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FOTOS DE CINE – 28

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Esta imagen es un fotograma de la película Solo ante el peligro (High noon, 1952), de Fred Zinnemann, un primer plano de su protagonista: Gary Cooper.

Vigilando a través de una ventana, desde donde se refugia del acecho de la banda de Miller y sus hombres, su rostro, sin más artificios, expresa toda la intensidad del momento: incertidumbre, tensión, miedo, soledad, valentía, remordimiento, determinación. El sheriff Will Kane, al que interpreta en este inolvidable papel, está en una encrucijada: ¿ha hecho bien en regresar al pueblo del que hasta ese día era sheriff o debió seguir su camino y desentenderse de la vuelta de los salvajes pistoleros de la banda de Miller y los suyos?

El trabajo de Gary Cooper en esta película es irrepetible, majestuosa, emocionante. Su mirada en esta foto es tan profunda, tan significativa. Hay un aire de pesadumbre y de derrota en sus pupilas, pero también de dignidad y de experiencia. Proyecta tantos matices en este papel que, pese a tratarse de una película sin un gran presupuesto, le supuso su segundo Oscar como mejor intérprete.

Gary Cooper era el protagonista absoluto de la cinta, pero hay que reconocer que estuvo muy bien arropado por el resto del elenco, entre los que se encuentran lo mejor de los actores secundarios de la época. Grace Kelly, la mujer con la que acaba de casarse cuando arranca la película, con su fragilidad y belleza, es el contrapunto perfecto a su personaje. Luego están el gran Thomas Mitchell, la soberbia Katy Jurado, que obtuvo también el Óscar a mejor intérprete de reparto femenina, Lloyd Bridges, quizá en uno de sus mejores papeles como el brabucón y cobarde ayudante del sheriff, Otto Kruger, Harry Morgan, Lon Chaney jr, Robert J. Wilke, Ian McDonald o ese secundario de lujo que era por entonces Lee Van Cleef. Y, por supuesto, sin olvidarnos de su banda sonora, compuesta por Dimitri Tiomkin, que es una de las obras maestras del cine.

A Gary Cooper se le considera uno de los mejores actores de la historia, y en Solo ante el peligro lo demostró con creces. Es una de esas peliculas que he de volver a  ver cada año, y nunca me canso.

Sergio Barce, julio 2022

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FOTOS DE CINE 1

Ahí va esta joya: Gary Cooper y Lauren Bacall. Solo trabajaron juntos en una película titulada El rey del tabaco (Bright leaf, 1950) de Michael Curtiz, el mítico realizador de Casablanca. La imagen es puro glamour, algo que se ha perdido hace tiempo en el mundo del celuloide. Tanto Cooper como Bacall siempre me han seducido, él por ser uno de los mejores actores de la historia del cine y por su apostura, su sola presencia llenaba la pantalla, y ella con sus excelentes trabajos interpretativos, especialmente junto a Humphrey Bogart, y con su belleza, que rompía moldes, y su voz dura y ronca que le daba ese «toque».

Gary y Lauren

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MIS PELÍCULAS FAVORITAS 2

 

Segunda entrega. Después de Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird, 1962), doy un salto atrás, hasta 1949, año de estreno de El manantial (The Fountainhead), largo dirigido por el gran King Vidor.

Al volver a visionarla, me he dado cuenta de que tiene algunos puntos en común con la primera, con Matar a un ruiseñor, especialmente dos: el primero, la dignidad del individuo; Atticus Finch en la cinta de Mulligan, al que da vida Gregory Peck, y Howard Roark en esta de El manantial, personaje encarnado por Gary Cooper. Es indudable que ambos actores, Peck y Cooper, junto a Henry Fonda, Spencer Tracy y James Stewart, conforman ese grupo de intérpretes que traspasaban la pantalla para ir más allá del personaje, los que mejor han encarnado la decencia. Y el segundo punto, el juicio. Y es que en ambas cintas hay un juicio y un tribunal. En una, Gregory Peck hace un hermoso alegato contra el racismo y la defensa de la presunción de inocencia de todo hombre; en la otra, Gary Cooper se dirige al tribunal para probar que sus actos violentos están justificados (llega a dinamitar la construcción de un edificio que había diseñado porque, con engaños, se construye sin seguir sus directrices), y realiza también un modélico discurso para defender la libertad creativa de todo artista, incluyendo a los arquitectos, y la integridad del mismo creador, que debe estar por encima de modas, intereses o presiones, todo ello con un larvado pero efectivo ataque contra los corruptos y contra quienes se venden con tal de satisfacer al poder. No puede ser más actual.

La diferencia entre ambas películas está en la sensualidad que desborda El manantial.

