LA CALLE REAL, un relato del escritor larachense LEÓN COHEN

En el estupendo libro de relatos de León Cohen Mesonero “La memoria blanqueada” (Editorial Hebraica – Madrid, 2006) hay un relato sobre la calle Real en el que León despliega todo sus sentimientos hacia ese lugar tan pintoresco y especial de Larache, esa calle siempre llena de vida que todos, de pequeños, recorrimos corriendo como locos cuando bajábamos al embarcadero.

Una calle tan emblemática como llena de anécdotas, historias y recuerdos. Creo que este pequeño relato es un buen botón de muestra. Y otra pincelada más de este cuadro que estamos escribiendo entre todos sobre el Larache que cada uno de nosotros guarda en su alma, desde Driss Sahraoui a Carlos Tessainer, de Mohamed Sibari a Sara Fereres, de mis relatos a los del propio León Cohen… Pero vayámonos con él a su calle Real.

Sergio Barce, septiembre 2012

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 La Calle Real

 En mi última visita a Larache, no pude, como era mi intención, recorrer la Calle Real. He esperado largo tiempo hasta que ella misma me ha visitado para que la recree. Hela aquí una buena mañana de invierno. Con esta calle me sucede algo inusual: todos mis recuerdos se remontan a cuando tenía menos de diez años. Sobre la Calle Real llueve, han llovido siglos.

Es una calle empinada, que majestuosa, se acerca hasta la villa nueva. Es una calle humilde que desciende hasta el mismo puerto, cercano a las viviendas más pobres. Es por lo tanto una calle que sabe cómo acercar los dos mundos. Es una calle de concordia y convivencia.

En ella habitan una gran mayoría de judíos de origen español, los mismos que, seducidos por los agentes sionistas ya empiezan a emigrar y que en muy pocos años la abandonarán, para instalarse en un país ajeno en la distancia  y en la cultura. Muchos se arrepentirán toda su vida.

También son muchos los musulmanes y los españoles que conviven con los judíos. La mayoría de los españoles no sefarditas, es decir, cristianos, son pescadores de Barbate y de la Higuerita (Isla Cristina).

Viniendo desde la Calle Italia, a la derecha, una bodega profunda y oscura, que quedó fijada en mi retina, por una historia que solía contar mi padre sobre un legionario que por una apuesta se bebió una botella de coñac y cayó fulminado. Ese incidente contado tantas veces por mi padre hace parte de mi educación sentimental, fue para mí una lección práctica de las nefastas  consecuencias de beber alcohol.

Bajando unos metros, la tienda de un fassi (de Fez), a donde solíamos comprar los trompos y las bolas de colores. Era un tipo tranquilo, más bien antipático y que pronunciaba la r con dificultad, a la manera francesa. 

Enfrente, el churrero, que preparaba los mejores buñuelos de la historia. ¿Cómo olvidar su sabor y su textura inconfundibles al disolverse en la boca con un buche de té moruno? Yo disfrutaba como el enano que era, llevándolos bien ensartados en una hebra de palma hasta la casa de mi abuela Luna. Todavía puedo sentir en mi mano el calor que desprendían.

Más abajo del churrero, una escalerilla que llevaba hasta el Barandillo, y adjunta al flanco derecho de la escalera la casa de Cohen, apodado «el avión», un tipo que no paraba de trabajar para que sus numerosas hijas crecieran sin necesidades. Debajo de la casa del “avión”, la sastrería de Bensason, un tipo singular.

Aquí terminaba la primera cuesta, y a partir de ese punto, la pendiente se dulcificaba un poco, convirtiéndose la calle por unos metros, en más transitable. En ese descansillo, dicho en argot ciclista, quiero recordar alguna zapatería y una peluquería, además del lugar de reunión y descanso de los «camalos» judíos, entre los que destacaría a Jaidaued. Según he podido saber más tarde, la mayoría de estos cargadores venían, como mi abuelo, de Debdou. Eran hombres de una fuerza poco usual. 

Luego la calle volvía a recuperar su pendiente hasta llegar a la casa del mecánico dentista León Oziel, padre de muchos hijos, los dos más pequeños amigos míos, y que enviudó de Messody, su mujer, antes de emigrar a lo que entonces se llamaba Palestina. Era un tipo alto, erguido y con mascota, azul o negra según el caso. 

Desde la casa del mencionado dentista, partían dos bifurcaciones, una justo enfrente, que también quiero creer que desembocaba en el Barandillo, a la altura del Hammam, la otra era la callejuela que conducía hasta la sinagoga a la que asistía con mi padre únicamente una vez al año, el día del Kippur.

No fueron demasiados los años en los que la visité, pero las visitas fueron intensas, todo el día allí encerrados sin comer y sin beber, oyendo unos rezos y unos cánticos de los que no entendía nada pero cuyas entonaciones no he de olvidar nunca. A mediodía salíamos a tomar el aire y recuerdo cómo los amigos de mi padre gastaban constantemente bromas sobre lo buenas que estaban a esa hora unas gambitas a la plancha o un platito de sardinas y qué decir de unos frojaldres (hojaldres) con té moruno, esa su manera de hacer más pasajero el día más largo, además de ser una expresión inequívoca del humor judeo-marroco-español (permítaseme la palabrota). Al llegar el atardecer, salíamos en grupitos, yo todavía, un mojoncín asombrado, y bajábamos hasta casi el final de la calle,  donde desde un arco se podía divisar el «advenimiento» de la esperada primera estrella, ahí se acababa por fin el martirio. No puedo olvidar la alegría de Monsieur Berros, que en tiempos fue maestro de mi padre, un hombre aquel, naturalmente afable y bromista. Era más bien bajito, enjuto y siempre vestido con una traje marrón adobado en la cabeza por una mascota tan bien acoplada que formaban una pareja inseparable. Se desplazaba con agilidad y velocidad inusuales y torcía el pie izquierdo de modo que este  parecía aspirar a zancadillear al derecho.

