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MÁLAGA – 11 DE DICIEMBRE – PRESENTACIÓN DE «LA LUNA EN EL ESPEJO», UN LIBRO DE MIGUEL A. MORETA-LARA

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Nacido en el Marruecos y criado en el Sáhara, el filólogo, escritor, catedrático jubilado de literatura, crítico y viajero Miguel A. Moreta-Lara, amigo, asesor y colaborador de El Tercer Piso de Proteo, llega ahora como protagonista del show. Presentamos su libro La luna en el espejo (Espejismos, marroquismos y otros exotismos), publicado por Diwan Mayrit, obra que refleja su profundo amor y conocimiento de la cultura y literatura marroquí, y que desmonta todos los tópicos orientalistas y enfrenta la realidad con la visión que de la literatura marroquí se ha tenido desde el exterior, a lo largo de varios artículos o ensayos cortos. Será este jueves 11 de diciembre a las 19:00, con la participación del autor y de sus amig@s y destacad@s filólog@s y traductor@s: Marta C. Laforet y Antonio Álvarez de la Rosa. Modera el director del Tercer Piso, Héctor Márquez. Patrocina Fundación Unicaja. Entrada libre. Librería Proteo de Málaga, EL TERCER PISO.

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MÁLAGA, 3 DE ABRIL – ACARICIANDO PALABRAS

 

ONCE Y EL TERCER PISO PRESENTAN:

ACARICIANDO PALABRAS (LECTURA Y ESCRITURA EN EL MUNDO DE LAS PERSONAS CIEGAS)

JUEVES 3 DE ABRIL 2025. 18:30. EL TERCER PISO DE LIBRERÍA PROTEO (C/PUERTA DE BUENAVENTURA, 3. MÁLAGA). ENTRADA LIBRE.

¿Cómo leen y escriben los ciegos? ¿Quién inventó el braille? ¿Qué tecnologías existen para que las personas ciegas lean? ¿Qué es la tinta ampliada? ¿Cómo es una biblioteca para invidentes? El jueves 3 de abril a partir de las 18:30 vamos a intentar responder a todas esas preguntas en una sesión única que hemos organizado con la ONCE y que tendrá lugar en El Tercer Piso de Librería Proteo. “Acariciando palabras” nos acercará, gracias al diálogo entre la promotora de braille y deportista paralímpica ciega Lia Beel y el periodista Héctor Márquez, a las historias que no vemos de quienes ven con la piel y el oído. Nos acompañarán lectores, actores y escritores ciegos como Blanqui Ramírez, Antonio David Aguilera, Paqui Ayllón o Maché Hidalgo con asombrosas historias. Y escritores videntes como José Garriga, Carmen López, Puri García y Sergio Barce. Llevaremos libros de tod@s l@s autor@s. Vamos a celebrar cómo las palabras pueden acariciarnos si aprendes cómo tocarlas. Entrada libre. https://eltercerpiso.es/?p=3596

Con @libreriaproteo @hectormarquezster @once.es @sergiobarcegallardo @purificaciongarciadiaz @eltercerpiso.proteo @drefy.art 

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— en Librerias Proteo Prometeo.

 

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN DE LAS NOVELAS DE LUIS SALVAGO EN MÁLAGA

El pasado 7 de noviembre, presentamos en El Tercer Piso de Librrías Proteo, en Málaga, las novelas de Luis Salvago «Josephine» y «El telegrafista». Héctor Márquez, como siempre, y con su maestría habitual, dirigió el cotarro. Mantuvimos un diálogo francamente interesante, y Luis nos transmitió toda su sabiduría como escritor y persona de mundo.

Al inicio del acto, leí un texto que había preparado para la ocasión, y que comparto con vosotros:  

<Hace tiempo que soy amigo de Luis Salvago. Desde que nos conocemos, solemos llamarnos para hablar de nuestros libros, de nuestros proyectos, de los concursos y de las tretas que deberíamos usar para que nuestras novelas lleguen a los editores. Nos leemos y nos criticamos de manera constructiva.

Últimamente son los editores los que buscan a Luis. Lógico.

Yo leo a Luis desde su novela “En el nombre del padre”. Con ella me trasladó a Cabo Juby. Luego vino “Los lugares verdes”, y me llevó a Afganistán. Y últimamente me ha arrastrado de vuelta a Tánger con “Josephine” y al escenario de la guerra civil con “El telegrafista”. Cada uno de estos títulos es un peldaño que Luis va subiendo, porque cada novela suya que aparece es mejor que la anterior. De hecho, yo leo a Luis para aprender a narrar.

