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RIPLEY EN TÁNGER

«…

-Cincuenta dirhams a la ciudad, ¿de acuerdo? -le dijo Tom en francés al taxista que abrió su portezuela-. Hotel Minzah. -Tom sabía que no había taxímetros. 

-Suba -fue la brusca réplica en francés.

Tom y el conductor cargaron las maletas.

Luego salieron como en un cohete, pensó Tom, pero la sensación no se debía a la velocidad sino a los baches del camino y al viento que entraba por las ventanillas abiertas. Heloise se agarraba al asiento y a un asidero de cuero. El polvo entraba por la ventana del conductor. Pero, al fin, el camino mejoró, y se dirigieron al racimo de casas blancas que Tom había visto desde el avión.

Había casas a ambos lados, edificios de un ladrillo rojo que parecía sin cocer, de cinco o seis pisos de altura. Giraron por una calle principal, por cuyas aceras circulaban hombres y mujeres con sandalias. Había un par de cafés con terraza, y niñitos temerarios que cruzaban la calle a todo correr, obligando a los conductores a frenar bruscamente. Aquello era sin duda el centro de la ciudad, polvoriento, grisáceo, lleno de tenderos y vagabundos. El conductor se puso a la izquierda y paró unos metros más allá.

Hotel El Minzah. Tom salió y pagó, añadiendo diez dirhams más. Un botones vestido de rojo salió del hotel para ayudarles.

Tom rellenó la ficha de registro en aquel formal vestíbulo de altos techos. Por lo menos parecía limpio. Entre sus colores predominaban el rojo y el granate, aunque las paredes eran de un tono blanco crema.

Minutos después, Tom y Heloise estaban en su <suite>, un término que a Tom siempre le parecía lúdico y elegante. Heloise se lavó las manos y la cara de un modo rápido y eficiente, y empezó a deshacer el equipaje, mientras Tom obervaba el panorama por la ventana. Estaban en el cuarto piso, contando según el sistema europeo. Tom miró el panorama de edificios blancos y grisáceos, de no más de seis pisos, un desorden de ropa tendida, algunas banderas andrajosas e inidentificables colgando de sus postes en los tejados, montones de antenas de televisión y más ropa tendida sobre las azoteas. Abajo, visible desde otra ventana de la habitación, la clase adinerada, en la que él podía incluirse, se bronceaba, dispersa por el jardín del hotel. El sol había desaparecido del área que rodeaba la piscina del Minzah. Más allá de las figuras horizontales en bikini y bañador, había una hilera de mesitas y sillas blancas, y aún más allá, agradables y bien cuidadas palmeras, arbustos y buganvillas en flor.

A la altura de las piernas de Tom, un aparato de aire acondicionado irradiaba aire fresco, y él tendió las manos, dejando que el frío le entrase por las mangas. 

Chéri! -Un grito de suave desesperación de Heloise. Luego una leve carcajada-. L´eau est coupée! Tout d´un coup! –continuó-. Como dijo Noëlle. ¿Te acuerdas?

-Durante cuatro horas al día, ¿no dijo eso? -Tom sonrió-. ¿Y el retrete? ¿Y el baño? -Tom entró en el lavabo-. ¿No dijo Noëlle…? ¡Sí, mira esto! ¡Un cubo de agua limpia para lavarse!

Tom se lavó las manos y la cara con el agua fría y, entre los dos, acabaron de deshacer todo el equipaje. Luego salieron a dar una vuelta.

Tomo hizo tintinear las exóticas monedas en el bolsillo derecho del pantalón, y se preguntó qué sería lo primero que pagaría con ellas. ¿Un café? ¿Postales? Estaban en la Place de France, una plaza en la que desembocaban cinco calles, incluyendo la rue de la Liberté, donde estaba su hotel. 

-¡Mira! -dijo Heloise, señalando un bolso de piel repujada. Pendía en el exterior de una tienda junto con chales y cuencos de cobre de dudosa utilidad-. Es bonito, ¿no, Tome? Original.

-Humm… Es mejor mirar primero otras tiendas, ¿no, querida? Vamos a dar una vuelta-. Ya eran casi las siete de la tarde y una pareja de tenderos empezaba a cerrar, observó Tom. De pronto le cogió la mano a Heloise-. ¿A que es fantástico? ¡Un país desconocido!

