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SEAN CONNERY

Sean C

Llega la noticia de la muerte de Sean Connery, y pienso enseguida que los grandes desaparecen a un ritmo endiablado. Los años son inexorables, las pérdidas irremediables.

Sé que también habrá miles de artículos repitiendo que Connery fue el mejor James Bond de la historia del cine (cierto), que fue un actor inconmensurable (cierto), que varias de sus interpretaciones fueron memorables, y repetirán los mismos títulos: Marnie, la ladrona  (Marnie, 1964) de Hitchcock, El nombre de la rosa (Der name der rose, 1986) de Annaud, Los intocables de Elliot Ness (The untochables, 1987) de De Palma, etc… También cierto. Pero a mí me quedan varios títulos más, y en algunas películas que no tuvieron las mejores críticas, pero que considero estupendas porque él estaba ahí: El hombre que pudo reinar (The man who would be King, 1975) de Huston (de la que ya escribí en 2014 en el siguiente artículo: https://sergiobarce.blog/2014/08/03/hollywood-y-el-cine-de-aventuras-en-marruecos-2/), El viento y el león (The wind and the lion, 1975) de Milius, Robin & Marian (1976) de Lester o La casa Rusia (The Russia house, 1990) de Fred Schepisi.

Esta última cinta es una de las más vilipendiadas adaptaciones de las obras de John Le Carré, pero a mí me fascinó, quizá por que es un film de espías, en plena glasnot y perestroika rusa, y que, sin embargo, se me antoja como uno de los films más románticos de los años noventa, o quizá porque la coprotagonista, Michelle Pfeiffer, miraba a Sean Connery como lo miraba; también pudiera ser el efecto de la banda sonora de Jerry Goldsmith, uno de los músicos favoritos del actor. Yo qué sé. El hecho es que hay dos escenas que me parecen fascinantes: la primera cuando, viéndose a escondidas, el personaje de Connery se declara a la Pfeiffer y le dice «tú eres mi patria», y algo te estremece; la segunda, cuando él, ansioso, rozando ya la felicidad, la espera en el puerto de Lisboa con un ramo de flores y grita su nombre: ¡Katia!. El resto de ese film es una clase magistral de Sean Connery como actor. Sí, quizá no sea una gran película, pero sólo por lo que he contado ya merece la pena.

La muerte de Sean Connery me hace pensar en muchísimos buenos momentos de cine que nos ha legado, las de James Bond incluidas, que yo veía muchas veces en sesiones dobles, y en un buen puñado de excelentes cintas y mejores interpretaciones. Eso es lo que nos deja. Y es mucho. Un grande.

¡Chapeau!

Para terminar, aunque ya lo transcribí cuando hablé de la autobiografía de Michael Caine, no me resisto a volver a copiar esta anécdota. Sin duda, hoy Michael Caine llorará a un gran amigo.

«…Me sucedió en París, en otoño de 1974.

Shakira y yo celebrábamos una pequeña luna de miel en el Hotel George V. Habíamos pasado un fabuloso fin de semana y estábamos sentados en la cama con la primera taza de café de la mañana, decidiendo qué haríamos ese día, cuando sonó el teléfono.

-¿Michael Caine?

Aquella voz era inconfundible, pero así y todo no podía creérmelo. ¿Sería algún amigo mío tomándome el pelo?

-¿Sí? -dije cautelosamente.

-Soy John Huston.

Casi dejo caer el teléfono. Huston era muy fácil de imitar -siempre he pensado que Dios debe de tener la voz de John Huston-, pero era el auténtico John Huston. Me estremecí.

-¿Michael? ¿Sigues ahí? Estoy en el bar de al lado… ¿Tienes un par de minutos para mí?

Tardé ocho en afeitarme, asearme, vestirme y llegar al bar donde me esperaba el director de directores, el que yo más admiraba, el hombre que había dirigido a mi ídolo, Humphrey Bogart, en seis de sus mejores películas, el hombre que yo consideraba como el mayor talento cinematográfico de nuestra era.

Cuando entré, el mayor talento cinematográfico de nuestra era estaba sentado con un vodka entre las manos. Trajeron mi bebida, le di un largo trago sin pestañear y el hombre mostró su aprobación con un gesto.

-Llevo veinte años intentando hacer una película basada en un cuento de Rudyard Kipling, El hombre que pudo reinar. Ya lo tenía todo listo. De hecho -hizo una pausa y me miró a los ojos-, los dos protagonistas que había elegido estuvieron sentados donde estás tú ahora.

