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NOTAS A PIE DE PÁGINA 18 – DE ESCRITORAS VARIAS A EMMA STONE, PASANDO POR TÁNGER

Me asombra y hasta me estremece pensar que mis últimas notas a pie de página las escribiera en noviembre del pasado año. Ya ha llovido. Y cuántas cosas han sucedido desde entonces.

A finales de verano del pasado año, ponía punto final a mi novela Todo acaba en Marcela, sin saber qué hacer con ella. Tras El mirador de los perezosos, había dado un giro de ciento ochenta grados y había saltado de mis historias más personales a una novela dura, escrita sin contemplaciones, sin censuras, y se abría un cierto abismo a mis pies al pensar en cómo reaccionarían mis lectores habituales y los nuevos. Una amiga me sugirió que enviara el manuscrito a Ediciones Traspiés, de Granada, que había iniciado una colección de novelas negras bajo el nombre de “Criminal”. Comprobé que ya habían publicado en esa colección a dos buenos y reconocidos escritores: José Luis Muñoz y Carlos Erice, lo que me animó a remitirles mi novela sin muchas expectativas. La experiencia anterior me decía que tardarían meses en responder y que, probablemente, la rechazarían con alguna excusa genérica y vaga. Pero me equivoqué. De inmediato, me contestaron que leerían la novela a la mayor brevedad, y así lo hicieron. Al poco, me comunicaban que estaban interesados en editarla, pero que no saldría hasta mediados del año 2024. De acuerdo, les dije. Pocos días después, por una carambola del destino, me anunciaban que adelantaban su publicación y que saldría el 19 de febrero. No me lo podía creer. Y volvieron a cumplir. Fascinante.

Ya la hemos presentado con éxito en la Librería Proteo de Málaga, de la mano de José Garriga Vela y Héctor Márquez, y en la Librería Prometeo de Torremolinos, con Víctor Pérez. Próximamente, lo haremos en la Librería Fahrenheit 451 de Barcelona, acompañado de Youssef el Maimouni, y en la Feria del Libro de Valencia,  con Susi Bonilla. En Tánger, tengo previsto que me acompañe Javier Valenzuela. Ojalá Iñaki Martínez lo haga en Bilbao y que Mohamed el Morabet o Luis Salvago también puedan compartir conmigo momentos en Madrid o donde se encarte. No hay nada mejor que hablar de tu libro con algún escritor amigo. En cualquier caso, la novela está superando mis expectativas iniciales, llenas de recelos, y los comentarios, llamadas y mensajes de los lectores me desbordan día a día. No deja indiferente a nadie y la mayoría me confiesa que no pudieron dejar de leerla. Parece que no ha sido mala idea escribirla.

Mientras tanto, mis lecturas siguen llenándose de páginas escritas por mujeres. En mis anteriores notas, hablaba de las novelas y libros de Leila Slimani, Annie Ernaux. Sara Mesa, Lydie Salvaire, Anna Ajmátova, Mª Isabel Peral del Valle, Marjane Satrapi, Ángeles Mora… Y parece que algo me atrae de ellas, porque sigo devorando obras escritas por mujeres. Releo a Fatema Mernissi, a la que es preciso volver de tarde en tarde. Asisto a la presentación de Teoría del tacto, de Fernanda García Lao, autora argentina, con una prosa eléctrica y acerada. Interesante escucharla, por su vehemencia, e interesante leerla para descubrir nuevas formas de narrar. Leo en Teoría del tacto, en el relato titulado No atender:

Hoy escuché una voz y dije, éste es Luis, nadie habla así, como entumecido. Dijo: Hola, ¿Graciela? Y luego: ¿Te acordás? Y sí, me acordaba, han pasado diez años, pero lo tengo acá, en el centro de la oreja. Colgué sin pensar, aunque no necesito el tubo para sentirlo. Digo, si quiere hablar conmigo no es necesario el aparato, que ya desconecté. El único que llama habitualmente es mi padre. Si no atiendo piensa que me sucedió algo feo, nunca contempla lo bueno. Yo tampoco, desde aquello. Tengo identificador para filtrar los llamados indeseables. Banco: no atender; vecina: no atender; encuesta: no atender. Luis me descolocó con el número privado. No le pude preguntar qué quería, me agarró aquel furor que creí superado. Diez años entrenando la distancia y se me viene a caer con un solo llamado…

Teoría el tacto ha sido publicada por Editorial Candaya.

Otra cosa es la Correspondencia Inédita 1958-1987 entre Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto. Edición de José Teruel, pata la Biblioteca de la Memoria, de Editorial Renacimiento. Leer cartas para gozar de la amistad y la bella connivencia de dos amigos íntimos y profundamente sinceros. Leer estas cartas que se remitían Carmen Laforet y Emilio Sanz no sólo te abre una puerta a la esperanza, sino que te reconcilia con lo mejor de nuestra cultura. En mi blog rescaté una parte de esta correspondencia cuando Emilio escribe acerca de Viridiana, de Luis Buñuel. La lucidez de sus exposiciones me ha servido de inspiración, y para animarme a creer en la creación. Me deslumbra la sencillez de Carmen Laforet, sus dudas, sus miedos a los lectores, su temor a no escribir a la altura que ella cree que debe hacerlo. He subrayado casi todas las cartas. Parece que sea un maniático, pero es una costumbre que no pierdo: la de remarcar todo lo que me parece exquisito o bueno o simplemente interesante. Todo lo que pueda aportarme algo no dejo de indicarlo de alguna manera: con un signo de admiración, con un subrayado, con una aspa… siempre a lápiz, por si me arrepiento más adelante. Aunque no suelo errar.

