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NOTAS A PIE DE PÁGINA 17 – DE LA ALHAMBRA A LENINGRADO PASANDO POR PERSÉPOLIS

Asisto a la presentación del libro La Andalucía de Miguel Hernández, una antología seleccionada y comentada por Juan José Téllez. Todo un lujo escuchar a Juanjo, su lucidez, sus rápidas y acertadas réplicas, aprehender su compromiso humanista. Me gusta el ritmo con el que nos regala sus impresiones sobre el poeta de Orihuela y cómo salpica de anécdotas cada episodio que nos descubre de su vida y de su poesía. Hay un extraño y vivificante aire de libertad en la sala mientras lo hace, como si hubiésemos dejado el aire envenenado e irrespirable del resto del mundo en el exterior. Qué terapéutico es volver a Miguel Hernández: 

Tengo estos huesos hechos a las penas

y a las cavilaciones estas sienes:

pena que vas, cavilación que vienes

como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,

voy en este naufragio de vaivenes

por una noche oscura de sartenes

redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor, la tabla que procuro,

si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio

de que ni en ti siquiera habré seguro,

voy entre pena y pena sonriendo.   

El pasado jueves, 26 de octubre, recogí el premio de la Crítica de Andalucía al mejor libro de relatos por El mirador de los perezosos. Un acto cargado de buenas vibraciones. Allí tuve la suerte de conocer a Ángeles Mora, ganadora en la categoría de poesía por Soñar con bicicletas, y a Sara Mesa, premiada por su novela La familia, que yo había leído semanas antes; un libro que navega entre las oscuras sombras de los secretos familiares, un libro que transmite un permanente desasosiego y que vuelve de regreso días después de acabado. Escribe Sara Mesa:

Padre acusaba a madre de ser demasiado blanda con Damián. Cuanto más blanda, decía, más blandura, fíjate qué carnes para la edad que tiene. Madre lo defendía, aunque sin traspasar ciertas fronteras. Era curioso: había abandonado al niño de bebé debido a una depresión nunca diagnosticada, se pasó los primeros años de su vida sin apenas mirarlo, y ahora que estaba en plena adolescencia, se volcaba más en él que en los otros, achuchándolo o dándole golosinas a escondidas. ¿No era, después de todo, quien más la necesitaba? Con seis años menos que Damián. Aquí, el pequeño, parecía seis años mayor: voluntarioso, independiente, irresponsable pero dispuesto a afrontar él solito las consecuencias de su irresponsabilidad y, para colmo, dotado del arbitrario toque del encanto. En cuanto a las niñas, se criaban solas, por así decirlo, y más desde que había llegado Martina, con sus secretos de niñas en los que era mejor no meterse. Ella intuía que había algo físico en Damián que ponía de los nervios a Padre, algo que iba más allá de la gordura. Era la piel tan blanca -como cruda-, la redondez de los ojos azules, ¡las pecas! -que nadie más tenía-, los andares de cerdito y la torpeza de las manos, que no agarraban con fuerza…”   

La familia, de Sara Mesa, ha sido editada por Anagrama. Ángeles Mora estaba especialmente nerviosa, pese a ser una poeta laureada y reconocida en todo el país. La emoción la embargaba. Sus palabras, sus recuerdos, nos aclararon el motivo de esa dicha. Escribe Ángeles Mora:

Buscar la luz,
no mirar por los rotos
donde el rencor oculta
su negrura infinita.

Yo, que no tuve bicicleta,
soñé con bicicletas
y lloré al despertar.

La huella de aquel sueño,
Me ayudará a cruzar
con esperanza
caminos prohibidos.

Soñar con bicicletas ha sido publicada por Tusquets Editores.

Ha sido un regalo haber conocido a estas dos escritoras al fin, y aparecer junto a sus nombres en esta edición del Premio Andalucía de la Crítica.

Tal y como manifesté al recoger el galardón por mi libro de relatos, es insólito y casi un milagro que mi libro haya llegado hasta ahí habiendo sido publicado por una pequeña editorial malagueña como es Ediciones del Genal. Por eso me enorgullece que el jurado se haya fijado en mi obra y que la haya considerado merecedora del premio. Creo que la baraka y los yinns tanyauis han tenido algo que ver con todo esto.