Habría sido más elegante no preguntar nada, pero no pude contenerme.

-¿Quiénes eran?

-Gable y Bogart. -Cogí aire. Pausa dramática-. Y van los dos y se me mueren.

Nueva pausa mientras Huston perdía la mirada en su copa y yo trataba de entender qué demonios estaba pasando. Finalmente levantó la vista.

-Pero vuelvo a tener respaldo y quiero que hagas de Peachy Carnehan.

No sé cómo me atreví a preguntarlo, pero lo hice.

-¿Qué papel iba a interpretar Bogart?

-Peachy.

-Cuenta conmigo.

-¿No quieres leer el guión? -preguntó levantando una de sus pobladas cejas.

Tengo que admitir que me pudo la ansiedad. Intenté calmarme un poco y ser más prudente.

-¿Qué hay del personaje de Gable? -pregunté.

-Se llama Daniel Dravot y es el mejor amigo de Peachy.

Deseé intensamente que fuera alguien que también fuese mi mejor amigo. Esta vez fue mi turno para enarcar una ceja.

-Sean Connery -dijo.

No había más que hablar.”

Michael Caine

SC

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«MAMY BLUE», UN RELATO DE SERGIO BARCE

Mamy Blue es uno de los relatos que forman parte de mi nuevo libro Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Jam Ediciones – Generación Bibliocafé – Valencia, 2014). Y es una pequeña historia de esas que, de tarde en tarde, te trae de regreso la memoria, inesperadamente.

Sergio Barce, septiembre 2014

Este es el enlace para escuchar el tema musical que da título al relato:

Mamy Blue

Recuerdo que un día me quedé pegado al escaparate del Bazar Eléctrico, el que estaba en la avenida Hassan II, junto a la tienda del susi que hacía esquina con la calle Cervantes. Me había quedado allí mirando la portada del disco de los Pop Tops. El disco de 45 rpm se exhibía en el escaparate de la izquierda, entre aparatos y componentes eléctricos, que era lo que realmente vendían allí, como una especie de extraño pájaro tropical que menudeara por entre cardos y chumberas. Los Pop Tops estaban liderados por Phil Trimm, y el grupo lo formaban siete miembros, con el aspecto típico de la época, medio hippies, flower power, con melenas, vistiendo, como tenía que ser, pantalones campana bien ajustados y camisas de cuello alado y floreadas, y a veces con un chaleco abierto. El disco en cuestión contenía la canción que se escuchaba entonces por todas partes: Mamy Blue. Y yo quería ese disco.
Acabó por aparecer por mi casa, pero no sé si lo compró mi padre, lo que dudo, porque a él le gustaban Paul Anka y Elvis, y también Frank Sinatra, o conseguí que me lo regalasen, lo que ahora me parece incluso sorprendente. Fuera como fuese, la canción estaba en el aire, y en Larache se escuchaba en el Casino, y escapaba de los tocadiscos y de las radios por las ventanas de las casas.

POP TOPS
Tengo la imagen de Phil Trimm, con un pañuelo anudado a la frente, sus dientes separados, rodeado de aquel numeroso grupo de los Pop Tops, enmarcados en la pantalla de la televisión, en blanco y negro, como si el mundo, más allá de Larache, fuese gris.
Es curioso, pero asocio rápidamente Mamy Blue con Los invencibles de Némesis, y con Los intocables, El Santo, Misión: Imposible, Los vengadores, Jim West, El gran Chaparral… Blanco y negro también (en la pantalla de nuestro televisor, claro), pero un blanco y negro que era pura fantasía, acción, aventura, con bandas sonoras inolvidables, y con actores memorables e irrepetibles. Pero, por encima de todos, la asocio con Napoleón Solo e Illya Kuryakin, es decir, con Los agentes de Cipol. Y no me pregunten por qué.
Me tiraba al suelo, bajo la mesa de madera del salón, y desde allí veía a mis héroes. Soñaba con ser Kuryakin. Me gustaba su nombre. Sonaba enigmático, a algo lejano. Illya Kuryakin bajo las órdenes de Alexander Waverly. Yo entonces tenía el cabello rubio y lacio, como Kuryakin. Por eso pensaba que podía ser él.
Entonces era todo muy pop: James Bond y las chicas Bond, Raquel Welch, Barbarella, Julie Christie, The Beatles y el submarino amarillo, el Fantomas de los sesenta, Modesty Blaise… Los bailes de disfraces en el Casino se impregnaban de todos estos iconos y de otros muchos. Y Mamy Blue sonando en el tocadiscos, que llamábamos «picú».

