Gillespie: No queremos molestarle más, señor Endicott.
Endicott: ¿Por qué han venido ustedes?
Tibbs: Para interrogarle sobre Colbert.
Endicott: Me ha parecido no entender. ¿Ustedes dos han venido para interrogarme?
Tibbs: Bueno, sus actitudes, señor Endicott, sus puntos de vista son bien conocidos. Algunas personas, todas las que trabajaban para el señor Colbert, podrían mirarle a usted como la persona que menos lamentaría su muerte… Tan sólo pretendemos aclarar algunas cosas… ¿Estuvo el señor Colbert en este invernadero anoche alrededor de las doce?
Endicott, mientras el inspector le hablaba, se ha ido acercando, y al escuchar esta última pregunta reacciona de una manera inopinada abofeteando a Tibbs que, por su parte, le responde inesperadamente al segundo devolviéndole la bofetada con el revés de la mano. Endicott se acaricia la mejilla, paralizado ante lo sucedido, al igual que Gillespie y el criado. Jamás nadie había osado en replicar al señor Endicott y menos aún en abofetearlo.
Endicott (aún estupefacto): ¡Gillespie!
Gillespie (titubeante): Diga…
Endicott: ¿Lo ha visto usted?
Gillespie: Sí… si, señor.
Endicott: Bueno, ¿qué va a hacer usted?
Gillespie (contrariado): No lo sé…
Endicott (dirigiéndose a Tibbs, que lo mantiene la mirada, desafiante): No olvidaré esto. Hubo un tiempo en que le hubiera hecho matar…
El inspector le da de lado y sale del invernadero, y, al poco, lo sigue el jefe de policía Gillespie. El criado, sin creerse lo sucedido, también abandona el lugar y el señor Endicott, ya a solas, no puede evitar ponerse a llorar de rabia, de frustración y de vergüenza, incapaz de soportar la humillación sufrida.