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SERGIO BARCE, ÁNGELES MORA Y SARA MESA

Hace unas semanas, leí la biografía de Anna Ajmátova que ha escrito Eduardo Jordá para Zut Ediciones. Narrada en primera persona, como si fuese la propia poeta rusa quien se autobiografiara, una historia que es a un tiempo conmovedora, dolorosa y heroica. Sería una rara avis en los años que vivimos, porque escritores que defiendan sus principios como hizo Ajmátova ya suelen ser casos aislados. La represión física, moral y creativa, la censura demoledora que padeció en su obra, y que sufrió durante su larga vida, fue atroz e injusta. Leemos en este libro el siguiente episodio en la vida de Anna Ajmátova:

“…A pesar de la partida de (Isaiah) Berlin, el año empezó bien. Firmé un contrato para una nueva antología de poemas y me invitaron a recitar mis poemas en el Salón de las Columnas de Moscú. Aplausos, gritos, ramos de flores lanzados al escenario. Después leí en el Bolshói de Leningrado. Hubo los mismos aplausos y los mismos ramos de flores lanzados al escenario. Pero Nadia Mandelstam, que había venido a pasar unos días conmigo, notó que nos hacían una foto con flash cuando entrábamos de noche en la Casa de la Fontanka. Yo no le di importancia. <Es solo magnesio>, le dije. Pero luego llegó el verano, y luego llegó el mes de agosto. Y justamente había acabado de comprar mi ración de arenques cuando me encontré al escritor Zóschenko por la calle. <Anna Andreiévna, ¿qué vamos a hacer ahora?>, me preguntó muy agitado. Yo no sabía de qué me hablaba. <Todo irá bien, no te preocupes>, le contesté, porque me dolió ver a Zóschenko, que siempre estaba de buen humor, tan apagado y tan nervioso. Pero luego, al llegar a la Fontanka, me enteré de lo que había pasado. El Comité Central del Partido Comunista había aprobado una resolución que nos condenaba a Zóschenko y a mí por nuestra estética decadente y burguesa. En la resolución se reproducían las palabras del camarada Zhdánov -era al que mi hijo había intentado matar según los delirios de nuestros chequistas-, quien aseguraba que mi poesía era obra de una <medio puta y medio monja>, o más bien de <una monja que era a la vez una puta y que alternaba la fornicación con las plegarias>. Todo lo que yo había escrito era la obra de <una dama medio loca de la aristocracia que se pasaba la vida correteando entre los encuentros amorosos y las capillas>. Me gustaría saber cuánto le pagaron al pervertido que escribió estas frases para el camarada Zhdánov, aunque ahora imagino que no le pagaron nada y que las escribió por puro deseo de lamer las botas de los poderosos y conseguir un piso mejor o un coche nuevo…”

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Una mujer y poeta admirable Anna Ajmátova, un alma rebelde, como tantas otras escritoras silenciadas. Ella que escribió: 

Soy vuestra voz, calor de vuestro aliento,
El reflejo de todos vuestros rostros,
Es inútil el batir del ala inútil:
Estaré con vosotros hasta el mismo final. 

Y por eso me amáis ávidamente,
Con todos mis pecados y flaquezas,
Y por eso me entregasteis sin mirar
Al mejor de todos vuestros hijos,
Y por eso no me preguntasteis
Por ese hijo ni una sola vez,
Y llenasteis con el humo de alabanzas
Mi casa ya vacía para siempre.
Y dicen que más estrechamente ya no es posible unirse
Y que más irreversiblemente ya no se puede amar…
Como la sombra quiere separarse del cuerpo,
Como la carne quiere separarse del alma,
Así deseo yo que me olvidéis vosotros. 

(Para muchos, de Anna Ajmátova – Traducción de María Teresa León) 

Tan valiente como Anna Ajmátova me parece Marjane Satrapi, la creadora iraní de esa novela gráfica llena de hondura que es Persépolis, con traducción de Carlos Mayor, editada por Reservoir Books. Me ha parecido embaucadora y muy aleccionadora esta historia (habría que escribirla con mayúsculas) de Irán a través de la propia vida de la autora. Su lectura desvela y revela lo que es el Irán de hoy, un país retrógrado y radical que cercena la libertad de sus ciudadanos, especialmente de las mujeres, de una forma lacerante. Muy recomendable su lectura.