Haciendo una breve sinopsis, en El manantial, un arquitecto, innovador y vanguardista, que se adelanta a su tiempo con los proyectos que diseña, ha de luchar día a día contra una sociedad en la que sólo impera el dinero, la manipulación de las masas, el borreguismo, el pensamiento único… Parece que estuviera hablando de hoy en día. Pero este film, también adelantado a su tiempo, se rodó apenas cuatro años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.

GARY COOPER y PATRICIA NEAL en El manantial

El arquitecto, Howard Roark, va a enfrentarse a pruebas muy duras para poder sacar adelante sus ideas, ideas que van contra las que imponen el poder, encarnado por un personaje oscuro e intrigante llamado Toohey, al que da vida con maquiavélico cinismo Robert Douglas, y contra las que imponen los medios de comunicación, que, en el film, están representados por un multimillonario dueño del periódico sensacionalista The Banner, y al que interpreta Raymond Massey, uno de los mejores actores de carácter de la historia del cine. A Massey se le recuerda en papeles como los de El caserón de las sombras (The old dark house, 1932) de James Whale, Arsénico por compasión (Arsenic and old lace, 1944) de Frank Capra, con ese personaje siniestro pero cómico del asesino desfigurado que aterroriza a Cary Grant, o su papel como padre de James Dean en Al Este del Edén (East of Eden, 1955) de Elia Kazan, por nombrar sólo tres de sus magistrales trabajos. Pues bien, en El manantial, Raymond Massey borda el papel de hombre sin escrúpulos que, sin embargo, al conocer a Howard Roark, se verá a sí mismo cuando fue joven y tenía aún ideales, y será él quien, dejando a un lado sus propios intereses y su despreciable uso de la prensa amarilla que sólo hurga en los escándalos y trapos sucios, salga en defensa del protagonista, hasta que se dé cuenta de que eso sólo le lleva a enfrentarse, como hace Roark, a todos.

Pero, como decía más arriba, El manantial guarda una notable diferencia con Matar a un ruiseñor, y es su erotismo. Hay films que se consideran eróticos, como Instinto básico (Basic instinct, 1992), porque hay una escena en la que se vislumbra el sexo de Sharon Stone, lo que no es sino algo burdo; y hay otros que se consideran eróticos porque sus escenas, elegantes y sinuosas, rezuman sensualidad y sexualidad. Es lo que ocurre en El manantial.

La película, además de ser ese canto a la libertad creadora del artista, a la integridad del ser humano, además de denunciar la corrupción y el arribismo (muy bien ejemplificado en la película en el arquitecto Peter Keating, capaz de venderse con tal de entrar en la jet set), además de todo eso, es un film muy romántico. King Vidor da un toque maestro en su cinta: cuando el protagonista ha de rechazar el ejecutar sus proyectos porque no quiere ceder en sus planteamientos, acabará trabajando en una cantera, como simple peón que taladra la piedra para arrancar el mármol con el que se construirán los edificios que él desearía levantar. Es ahí, bajo un sol de justicia, donde Howard Roark / Gary Cooper, se encontrará por primera vez con la hija del dueño de la explotación, Dominique Francon, a la que encarna la actriz Patricia Neal. Patricia Neal nunca ha estado tan arrebatadora. Saltan chispas en cuanto sus miradas se cruzan, y no es difícil adivinar que, especialmente en ella, se despierta un deseo sexual casi irrefrenable. La sensualidad se ejemplifica en esta cinta de muchas maneras, pero a modo de ejemplo encontramos ya un detalle significativo en ese primer encuentro: ella lo ve taladrando la piedra, y entra entonces en juego el montaje de David Weisbart, ejemplar para el fin que se persigue, ya que corta cada toma mientras la cámara va acercándose al rostro de los dos protagonistas y, en cada corte, vamos observando el esfuerzo físico de Gary Cooper, luego cómo el taladro penetra en la piedra, a continuación la tensión de sus músculos, su brazo sudoroso empujando la taladradora… Simbolismo de su poder fálico, en contraste con la mirada de Patricia Neal, llena de deseo y de pasión, y que va sucumbiendo de manera inevitable. A partir de ese instante, la atracción física de los dos se convierte en una pieza fundamental de la cinta. Y sin embargo, se conjuga a la perfección con la honestidad y dignidad de Howard Roark que, realmente enamorado de ella, sabrá esperar el momento para que esa mujer, desbocada y visceral, caprichosa a veces pero entregada en cuerpo y alma, se dé por vencida y ceda a lo que él espera de ella.