Antes de llegar al final de la calle, en la margen derecha se hallaba la casa de Reina «la asría», porque era de Alcazarquivír, donde residió como huésped el comandante Franco, entonces Franquito, en los años veinte.  Ella hablaba de él con cariño. 

Del resto de la Calle Real, apenas quedaban unos metros hasta la desembocadura en el Bar Royal (creo que le decían Royal Bar). Era pues un bar real para una calle del mismo nombre. En fin, qué pena que todo lo demás se haya perdido en mi memoria.

León Cohen, 15-01-2004

León Cohen


                                                                      

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7 pensamientos en “LA CALLE REAL, un relato del escritor larachense LEÓN COHEN

  1. Bella Moyal Buzaglo dice:

    QUERIDO LEON
    ANTE TODO , SALUDARTE PORQUE PUEDO JURAR QUE ANOS NO HEMOS ESTADO EN CONTACTO . CUANDO VISITE CADIZ Y LA REGION , NO ME DIO TIEMPO BUSCARTE Y DARTE UN ABRAZO.
    TB EN ESTA OCASION QUIERO DARTE MI PROFUNDO PESAME POR EL FALLECIMIENTO DE TU TIO ELIAS.

    AHORA A TU LIBRO.
    SI, ES VERDAD QUE JUDIOS QUE INMIGRARON A ISRAEL SE ARREPINTIERON Y SE BUSCARON LA VIDA EN OTROS PAISES. PERO NO TANTOS COMO TU SULINAS EN TU LIBRO (el cual lo tengo en mis manos) .
    LA MAYORIA DE TODOS SE QUEDARON Y TENEMOS QUE DAR GRACIAS A DIOS , PORQUE NUESTRA SITUACION AQUI FUE MEJORANDO ANO TRAS ANO.

    NO RECUERDO EL PUESTO DE BUNUELOS EN EL SITIO QUE INDICAS, YO LOS COMPRABA AL LADO DE LA ESCUELA YEHUDA HALEVY CERCA DEL PUERTO.

    LA SENORA DEL DENTISTA SE LLAMABA SULTANA. FUIMOS VECINOS EN EL BARANDILLO, ANTES QUE SE MUDARAN A LA GRAN MANSION DE LA CALLE REAL.
    QUIERO QUE SEPAS QUE DE VEZ EN CUANDO , LEO UNAS PAGINAS DE TU LIBRO CUANDO ME «»uajsheo»» DE LARACHE!!
    UN ABRAZO.
    Y SI VIENES POR AQUI, PORFA, AZMELO SABER .
    BELLA

  2. Carlota dice:

    Gracias Sergio por tus envío, y gracias León por tus vivencias que comparto con las mías, la hija de Monsieur Berros , Lisi, era íntima amiga mía. Cúanta añoranza……

  3. Mas que relato es una historia, aunque restringida, a cada paso, cada palabra, cada nombre, nos lleva a otro mundo, a ese en que vivimos todos en paz y tranquilidad. El sastre de la bajada de la calle, Bensason, era mi sastre y amigo, junto con el hijo de Sonego que tenia un almacen en la entrada de la Alcazaba. Efectivamente era singular, y se esforzaba en ayudar a su familia. Tenia varias hermanas.

  4. abderraman dice:

    muy bonito , gracias leon y gracias sergio

  5. León dice:

    Todos los emigrantes de todos los tiempos y de todos los países añoran su tierra, la patria de su infancia, pero todos, se adaptan a su nueva situación y progresan o se estabilizan en su nuevo país. Es normal: vivir o sucumbir.
    Por eso Bella, ambos decimos lo que pensamos y ambos tenemos razón. Se podrían escribir varias tesis sobre la emigración. Lo que es evidente y no se puede negar, es que la emigración produce un desarraigo que con el tiempo se va atenuando, sino sería insoportable. Y como dicen los gallegos : uno se hace adonde pace.
    un abrazo Bella

  6. Querido Leon !!
    Leer,aunque sea una parte de lo que escribes llena el corazon de recuerdos que nunca se podran olvidar de nuestra unica Larache.
    La calle real la tengo en mi memoria ya que en ella vivia mi tia luna Guanish en frente de la zapateria de David Gabai.El cafe royal bar su proprietario fue mi tio Salomon Bemergui.
    Gracias por hacernos revivir nuestro pasado .
    David Bendayan

  7. Carlos TESSAINER Y TOMASICH dice:

    León, para mí la Calle Real, va unida a los veranos. Bajarla con alegría camino del embarcadero para la Otra Banda, a eso de las once de la mañana, y volverla a subir todo fatigoso sobre las 2 de la tarde ya camino de casa. ¡Pero no importaba! Tú has conseguido con tu relato que regrese a ella, a sus distintos tramos, más empinados unos que otros. Y en mi fantasía, a los aromas y colores que jamás olvidaré.
    Un abrazo, paisano
    CARLOS

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