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Para acabar este corto recorrido por escritoras que han invadido agradablemente mi espacio literario, regreso a la Alhambra con la novela histórica de María Isabel Peral del Valle, titulada Dos hermanos en la corte de Muhammad el Zurdo, finalista del certamen de Novela Histórica Ciutat de Llíria – Francisco Gil de Moriana, en 2021.

Con una prosa rica y muy bien documentada, María Isabel Peral nos lleva hasta la Granada del siglo XV, para relatarnos los acontecimientos que cimentaron la caída y el fin de Al-Ándalus, las traiciones, las luchas intestinas, las venganzas y los intereses espurios que hundieron al reino granadino en una crisis de la que ya no pudo recuperarse. Interesantes los personajes reales creados por la autora. Leemos en esta novela:

Cuando al amanecer amainó, Abdul se asomó a la desolación de aquel desierto de agua. Nada se veía en el horizonte, solo una línea gris plomo sin principio ni fin que sobrecogía el alma. El Zurdo permaneció toda la noche escrutando la mar, pensó Abdul, abrumado por el peligro de la tormenta. Después le confesó que más temía entrar en las aguas del de Aragón, atracar en Mallorca y que allí les emboscaran. Decidió, no fiándose del cristiano, cambiar el rumbo. Ordenó arriar en Vera, puerto musulmán. Lope Alonso, que iba en la otra galeota, continuó hasta Cartagena para llevar a los cristianos los ricos presentes del sultán de Túnez.

Llegaron a Vera en otoño. El Abencerraje, caíd de la ciudad, hizo lo necesario para inclinar al pueblo a la causa de Muhammad. Cuando desembarcaron, los recibieron con gran algarabía. Los caídes de Iznalloz y Mojácar lo aclamaron emir.

Descansaron apenas dos días para reponerse de la resaca. Partieron hacia Almería, a cuyas puertas los recibió una embajada de sometimiento.

Zhar, las mujeres y los niños se alojaron en aquella ciudad blanca, a esperar la rendición de la Alhambra. El resto de hombres capaces de batallar marcharon hacia Granada. Se unieron por el camino canteros de Macael y Albánchez, que como arma llevaban sus picos y mazas de trabajar el mármol. También los habitantes de Alcudia la Roja, que llegaron con tinas de agua dulce que abundaba en sus propias casas. Más los sederos de la Calahorra, que les entregaron sus ahorros. Conforme avanzaban, se le iban uniendo ciudades como Málaga, Ronda y otras poblaciones más pequeñas.

El Zurdo envió embajadores a las cortes cristianas para solicitar reconocimiento. La respuesta fue que se mantendrían al margen hasta divisar qué bando obtenía la victoria.

Lo de siempre, pensó el Zurdo, esperan que los granadinos nos destruyamos en guerras internas

Dos hermanos en la corte de Muhammad el Zurdo, ha sido publicada por Edeta Editorial.

Sergio Barce, 5 de noviembre de 2023

  

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PALABRAS DE JOSÉ SARRIA SOBRE «EL MIRADOR DE LOS PEREZOSOS» EN LA ENTREGA DEL PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA

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El pasado jueves, en el impresionante marco del Palacio de Carlos V, en la Alhambra, Granada, se entregaron los XXIX Premios Andalucía de la Crítica. Tras la lectura de cada una de las actas de cada uno de los premios por parte de María Rosal Nadales, un miembro de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios leía una semblanza o defensa de las obras galardonadas en las distintas categorías. Manuel Gahete lo hizo sobre Soñar en bicicletas, ganadora del Premio de Poesía, de Ángeles Mora; Francisco Morales, sobre La familia, ganadora del Premio de Novela, de Sara Mesa; y José Sarria, sobre mi libro El mirador de los perezosos, ganador del Premio de Relatos. Tras estas intervenciones, Ángeles, Sara y yo, improvisamos o leímos unas palabras para agradecer el premio. He de confesar que ha sido una suerte conocer personalmente tanto a Ángeles Mora como a Sara Mesa.