Esa atracción sexual que explota en la pantalla, se trasladó a la realidad, y la relación entre Gary Cooper y Patricia Neal se convirtió en un gran escándalo, alimentado aún más por la prensa sensacionalista (una especie de paradoja teniendo en cuenta el argumento de la película) ya que la esposa de Cooper era católica practicante.

Hablar de Gary Cooper es hacerlo de un icono. Por muchos, está considerado como el mejor actor de cine de la historia. Yo sólo sé que, cada año, lo veo en Solo ante el peligro (High noon, 1952), y que, en cada ocasión, descubro un nuevo detalle en su interpretación. En El manantial dota al protagonista de ese aire entre hombre inocente y hombre determinado que no se arredra por nada y que supo utilizar en sus trabajos con tanta inteligencia.

En cualquier caso, la cinta es fantástica. El director King Vidor fue uno de los grandes maestros del cine, suyas son las obras maestras El gran desfile (The big parade, 1925) con John Gilbert, Y el mundo marcha (The crowd, 1928), Aleluya (Hallelujah, 1929), Noche nupcial (The wedding night, 1936) también con Gary Cooper, Stella Dallas (1937) con Barbara Stanwyck, La pradera sin ley (Man without a star, 1955) o su suntuosa versión de Guerra y paz (War and peace, 1956) con unos inolvidables Henry Fonda y Audrey Hepburn. Junto a estas cintas, Vidor llenó no sólo El manantial de un aroma sensual tiznado de inteligencia, sino que hizo lo mismo en uno de sus mayores éxitos: Duelo al sol (Duel in the sun, 1946) con Gregory Peck y Jennifer Jones, arrastrándose literalmente uno hacia el otro empujados por el deseo, y en otra cinta llena de atractivo, que fue Pasión bajo la niebla (Ruby Gentry, 1952) de nuevo con Jennifer Jones ahora atrapada por el imán de Charlton Heston.

La influencia del cine mudo, al que regaló quizá sus obras más redondas, se aprecia en El manantial en el uso de la fotografía, de la que se encargó Robert Burks, y que estaba evidentemente influido en este trabajo por la alargada sombra de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles. Burks, con el tiempo, se convirtió en el director de fotografía predilecto de Alfred Hitchcock.

Por último, la música de la película es del maestro Max Steiner. Compositor tan prolífico como admirado, tiene tantas bandas sonoras conocidas y aclamadas que sólo mencionaré tres de ellas: Lo que el viento se llevó (Gon with the wind, 1939) de Victor Fleming, Casablanca (1942) de Michael Curtiz o Centauros del desierto (The searchers, 1956) de John Ford.

El manantial, una película arrebatadora.

Sergio Barce, julio 2017

 

 

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Cuaderno de de Cine: FORTUNIO BONANOVA, un actor secundario excepcional

Fortunio Bonanova

    Antonio Banderas, Penélope Cruz, Javier Bardem… los actores españoles escalan puestos en Hollywood, se convierten en estrellas. Y a veces parece que ellos son los que lo han conseguido y que nadie antes lo había hecho. Pero la historia es bien distinta.

   Con Fernando Rey como referencia, que se convirtió en un actor reclamado en todos los países, que rodó bajo las órdenes de los mejores realizadores de varias décadas, otros actores y actrices españoles trabajaron mucho antes, incluso en el cine mudo, y también después, en Hollywood, y algunos llegaron a ser grandes estrellas. He pensado que sería interesante recuperarlos poco a poco, sacarles del olvido, y que las generaciones actuales sepan que fueron unos pioneros adelantados a su época. Sus nombres: Antonio Moreno, quizá el más deslumbrante de todos, Conchita Montenegro, Rosita Díaz, Julio Peña, María Alba, José Nieto…  

   Hoy me inclino por Fortunio Bonanova. Este actor español, cuyo verdadero nombre era José Luis Moll, formaría parte del reparto de varias de las películas más famosas de la historia del cine. Nacido en Palma de Mallorca en 1896, Bonanova fue un reputado actor de teatro que estrenó obras en Nueva York y en Chicago, pero también fue barítono y escritor. Tras debutar en el teatro de su ciudad natal, se haría famoso interpretando en su primer papel para el cine mudo a <Don Juan Tenorio>, dirigida por Ricardo y Ramón Baños.

Fortunio Bonanova como Don Juan Tenorio

   En 1924 se marchó a Estados Unidos, donde actuó en varias obras musicales como barítono, hasta que logra entrar en el cine actuando en una película que protagonizaba la gran Joan Bennet: <Careless Lady>. Pero hubo de volver a España donde era una auténtica estrella.

