
«Me cruzo con Krauel por una calle de Dublín siete años después de su muerte. Lleva una gabardina con el cuello levantado y anda cabizbajo sin fijarse en nada. Al oír su nombre levanta la mirada sin reconocerme, como si los fantasmas no tuviéramos memoria. Lo observo caminar despacio calle arriba con el cansancio del bañista que alcanza la orilla tras vencer la resaca y el vago deseo de dejarse arrastrar por la corriente. Quizá la pesada carga del olvido lo haya convertido en un hombre solitario que se obstina en buscar algo que hace tiempo perdió para siempre. El primer impulso es seguir sus pasos, pero me contengo. No quiero resucitar al amigo que desea permanecer muerto. Al afirmar que no me reconoce lo digo con la ingenua intención de justificar su conducta. No me siento ofendido por el hecho de que pase de largo, cuando existe complicidad entre dos personas no es necesario dar explicaciones ni siquiera en los momentos más delicados. Hay quien resuelve los problemas durmiendo, se acuesta y al día siguiente lo contempla todo de manera distinta. Krauel lleva más de siete años dormido y no está dispuesto a permitir que nadie le obligue a despertar de repente. La mañana que Sofía llamó por teléfono para comunicarme la noticia de su muerte intuí que el suicidio era un señuelo que él mismo había tramado para que lo dejáramos tranquilo…»
«Me atrevería a decir que casi todo el mundo lleva una doble vida para no morir del todo»

“…Yo quería responderle algo, aunque no estuviera hablando conmigo sino consigo, o con nadie. No tenía intención de contarle a mi padre nada de aquello, y quería que ella lo supiera, pero no quería ser el último en hablar. Porque si decía algo, cualquier cosa, mi madre guardaría silencio como si no me hubiera oído, y yo tendría que vivir con mis palabras -fueran cuales fueren- tal vez para siempre. Y hay palabras -palabras importantes- que uno no quiere decir, palabras que dan cuenta de vidas arruinadas, palabras que tratan de arreglar algo frustrado que no debió malograrse y nadie deseó ver fracasar, y que, de todas formas, nada pueden arreglar. Contarle a mi padre lo que había visto o decirle a mi madre que podía confiar en mi absoluta discreción eran palabras de esa clase: palabras que más vale no decir, sencillamente porque, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada.”
(Fragmento de Incendios <Incendies>, con una elegante y cuidadísima traducción de Jesús Zulaika)

“…Una conciencia tranquila es un asco de conciencia -le dijo Claude a su padre por la ventanilla…”
(Del relato titulado Niños)
“…Sims vio por primera vez a Pauline en Spokane, en una fiesta. Una orgía de alcohol y drogas. Sims estaba sentado en un sofá, charlando con una persona. A través de la puerta de la cocina vio a un hombre pegado a una mujer, manoseándole el pecho. El hombre bajó la parte delantera del vestido de verano de la mujer y le dejó al aire ambos pechos; luego se puso a besárselos mientras la mujer le masajeaba el sexo. Sims comprendió que creían que nadie los estaba viendo. Pero cuando la mujer abrió de pronto los ojos se encontró con la mirada de Sims, y sonrió. Su mano seguía asiendo la verga del hombre. Sims no había visto una mirada más inflamada en toda su vida. Su corazón latió deprisa, y le asaltó una sensación como de ir pendiente abajo en un coche sin control en medio de la oscuridad. La mujer era Pauline.”
“…Las cosas más importantes de una vida cambian a veces tan súbitamente, tan irreversiblemente, que su protagonista puede llegar a olvidar lo más esencial de ellas y sus implicaciones; hasta tal punto queda prendido por lo fortuito de los sucesos que han motivado tales cambios y por la azarosa expectativa ante lo que habrá de suceder después. Hoy no logro recordar el año exacto del nacimiento de mi padre, ni cuántos años tenía cuando lo vi por última vez, ni cuándo tuvo lugar esa última vez. Cuando uno es joven, tales cosas parecen inolvidables y cruciales. Pero cuando los años pasan se desdibujan y se pierden…”

“…El silencio ha sido siempre cómplice de mi ignorancia; y la ignorancia, la inadaptación y la falta de preparación han sido siempre mis temores más intensos y familiares. Nunca me acerqué a algo difícil y verdaderamente nuevo sin el miedo a fracasar, y pronto.”
