
“ (Extracto de carta de fecha 5 de agosto de 1963 a Marvin Malone, editor de Wormwood Review, que publicó la poesía de Bukowski en casi cien números de la revista)
Subí las escaleras con el sobre pesado y pensé que habrías rechazado los poemas, que seguían allí dentro, es tan duro como hacer que los elefantes caminen por el barro, pero lo abrí y vi que habías aceptado ONCE, y once poemas son muchos poemas aunque te hubiera enviado docenas más…
(…) Escribir es un juego de lo más divertido. Cuando te rechazan, escribes mejor; cuando te aceptan, sigues escribiendo. Dentro de 11 días cumpliré 43 años. Es normal escribir poesía a los 23, pero si sigues haciéndolo a los 43 significa que no estás del todo bien de la cabeza, pero no pasa nada…: otro cigarrillo, otro trago, otra mujer en la cama, y las aceras siguen ahí y los gusanos y las moscas y el sol también; y es asunto mío si prefiero meterle mano a la poesía que invertir en inmuebles, y once poemas son muchos poemas, me alegro que aceptaras tantos. Las cortinas ondean como la bandera del país y queda mucha cerveza.”
“ (Carta enviada el 15 de septiembre de 1970 a Harold Norse, que para Bukowski era uno de los mejores poetas vivos. Norse publicó varios poemas y cartas de Charles Bukowski en la revista independiente Bastard Angel en 1974)
No tengo nada que decir. estoy pillado por los huevos. los relatos me llegan de vuelta con la misma velocidad con que los escribo. se acabó. por supuesto, siguen aceptándome los poemas, pero la poesía no da para pagar el alquiler. estoy deprimido, eso es todo. no tengo nada que decir. desesperanzado. desesperado. finis. Neeli dice que ve ejemplares de Escritos de un viejo indecente y del libro de Penguin por todas partes. Escritos acaba de traducirse al alemán y recibió una reseña positiva en Der Spiegel (con una tirada de un millón de ejemplares), pero da lo mismo, el libro podría haberlo escrito Jack el Destripador y nada cambiaría. no es fácil vivir así. hoy he de recibir el primer cheque en dos meses: 50 dólares de mierda por un relato que escribí para una revista porno sobre un tipo que está en un manicomio, se escapa escalando la pared, sube a un autobús, le toca la teta a una tipa, se baja de un salto, entra en una tienda, coge un paquete de cigarrillos, enciende uno, le dice a todos que es Dios, alarga la mano, le levanta la falda a una niña y le pellizca el trasero. supongo que ese es el futuro que me espera. Hal, estoy depre: no puedo escribir.”


“…Yo quería responderle algo, aunque no estuviera hablando conmigo sino consigo, o con nadie. No tenía intención de contarle a mi padre nada de aquello, y quería que ella lo supiera, pero no quería ser el último en hablar. Porque si decía algo, cualquier cosa, mi madre guardaría silencio como si no me hubiera oído, y yo tendría que vivir con mis palabras -fueran cuales fueren- tal vez para siempre. Y hay palabras -palabras importantes- que uno no quiere decir, palabras que dan cuenta de vidas arruinadas, palabras que tratan de arreglar algo frustrado que no debió malograrse y nadie deseó ver fracasar, y que, de todas formas, nada pueden arreglar. Contarle a mi padre lo que había visto o decirle a mi madre que podía confiar en mi absoluta discreción eran palabras de esa clase: palabras que más vale no decir, sencillamente porque, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada.”
(Fragmento de Incendios <Incendies>, con una elegante y cuidadísima traducción de Jesús Zulaika)