Y he de confesar igualmente que las palabras que dedicó José Sarria a mi libro me llegaron muy hondo. Su semblanza me pareció de una gran belleza y sinceridad, además de entrañables y afectuosas, y por eso le di y le vuelvo a dar las gracias.

De manera que, además del reportaje fotográfico, aquí reproduzco tanto las palabras de José Sarria como mi propia intervención, para quienes deseen leerlas.

Sergio Barce, octubre 2023 

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«La historia se ha encargado de legitimar los estados y sus fronteras. Pero, existe un territorio que une a las mujeres y a los hombres mucho más allá de las delimitaciones políticas o naturales.

Esta región que trasciende a la geografía o al derecho internacional es el denominado continente sentimental, aquel en el que se encuentran, entrecruzan e hibridan culturas, lenguas o creencias. Es lo que ocurre en la demarcación de esa frontera imaginaria que inicia el recorrido en Andalucía para navegar, a través del Estrecho de Gibraltar, hasta alcanzar la región septentrional africana: emplazamiento de historias comunes, amalgamado por lo bereber, lo hispanovisigodo, lo árabe, lo sefardí y lo andalusí. En ese espacio singular, diría yo, casi mágico, que es el norte de Marruecos se produce el encuentro continuo de religiones, de creencias, de lenguas, de culturas, alcanzándose una hibridación, un mestizaje, que ofrece al escritor un marco novelesco de incomparable valor que muchos autores han sabido llevar a sus obras.

Tánger conserva el hálito de las lenguas (francés, español, dariya o haquetía), que supo poner banda sonora a la vida cotidiana de la antigua ciudad internacional, aquella que tuvo que ser la Casablanca de Humprey Bogart si la gente de Hollywood hubieran aprendido algo de geografía. En sus antiguos cafetines y teterías deambulaban Moisés Garzón Serfaty, Ahmed Daoudi, Ahmed Mohamed Mgara o Mohamed Lachiri, con sus primeros escritos en español bajo el brazo. La decadencia del Teatro Cervantes aún recuerda el día que recaló entre sus bambalinas la compañía de Juanito Valderrama y su plaza de toros fue testigo de algunas de las faenas que encumbraron a El Cordobés a lo más alto del reinado taurino, mucho antes de que fuera reconvertida, la plaza, en campo de hacinamiento para quienes, llegados de los lugares subsaharianos intentaron, un día, alcanzar el Dorado del norte.

Ese magma inconmensurable de lugares, personajes, historias y sentimientos, ha sido el material creativo que han sabido emplear, magistralmente, autores como Tahar Ben Jelloum, Mohamed Chukri, símbolo de resiliencia a partir de su emblemática novela El pan a secas, anfitrión de la Tánger internacional que supo recibir a la pléyade de artistas y escritores de la generación beat como Paul Bowles y su esposa Jane, Tenessee Williams o William Burroughs que erigieron a Tánger, en sus noches de desenfreno existencialista, como oasis de lo imposible.

Todos ellos, unos y otros, desde Ángel Vázquez, allá por los años  60/70 con su novela La vida perra de Juanita Narboni, hasta los más recientes, Leon Cohen Mesonero, Rafael de Cózar, Ramón Buenaventura, Antonio Lozano, Pilar Quirosa o Lorenzo Silva, han pretendido, han intentado, describir un tiempo en tránsito, anudar una época, unas personas, sus esperanzas, sus anhelos, sus frustraciones, en un marco tan inestable, tan movedizo, como es el de las fronteras y los espacios compartidos.

Y es ahí, en ese marco referencial de LA FRONTERA, donde aparece y se incardina toda la obra de nuestro autor, de nuestro cuentista y novelista, Sergio Barce, el español que nació en el año 1961 en Larache, el pied-noir (al igual que Albert Camus en Argelia) y que a los quince años abandona Marruecos junto a su familia, después de tres generaciones de estancia continua en el país alauí, para llegar a convertirse en el “moro” (tal y como lo bautiza “El Pichi”, hermano marista de su primer colegio malagueño).