Leo en esta correspondencia acerca de lo que sucedió con el escritor tangerino Ángel Vázquez y el Premio Planeta:

Madrid, 18-19 de octubre, 1962.

Querido Emilio: Al llegar de Barceloa (ayer) encontré tu carta. Me dio la alegría de siempre y me desconsuela no poder hacer ese viaje a París este mes precisamente. Pero nos veremos.

Lo de Vázquez ha sido una pena. Y una rabia. La novela fue seleccionada y quedó finalista con 3 votos contra 4. Creo que Lara la publicará de todas maneras. Ocurrieron cosas peregrinas en la votación, de las novelas seleccionadas solo dos merecían atención: una era Ayer fuimos gigantes de Mª Jesús Echevarría (quedó eliminada en la tercera o cuarta votación) y otra la de Vázquez. La novela que premiaron es una verdadera porquería. La defendía Arbó que votaba por él y por Agustí (que no estaba ni había leído nada) y Gironella. A Fernández de la Reguera no le gustaba, pero la votó por lo siguiente: Yo le dije que a esa novela no le daba un solo voto pues era una novela que parecía la caricatura de otra que envió Rosa Cajal a la editorial y le devolvieron con un informe pésimo. Las dos novelas trataban de una pensión, en las dos (una casualidad hasta cómica) la dueña de la pensión se llama doña Eloísa, pero la de Rosa es una novela buena, y por tanto infinitamente mejor que Las bestias y el sol o El sol y las bestias * que es la rival de la de Vázquez. (*El sol y las bestias se publicaría con el título de Los enanos <Barcelona, Plaza & Janés, 1962>. En 1964, Concha Alós ganó el Premio Planeta con Las hogueras)

Estaba yo segura de que el informe era de Reguera que me odia violentamente por envidia. Reguera no dijo ni una palabra. Entrambasaguas estuvo genial, pues aborrece El sol y las bestias y además captó en seguida una actitud fea en F. Reguera y le hizo sufrir lo indecible cuando Reguera decidió el premio votando El sol, etc… Cuatro votos para esta horrible novela: de Gironella, Arbó, Agustí y Reguera. Votamos por Vázquez: Lara, Entrambasaguas y yo.

Ahora segunda parte: En el momento en que te escribo puede ser aún que Vázquez tenga el premio. La señora o señorita ganadora parece ser que tenía la novela comprometida con otra editorial (Plaza & Janés). Lara, que está hoy en Madrid, ha dicho por televisión que si hay ese compromiso la novela es para Plaza. Desde luego que él (primero él), Entrambasaguas y yo votamos a la de Vázquez y que en ese caso las 200.000 son de Vázquez. Dice que al volver él a Barcelona quedará aclarado el asunto. Y dijo además que había de 100% probabilidades, 99 y media, a favor de Vázquez. Eso puedes decirlo en el España. Pues creo de todas maneras que Vázquez tiene segura la publicación de la novela en Planeta si le interesa. Y probable el premio.

Desde luego mejor que Vázquez no se haya enterado del todo porque es para enfermar del corazón. Si gana, en cuanto me entere te pongo un telegrama.

De todas estas cosas han resultado algunas buenas.

1º Que -ya te contaré de palabra- Lara se ha dado cuenta del juego sucio de Reguera conmigo.

2º Que he conocido mejor a Entrambasaguas y me parece hombre divertidísimo (le reventaba, entre paréntesis la cita de Gil de Biedma que hace Vázquez en la novela) y le gustaba la novela por lo que tiene de tangerino, aunque no le gustaba del todo, pero sí, sin ninguna duda, más que El sol y las bestias, a quien Entrambasaguas, como yo, no dio ni un voto.

En fin. Veremos en qué queda. No sabes lo que me alegraría de que las pesetas fueran a Vázquez. Es algo que se merece en justicia. Bueno Emilio, espero tu visita con verdadera alegría. Ya estará todo resuelto para entonces.

Hoy 19

Anoche cené con Lara. Acabo de ponerte un telegrama; el premio es PARA Vázquez. Hoy sale en ABC la noticia…

Y en toda esta correspondencia, además del afecto que muestran por el autor de La vida perra de Juanita Narboni, cada carta rezuma el cariño y la admiración que Laforet y Sanz se profesaban el uno al otro y el que también sentían por la ciudad de Tánger.

De Sara Mesa leo Cara de pan, que ella me envió tras conocernos en Granada. Una novela intrigante y perturbadora, que me ha gustado por su ritmo pausado pero envolvente. Delicada en su forma de abordar esta extraña relación entre un hombre adulto y una niña, llena de contradicciones, deseos, frustraciones y sensualidad larvada. Una historia que se puede ir de la mano, pero que Sara Mesa sabe atornillar con gran destreza.