“…Una conciencia tranquila es un asco de conciencia -le dijo Claude a su padre por la ventanilla…”
(Del relato titulado Niños)
“…Sims vio por primera vez a Pauline en Spokane, en una fiesta. Una orgía de alcohol y drogas. Sims estaba sentado en un sofá, charlando con una persona. A través de la puerta de la cocina vio a un hombre pegado a una mujer, manoseándole el pecho. El hombre bajó la parte delantera del vestido de verano de la mujer y le dejó al aire ambos pechos; luego se puso a besárselos mientras la mujer le masajeaba el sexo. Sims comprendió que creían que nadie los estaba viendo. Pero cuando la mujer abrió de pronto los ojos se encontró con la mirada de Sims, y sonrió. Su mano seguía asiendo la verga del hombre. Sims no había visto una mirada más inflamada en toda su vida. Su corazón latió deprisa, y le asaltó una sensación como de ir pendiente abajo en un coche sin control en medio de la oscuridad. La mujer era Pauline.”
“…Las cosas más importantes de una vida cambian a veces tan súbitamente, tan irreversiblemente, que su protagonista puede llegar a olvidar lo más esencial de ellas y sus implicaciones; hasta tal punto queda prendido por lo fortuito de los sucesos que han motivado tales cambios y por la azarosa expectativa ante lo que habrá de suceder después. Hoy no logro recordar el año exacto del nacimiento de mi padre, ni cuántos años tenía cuando lo vi por última vez, ni cuándo tuvo lugar esa última vez. Cuando uno es joven, tales cosas parecen inolvidables y cruciales. Pero cuando los años pasan se desdibujan y se pierden…”

“…El silencio ha sido siempre cómplice de mi ignorancia; y la ignorancia, la inadaptación y la falta de preparación han sido siempre mis temores más intensos y familiares. Nunca me acerqué a algo difícil y verdaderamente nuevo sin el miedo a fracasar, y pronto.”


“Te ha llevado años entender cuánto pánico y caos hay debajo de la risueña irreverencia de Susan. Por eso no te necesita a su lado, fijo y firme. Has asumido ese papel de buena gana, amorosamente. Te hace sentirte un garante. Ha supuesto, desde luego, que la mayor parte de tus veinte años te has visto obligado a renunciar a lo que otros de tu generación disfrutan como algo rutinario: follar como un loco a diestro y siniestro, los viajes hippies, las drogas, el desmadre y hasta la cojonuda indolencia. También has renunciado forzosamente a la bebida; pero tampoco es que estuvieras viviendo con una buena publicidad de sus efectos. No le guardabas rencor por nada de esto (excepto quizá por no ser bebedor), ni tampoco lo considerabas un injusto fardo que estabas asumiendo. Eran los hechos básicos de vuestra relación. Y te habían hecho envejecer, o madurar, aunque no por la vía que normalmente se sigue.
Pero a medida que las cosas se van deshilachando entre vosotros, y todos tus intentos de rescatarla fracasan, reconoces algo de lo que no has estado huyendo exactamente, sino que no has tenido tiempo de advertirlo: que la dinámica particular de vuestra relación está activando tu propia versión de pánico y caos. Mientras que probablemente presentas a tus amigos de la facultad de derecho una apariencia afable y cuerda, aunque un poco retraída, lo que se agita por detrás de esa fachada es una mezcla de optimismo infundado y abrasadora inquietud. Tus estados de ánimo fluyen y refluyen a tenor de los de ella: salvo que su alegría, incluso la extemporánea, te parece auténtica y la tuya condicional. Te preguntas continuamente cuánto durará esta pequeña tregua de felicidad. ¿Un mes, una semana, otros veinte minutos? No lo sabes, por supuesto, porque no depende de ti. Y por muy relajante que sea tu presencia para ella, el truco no funciona a la inversa.
Nunca la vez como a una niña, ni siquiera en sus fechorías más egoístas. Pero cuando observas a un padre preocupado que sigue las peripecias de su prole -la alarma ante cada paso zambo, el miedo a que tropiece a cada instante, el temor mayúsculo a que el niño simplemente se aleje y se pierda-, sabes que has conocido ese estado. Por no hablar de los súbitos cambios de humor infantiles, desde la maravillosa exaltación y absoluta confianza a la ira y las lágrimas y el sentimiento de abandono. Eso también lo conoces bien. Solo que este clima anímico, alocado y cambiante está atravesando ahora el cerebro y el cuerpo de una mujer madura.
Es esto lo que acaba quebrándote y te indica que debes marcharte. No lejos, solo a una docena de calles, a un apartamento barato de una sola habitación. Ella te exhorta a que te vayas, por razones buenas y malas: porque intuye que tiene que dejarte un poco libre si quiere conservarte; y porque quiere que te vayas de casa para poder beber siempre que le venga en gana. Pero de hecho hay pocos cambios: vuestra convivencia sigue siendo estrecha. No quiere que te lleves un solo libro de tu estudio, ni ninguna baratija que hayáis comprado juntos, ni ninguna ropa de tu armario: esos actos le producirán un enorme desconsuelo…”

JULIAN BARNES (foto: Robert Ramos)