1/2 parte de Bourbon Jack Daniel´s
1/4 parte de Grand Marnier
1/4 parte de jugo de naranja
2 golpes de angostura
Se echan todos los ingredientes en la coctelera llena de hielo, se agita enérgicamente, y se sirve en un vaso bajo y ancho con dos cubitos de hielo, una rajita de naranja y una ramita de hierbabuena.
Eso es lo que sirvió el barman judío Isaac Toledano en el primer relato que forma parte de Cócteles tangerinos, (De antier, de ayer y de hoy) de Alberto Gómez Font, publicado por Kasbah Editorial.
Ando estos días leyendo este delicioso libro que Alberto ha ido enhebrando año tras año hasta darle forma definitiva (hasta el día de hoy, que nunca se sabe). Dice Emilio Sanz de Soto en el prólogo: «Siempre pensé que un cóctel tangerino debía llevar hierbabuena». Y a fe que lo hay. Porque lo simpático de estos relatos es que siempre, siempre, hay un cóctel que da título a cada uno de los textos y, además, el barman que Alberto Gómez lleva dentro (y que, entre otras tareas y aficiones, ha ejercido y ejerce como tal) nos regala su composición y la manera de prepararlo, como hace con el que abre estas líneas (ramita de hierbabuena incluida).
Llevo poco leído, pero ya me he trasladado con sus personajes (Isaac Toledano, Ignacio Echeverri, los Llauradó…) a un Tánger por el que Alberto transita con ligereza y seguridad como guía y reportero. Lectura deliciosa para degustar con cada cóctel que él nos prepara, sentados en cualquier café del Zoco, en la terraza del Continental o en la piscina de Minzah o del Rembrandt. Da igual. Tánger supura por los márgenes de cada página del libro.
Escribe Alberto Gómez Font: «El olor a sobaquina de Said, su jardinero; el olor a pies del salón de la casa de sus suegros; el olor a amoníaco de los urinarios públicos; el olor a estiércol de la esquina del Zoco Grande donde estaban los burros de carga; el fuerte olor a almizcle de Fátima, su sirvienta; todos eran soportables para Isaac Toledano. Lo único que no podía soportar era el mal aliento en algunos de sus interlocutores, olor con el que se encontraba de frente mucho más a menudo que el resto de los mortales debido a su oficio de barman, pues de todos es sabido que los borrachos sufren de halitosis, y entre los clientes del bar americano del Hotel El Minzah había bastantes con ese mal. Personajes elegantes a quienes no les olían los sobacos, ni los calcetines, ni la entrepierna; pero en cuanto abrían la boca para pedir otra copa o para hacer algún comentario soez sobre el culo de la mora que limpiaba los ceniceros, la vaharada que Isaac recibía directa a la nariz era verdaderamente insoportable, aunque él la recibía con la más amable de las sonrisas, sacada del repertorio que debe tener todo barman profesional...»
Viajar hasta el Tánger de los años internacionales con Alberto Gómez Font comienza a ser un viaje de placer.
Cuando haya avanzado en estos relatos, probablemente haga una pausa, escriba de nuevo sobre ellos y deguste, mientras tanto, alguno de los cócteles tangerinos de Alberto.
Sergio Barce, 3 de marzo de 2025