Ella sonrió. Tom vio curiosas líneas oscuras en sus ojos color lavanda, surgían de sus pupilas como radios de una rueda; una imagen muy dura para algo tan hermoso como los ojos de Heloise.

-Te quiero -le dijo Tom.

Avanzaron por el boulevard Pasteur, una amplia calle con una ligera pendiente hacia abajo. Había más tiendas, y toda la mercancía estaba muy apretujada. Niñas y mujeres arrastraban largas faldas, los pies calzados con sandalias, mientras los niños y los jóvenes parecían preferir los vaqueros, las zapatillas deportivas y las camisas de verano.

-¿Te gustaría tomar un té helado, cariño? ¿O un kir? Seguro que aquí hacen muy bien el kir.

Luego volvieron hacia el hotel y en la Place de France, siguiendo el esquemático mapa del folleto de Tom, encontraron el Café de París. Una larga y ruidosa hilera de mesas redondas y sillas se extendía a lo largo de la acera. Tom ocupó la última mesa que quedaba, y cogió una segunda silla de una mesa cercana.

(…) 

-¿Qué haremos mañana? ¿El Museo Forbes, los soldaditos de plomo? ¡Está en la Kasba! Y luego el Zoco.

-¡Sí! -dijo Heloise, con la cara súbitamente iluminada-. ¡La Kasba! Y luego el Zoco.

Ella se refería al Gran Zoco, el gran mercado. Comprarían cosas, regatearían, discutirían los precios. A Tom no le gustaba regatear, pero sabía que tenía que hacerlo para no parecer idiota y pagar el precio de los idiotas.

Camino del hotel, Tom no se molestó en regatear por unos higos verde pálido y otros más oscuros que tenían un magnífico aspecto, además de unos hermosos racimos de uvas verdes y un par de naranjas. Se lo llevó en las dos bolsas de plástico que le había dado el vendedor.

-Quedarán muy bien en nuestra habitación -dijo-. Y también le daremos a Noëlle.

Descubrió, para su placer, que volvían a tener agua. Heloise se duchó, seguida de Tom, y luego se tumbaron en pijama en la inmensa cama, disfrutando de la frescura del aire acondicionado.

-Hay televisión -dijo Heloise.

Tom ya la había visto. Se acercó e intentó encenderla.

-Es solo por curiosidad -le dijo a Heloise.   

No funcionaba. Examinó el enchufe, parecía estar bien conectada, en la misma red que la lámpara de pie.

-Mañana -murmuró Tom, resignado, sin importarle mucho- le diré a alguien que la arregle.

A la mañana siguiente visitaron el Gran Zoco que había ante la Kasba…»

Estos párrafos pertenecen a la novela Ripley en peligro (Ripley under water), de Patricia Highsmith, con traducción del inglés de Isabel Núñez, para Anagrama.

Aunque la mayor parte de la trama transcurre en Francia, hay una parte curiosa, no muy extensa, que se desarrolla en Tánger, pero, como se puede leer, resulta curioso cómo Highsmith describe la ciudad que, como es evidente, no conocía en profundidad, porque es llamativo el hecho de que sus personajes salgan del Hotel Minzah, lleguen a la Place de France y bajen por el boulevard Pasteur y luego, cuando regresan, «descubran» el Café de París gracias al mapa del folleto que lleva Tom Ripley, cuando ya han pasado antes por la puerta del local. En fin, sólo es un apunte anecdótico.

También me han llamado la atención algunas descripciones o frases relativas a Tánger, a Marruecos o a su población. Por ejemplo, cuando la autora describe el centro de Tánger como un lugar «polvoriento, grisáceo, lleno de tenderos y vagabundos…». Describir a la ciudad que posee la luz y el azul más radiantes como una ciudad grisácea…

En el recorrido por las calles de Tánger que efectúan sus personajes nos conduce hasta el Café Hafa (que a Tom Ripley no le gusta), el hotel Rembrandt, el Hotel Ville de France, el Nautilus Plage, el The Pub… 

Dejando a un lado Tánger, he de decir que es otra excelente novela de Patricia Highsmith con Tom Ripley de protagonista, un psicópata asesino elegante y contradictorio, uno de esos personajes inolvidables que se quedan grabados a la memoria.

