LUISA MORA Y SERGIO BARCE
El pasado jueves, 16 de septiembre, se presentó mi libro de relatos Una puerta pintada de azul (Ediciones del Genal) en Casa Árabe, de Madrid. Un encuentro que me dejó una agradable sensación final.
Karim Hauser, de Casa Árabe, hizo los honores, efectuando una breve pero elegante introducción para que, a continuación, mi querida y entrañable Luisa Mora, jefa de servicio de la Biblioteca Islámica “Félix María Pareja” de la AECID, tomara la batuta, con energía y mucho humor, y abrió un diálogo conmigo que me pareció que fue fructífero y ameno. Luisa dejó apuntes muy interesantes, como sus impresiones acerca del libro y los relatos que lo conforman, y, entre otras cosas, lanzó varias ideas, que reproduzco:
“Resulta un placer conocer <la ciudad ficcionada> a través de esta mirada literaria que la recrea con gran sensibilidad. Una geografía ya inexistente, con un nivel de detalle que parece fantasmagórica. Larache es, en cierto modo, un estado de ánimo. Y así se suma a otras ciudades literaturizadas (como Vetusta, Macondo, Comala, Liliput, el reino de Camelot…).
En la prosa de Sergio cobra especial relieve todo lo sensorial de Larache, adonde vuelve una y otra vez: los colores (la luz), los olores (la brisa), los sabores…. Es una rica manera de procesar la información <sensorial y sinestésica> (con una adjetivación rica y variada).
El lenguaje es singular, <barciano>: se crean términos como <larachensemente> (que viene de su libro Paseando por el Zoco Chico, pp. 189 y 198) que le gusta y retoma, se utilizan palabras como azaque, candora, anafe (horno portátil) y arabismos o términos en dariya (recogidos en un glosario al final).
En la obra de Sergio se aprecia no solo la influencia de sus lecturas sino también de todo el cine que ha visto y que sigue viendo sin cesar, como siempre cuenta en su blog y en sus conversaciones. De ahí el resultado de muy buenas imágenes literarias, como fotos fijas (en movimiento). También el tiempo está bien delineado: se fija. El manejo del tiempo es lentísimo, circular, a veces agobiante… Y percibo también un ritmo interno en el manejo de ese tiempo. Cómo retoma memorias y vuelve atrás, a lo que vivió de niño, es la sensación de un tiempo lento, parado, con detalles fugaces, congelados, de un tiempo detenido <larachensemente> que también conecta con la sensación de luces y sombras (de aspectos mejorables, de asuntos atávicos). Y lo hace de la mano de personajes sencillos, con vidas corrientes sin grandes proezas, que pasan la vida en el zoco chico o que desean conocer /sueñan con conocer el mar (qué bello), que resultan memorables enfundados en sus chilabas (en foto fija).
Son cuentos emotivos (los personajes, muy bien construidos, muestran sus emociones, lo que les mueve como humanos) y con ellos se idealiza el pasado hacia el que Sergio Barce se siente gran nostalgia. Con frecuencia son personajes vistos desde arriba, con tono agridulce y cierta compasión por su drama humano y su vida simple. Pero el afecto se aprecia sobre todo en los homenajes a su padre, a su madre, en sus declaraciones de amor a Marruecos donde vivió una infancia feliz, con la inocencia de un niño que vivió en un microcosmos donde existía todo lo necesario para ser feliz…”
Luisa Mora dijo muchas cosas más, pero me quedo con lo que he anotado antes. Me gustó que hablara del estilo <barciano>, y de las palabras que me he inventado, como <larachensemente>. Pero, sobre todo, me quedo con su cercanía, con su intensidad a la hora de preparar este encuentro, con sus hermosas palabras, dichas desde una sonrisa permanente, con su generosidad. Dan ganas de volver a presentar el libro con ella.
Al encuentro, también se incorporó la poetisa, traductora, doctora en Filología francesa… mi amiga Leonor Merino que, el día antes del acto, me ofreció su voz para ser quien leyera algunos párrafos del libro que se presentaba, y accedí encantado, sabiendo de antemano que solo una poeta sabe cómo modular una lectura en público. Y así lo hizo, añadiendo algunos apuntes personales sobre los cuentos que leyó. Fue un contrapunto perfecto al diálogo que manteníamos Luisa y yo, y el que se extendió con los asistentes. De manera que la presentación de Una puerta pintada de azul fue tan intensa como emotiva.