Escribe Sara:

“…La compasión con que Casi lo escucha cede su espacio a la fascinación: la vida del Viejo es cada vez más enigmática e intrigante. El Viejo tiene un padre-abuelo y estuvo en un manicomio -ahora piensa en esa palabra: manicomio-, tiene un pasado raro y oscuro, ha sido rechazado por una confabulación de policías de la mente que lo encerraron a la fuerza. Es posible que esa tarde, cuando finja hacer los deberes en casa, sentada en el escritorio en su cuarto tranquilo y con la puerta cerrada, escriba sobre todo esto, adornándolo aquí y allá con un tono adecuado: Poco a poco me va desvelando sus secretos; me los cuenta en voz baja, al oído; yo tiemblo mientras lo escucho; su voz es ronca y pausada, como la de los malos en las películas de miedo, pero él no es malo, yo no creo que él sea malo aunque posiblemente haya hecho cosas malvadas…”

Cara de pan, de Sara Mesa, ha sido publicada por Anagrama.

También acabo de leer una novela distópica y extremadamente dura, pero en absoluto disparatada. Se trata de Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica. Después de ver la excelente cinta de J.A.Bayona, La sociedad de la nieve, leer Cadáver exquisito tiene su miga. Porque de lo que trata esta novela es la de una sociedad en la que ya se ha asumido el hecho de que, para sobrevivir, hay que alimentarse de carne humana. ¿Llegaremos a eso? Nadie lo sabe. Pero hay aspectos sumamente interesantes en esta obra, excelentemente escrita, que no deja tiempo para tomar aire. La atmósfera en la que sume al lector es verosímil y aterradoramente creíble, por eso me parece tan fascinante. Y Bazterrica no se anda por las ramas a la hora de abordar lo más atroz de este planteamiento: la inhumanidad. Al acabar su lectura, tengo la sensación de que no estamos tan lejos de que, alguna vez, lleguemos a estos extremos.

Escribe Agustina Bazterrica:

“…El empleado agarra una manguera y lava el box y el piso manchado con excrementos. El más alto se baja de los escalones y se sienta en una silla con la cabeza gacha. Él piensa: ahora vomita. Pero se para y se recompone. Entra Sergio con una sonrisa, orgulloso de la demostración. <Y, ¿qué les pareció?¿Quieren probar?>. El otro se acerca y le dice: <Sí, yo>, pero Sergio larga una carcajada y le dice: <No, papito, para esto te falta mucho>. El otro parece decepcionado. <Te explico, querido. Si me lo matás de un golpe, me arruinás la carne. Y si no me los desmayás y entran vivos al sacrificio, también me arruinás la carne. ¿Me comprendés?> Y abrazo al otro mientras lo sacude un poco, riéndose. <¡Estos pibes de hoy, Tejo! Se quieren llevar el mundo por delante y no saben ni caminar>. Todos se ríen, menos el otro. Sergio les explica que los principiantes usan la pistola de perno cautivo, <tiene menos margen de error, ¿te das cuenta?, pero la carne no queda tan tiernita. Ricardo, el otro aturdidor que ahora está descansando afuera, usa la pistola y se está entrenando para usar la maza. Está acá hace seis meses>. Y remata: <Usar la maza es sólo para los entendidos>. El más alto pregunta qué le dijo a la carne, por qué le habló. Él se sorprende de que llame carne a la hembra aturdida, y no cabeza, o producto. Sergio le contesta que cada aturdidor tiene su secreto sobre cómo calmarlos antes de aturdirlos y cada aturdidor nuevo tiene que encontrar su manera. <¿Por qué no gritan?>, dice el más alto. Él no quiere contestar, él quiere estar en otra parte, pero está ahí. Es Sergio el que contesta: <No tienen cuerdas vocales>. El otro se sube a los escalones y mira la sala de los boxes. Apoya las manos en la ventana. Hay ansiedad en la mirada. Hay impaciencia. Él piensa que ese candidato es peligroso. Alguien con tantas ganas de asesinar es alguien inestable, alguien que no puede asumir la rutina de matar, el gesto automático y desapasionado de faenar humanos.”

Cadáver exquisito, de la escritora argentina Agustina Bazterrica, ha sido editada por Alfaguara.

También abordo a Jon Fosse. Su Trilogía (Trilogien), es un artefacto difícil de leer porque, como todo ejercicio basado en la técnica y en el engranaje, acaba a mi entender por ahogar la trama. Sí, es un libro curioso, y sí, escribe como le da la gana. Y sí, hay un juego de personajes que desaparecen y reaparecen reconvertidos en otros en una especie de espejos hipnóticos y giratorios que no acaba nunca, pero eso conlleva mucha paciencia por parte del lector y no estoy muy seguro de que no haya por ahí alguien que habrá acabado por desesperarse con este libro. Transcribir un pasaje de estos relatos que se entrelazan me parece inútil, porque no diría nada si no se es capaz de leerlo entero. Jon Fosse es el último premio Nobel de Literatura. No sé si se han olvidado de otros con más enjundia, creo que sí, aunque no seré yo quien los juzgue. Dios me libre, si existe. Los del Nobel sabrán. Yo sólo soy un lector impenitente y aprendiz de escritor. De pronto, me acuerdo de dos apellidos: Borges y Cortázar. Así, sin quererlo. ¿Por qué será que he pensado en ellos?

Un poco de cine, que siempre viene bien: veo por enésima vez El tercer hombre (The third man, 1949) de Carol Reed. Maravillosa. Una cinta impregnada de maldad. Lo más bajo del ser humano representado magistralmente por esa sonrisa cínica de Orson Welles interpretando a Harry Lime. Cine negro puro y directo, del clásico más auténtico.