Recomiendo con fervor la adaptación en serie de televisión que se ha estrenado no hace muchos meses y que es una de las mejores que he visto últimamente. Me refiero a Ripley, bajo la dirección de Steven Zaillian, en un blanco y negro hermosísimo y fascinante, y donde el actor Andrew Scott recrea al mejor Tom Ripley que he visto en cine. Sin embargo, no hay que olvidar a otros excelentes actores, muy dispares entre sí, que también han encarnado a Ripley con anterioridad, como Alain Delon en la obra maestra A pleno sol (Plein soleil, 1960) de René Clément; el inolvidable Dennis Hopper en El amigo americano (Der amerikanische freund, 1977) de Wim Wenders; el entonces jovencísimo Matt Damon, en uno de sus mejores trabajos, en la también magnífica El talento de Mr. Ripley (The talented Mr.Ripley, 1999) de Anthony Minghella o el gran John Malkovich en la fallida El juego de Ripley (Ripley´s game, 2002) de Liliana Cavani, quizá la peor de estas adaptaciones. Hay algunas otras cintas, que no he visto, como Ripley under ground (2005) con Barry Pepper como Tom Ripley, dirigido por Roger Spottiswoode. Pero, como digo, la serie Ripley es la que con mayor profundidad refleja al personaje creado por Patricia Highsmith.

Sergio Barce, 20 de julio de 2024

   

              

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MARRUECOS, HOLLYWOOD Y EL CINE NEGRO

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en <Casablanca>

Para Hollywood, Marruecos siempre fue un lugar exótico y, como tal, escenario perfecto para películas de aventuras y, especialmente, de cine negro. Por supuesto, en la mayor parte de esas películas, el Marruecos que se mostraba al público era de cartón piedra, construido en los estudios americanos.

Hoy voy a señalar algunas de estas películas, más adelante añadiré otros títulos. Por supuesto la más emblemática debe abrir este pequeño artículo: <Casablanca> (1942) de Michael Curtiz.

Bogart, Rains, Henreid y Bergman en el Café de Rick

Bogart, Rains, Henreid y Bergman en el Café de Rick

La he vuelto a ver hace un par de semanas, y la encuentro fresca, sin que el tiempo parezca pasar por esa historia inmortal. La emocionante escena en la que en el Café de Rick cantan <La Marsellesa> para acallar a los nazis te ata un nudo en el estómago.

Es una película perfecta. Mientras tanto, Sigue leyendo

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«VALOR DE LEY» (True grit) de JOEL & ETHAN COEN

Los hermanos Coen casi nunca defraudan. Llevo años asistiendo al estreno de cada una de sus películas porque sé que voy a asistir a una buena sesión de cine. Y este año se han lanzado por primera vez a rodar un western. Dicen, desde hace tres décadas, que es un género que está muriendo, pero nunca he creído en eso. Cada cierto tiempo resurge de sus cenizas y grita a los cuatro vientos que sigue siendo el género más cinematográfico. Desde “Sin perdón” (Unforgiven, 1992), hay un racimo de buenas películas del Oeste: “El último mohicano” (The last mohican, 1992) de Michael Mann, “Tombstone” (1993) de Pan Cosmatos, “El hombre muerto” (The dead man, 1994) de Jim Jarmusch, “Wild Bill” (1994) de Walter Hill, “Cabalgar con el diablo” (Ride with the devil, 1999) de Ang Lee, “3.10 to Yuma” (2007) de James Mangold y hasta magníficas series de televisión como “Deadwood” . Y ahora llega un remake de una de una película de John Wayne, “Valor de ley” (True grit, 1969) del clásico Henry Hathaway. De esta última recordaba a Wayne con su parche en el ojo y la escena que carga con dos rifles contra los otros pistoleros, pero hace ya muchos años que la vi y los recuerdos son nebulosos.

Jeff Bridges & Hailee Steinfeld

Anoche, sentado en la butaca del cine, volví a ver cine de verdad. Me di cuenta en cuando las imágenes arrancaron… La película comienza como empiezan muchos grandes westerns: con un tren llegando a la ciudad. Luego, como hace Leone en “Hasta que llegó su hora”, una panorámica genérica del lugar. De pronto, el diseño de producción comienza a tener su protagonismo: recreación de la época y de los edificios, vestuario, la guardarropía… deslumbrante, sencillamente impecable. Luego, te das cuenta de que los detalles no se quedan ahí, los personajes secundarios parecen sacados de las antiguas fotografías del lejano Oeste: las barbas y los mostachos, la estructura y la forma de sus rostros, los sombreros, las levitas…