Además, hubo una excelente asistencia de público, teniendo en cuenta los problemas que la pandemia nos ha creado, y que hace recelar a algunas personas antes de decidirse a acudir a un evento de este tipo, como así me indicaron algunos amigos. Aun así, aunque no conozco a todos los que se acercaron, sí puedo hacer constar que me arroparon muchos amigos y lectores, y trataré de nombrarlos a todos (que me perdone quien no se vea transcrito): el escritor Luis Salvago, con quien mantuve el sábado pasado una charla de lo más instructiva (literariamente hablando), su mujer María José, los siempre fieles Charo Sánchez y César Martínez Herrada, que venían acompañados por los guionistas Pedro García Ríos y Rodrigo Martín, que hicieron de fotógrafos improvisados, reflejo de su generosidad; el poeta y “caminante” (él sabe por qué lo digo) tanyaui Farid Othman-Bentria Ramos junto al hombre que sabe vivir: Alberto Gómez Font, recién llegado de Tánger; y Consuelo Hernández, que me dio la bonita sorpresa de su presencia pese a que está tan ocupada en la preparación de su nueva exposición de pintura en la misma ciudad de Tánger; mi admirada Malika Mbarek, sonriente siempre, y su amiga Lucy; Paco León Borrego, que es de Alhucemas y sigue enamorado de Marruecos, como casi todos los asistentes; por supuesto, mis hermanos larachenses, que no fallan nunca: Angie Ramírez, Gabriela Grech, José Miguel Feria, Pilar Vicente Ascaso, Chiqui Pulido o José Manuel Galindo, que me hacen sentir tan bien; e inesperados encuentros como los del escritor, también tanyaui, Leopoldo Ceballos, del arabista Gonzalo Fernández Parrilla, al que por fin conozco en persona, del profesor Mahan Ellison, y la compañía de mis escuderos: Berry y mi hijo Pablo, el único director capaz de hacer que la adaptación cinematográfica sea mejor que el original literario (Alberto Mrteh dixit).
En fin, una presentación redonda en todos los sentidos. Y, al día siguiente, tocó firmar más ejemplares en la Feria del Libro, en la caseta de la Librería Balqís. Allí me reencontré con Beatriz Ballesteros, siempre tan atenta, gentil y efectiva, y me tenía ya preparados mis libros, no solo Una puerta pintada de azul, que era lo que nos convocaba, sino también con otros de mis títulos: Malabata, La emperatriz de Tánger, Paseando por el zoco chico… En fin, armada para que no se le escapara ningún lector. Y de esa guisa comenzaron a llegar quienes se acercan con curiosidad o quienes vienen ya directamente en busca de tu libro. La primera persona que llegó, lamentablemente no recuerdo su nombre, comenzó a preguntarme por el argumento de cada uno de mis títulos y, al final, se llevó el que menos supe resumirle: El libro de las palabras robadas. Me dijo que no había leído nunca nada mío y me prometió que, al acabar la novela, me buscaría por internet y me escribiría con sus impresiones. Veremos qué me cuenta esta lectora inesperada.
Y luego, comenzaron a llegar otros buscadores de tesoros, entre los que había algunos buenos y queridos amigos: el escriba Alberto Mrteh, radiante al ver por fin editado su libro Meshi shughleck, que le presentaré en Málaga, incha alláh, y así nos fotografiamos, cada uno con el libro del otro; la gran Sandra López, artista irredente y revolucionaria, me encanta como es, que llenó el lugar de luz; Julián Enrique López, que es uno de los lectores más fieles con los que cuento, y que se trajo varios de mis títulos para que se los firmara, cosa que hice con el mayor placer; y, cómo no, de nuevo los larachenses y sus sufridores que no dejan de leerme: José Miguel Feria, siempre a mi lado; y Francisco Muñoz Cortado, Isabel Gómez Ramos, Rosa Agrela Díaz y Bautista Negral Pérez; o la tanyaui Anabel de Arcos Pérez, que prefirió para leer lógicamente comprarse Malabata. Y Charo Sánchez, que vino con Mercedes Lascorz.
Farid Othman me visitó en la caseta, como Alberto. Pero otros amigos no pudieron acceder por las colas interminables para entrar en el recinto de la Feria, como el escritor Iñaki Martínez, lo que me resultó frustrante, tanto o más que a él. Ya fuera, me encontré con el también escritor Mohamed El Morabet, que, para celebrar nuestro reencuentro, me regaló un precioso volumen de Idilio, de Javier Montesol, dedicado a la obra de Mariano Fortuny en Tánger (y nos emplazamos para celebrar en poco tiempo una buena noticia que me adelantó a sotto voce). También mi amigo José Luis Fernández Lozano se quedó atrapado en las largas colas, pero lo compensamos y nos vimos fuera y logré dedicarle el libro.
Y el sábado, un café especial junto a Mohamed El Morabet, Luis Salvago, Rocío Rojas-Marcos (feliz ella con la firma de su libro sobre Chukri), Malika Mbarek, Gonzalo Fernández Parrilla y María José. El resto del día fue para Charo, César, Berry, Pablo y Lola.
¿Qué más se puede pedir?
Sergio Barce, 20 de septiembre de 2021