Y veo Pobres criaturas (Poor things, 2023) de Yorgos Lanthimos. Una cinta que me ha deslumbrado por su intensidad dramática, por su ambientación exuberante, por sus interpretaciones alucinadas, en especial esa Emma Stone que todo lo hace bien, secundada por los siempre excelentes Willem Dafoe y Mark Ruffalo. Hay mucha carga de profundidad en esta historia de seres aparentemente limitados o transformados. Hay mucho de Frankenstein, y mucho de Tod Browning. Pura fantasía terrorífica, pero a la vez romántica (no hablo del romanticismo ñoño, sino del romanticismo poético). Subyugan sus imágenes, tan diferentes, tan distorsionantes, tan mágicas. Una película increíblemente bella.

Recibo en estos momentos los comentarios de Maribel Méndez, la bibliotecaria del Instituto Cervantes de Tánger, tras leer mi novela Todo acaba en Marcela. Y me hace reír. Parece que a ella también le ha gustado. Otro punto a favor. No está mal para acabar estas notas a pie de página de hoy.

Sergio Barce, 28 de marzo de 2024

 

 

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CARMEN LAFORET

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LOS LIBROS DE SARA MESA

Esta mañana llegó un pequeño paquete a mi despacho. La remitente era Sara Mesa. Nos habíamos conocido en la entrega del premio de la Crítica, en Granada. Apenas tuvimos tiempo de hablar como a mí me hubiera gustado hacerlo, pero cuando hay tanta gente alrededor es difícil encontrar el momento oportuno. Ahora lo lamento. Y, sin embargo, al abrir el paquete me encuentro dos novelas de Sara: Cara de pan y Un amor. Publicadas por Anagrama. Ambas dedicadas, junto a una preciosa postal con el retrato de Scott Fitzgerald, en cuyo reverso me escribe unas líneas llenas de calidez. Me quedo observando los libros, el sobre ya vacío y sus palabras escritas a mano. Tiene una letra agradable, entre juvenil y expresionista. Y pienso que es un detalle que dice mucho de la persona. Ahora he de hacerle llegar mi gratitud. Y se me ocurrió hacerlo contando la belleza de su gesto.

Sergio Barce, 14 de noviembre de 2023

 

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NOTAS A PIE DE PÁGINA 17 – DE LA ALHAMBRA A LENINGRADO PASANDO POR PERSÉPOLIS

Asisto a la presentación del libro La Andalucía de Miguel Hernández, una antología seleccionada y comentada por Juan José Téllez. Todo un lujo escuchar a Juanjo, su lucidez, sus rápidas y acertadas réplicas, aprehender su compromiso humanista. Me gusta el ritmo con el que nos regala sus impresiones sobre el poeta de Orihuela y cómo salpica de anécdotas cada episodio que nos descubre de su vida y de su poesía. Hay un extraño y vivificante aire de libertad en la sala mientras lo hace, como si hubiésemos dejado el aire envenenado e irrespirable del resto del mundo en el exterior. Qué terapéutico es volver a Miguel Hernández: 

Tengo estos huesos hechos a las penas

y a las cavilaciones estas sienes:

pena que vas, cavilación que vienes

como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,

voy en este naufragio de vaivenes

por una noche oscura de sartenes

redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor, la tabla que procuro,

si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio

de que ni en ti siquiera habré seguro,

voy entre pena y pena sonriendo.   

El pasado jueves, 26 de octubre, recogí el premio de la Crítica de Andalucía al mejor libro de relatos por El mirador de los perezosos. Un acto cargado de buenas vibraciones. Allí tuve la suerte de conocer a Ángeles Mora, ganadora en la categoría de poesía por Soñar con bicicletas, y a Sara Mesa, premiada por su novela La familia, que yo había leído semanas antes; un libro que navega entre las oscuras sombras de los secretos familiares, un libro que transmite un permanente desasosiego y que vuelve de regreso días después de acabado. Escribe Sara Mesa:

Padre acusaba a madre de ser demasiado blanda con Damián. Cuanto más blanda, decía, más blandura, fíjate qué carnes para la edad que tiene. Madre lo defendía, aunque sin traspasar ciertas fronteras. Era curioso: había abandonado al niño de bebé debido a una depresión nunca diagnosticada, se pasó los primeros años de su vida sin apenas mirarlo, y ahora que estaba en plena adolescencia, se volcaba más en él que en los otros, achuchándolo o dándole golosinas a escondidas. ¿No era, después de todo, quien más la necesitaba? Con seis años menos que Damián. Aquí, el pequeño, parecía seis años mayor: voluntarioso, independiente, irresponsable pero dispuesto a afrontar él solito las consecuencias de su irresponsabilidad y, para colmo, dotado del arbitrario toque del encanto. En cuanto a las niñas, se criaban solas, por así decirlo, y más desde que había llegado Martina, con sus secretos de niñas en los que era mejor no meterse. Ella intuía que había algo físico en Damián que ponía de los nervios a Padre, algo que iba más allá de la gordura. Era la piel tan blanca -como cruda-, la redondez de los ojos azules, ¡las pecas! -que nadie más tenía-, los andares de cerdito y la torpeza de las manos, que no agarraban con fuerza…”   

La familia, de Sara Mesa, ha sido editada por Anagrama. Ángeles Mora estaba especialmente nerviosa, pese a ser una poeta laureada y reconocida en todo el país. La emoción la embargaba. Sus palabras, sus recuerdos, nos aclararon el motivo de esa dicha. Escribe Ángeles Mora:

Buscar la luz,
no mirar por los rotos
donde el rencor oculta
su negrura infinita.