En mi blog, recogía un pequeño párrafo de Josephine, que dice así:

«…Tal y como imaginaba, la ducha le había despejado la mente. Todas sus preocupaciones parecían haberse hecho pequeñas, casi inexistentes. Miró los números luminosos en un reloj de pared, sin saetas, sin esfera, sin tictac. Le desagradaba esa modernidad que prescindía de lo esencial. Para Josephine era como si el tiempo hubiera perdido su sonido.»

A partir de la lectura de este párrafo, yo volví a ser salvagoriano. Es decir, me volví a dejar arrastrar por la poderosa narrativa de Luis Savago, y es que soy un adicto a sus frases fulgurantes y a sus historias, que, como ya he dicho, son diferentes, ajenas a los lugares comunes.

Con “Josephine”, consigue que me sumerja en el Tánger que conozco y en el que desconozco, en un mundo onírico al que me lleva en volandas usando a Josephine de lazarillo. Es un paseo bastante tormentoso, hay que decirlo, y muy demencial. Sus páginas me llevan por calles que se alargan y se acortan, por un zoco chico que parece sacado de un sueño, en el que las paredes se comban y las pisadas no se oyen.

Josephine vive, como Juanita Narboni, en un Tánger que es un mundo paralelo, en el que no existe el tiempo, en el que el presente quizá no es el ahora, en el que el pasado ha desaparecido o se ha disfrazado, en el que los relojes no pueden marcar las horas y donde todo es posible, incluso lo imposible.

He escrito también en mi blog que, con “Josephine”Luis da un paso más allá en su narrativa, un paso más arriesgado, porque lo que hace es plantarse en medio de Tánger, coger “La vida perra de Juanita Narboni” y hacer malabarismo de ensoñaciones. Tarea nada fácil con una obra maestra. Pero logra un juego precioso de confusionismo y de complicidad con el lector; especialmente con los que conocemos a Ángel Vázquez y su Narboni.

A cada página de su novela, entro en un nuevo pasadizo del laberinto que ha construido. Es un laberinto que se difumina, en el que pesa mucho lo escuchado de su familia, que vivió en la ciudad. Rescata la calle Ohm como si fuese un paraíso perdido y hace que aparezca en “Josephine” y en su otra novela. Quizá porque en esa calle se esconde mucho de su Tánger.

Seguimos a Josephine por esas arterias que van desapareciendo a su espalda o que van resurgiendo mientras trata de poner orden en su cabeza. La locura que es la decadencia de una mujer y de la ciudad. Paralelismo sin rubor alguno con Juanita Narboni, porque es lo que busca Luis con esta: homenajear con una novela a otra novela.

Hay algo que es recurrente en Luis Salvago: la figura del padre como alguien lleno de autoridad, como alguien que marca profundamente a sus hijos. Lo es en “En el nombre del padre”, lo es en “Josephine” y lo es en “El telegrafista”. Vislumbro un hilo invisible que une a esos tres padres.

Pero vuelvo al Tánger de “Josephine”, y con ella, gracias a Luis, me acerco a la calle Italia y al cine Alcázar. No voy con Juanita Narboni a ver una película, sino con Josephine. La prefiero. Es más tractiva que Juanita. Me atrae esta Josephine. Incluso <me pone> en algunos momentos. Luis consigue que yo desee ocupar el lugar del joven Mohammed.

Tánger, las pinturas de Hopper (esenciales en esta obra), Juanita Narboni, la locura, la desmemoria, los falsos recuerdos, una madre dominante y obsesionada con la mala suerte, un padre con un lado oscuro o misterioso, una pareja que está presente y ausente o que quizá no existe y un deseo llamado Mohammed. El DESEO como motor de nuestros actos, el DESEO como heroína que inyectarse, el DESEO como río por el que dejarse llevar, y los recuerdos como tormento. Todos estos elementos los utiliza Luis Salvago para crear un entorno onírico, casi surrealista, ingrávido.

Escribe Luis: el deseo existe para no colmarlo.

Yo creo que Josephine acaba siendo un deseo imposible de ser colmado.

