Archivo de la etiqueta: Olivia Colman

NOTAS A PIE DE PÁGINA 6 – CINE, DURRELL Y MIGUEL ROMERO ESTEO

Leo Nos veíamos mejor en la oscuridad, de Monika Zgustova, y Un lugar desconocido, de Seicho Matsumoto, tras acabar de leer de nuevo Justine, de Lawrence Durrell, el primer volumen de su cuarteto de Alejandría. Escribe Durrell:

“…En esa época yo empezaba a darme cuenta de lo mucho que sufría Melissa. Pero jamás brotaba de sus labios una palabra de reproche, jamás mencionaba siquiera a Justine. Su tez se había vuelto opaca, mortecina; hasta su carne… Paradójicamente, aunque en ese momento no podía hacer el amor con ella sin esforzarme, me sentía al mismo tiempo más enamorado que nunca. Me atenazaban sentimientos encontrados, un complejo de frustración que jamás había experimentado antes; en ocasiones me ponía furioso con ella.

Justine, que padecía la misma confusión que yo entre sus ideas y sus intenciones, reaccionaba de manera muy diferente cuando decía:

-Me pregunto quién inventó el corazón humano. Dímelo, y muéstrame el lugar donde lo ahorcaron.”

La decadencia que describe Durrell, esa Alejandría llena de oscuros destinos, es una decadencia elegante y sobrecogedora. Nada que ver con la decadencia actual que nos rodea y que nos devora, que es miserable y macarra. Ahí está Putin que, me temo, ganará esta guerra. Y no hablo de la guerra con Ucrania que, tarde o temprano, acabará con la derrota del valeroso pueblo ucraniano porque Rusia es una potencia militar incuestionable; hablo de lo que vendrá después. Su victoria será una niebla oscura que se posará sobre nosotros y que avergonzará a nuestras democracias durante lustros.

Esta semana he visto dos películas que me han llamado la atención: La hija oscura (The lost daughter, 2021) de Maggie Gyllenhaal y Fanny Lye liberada (Fanny Lye delivered, 2019) de Thomas Clay. La primera cuenta con una actriz que me parece soberbia, Olivia Colman, y que, de nuevo, demuestra poseer unos registros interpretativos fuera de lo común. La historia es curiosa, en especial por la familia que veranea en la misma población griega que ella y que la perturbará hasta el extremo de ser su personaje el que acabe siendo, por esa influencia inesperada, el más inquietante. La segunda de las cintas, Fanny Lye liberada, se ambienta en la Inglaterra de Cromwell, siglo XVII, y es claustrofóbica, pero de una belleza singular. Estas dos películas tienen en común que unos extraños cambian la vida de otros: en la primera, la familia que llega de vacaciones y altera el sosiego de la protagonista y, en la segunda, una pareja de jóvenes que huyen de sus perseguidores y que acaban refugiándose en una casa donde la mujer de la familia será quien se convierta en otra persona distinta, en esta ocasión, liberándose de una vida insoportable.

Y ayer, poniendo orden en mi biblioteca, me topé con una caja en la que guardaba relatos antiguos, tres novelas escritas entre los años 2000 y 2010 y que había olvidado por completo (no sé si habrá algo rescatable en ellas), y relatos sueltos junto a anotaciones y apuntes para otros libros, cuentos y publicaciones. Borradores de algunos amigos, como Pedro Delgado y Miguel Torres López de Uralde. También un par de guiones de cine que escribí con Pablo Cantos, y su recuerdo me ha conmovido.

Finalmente, son diez los relatos que dan forma a mi nuevo libro tangerino, que ya está en manos de Nuria Ogalla, la mejor correctora, diseñadora y maquetadora. Con suerte, lo tendremos publicado a finales de mayo y principios de junio. Ahora es cuando me asaltan las dudas, las inseguridades y el pánico escénico. Para evitar pensar en ello, tomo notas para otra novela negra que crece a pasos agigantados en el hemisferio cerebral que reservo para crear historias. Por supuesto, Marruecos es el escenario que mi subconsciente ya ha elegido para ambientarla. No sé si esto es algo excepcional o no, pero me hace recordar lo que decía mi maestro Miguel Romero Esteo en una entrevista:

“…usted, si es creativo, es más o menos anormal. Por eso usted tiene que cultivar algunas pequeñas facetas de anormalidad con su novia, con el hermano de su novia, con el periodismo, con lo que sea… Porque la creatividad va unida a una cierta anormalidad. Si usted no es anormal, usted no es creativo, es psicológicamente rutinario y repetitivo…”

Pues igual Miguel tenía razón.