Yo, que no tuve bicicleta,
soñé con bicicletas
y lloré al despertar.

La huella de aquel sueño,
Me ayudará a cruzar
con esperanza
caminos prohibidos.

Soñar con bicicletas ha sido publicada por Tusquets Editores.

Ha sido un regalo haber conocido a estas dos escritoras al fin, y aparecer junto a sus nombres en esta edición del Premio Andalucía de la Crítica.

Tal y como manifesté al recoger el galardón por mi libro de relatos, es insólito y casi un milagro que mi libro haya llegado hasta ahí habiendo sido publicado por una pequeña editorial malagueña como es Ediciones del Genal. Por eso me enorgullece que el jurado se haya fijado en mi obra y que la haya considerado merecedora del premio. Creo que la baraka y los yinns tanyauis han tenido algo que ver con todo esto.

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SERGIO BARCE, ÁNGELES MORA Y SARA MESA

Hace unas semanas, leí la biografía de Anna Ajmátova que ha escrito Eduardo Jordá para Zut Ediciones. Narrada en primera persona, como si fuese la propia poeta rusa quien se autobiografiara, una historia que es a un tiempo conmovedora, dolorosa y heroica. Sería una rara avis en los años que vivimos, porque escritores que defiendan sus principios como hizo Ajmátova ya suelen ser casos aislados. La represión física, moral y creativa, la censura demoledora que padeció en su obra, y que sufrió durante su larga vida, fue atroz e injusta. Leemos en este libro el siguiente episodio en la vida de Anna Ajmátova:

“…A pesar de la partida de (Isaiah) Berlin, el año empezó bien. Firmé un contrato para una nueva antología de poemas y me invitaron a recitar mis poemas en el Salón de las Columnas de Moscú. Aplausos, gritos, ramos de flores lanzados al escenario. Después leí en el Bolshói de Leningrado. Hubo los mismos aplausos y los mismos ramos de flores lanzados al escenario. Pero Nadia Mandelstam, que había venido a pasar unos días conmigo, notó que nos hacían una foto con flash cuando entrábamos de noche en la Casa de la Fontanka. Yo no le di importancia. <Es solo magnesio>, le dije. Pero luego llegó el verano, y luego llegó el mes de agosto. Y justamente había acabado de comprar mi ración de arenques cuando me encontré al escritor Zóschenko por la calle. <Anna Andreiévna, ¿qué vamos a hacer ahora?>, me preguntó muy agitado. Yo no sabía de qué me hablaba. <Todo irá bien, no te preocupes>, le contesté, porque me dolió ver a Zóschenko, que siempre estaba de buen humor, tan apagado y tan nervioso. Pero luego, al llegar a la Fontanka, me enteré de lo que había pasado. El Comité Central del Partido Comunista había aprobado una resolución que nos condenaba a Zóschenko y a mí por nuestra estética decadente y burguesa. En la resolución se reproducían las palabras del camarada Zhdánov -era al que mi hijo había intentado matar según los delirios de nuestros chequistas-, quien aseguraba que mi poesía era obra de una <medio puta y medio monja>, o más bien de <una monja que era a la vez una puta y que alternaba la fornicación con las plegarias>. Todo lo que yo había escrito era la obra de <una dama medio loca de la aristocracia que se pasaba la vida correteando entre los encuentros amorosos y las capillas>. Me gustaría saber cuánto le pagaron al pervertido que escribió estas frases para el camarada Zhdánov, aunque ahora imagino que no le pagaron nada y que las escribió por puro deseo de lamer las botas de los poderosos y conseguir un piso mejor o un coche nuevo…”

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Una mujer y poeta admirable Anna Ajmátova, un alma rebelde, como tantas otras escritoras silenciadas. Ella que escribió: 

Soy vuestra voz, calor de vuestro aliento,
El reflejo de todos vuestros rostros,
Es inútil el batir del ala inútil:
Estaré con vosotros hasta el mismo final. 

Y por eso me amáis ávidamente,
Con todos mis pecados y flaquezas,
Y por eso me entregasteis sin mirar
Al mejor de todos vuestros hijos,
Y por eso no me preguntasteis
Por ese hijo ni una sola vez,
Y llenasteis con el humo de alabanzas
Mi casa ya vacía para siempre.
Y dicen que más estrechamente ya no es posible unirse
Y que más irreversiblemente ya no se puede amar…
Como la sombra quiere separarse del cuerpo,
Como la carne quiere separarse del alma,
Así deseo yo que me olvidéis vosotros. 

(Para muchos, de Anna Ajmátova – Traducción de María Teresa León) 

Tan valiente como Anna Ajmátova me parece Marjane Satrapi, la creadora iraní de esa novela gráfica llena de hondura que es Persépolis, con traducción de Carlos Mayor, editada por Reservoir Books. Me ha parecido embaucadora y muy aleccionadora esta historia (habría que escribirla con mayúsculas) de Irán a través de la propia vida de la autora. Su lectura desvela y revela lo que es el Irán de hoy, un país retrógrado y radical que cercena la libertad de sus ciudadanos, especialmente de las mujeres, de una forma lacerante. Muy recomendable su lectura.