Y también como otros grandes westerns, es la historia de una venganza. Lo original estriba en que es una chica de catorce años, Mattie Ross, quien busca esa venganza por el asesinato de su padre, y la búsqueda del autor del crimen es el motor de la trama. La actriz que encarna a Mattie, Hailee Steinfeld, borda el papel (aunque quien efectúa su doblaje al castellano no le hace justicia y la perjudica), con unos diálogos inteligentísimos y en muchas ocasiones divertidos (la mano de los hermanos Coen lo domina todo). Y aunque es de ley resaltarlo, sin duda el caramelo que han diseñado Joel y Ethan Coen para este film se lo han reservado al personaje del viejo alguacil Rooster Cogburn que clava el inmenso Jeff Bridges.

John Wayne en «Valor de ley» (1969)

Si John Wayne hizo un buen papel en la primera versión (es decir, hizo de John Wayne), Jeff Bridges se mete literalmente en la piel de Cogburn, lo humaniza, diseña un personaje que nos hace sonreír por sus bravatas pero también por su cinismo al encarar la vida, y aunque nos recuerda inevitablemente al “Nota” (quizá su interpretación más inolvidable en “El gran Lebowski” también de los Coen, especialmente cuando la chica va en su busca y lo encuentra dormido, sucio y con una resaca de caballo), logra no obstante crear otro personaje que ya irá unido a este actor. Simpática la broma de los Coen de cambiar el parche del ojo izquierdo de John Wayne al derecho de Jeff Bridges.

Jeff Bridges en «Valor de ley» (2010)

Hay homenajes al western clásico, por supuesto, en especial a “Centauros del desierto” (The searchers, 1956) de John Ford, con ese largo viaje a territorio indio, al spaghetti-western de Leone, ahí está esa escena del alguacil que apuesta al “ranger” de Texas LaBoeuf (Matt Damon) a acertar con su revólver a unas tortas de maíz que lanza al aire y que se convierte en una de las más humanas y divertida de la película, y también a “La noche del cazador” (The night of the hunter, 1955) de Charles Laughton (esto me lo sopló mi amigo Pablo Cantos en voz baja).

La película se hace corta, muy corta, como ocurre con las grandes cintas. Hay épica, hay humor, mucho humor, hay galopadas, hay tiroteos, hay aventura y hay una historia muy bien contada. Los personajes secundarios están definidos, también tienen vida propia, desde el “ranger” que interpreta con sobriedad Matt Damon hasta el asesino Tom Chaney, al que Josh Brolin convierte en una suerte de pistolero torpe, descerebrado y primitivo, pasando por el jefe de su banda, el prestamista (magnífico), el abogado que interroga a Cogburn en el Tribunal (delirantes las respuestas de éste describiendo cómo ha acabado con varios tipos), los tres desgraciados que van a ser ahorcados, el vaquero que imita a los animales o el indio que viaja cubierto por la piel de un oso… todos y cada uno de ellos enriquecen este inmenso collage del viejo Oeste que, de pronto, se mueve tras los viejos dagerrotipos…

Jeff Bridges con los hermanos Coen

A destacar la soberbia fotografía de Roger Deakins, un habitual de los Coen, que le da un tono ocre, casi sepia, a gran parte del metraje, como viejas estampas de la época, y que sabe irradiar una luz especial a las escenas nocturnas y las cabalgadas que se recortan contra el horizonte. E igualmente la banda sonora de Carter Burwell.

En fin, quizá no sea una obra maestra, que casi lo es, pero es una película hermosa, con algunos de los mejores diálogos de los últimos años, y que al terminar, aunque algo amarga, te deja una sonrisa en los labios.

Sergio Barce, febrero 2011

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«MÁS ALLÁ DE LA VIDA» (Hereafter, 2010) de CLINT EASTWOOD

Se estrena la nueva película dirigida por Clint Eastwood, el último clásico, como le gusta definirle a la crítica. Siendo, como es, una película que se mueve dentro de los límites establecidos por “Para siempre” (Always, 1989) de Steven Spielberg y “El sexto sentido” (The sixth sense, 1999) de Shyamalan, no es extraño que uno de sus productores sea el propio Spielberg.