Última hora: por fin se ha abierto el tráfico marítimo del estrecho. Ardo en deseos de regresar. Pronto. Muy pronto. Necesito aquella luz.

Sergio Barce, 15 de abril de 2022

 

 

MIGUEL ROMER ESTEO – foto Diario Sur
Etiquetado , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

HABLANDO / ESCRIBIENDO DE CINE

Hablar (mejor sería decir escribir) de cine para desconectar por un momento. Escapar del ruido que nos aturde estos días, estos meses, que ya son años interminables. Buscar asilo en la fantasía de las imágenes en movimiento.

Para eso, podría dedicarme a loar alguna de mis películas favoritas o recuperar alguna figura olvidada, pero prefiero ahora repasar los últimos títulos que he visto (obviando, por supuesto, las que no merezcan ser citadas) y que recomendaría a cualquiera.

Vuelvo a ver algunos que merecen ser revisitados. Ese placer íntimo por descubrir los detalles que no se apreciaron en anteriores proyecciones, relamerse con esas escenas que son nuestras favoritas, que nos conmovieron o nos excitaron en su momento. Mucho cine clásico, por supuesto, aunque lo de clásico ya es una etiqueta tan manoseada que no sé muy bien si abarca una época determinada o se va extiendo en el tiempo a medida que cumplimos años. Supongo que es lo segundo.

Pues, de ese cine “clásico”, por una u otra razón, he visto una vez más esa hermosa pero perturbadora cinta que es El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947) de Edmund Goulding, con un ambiguo Tyrone Power como protagonista, que nos adentra en ese circo envuelto en una especie de irrealidad, lleno de oscuros rincones y secretos inconfesables, un inclemente retrato del alma humana en descomposición.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es el-gran-carnaval.jpg

También esa cinta de Wim Wenders, tan fascinante como magnética, que ya descubriera en su momento en un cine club, El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, 1987), que te deja suspendido en el aire igual que sus ángeles protagonistas. Y, junto a ésta, otras obras maestras que se resisten al paso del tiempo, más aún, creo que siguen siendo muy actuales tanto en los temas que abordan como en sus producciones artísticas. Hablo en concreto de El gran carnaval (Ace in the hole, 1951) de Billy Wilder, film descarnado que muestra a una sociedad ávida de noticias trágicas y de la ambición desmedida por la fama y el dinero (¿algo ha cambiado desde ese lejano 1951 al actual 2022? Rotundamente no), con un Kirk Douglas inconmensurable; y hablo de La semilla del diablo (Rosemary´s baby) de Roman Polanski, tan inquietante como entonces, llena de matices y de un ambiente insano que pocos realizadores han logrado como el polaco.

Me refugié en las imágenes de París, Texas (1984), de nuevo de Wenders, que se acompaña de la música de Ry Cooder, para deleitarme otra vez con la interpretación de Harry Dean Stanton; e hice lo mismo con La última sesión (The past picture show, 1971) de Peter Bogdanovich, para homenajearlo tras su muerte, deliciosa cinta llena de una ternura y pesimismo, pero que no deja de conmover.  

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es el-hombre-de-alcatraz.jpg

Otra película por la que no pasa el tiempo es El hombre de Alcatraz (Birdman of Alcatraz) de John Frankenheimer, con un inolvidable Burt Lancaster. Magnífico retrato del efecto negativo del sistema penitenciario americano de la época que, me temo, podría rodarse en nuestros días. Y una cinta fresca y diferente, por su manera de estar rodada, por su ritmo, por su vitalidad, y que es otro clásico de los sesenta: Amores con un extraño (Love with the proper stranger, 1963) de Robert Mulligan. Pasados los años, me doy cuenta de que Natalie Wood era una actriz soberbia, como lo fue Anne Bancroft, de la que también he vuelto a ver Siempre estoy sola (The pumpkin eater, 1964) de Jack Clayton, film en el que la Bancroft muestra una vulnerabilidad pocas veces retratada en el cine.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es amores-con-un-extrano.jpg

Los juicios de Oscar Wilde (The trials of Oscar Wilde, 1960) de Ken Hughes, es otra de esas cintas que merecen la pena ser recuperadas, por la interpretación de Peter Finch y por recordar el calvario por el que hubo de pasar un genio como Oscar Wilde por culpa de la mentalidad puritana y castrante de la época que le tocó vivir.