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Para acabar este corto recorrido por escritoras que han invadido agradablemente mi espacio literario, regreso a la Alhambra con la novela histórica de María Isabel Peral del Valle, titulada Dos hermanos en la corte de Muhammad el Zurdo, finalista del certamen de Novela Histórica Ciutat de Llíria – Francisco Gil de Moriana, en 2021.

Con una prosa rica y muy bien documentada, María Isabel Peral nos lleva hasta la Granada del siglo XV, para relatarnos los acontecimientos que cimentaron la caída y el fin de Al-Ándalus, las traiciones, las luchas intestinas, las venganzas y los intereses espurios que hundieron al reino granadino en una crisis de la que ya no pudo recuperarse. Interesantes los personajes reales creados por la autora. Leemos en esta novela:

Cuando al amanecer amainó, Abdul se asomó a la desolación de aquel desierto de agua. Nada se veía en el horizonte, solo una línea gris plomo sin principio ni fin que sobrecogía el alma. El Zurdo permaneció toda la noche escrutando la mar, pensó Abdul, abrumado por el peligro de la tormenta. Después le confesó que más temía entrar en las aguas del de Aragón, atracar en Mallorca y que allí les emboscaran. Decidió, no fiándose del cristiano, cambiar el rumbo. Ordenó arriar en Vera, puerto musulmán. Lope Alonso, que iba en la otra galeota, continuó hasta Cartagena para llevar a los cristianos los ricos presentes del sultán de Túnez.

Llegaron a Vera en otoño. El Abencerraje, caíd de la ciudad, hizo lo necesario para inclinar al pueblo a la causa de Muhammad. Cuando desembarcaron, los recibieron con gran algarabía. Los caídes de Iznalloz y Mojácar lo aclamaron emir.

Descansaron apenas dos días para reponerse de la resaca. Partieron hacia Almería, a cuyas puertas los recibió una embajada de sometimiento.

Zhar, las mujeres y los niños se alojaron en aquella ciudad blanca, a esperar la rendición de la Alhambra. El resto de hombres capaces de batallar marcharon hacia Granada. Se unieron por el camino canteros de Macael y Albánchez, que como arma llevaban sus picos y mazas de trabajar el mármol. También los habitantes de Alcudia la Roja, que llegaron con tinas de agua dulce que abundaba en sus propias casas. Más los sederos de la Calahorra, que les entregaron sus ahorros. Conforme avanzaban, se le iban uniendo ciudades como Málaga, Ronda y otras poblaciones más pequeñas.

El Zurdo envió embajadores a las cortes cristianas para solicitar reconocimiento. La respuesta fue que se mantendrían al margen hasta divisar qué bando obtenía la victoria.

Lo de siempre, pensó el Zurdo, esperan que los granadinos nos destruyamos en guerras internas

Dos hermanos en la corte de Muhammad el Zurdo, ha sido publicada por Edeta Editorial.

Sergio Barce, 5 de noviembre de 2023

  

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PALABRAS DE JOSÉ SARRIA SOBRE «EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS» EN LA ENTREGA DEL PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA

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El pasado jueves, en el impresionante marco del Palacio de Carlos V, en la Alhambra, Granada, se entregaron los XXIX Premios Andalucía de la Crítica. Tras la lectura de cada una de las actas de cada uno de los premios por parte de María Rosal Nadales, un miembro de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios leía una semblanza o defensa de las obras galardonadas en las distintas categorías. Manuel Gahete lo hizo sobre Soñar en bicicletas, ganadora del Premio de Poesía, de Ángeles Mora; Francisco Morales, sobre La familia, ganadora del Premio de Novela, de Sara Mesa; y José Sarria, sobre mi libro El mirador de los perezosos, ganador del Premio de Relatos. Tras estas intervenciones, Ángeles, Sara y yo, improvisamos o leímos unas palabras para agradecer el premio. He de confesar que ha sido una suerte conocer personalmente tanto a Ángeles Mora como a Sara Mesa.

Y he de confesar igualmente que las palabras que dedicó José Sarria a mi libro me llegaron muy hondo. Su semblanza me pareció de una gran belleza y sinceridad, además de entrañables y afectuosas, y por eso le di y le vuelvo a dar las gracias.

De manera que, además del reportaje fotográfico, aquí reproduzco tanto las palabras de José Sarria como mi propia intervención, para quienes deseen leerlas.

Sergio Barce, octubre 2023 

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«La historia se ha encargado de legitimar los estados y sus fronteras. Pero, existe un territorio que une a las mujeres y a los hombres mucho más allá de las delimitaciones políticas o naturales.

Esta región que trasciende a la geografía o al derecho internacional es el denominado continente sentimental, aquel en el que se encuentran, entrecruzan e hibridan culturas, lenguas o creencias. Es lo que ocurre en la demarcación de esa frontera imaginaria que inicia el recorrido en Andalucía para navegar, a través del Estrecho de Gibraltar, hasta alcanzar la región septentrional africana: emplazamiento de historias comunes, amalgamado por lo bereber, lo hispanovisigodo, lo árabe, lo sefardí y lo andalusí. En ese espacio singular, diría yo, casi mágico, que es el norte de Marruecos se produce el encuentro continuo de religiones, de creencias, de lenguas, de culturas, alcanzándose una hibridación, un mestizaje, que ofrece al escritor un marco novelesco de incomparable valor que muchos autores han sabido llevar a sus obras.