Clint Eastwood en el rodaje de HEREAFTER

Pero dejando a un lado esta anécdota, lo cierto es que he ido a verla porque sencillamente es otra de Eastwood. Yo he crecido con él (con el actor y con el realizador), igual que lo he hecho con James Bond, Woody Allen o Martin Scorsese. Cada película de ellos, es un pequeño rito para mí, como una cita ineludible que fijamos para cada año y, generalmente, no me suelen fallar, con independencia de que el resultado sea bueno o menos bueno. Lo cierto es que son como de la familia, “good fellas”.

Me acercaba a esta audacia de Eastwood con cautela. ¿Cómo se habría enfrentado a una historia de género fantástico, por así llamarla? ¿Sería capaz de abordar un tema extraño a su filmografía con la maestría que ha demostrado tantas otras veces? (Por sólo citar algunas de sus películas más memorables como realizador, ahí están “Bird” (1988), “Sin Perdón” (Ungorgiven, 1992), “Un mundo perfecto” (A perfect world, 1993),  “Los puentes de Madison” (The bridges of Madison County, 1995), “Medianoche en el jardín del bien y del mal” (Midnight in the garden of Good and Evil, 1997), “Mystic river” (2003), “Million dollar baby” (2004), “Cartas desde Iwo Jima” (Letters from Iwo Jima, 2006) o “Gran Torino” (2008)… qué lista increíble, y sólo son las que se me han ocurrido a vuelo pluma).

Morgan Freeman y Clint Eastwood en «Sin perdón»

El resultado en esta ocasión, sin embargo, se acerca más a su cine intermedio (en el que estarían títulos como “Primavera en otoño” (Breezy, 1973), “El aventurero de medianoche” (Honkytonk man, 1983), “Cazador blanco, corazón negro” (White hunter, black Herat, 1989), “Banderas de nuestros padres” (Flags of our fathers, 2006) o “Invictus” (2009)), es decir, ese tipo de películas en las que la impronta del Clint Eastwood director está presente (iluminación oscura y escenas envueltas en sombras –Tom Stern es su director de fotografía desde «Mystic River«-, música minimalista al piano –compuesta por el propio Clint, con un sonido casi familiar, una melodía parecida a otras cintas-, encuadres desenfocados para dar la sensación de inmediatez, ritmo lento) pero en las que sin embargo falta el aliento último para hacerlas grandes.

En este caso, además, la historia se muestra excesivamente deshilvanada. Hay evidentes huellas del cine que se está desarrollando últimamente por otros directores actuales como Paul Haggis (guionista de “Million dollar baby”)  en films como “Crash” (2004) o “En el valle de Elah” (In the Valley of Elah, 2007), González Iñárritu con “Babel” (2006), que es el film de referencia en este sentido, o por Rodrigo García “Cosas que diría con solo mirarla” (Things you can tell just by looking at her, 1999) o “Nueve vidas” (Nine lives, 2005), es decir, el film caleidoscópico en el que se presentan varias historias a la vez aparentemente inconexas e incluso imposibles de relacionar pero que, poco a poco, terminan entrelazando la vida de los coprotagonistas para cerrar un círculo existencial inevitable e interdependiente.

Matt Damon, en HEREAFTER (Más allá de la vida)

Sin embargo, Eastwood fracasa en este empeño y la película, que arranca espectacularmente con la escena del tsunami, muy bien filmada, naufraga y  nos deja con la sensación de que sólo es un film más, comercial, aburrido a ratos, en el que el espectador anhela un acontecimiento que nunca llega. El final, además, es demasiado condescendiente y edulcorado.

Cécile de France

Un agradable descubrimiento es la actriz Cécile de France, que está magnífica, pero eso es decir muy poco de una película. Estas son las cosas de Clint Eastwood, capaz de dirigir obras maestras (he mencionado al menos seis o siete) o de rodar auténticos despropósitos (“El principiante” (The Rookie, 1990), por ejemplo), que en el caso de “Hereafter” (prefiero el título inglés al ñoño con el que lo han bautizado en España) se queda en el limbo, como algunos de los personajes de la propia película…

Otros magníficos films de Clint Eastwood como director son “Escalofrío en la noche” (Play Misty for me, 1973), “El fuera de la ley” (The outlaw Josey Wales, 1976), “El jinete pálido” (Pale rider, 1985), “Poder absoluto” (Absolute power, 1997) o “Ejecución inminente” (Trae crime, 1999). Ahí es nada.

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