Y luego va Luis y escribe también “El telegrafista”. Una novela que se emparenta directamente con “En el nombre del padre”. Pero esta es otra historia que hoy descubriremos en nuestra conversación. Yo es que me he quedado en Tánger, disfrazado de Mohammed, buscando a Josephine. Quizá la encuentre antes del anochecer. Pero lo que pueda ocurrir a partir de ahí, no se lo contaré a Luis.

Ya les digo, háganse salvagorianos como yo. Lo disfrutarán.

Sergio Barce>     

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ASÍ FUE LA PRESENTACIÓN DE «TODO ACABA EN MARCELA», EN MÁLAGA

El pasado sábado presentamos mi nueva novela «Todo acaba en Marcela» (Ediciones Traspiés) en el Tercer Piso de la Librería Proteo, de Málaga, de la mano del escritor José A. Garriga Vela y moderados por Héctor Márquez.
Como muy bien ha escrito ya Héctor en alguna parte, fue un acto divertido, lleno de risas, de sangre (escrita) y de buenos momentos. Hubo lleno y vendimos muchos libros. 
Me gustó que se apreciara, por quienes habían leído el libro, que, cuando la trama salta de Málaga a Tánger, sintieron que el ritmo era otro, que el sosiego parecía recobrarse y que había un remanso de paz después de páginas de tensión. Pero aún estaba por llegar el clímax final… En lo que sí coincidieron es que la novela es imposible de dejar de leer, y eso es lo mejor que te pueden decir de tu trabajo.
Hubo incluso tiempo para ver el trailer del cortometraje Moro, dirigido por mi hijo Pablo, que se ha proyectado a concurso en el Festival de Cine de Málaga.
Lo mejor fue sentirme arropado y estar rodeado de tantos buenos amigos. Me olvidaré de alguno, pero allí nos vimos, además de con Héctor y Jose, con Mariángeles Tarifa, Berry y Nerea, mis hijos Sergio y Pablo, Blanca Machuca, Jesús Ortega y María del Mar Álvarez, César Martínez y Charo Sánchez, Emilia y Arturo Salmerón, Tomás Nevado y Belén, Óscar Campoy, Juan Gavilán, Miki Torres López de Uralde, Antonio Abad, Lucy Rodríguez, Pedro Delgado, Guillermo Busutil, José Luis Pérez Fuillerat, Víctor Pérez, José Luis Ortiz, Mario Castillo, Miguel Angel Marín, Alain, Mónica López, Virginia, Ismael, Ildefonso Fernández, Maribel Orellana, Leonor Regife y alguno más que no recuerdo en estos momentos… 
 
 
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UN FRAGMENTO DE «PEDRO PÁRAMO», DE JUAN RULFO

 

El pasado jueves asistí en El Tercer Piso, de Librería Proteo, en Málaga, a un encuentro, coordinado una vez más por Héctor Márquez, con el escritor José Antonio Garriga Vela, que nos habló de su libro favorito: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Además, Leonor Regife leyó varios párrafos de la novela para envolvernos en su magia. Durante todo el acto, tuvimos la sensación de que los muertos de Comala estaban muy cerca de nosotros. 

Hoy, no me resisto a compartir unos fragmentos de esta extraña, fascinante y enorme obra de Juan Rulfo: 

«Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la mañana del 8 de diciembre. Una mañana gris. No fría; pero gris. El repique comenzó con la campana mayor. La siguieron las demás. Algunos creyeron que llamaban para la misa grande y empezaron a abrirse las puertas; las menos, sólo donde vivía gente desmañanada, que esperaba despierta a que el toque del alba les avisara que ya había terminado la noche. Pero el repique duró más de lo debido. Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino también las de la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche. Y de día y de noche las camapnas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos. Los hombres gritaban para oír lo que querían decir. <¿Qué habrá pasado?>, se preguntaban.

A los tres días todos estaban sordos. Se hacía imposible hablar con aquel zumbido de que estaba lleno el aire. Pero las campanas seguían, seguían, algunas ya cascadas, con un sonar hueco como de cántaro.

-Se ha muerto doña Susana.

-¿Muerto? ¿Quién?

-La señora.

-¿La tuya?

-La de Pedro Páramo.

Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.

Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo. No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario, siguieron llegando más.

La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía música; los gritos de los borrachos y de las loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:

-Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.

Y así lo hizo.»

 

 

JOSE A. GARRIGA VELA. LEONOR REFIGE Y HÉCTOR MÁRQUEZ
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