Tánger conserva el hálito de las lenguas (francés, español, dariya o haquetía), que supo poner banda sonora a la vida cotidiana de la antigua ciudad internacional, aquella que tuvo que ser la Casablanca de Humprey Bogart si la gente de Hollywood hubieran aprendido algo de geografía. En sus antiguos cafetines y teterías deambulaban Moisés Garzón Serfaty, Ahmed Daoudi, Ahmed Mohamed Mgara o Mohamed Lachiri, con sus primeros escritos en español bajo el brazo. La decadencia del Teatro Cervantes aún recuerda el día que recaló entre sus bambalinas la compañía de Juanito Valderrama y su plaza de toros fue testigo de algunas de las faenas que encumbraron a El Cordobés a lo más alto del reinado taurino, mucho antes de que fuera reconvertida, la plaza, en campo de hacinamiento para quienes, llegados de los lugares subsaharianos intentaron, un día, alcanzar el Dorado del norte.

Ese magma inconmensurable de lugares, personajes, historias y sentimientos, ha sido el material creativo que han sabido emplear, magistralmente, autores como Tahar Ben Jelloum, Mohamed Chukri, símbolo de resiliencia a partir de su emblemática novela El pan a secas, anfitrión de la Tánger internacional que supo recibir a la pléyade de artistas y escritores de la generación beat como Paul Bowles y su esposa Jane, Tenessee Williams o William Burroughs que erigieron a Tánger, en sus noches de desenfreno existencialista, como oasis de lo imposible.

Todos ellos, unos y otros, desde Ángel Vázquez, allá por los años  60/70 con su novela La vida perra de Juanita Narboni, hasta los más recientes, Leon Cohen Mesonero, Rafael de Cózar, Ramón Buenaventura, Antonio Lozano, Pilar Quirosa o Lorenzo Silva, han pretendido, han intentado, describir un tiempo en tránsito, anudar una época, unas personas, sus esperanzas, sus anhelos, sus frustraciones, en un marco tan inestable, tan movedizo, como es el de las fronteras y los espacios compartidos.

Y es ahí, en ese marco referencial de LA FRONTERA, donde aparece y se incardina toda la obra de nuestro autor, de nuestro cuentista y novelista, Sergio Barce, el español que nació en el año 1961 en Larache, el pied-noir (al igual que Albert Camus en Argelia) y que a los quince años abandona Marruecos junto a su familia, después de tres generaciones de estancia continua en el país alauí, para llegar a convertirse en el “moro” (tal y como lo bautiza “El Pichi”, hermano marista de su primer colegio malagueño).

Esta “expulsión” del Jardín de las Hespérides, va a significar para el escritor la imperiosa necesidad de volver a reconstituir su mundo, de volver a restablecer el orden perdido, hasta convertirse en el máximo representante de la NARRATIVA MEMORÍSTICA del periodo del Protectorado español y su posterior edad: relatos del recuerdo de una época que se resiste a desaparecer, relatos de la frontera de la épica cotidiana, vistos desde el asombro, desde la imaginación encendida del nesrani que fue para los vecinos del Jardín de las Hespérides.

El mirador de los perezosos es una hialina tesela dentro de ese gran mosaico que ha ido semillando nuestro autor desde su iniciático Jardín de las Hespérides (del año 2000) hasta Una puerta pintada de azul (del año 2020).

Barce ha establecido, a través de su obra, un mundo mitológico, en el triángulo áureo de las ciudades de Tánger, Tetuán y Larache, donde el encuentro continuo de culturas fluye y se desarrolla en la cotidianidad que surge en y desde universos distintos, pero imbricados en lo consuetudinario y que conforma el magma narrativo barciano que ahora se expande con esta nueva entrega que discurre, magistralmente contada y vivida, en el dédalo de calles, plazas y cafetines que conforman la ciudad Tánger, sus espacios decadentes o idílicos de la otrora ciudad internacional (“Sabes que Tánger es la ciudad de las quimeras? En ninguna otra ciudad del mundo encontrarás tantas ilusiones perdidas” – afirma el hombre que se detiene, junto al protagonista, en la barandilla del nuevo puerto deportivo); o en el suelo de la habitación 409 del hotel Rembrandt, donde Delio Bláquez intenta recordar quién es; o en los doscientos treinta y ocho pasos que separan la casa de la exuberante Amina de la babuchería del protagonista del relato “Dar Niaba”; o en el café Hafa, una pequeña Ítaca flotando entre el Mediterráneo y el Atlántico, lugar donde los narguiles embriagan el extravío; o en el Boulevard Pasteur, donde te cruzas con mujeres cuyas pestañas “aletean como las alas de una mariposa”, arteria donde se ubica el Café París cerca del Mirador de los perezosos (relato homónimo al libro) donde tiene su pequeño universo de venta ambulante el viejo Abdelkrim, quien, alcanzada casi la ancianidad, evoca el cuerpo de Ghizlane que olía a locura y en el que encontró “un refugio y un campo de batalla, un hogar y un abismo” o en el taller de Joao Fragoso, pintor venido de Oporto para quien posa Saloua, cuyos labios afrutados siguen oliendo a jazmín y miel, una diosa de cuarenta y ocho años que se ofrece a un artista incapaz de pintarla tal y como él anhela.