«Oh, Mamy, oh, Mamy, Mamy Blue, oh, Mamy Blue…».

También las chicas de Larache eran muy pops. Llevaban faldas muy cortas y felpas anchas. Ya fuesen cristianas, hebreas o musulmanas. La palma se la llevaba una chica que se llamaba Salwa. Era de película. Y yo la seguía muchas veces por la calle, a cierta distancia, disimulando, como si llevara el mismo camino que ella.

BELLEZONES LARACHENSES

Recuerdo las piernas espectaculares de aquellas chicas. Las había realmente preciosas. Pero esas jóvenes, las de la generación de Marisa Fernández Carrillo, Marilé Yepes o María Ortega Ayllón, eran algo mayores que yo (en la niñez, la diferencia de edad parece abismal), y, por tanto, inaccesibles. Yo solo era un niño comparado con ellas, que ya comenzaban a tontear. Me conformaba entonces con levantarles las faldas a las niñas de mi edad, en el patio del colegio Santa Isabel.
Pero era Marisa Alguacil la que me dejaba con la boca abierta. También era mayor que yo. Prima de mi madre, vivió en nuestra casa de Mulay Ismail una corta temporada. Venía de Alcazarquivir, y tuvo que pasar en Larache un tiempo, que se hizo corto. Dice mi madre que solo tenía ojos para Marisa, que me la quedaba mirando embobado, sin abrir la boca, y hasta demoraba el bajar a la calle para jugar con mis amigos Javi Ruiz y Juan Carlos Fernández, que me esperaban con inusitada paciencia en los jardines del Balcón. Yo quería esconderme en los ojos claros de Marisa.
Las niñas de mi niñez: Silvana Fesser, Matilde López Quesada, Amina, Fatima el Bouthoury, Conchi Lama, Yamila Yacobi, Pepona, Gabriela Grech… Me peleé con mi amigo José Gabriel por culpa de Silvana, por un beso en la mejilla que le dio a él y no a mí. Y eso que yo era Illya Kuryakin, que incluso algunos me apodaban Django. Pero José Gabriel era más alto e, incluso, más rubio. Me venció en ese duelo.
Pero he de confesar que Mamy Blue sonaba de otra manera con Fatimita. Fatimita era una chica que trabajó una temporada en nuestra siguiente casa, a la que nos mudamos en la avenida Mohamed V, en el edificio de Uniban. Ayudaba a mi madre con los quehaceres del hogar. Ya éramos tres hermanos: dos niñas y yo (y faltaban por llegar otras dos niñas más). Así que había faena en la casa.
Fatimita era delgada, fibrosa, de piel canela, muy guapa y muy alegre. Podría ser cuatro años mayor que yo, es decir, ella tendría entonces unos quince. Me acuerdo que me agazapaba en el pasillo, vigilándola mientras ella alisaba las sábanas de las camas, y cuando estaba más inclinada, sin posibilidad de que pudiera reaccionar, entraba en la habitación a la carrera y me echaba encima suya, por sorpresa, derribándola sobre el colchón, y entonces le hacía cosquillas. Confieso, sí, confieso que aprovechaba para hacer rápidas exploraciones por su cuerpo, que no era como el mío. Y yo quería descubrir lo que imaginaba, o lo que había visto en alguna película francesa. Ella no paraba de reírse, y cuando lo decidía se zafaba de mí sin mucho esfuerzo, hasta con elegancia. Cuando la tenía bajo mi cuerpo me gustaba verla carcajeándose; exudaba una alegría que no he vuelto a ver, como si ningún problema pudiera acecharla en toda su vida. También me gustaban sus dientes, blancos y alineados, con una rara perfección natural, que parecían brillar al asomar entre sus preciosos labios.
Fatimita siempre llevaba su pelo recogido bajo un pañuelo, que, a veces, en el forcejeo, yo le quitaba. Ella, como siempre, se reía. Volvía a ponérselo, y safi. Creo que ella se divertía con ese mocoso que era yo entonces, barruntándose sin duda mis verdaderas intenciones, que debían ser las mismas que las de todos los niños de mi edad. Las mujeres siempre han madurado antes, ya lo sabemos.
Aún me llega el eco de sus carcajadas, descontrolada cuando las cosquillas la vencían, y también el fulgor irrepetible de su sonrisa fresca y cándida.
Pero volvamos a mi confesión de antes: que Mamy Blue sonaba de otra manera con Fatimita. Y eso es verdad. Porque lo que ocurría es que Fatimita sobresaltaba a toda la familia cuando, mientras limpiaba el polvo o ponía orden en el salón, de pronto, de improviso, se acercaba al tocadiscos, levantaba el brazo y lo dejaba caer, y la aguja se estrellaba contra el vinilo, que había comenzado a girar. La canción saltaba al aire con un gruñido previo que nos hacía dar un respingo o un salto. A Fatimita le encantaba Mamy Blue, que tarareaba mientras fregaba el suelo, de rodillas, como se hacía entonces, y yo volvía a espiarla, pero supongo que en esos instantes se me caería la baba, atontado: allí estaba, trabajando, pero moviendo el culo suavemente, al compás de la música, y yo le clavaba las pupilas como si descubriera un milagro.
Fatimita pronunciaba Mamy Blue con tal suavidad que parecía que acariciara las palabras. Los labios se convertían en un corazón. Y cuando la canción acababa, yo me lanzaba sobre ella como una red, atrapándola, y su risa inundaba todo el corredor… Se llamaba Fatimita, y, mientras fregaba, bailaba suavemente Mamy Blue. Y ella me hipnotizaba.

PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

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INTERLUDIO MUSICAL – BANDAS SONORAS INOLVIDABLES

el bueno, el feo y el malo

 

ENNIO MORRICONE

Tema: L´estasi dell´Oro, perteneciente a la banda sonora de El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) de Sergio Leone.

Concierto en la Plaza de San Marcos, Venecia, en 2007, dirige el propio Morricone.

 

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HANS ZIMMER

Tema: Inception, de la película «Origen» (Inception, 2010) de Christopher Nolan.

Concierto en Viena, en 2012, dirige David Newman.

 

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RYUICHI SAKAMOTO

Tema: «Merry Christmas, Mr. Lawrence», 1983, del film del mismo título del realizador Nagisa Oshima.

Ryuichi Sakamoto al piano interpreta su propia composición.

 

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LALO SCHIFRIN

Tema central de la serie de TV «Misión: Imposible» (Mission: Impossible, 1966), que sería luego llevada al cine en 1996 por Brian de Palma, en una primera entrega.

El tema está interpretado por la orquesta de Praga, en 2010. y el propio Lalo Schifrin está al piano.

 

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bajo-el-fuego 

JERRY GOLDSMITH

Tema “Nicaragua” para la película «Bajo el fuego» (Under fire, 1983) de Roger Spottiswoode; y usada por Tarantino para «Django desencadenado» (Django unchained, 2012)

No he conseguido ninguna interpretación personal de Goldsmith, pero sí la grabación de este hermoso tema. 

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man_on_wire_ver2 

MICHAEL NYMAN

Tema incluido en la banda sonora del documental «Man on wire» (2008) de James Marsh. Este tema ha sido utilizado en varias películas.

 

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 Desayuno don diamantes cartel

HENRY MANCINI

Tema: «Moon River», perteneciente a la película «Desayuno con diamantes» (Breakfast al Tiffany´s, 1961) dirigida por Blake Edwards.

 

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007  inicio 

JOHN BARRY

Tema de James Bond, utilizado en todos los títulos del agente al servicio secreto de Su Majestad. 

En esta versión, dirige el propio compositor, el gran John Barry

 

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los-puentes-de-madison 

LENNIE NEUHAUS

Tema central de «Los puentes de Madison» (The bridges of Madison County, 1995) de Clint Eastwood.

 

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Redford & Newman 

BURT BACHARACH

Tema «Raindrops keep falling on my head» del film «Dos hombres y un destino» (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969) de Roy Hill.

El propio Bacharach canta y toca el piano interpretando el tema central de este mítico western.

 

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 Midnight_Cowboy

Canción «Everybody´s talkin´», perteneciente a la película «Cowboy de medianoche» (Midnight cowboy, 1969) dirigida por John Schlesinger.  Aunque la banda sonora es de John Barry, la famosa canción está compuesta por Fred Neil pero en el film está versionada e interpretada por Harry Nilsson.

 

 

 

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