Esta “expulsión” del Jardín de las Hespérides, va a significar para el escritor la imperiosa necesidad de volver a reconstituir su mundo, de volver a restablecer el orden perdido, hasta convertirse en el máximo representante de la NARRATIVA MEMORÍSTICA del periodo del Protectorado español y su posterior edad: relatos del recuerdo de una época que se resiste a desaparecer, relatos de la frontera de la épica cotidiana, vistos desde el asombro, desde la imaginación encendida del nesrani que fue para los vecinos del Jardín de las Hespérides.

El mirador de los perezosos es una hialina tesela dentro de ese gran mosaico que ha ido semillando nuestro autor desde su iniciático Jardín de las Hespérides (del año 2000) hasta Una puerta pintada de azul (del año 2020).

Barce ha establecido, a través de su obra, un mundo mitológico, en el triángulo áureo de las ciudades de Tánger, Tetuán y Larache, donde el encuentro continuo de culturas fluye y se desarrolla en la cotidianidad que surge en y desde universos distintos, pero imbricados en lo consuetudinario y que conforma el magma narrativo barciano que ahora se expande con esta nueva entrega que discurre, magistralmente contada y vivida, en el dédalo de calles, plazas y cafetines que conforman la ciudad Tánger, sus espacios decadentes o idílicos de la otrora ciudad internacional (“Sabes que Tánger es la ciudad de las quimeras? En ninguna otra ciudad del mundo encontrarás tantas ilusiones perdidas” – afirma el hombre que se detiene, junto al protagonista, en la barandilla del nuevo puerto deportivo); o en el suelo de la habitación 409 del hotel Rembrandt, donde Delio Bláquez intenta recordar quién es; o en los doscientos treinta y ocho pasos que separan la casa de la exuberante Amina de la babuchería del protagonista del relato “Dar Niaba”; o en el café Hafa, una pequeña Ítaca flotando entre el Mediterráneo y el Atlántico, lugar donde los narguiles embriagan el extravío; o en el Boulevard Pasteur, donde te cruzas con mujeres cuyas pestañas “aletean como las alas de una mariposa”, arteria donde se ubica el Café París cerca del Mirador de los perezosos (relato homónimo al libro) donde tiene su pequeño universo de venta ambulante el viejo Abdelkrim, quien, alcanzada casi la ancianidad, evoca el cuerpo de Ghizlane que olía a locura y en el que encontró “un refugio y un campo de batalla, un hogar y un abismo” o en el taller de Joao Fragoso, pintor venido de Oporto para quien posa Saloua, cuyos labios afrutados siguen oliendo a jazmín y miel, una diosa de cuarenta y ocho años que se ofrece a un artista incapaz de pintarla tal y como él anhela.

Escribía Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”. Sergio ha detenido no solo el tiempo, sino el naufragio, bajo una magistral narrativa memorística, elevando un texto épico, heroico y solidario. Nos abre esta mágica “puerta azul” y nos invita a pasar y a pasear, rescatando a todos aquellos que conformaron su infancia y su adolescencia para reinstaurar, con su palabra, un nuevo Elíseo, donde caminan y transitan invulnerables, inmarcesibles y eternos.

“Y ahora -siguiendo la hospitalaria invitación del señor Beniflah, uno de los personajes de su libro Paseando por el Zoco Chico-, todos los que quieran pasar, que entren. Todos los que deseen comer, que pasen”.

El mirador de los perezosos es el mundo que Sergio Barce ha creado para todos: su legado, una página más del testamento que ha construido a lo largo de casi veinticinco prodigiosos años y que nos entrega como testimonio de resistencia “a través de los ojos del niño que fue”, tal y como le enseñó hace tiempo Brital, el vendedor de chucherías.

Alcanzada la madurez creativa, Sergio Barce toma asiento en alguna de las sillas vacías del Café Central de Larache, escucha las bromas de Sibari, de Akalay o su padre Antonio, y sonríe satisfecho. Saborea un té con flores de azahar, mientras suena de fondo, diferente, angelical, el “color vibrante de la voz suave y nunca destemplada” de Haviva y vuelve a sonreír porque sabe que ha cumplido su misión: mantener vivo el recuerdo y la imagen de quienes habitan, ya por siempre, en la que fue y será “ciudad de las quimeras.