Escribía Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”. Sergio ha detenido no solo el tiempo, sino el naufragio, bajo una magistral narrativa memorística, elevando un texto épico, heroico y solidario. Nos abre esta mágica “puerta azul” y nos invita a pasar y a pasear, rescatando a todos aquellos que conformaron su infancia y su adolescencia para reinstaurar, con su palabra, un nuevo Elíseo, donde caminan y transitan invulnerables, inmarcesibles y eternos.

“Y ahora -siguiendo la hospitalaria invitación del señor Beniflah, uno de los personajes de su libro Paseando por el Zoco Chico-, todos los que quieran pasar, que entren. Todos los que deseen comer, que pasen”.

El mirador de los perezosos es el mundo que Sergio Barce ha creado para todos: su legado, una página más del testamento que ha construido a lo largo de casi veinticinco prodigiosos años y que nos entrega como testimonio de resistencia “a través de los ojos del niño que fue”, tal y como le enseñó hace tiempo Brital, el vendedor de chucherías.

Alcanzada la madurez creativa, Sergio Barce toma asiento en alguna de las sillas vacías del Café Central de Larache, escucha las bromas de Sibari, de Akalay o su padre Antonio, y sonríe satisfecho. Saborea un té con flores de azahar, mientras suena de fondo, diferente, angelical, el “color vibrante de la voz suave y nunca destemplada” de Haviva y vuelve a sonreír porque sabe que ha cumplido su misión: mantener vivo el recuerdo y la imagen de quienes habitan, ya por siempre, en la que fue y será “ciudad de las quimeras.

José Sarria«

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«Escribió Cervantes en el Quijote que “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. Como no me considero un ingrato, ni pretendo ofender a Dios, en especial hoy, lo primero es agradecer a los miembros del jurado que hayan considerado “El mirador de los perezosos” merecedor del galardón en la categoría de libro de relatos. Y felicitar, tanto a quienes quedaron finalistas en la misma categoría, como a Sara Mesa, ganadora en la categoría de novela, y a Ángeles Mora, en la de poesía.

Confieso que, al recibir la noticia del premio, no sentí que la felicidad se me desparramara por los poros, sino una especie de incredulidad, tal vez porque no esperaba lograrlo. Pero con el paso de los días, y hoy, tan cerca del lugar donde residió el poeta Ibn Al Jatib, al que se conoció como Du Al-Mitataýn, “el de las dos muertes”, me siento reconfortado y orgulloso, que no recompensado. En especial, orgulloso de haber llegado hasta aquí a través de una pequeña editorial malagueña, que es Ediciones del Genal, que ha mimado mi libro. La recompensa, sin embargo, es otra cosa.

Escribió el maestro Richard Ford que “escribir es un acto que elijo hacer para ser útil en el mundo. Y me da mucho placer ser útil a otras personas a las que no conozco”.

Suscribo sus palabras. Porque para mí, dar placer al lector es mi recompensa.

Una joven me contó que su madre era ciega, que ella le leía una y otra vez el libro que me había pedido que le dedicara. Y luego me desveló que, mientras se lo leía, conmovidas por la historia, lloraban juntas. ¿Hay mayor recompensa para un escritor que ésta? Creo que no.

Bryce Echenique dijo que “el cuento es una especie de ajedrez que tiene que terminar con un jaque mate”. No sé si eso debe ser así, pero si sé que mis cuentos no son el resultado del azar, sino de mucha constancia y de muchas horas dedicadas a lograr su perfección. Aunque todos sean imperfectos.

Escribir es una necesidad para mí. No concibo la vida sin hacerlo. Mi mundo ya lo conocen bien quienes me han leído: Larache y Tánger. Tardé años en descubrir que era allí donde me aguardaban las historias que debía contar. Era mi niñez en Marruecos la que había cimentado al hombre que soy. Y sólo al regresar allí se me reveló esa realidad. Ese es mi Macondo. Mi refugio personal y literario.

Llegar hasta hoy, que no sé si es un punto de inflexión o sólo un mero accidente, se debe en gran medida a dos personas: al dramaturgo Miguel Romero Esteo, que me enseñó a narrar y me descubrió a los autores de los que más he aprendido, y al cineasta Pablo Cantos, que siempre creyó en mí. Los dos me animaron a no cejar en el empeño, a seguir tecleando. Los dos han desaparecido. Pero siguen vivos en mi memoria. A ellos les dedico este premio.

En su libro “La enfermedad de escribir”, Charles Bukowski dice que “no hay nada más mágico y hermoso que ver las palabras cobrando vida en la página en blanco”. Me parece incontestable. Porque es cierto que es mágico y hermoso ver crecer la historia que relatas, acabarla para dar placer a alguien que te lee, pero al que no conoces, y también darle jaque mate con tu cuento, es decir, dejarlo con la miel en los labios cuando llega al punto final.

Para acabar, querría añadir dos cosas más: la primera, agradecer especialmente a Remedios Sánchez, como presidenta de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, y a su junta directiva, todo el esfuerzo y el trabajo que vienen desarrollando en estos últimos años, y el trato tan cercano que siempre nos dispensa.

La segunda y última es que, siendo como soy un escritor marxista, no me resisto a dejar de mencionar al gran filósofo que fue Groucho Marx, cuando dijo: “Desde el momento en que cogí su libro, me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo.” Lo que yo espero es que nunca me digan algo así.

Sergio Barce«

   

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