de casa, precoz como todos los hijos del hambre, estuvo deambulando por las calles, el cementerio judío y el puerto de Tánger reconociendo que el mundo que tenía a su alcance era un lugar en el que era preferible no permanecer sobrio más que en las primeras horas de la mañana…”

Y luego está Yusuf, el hombre de los mil nombres. La humanidad personificada. Lleno de contradicciones, es sin duda el personaje que en la novela insufla un algo de generosidad, de bondad. Su reciente paternidad confiere a su deambular un algo de ternura que contrasta con el resto de la trama, y eso convierte los capítulos en los que él lleva las riendas en áreas de reposo para continuar luego hundiendo al lector en la ciénaga de esta sociedad que sigue cercenando tantas alas.

Yusuf me recuerda algo a Youssef, al propio autor. Tal vez su compromiso social, su trabajo con los chicos en el casal, en los centros de acogida, su espíritu combativo contra las injusticias. Probablemente también sea por ese cariño que profesa a Muna, igual que él a su hija. Vuelca mucho de sí mismo en ese personaje.

Pero el Yusuf que Youssef crea en su novela es también un ser contradictorio, que se mueve a impulsos, que se descubre capaz de traicionar por pura atracción, hasta que, como un ave fénix, también resurge para buscar la verdad de Rihanna.

Es interesante esta mezcla de novela negra y novela intimista, lo que le permite jugar a varias bandas y tratar asuntos dispares: la paternidad, las relaciones familiares, el distanciamiento entre los marroquíes tradicionales y las nuevas generaciones nacidas en España, el choque entre progresismo y tradición, la religión planeando en las conductas familiares, la amistad, el enamoramiento, y, junto a todo esto, el mundo de la prostitución, la exacerbada violencia que rodea a todo ese mundo, el de la transexualidad, el ambiente de las drogas, la xenofobia, la islamofobia, la falta de integración social… Enhebrarlo todo con naturalidad es una de las bazas de este libro.

“…Nos hemos citado en casa de su madre, mi tía, la tía de mi madre, que hace años que vive en Marruecos y solo regresa para su cita con el médico. Las ventajas de la doble nacionalidad. La puerta la ha abierto el que creía que era uno de los amigos de mi primo, poco después me he dado cuenta de que es uno de sus trabajadores. Su seguridad personal.

La casa huele a mis veranos en Alcazarquivir y está decorada como el primer día. Cuadros con suras del Corán, fotografías de la Meca, cortinas de flores, flores de plástico en jarrones del mercadillo de los viernes o de tiendas Todo a cien, alfombras mullidas, sofás árabes, una mesa baja y redonda con hule. En la cocina, impregnada del olor a comino, con los electrodomésticos pidiendo un Plan Renove, otro de los acompañantes de mi primo prepara un té con mucha hierbabuena y azúcar. Hasta este momento, nunca me había planteado que las únicas casas de España sin artículos de Ikea, ni siquiera una escobilla de váter, son las de los primeros moros que inmigraron en los setenta.

(…) Amin consulta el reloj, un gesto que no le hace falta porque sus acompañantes le avisan siempre que llega la hora del rezo y porque en la pared hay uno viejo que no deja de dar por saco con su tictac cansado. En el suelo he dejado el regalo que ha comprado su mujer para Muna. Tres vestiditos rosas que irán a parar a un carro de Cáritas o a la maleta que cargan mis padres en la baca del coche cuando viajan a Marruecos. Ha agotado todas las bromas que podía hacer sobre la paternidad sin que ninguna fuera picante. No se habla de sexo entre buenos musulmanes, a no ser que sea el practicado fuera del matrimonio…”

Cuando escribe frases como “la casa huele a mis veranos de Alcazarquivir…”  denota esa conexión íntima del autor con esta historia desgarradora, intensa, cruda y humana. Youssef El Maimouni ha creado un universo personal del que salimos malheridos, como debe ser cuando se trata de una buena novela negra.

Nadie salva a las rosas ha sido publicada por Rocaeditorial.

Sergio Barce, 10 de marzo de 2023

 

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NUEVOS LIBROS CON AMIGOS

Nuevas imágenes pertenecientes a mi biblioteca en las que alguna de mis obras acompaña a los títulos de buenos y queridos amigos escritores.

Hoy: mi novela La emperatriz de Tánger, posando con otros títulos muy tanyauis: Mohamed Chukri, de Rocío Rojas-Marcos;  Los irregulares de Tánger, de Santiago de Luca, y a Un cierto Tánger, de Fernando Castillo. 

Mi libro de relatos Últimas noticias de Larache y otros cuentos, junto a Crónica del Norte (Viajeros españoles en Marruecos), del añorado Abdellah Djbilou, y junto a Del Rif a Madrid (Crónica sarracina de un hispanista marroquí), de Mohamed Abrighach.

Y algunos de mis relatos en libros colectivos en los que he participado junto a un gran número de autores (a muchos guardo especial cariño), pero que no voy a poder enumerar por ser numerosos, aunque ellos saben quiénes son: mi cuento «Cien rifles», dentro de La narrativa tenía un precio, que coordinó Mario Sanz Cruz para Carboneras Literaria, de Playa de Ákaba (Almería); mi relato «La librería del tío Hugo», formando parte de Me estás pisando el Chéjov, para Espai Literari (Barcelona), y otro de mis cuentos titulado «La Venus de Tetuán», en el libro Por amor al arte, que coordinó Mauro Guillén, para Generación BiblioCafé, con Jam Ediciones (Valencia).

 

 

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