José Sarria«

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«Escribió Cervantes en el Quijote que “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. Como no me considero un ingrato, ni pretendo ofender a Dios, en especial hoy, lo primero es agradecer a los miembros del jurado que hayan considerado “El mirador de los perezosos” merecedor del galardón en la categoría de libro de relatos. Y felicitar, tanto a quienes quedaron finalistas en la misma categoría, como a Sara Mesa, ganadora en la categoría de novela, y a Ángeles Mora, en la de poesía.

Confieso que, al recibir la noticia del premio, no sentí que la felicidad se me desparramara por los poros, sino una especie de incredulidad, tal vez porque no esperaba lograrlo. Pero con el paso de los días, y hoy, tan cerca del lugar donde residió el poeta Ibn Al Jatib, al que se conoció como Du Al-Mitataýn, “el de las dos muertes”, me siento reconfortado y orgulloso, que no recompensado. En especial, orgulloso de haber llegado hasta aquí a través de una pequeña editorial malagueña, que es Ediciones del Genal, que ha mimado mi libro. La recompensa, sin embargo, es otra cosa.

Escribió el maestro Richard Ford que “escribir es un acto que elijo hacer para ser útil en el mundo. Y me da mucho placer ser útil a otras personas a las que no conozco”.

Suscribo sus palabras. Porque para mí, dar placer al lector es mi recompensa.

Una joven me contó que su madre era ciega, que ella le leía una y otra vez el libro que me había pedido que le dedicara. Y luego me desveló que, mientras se lo leía, conmovidas por la historia, lloraban juntas. ¿Hay mayor recompensa para un escritor que ésta? Creo que no.

Bryce Echenique dijo que “el cuento es una especie de ajedrez que tiene que terminar con un jaque mate”. No sé si eso debe ser así, pero si sé que mis cuentos no son el resultado del azar, sino de mucha constancia y de muchas horas dedicadas a lograr su perfección. Aunque todos sean imperfectos.

Escribir es una necesidad para mí. No concibo la vida sin hacerlo. Mi mundo ya lo conocen bien quienes me han leído: Larache y Tánger. Tardé años en descubrir que era allí donde me aguardaban las historias que debía contar. Era mi niñez en Marruecos la que había cimentado al hombre que soy. Y sólo al regresar allí se me reveló esa realidad. Ese es mi Macondo. Mi refugio personal y literario.

Llegar hasta hoy, que no sé si es un punto de inflexión o sólo un mero accidente, se debe en gran medida a dos personas: al dramaturgo Miguel Romero Esteo, que me enseñó a narrar y me descubrió a los autores de los que más he aprendido, y al cineasta Pablo Cantos, que siempre creyó en mí. Los dos me animaron a no cejar en el empeño, a seguir tecleando. Los dos han desaparecido. Pero siguen vivos en mi memoria. A ellos les dedico este premio.

En su libro “La enfermedad de escribir”, Charles Bukowski dice que “no hay nada más mágico y hermoso que ver las palabras cobrando vida en la página en blanco”. Me parece incontestable. Porque es cierto que es mágico y hermoso ver crecer la historia que relatas, acabarla para dar placer a alguien que te lee, pero al que no conoces, y también darle jaque mate con tu cuento, es decir, dejarlo con la miel en los labios cuando llega al punto final.

Para acabar, querría añadir dos cosas más: la primera, agradecer especialmente a Remedios Sánchez, como presidenta de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, y a su junta directiva, todo el esfuerzo y el trabajo que vienen desarrollando en estos últimos años, y el trato tan cercano que siempre nos dispensa.

La segunda y última es que, siendo como soy un escritor marxista, no me resisto a dejar de mencionar al gran filósofo que fue Groucho Marx, cuando dijo: “Desde el momento en que cogí su libro, me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo.” Lo que yo espero es que nunca me digan algo así.

Sergio Barce«

   

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