Bonanova como el profesor Matiste, en CIUDADANO KANE

   En los años treinta trabajó tanto en España como en Estados Unidos, y gracias a su papel en la obra teatral <Sex appeal> que triunfó en Broadway, Fortunio Bonanova comienza a ser tenido en cuenta en Hollywood para protagonizar films rodados en castellano, como <El Capitán Tormenta> del año 1935. Pero es en la década siguiente de los cuarenta, cuando el nombre de Fortunio Bonanova aparece en títulos míticos del cine americano rodado en inglés, y algunos de sus personajes, aunque secundarios, se han quedado grabados en la retina de quienes amamos el séptimo arte. ¿Quién no recuerda al desesperado profesor de canto Matiste tratando de que la esposa del protagonista no desafine en la mítica <Ciudadano Kane> (Citizen Kane, 1940) de Orson Welles? Pues el profesor Matiste era Fortunio Bonanova.

Fortunio Bonanova es el General Sebastiano, entre Anne Baxter y Erich Von Stroheim, todos dirigidos por Billy Wilder

   Actuó en otros cuatro films memorables protagonizados por Tyrone Power: <El signo del Zorro> (The mark of Zorro, 1940) y <Sangre y arena> (Blood and sand, 1941) ambas de Rouben Mamoulian, y en <Un americano en la RAF> (A Yank in the RAF, 1941)  <El cisne negro> (The Black Swan, 1942), las dos de Henry King. Fue el actor que encarnó al General Sebastiano en la magnífica <Cinco tumbas a El Cairo> (Five graves to Cairo, 1943) del maestro Billy Wilder, y encarnó a Fernando en la mitificada <Por quién doblan las campanas> (For whom the bell tolls, 1943) de Sam Wood, con Gary Cooper e Ingrid Bergman.

   Otro de sus papeles secundarios memorables, Sam Garlopis, lo interpretó en otra obra maestra: <Perdición> (Double indemnity, 1944) de nuevo de Billy Wilder.

   Intervino en muchas películas más, pero destacaría entre ellas, además de las ya citadas: <Siguiendo mi camino> (Going my way, 1944) de Leo McCarey, uno de los films más aclamados de Bing Crosby; <Pepita Jiménez> (1946) del gran Emilio Indio Fernández, en la que compartió cartel junto a Rosita Díaz, otra estrella española en tierras americanas; secundó a Henry Fonda en otro film inolvidable del gran amestro entre los maestros John Ford: <El fugitivo> (The fugitive, 1947), y otro de los grandes, Otto Preminger, le dirigió en <Vorágine> (Whirlpool, 1949), junto a Gene Tierney y José Ferrer.

     Ya en los años cincuenta sus películas no fueron tan extraordinarias, salvo quizá la romántica <Tú y yo> (An affair to remember, 1957) de Leo McCarey, con Cary Grant y Deborah Kerr, en la que destacó con su personaje de Courbet. Se refugió en westerns y en series de televisión, y ya al final de su carrera, regresó a España para rodar dos películas: una producción dirigida por Carol Reed, <El precio de la muerte> The running man, 1963) y un film dirigido por el inefable Jesús Franco, <La muerte silba un blues> (1964).

Fortunio Bonanova

     Un actor, en fin, de los llamados de carácter, que supo dejar su impronta tanto en sus protagonistas como, y esto es lo más difícil, en sus papeles secundarios, y Fortunio Bonanova lo logró.

      Sergio Barce, marzo 2012

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Diálogos de películas 10

“La venganza de Frank James” (The return of Frank James, 1940)

de Fritz Lang

-Abogado:  ¿A qué distancia estaba usted de Wilson cuando le hirieron?
-Henry Fonda:   Déjeme que lo piense
-Abogado:   Le pido que responda, no que lo piense.
-Henry Fonda:   Lo siento, abogado; yo, cuando digo algo, lo pienso. No soy abogado.

 

“Veracruz” (1954)

de Robert Aldrich

-¿Tendrías misericordia de un hombre inocente?
-No existen hombres inocentes.

 

“Los profesionales” (The professionals, 1966)

de Richard Brooks

 

 Burt Lancaster:  Nada menos que cien mil dólares por una esposa. Debe de ser toda una mujer.

Lee Marvin: Será una mujer de esas que convierten a algunos niños en hombres y a algunos hombres en niños.

Burt Lancaster: Si es así, vale lo que piden.

 

“El juez de la horca” (The life and times of Judge Roy Bean, 1972)

de John Huston

 -¡Juez, juez! ¡Venga rápido, va a haber un linchamiento ilegal!

Paul Newman:  ¡Orden, orden! Aquí los linchamientos se hacen de acuerdo con la Ley.

 

“Sin perdón” (Unforgiven, 1992)

de Clint Eastwood

   

Morgan Freeman:  Matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener.

 

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