He de decir que las películas de esos años son más libres que muchas de las que se ruedan en la actualidad, pero también ocurre que, a veces, hay detalles, situaciones o diálogos que ahora nos chocan, cuando antes pasaban desapercibidas. Me ocurrió hace unos días viendo de nuevo La última noche de Boris Grushenko (Love and death) de Woody Allen, película con la que me reí en su momento y con la que he vuelto a desternillarme ahora. Woody es Woody, y, como decía, sí hay algún que otro chiste que, me temo, hoy no pasaría la censura de la sociedad represora y políticamente correcta en la que vivimos.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es boris-grushenko.jpg

Me zampé en una sentada de fin de semana la trilogía de El padrino (The Godfather I, II y III, 1972-1974 y 1990) de Francis Ford Coppola. La enésima vez que lo hago (cosa de frikis), la enésima vez que las disfruto, en especial las dos primeras partes, imperecederas.

Junto a los clásicos, he visto cine más reciente o que no había tenido la oportunidad de hacerlo, y que he de mencionar. Antes de que se iniciara esta ruin guerra de Putin, visioné Masacre: ven y mira (Idi I smotri, 1985) película rusa de Elen Klimov, que muestra la dureza y la crueldad de la guerra, y que, irónicamente, ahora vuelve a reproducirse muy cerca de donde se desarrolla esta historia desoladora. Una denuncia del dolor que causa una guerra rodada por un ruso. Ya digo, no deja de ser irónico en estas fechas.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es sidney.jpg

Otras cintas más recientes y muy recomendables son Sidney (Hard Eight, Sidney, 1996) de Paul Thomas Anderson,  El poder del perro (The power of the dog, 2021) de Jane Campion, Jinetes de la justicia (Reftaerdighedens ryttere, 2020) de Anders Thomas Jensen, la impresionante y dura cinta islandesa Déjame caer (Lof mér aô falla, 2018) de Baldvin Zophoniasson; Hierve (Boiling point, 2021) de Philip Barantini, esta última ya merece la pena solo por ver actuar a Stephen Graham. Otra buena cinta es una pequeña producción titulada Wind river (2017) de Taylor Sheridan. Grata sorpresa.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es fue-la-mano-de-dios.jpg

Pero hay dos cintas que me han impresionado. La primera ha sido Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio, 2021) de Paolo Sorretino, película maravillosa, preciosista, humana y, como es habitual en Sorrentino, casi genial. De esas historias con las que uno se reconcilia con el mundo, con las que es fácil enamorarse del cine. Espero que se lleve el Óscar a la mejor cinta en lengua no inglesa de este año.

La segunda es Redención (Tyrannosaur, 2011) de Paddy Considine. Un film sin concesiones ni medias tintas sobre el maltrato a la mujer. Te corta el aliento. Sus intérpretes, claro, hacen que la cinta sea aún mejor, porque Olivia Colman, esa actriz que se come la pantalla en cuanto aparece, y Peter Mullan lo bordan.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es redencion.jpg

De las cintas españolas, destaco El olvido que seremos (2021) de Fernando Trueba, que llega a lo más hondo del alma, y en la que Javier Cámara, ese actor total, realiza un trabajo para quitarse el sombrero. Me emocionó. Lo contrario que Madres paralelas (2021) de Pedro Almodóvar. Yo soy de los que defienden el cine de Almodóvar, pero últimamente es muy inconstante, y en esta cinta el guion se resiente, me ha parecido fallida y, aunque esperaba más de esa parte que dedica a la memoria histórica, se queda en agua de borrajas, y no hay una conexión sólida entre las historias de las madres y ese drama, que acaban descolgándose una de otra. Pero me gustó mucho el trabajo de Aitana Sánchez-Gijón.

Las leyes de la frontera (2021) de Daniel Monzón, por contra, me sorprendió agradablemente. La novela de Javier Cercas me gustó y dudaba que se hubiera adaptado con solidez, pero sí, Monzón ha logrado rodar una buena cinta. Destacaría a la actriz Begoña Vargas y un banda sonora muy bien elegida con temas de los Chunguitos, Las Grecas y demás, que ayuda a transportarnos a aquella España del Torete y el Vaquilla en la que se desarrolla la trama.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es el-buen-patron.jpg

Al igual que El buen patrón (2021), otra excelente película dirigida por Fernando León de Aranoa, con un excepcional Javier Bardem, actorazo donde los haya. Muy recomendable.

Para terminar esta crónica, mencionaré alguna serie de TV. Para pasar buenos momentos, relajarse y dejarse llevar, historias sin grandes pretensiones pero que te hacen esbozar una sonrisa o te llegan a emocionar, mencionaría Us (2020) de Geoffrey Sax, y la serie escrita, dirigida e interpretada por Ricky Gervais: After life. Las dos contienen las dosis justas de drama, melodrama, comedia y mala leche para que cada capítulo invite a ver el siguiente.

Sergio Barce, marzo 2022.

Etiquetado , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,