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NOTAS A PIE DE PÁGINA 3 – ALGO DE CINE Y ALGO DE NARRATIVA

Tras la jornada diaria de trabajo, que comienzo en el despacho a las ocho de la mañana, interrumpo sobre las dos y media o las tres menos cuarto para comer y acabo alrededor de las siete de la tarde (si es que no tengo que asistir a alguna reunión), puedo por fin dedicarme a escribir. Lo hago cada día, aunque el cansancio haga mella. Es adictivo. Creando, me encapsulo y me aíslo, evadiéndome de la rutina. Los fines de semana son aún más gratificantes, porque es cuando puedo dedicar a mis relatos o mis novelas el tiempo que merecen.

Continúo con el nuevo libro de relatos ambientados en Tánger, apenas falta un cuento más y un repaso final para darlo por concluido y enviarlo a la editorial para montar las primeras galeradas. Tengo el título del libro, que obviamente no puedo desvelar, pero creo que es precioso. Y acabo de confirmar cuál será la portada (se publicará de nuevo en tapa dura, como Una puerta pintada de azul), que es obra de una artista de primera fila, así que promete ser una edición excepcional. Espero que el texto esté a la altura.

Mi hijo Pablo me llamó el pasado viernes. Cuenta otra vez conmigo para su nuevo proyecto, una idea que le rondaba por la cabeza acerca de su generación. Me la ha lanzado para que comience a darle vueltas, para que le escriba las primeras ideas que se me ocurran. Ya le he devuelto alguna sugerencia e incluso una posible escena final que le ha parecido muy atractiva. Enseguida la ha anotado para desarrollarla y discutirla a su tiempo. También el guion de una de mis novelas avanza a buen ritmo. Los proyectos se amontonan, pero no se quedan en un cajón aguardando un milagro. Si Pablo y yo hemos aprendido algo, y esto nos lo transmitió Pablo Cantos, es que solo la constancia nos llevará a buen puerto.

Ayer vi una de las películas candidatas a los Goya de este año: Las leyes de la frontera, adaptación de la novela de Javier Cercas, que ha dirigido Daniel Monzón. Es una muy sugerente revisión del cine quinqui de los años setenta y ochenta, cuando el Torete, el Vaquilla y el resto de los “perros callejeros” inundaban las pantallas de nuestros cines. Pero el film de Monzón tiene mejor factura y, a mí al menos me ha ocurrido, se ve con cierto cariño. Aquellos años de los tirones, de los yonquis, de la España cutre de la que todos deseábamos salir. Me gusta su mirada, quizá porque tiene la suerte de partir de un excelente texto. Sin embargo, podría pasar por un guion original para la pantalla. Buena ambientación, excelente música (los Chunguitos, las Grecas y demás, por supuesto, como debe ser) y actores que hacen creíbles sus personajes.

También acabé los Diarios de Chirbes, que me enganchó desde la primera página, y Contar las cuarenta, el volumen incalificable de Miguel Ángel Moreta-Lara, que no imagina que será un personaje en uno de los relatos de mi nuevo libro tangerino. Lo mismo, si lee este artículo, se entera. Es la suya una obra curiosa, llena de pequeños fogonazos (poemas, artículos, viajes, relatos…) que, a veces, te llegan muy dentro, como algunos de los textos que el autor agrupa bajo los capítulos de Leyenda, otros en Cuentos y también en Porfía. De todos estos, me resuena aún los titulados La biblioteca del preso Arturito, Apunte para la pequeña historia del señor Gonçales y ese maravilloso homenaje que es Los pequeños exilios en Mexico. Merecen su lectura para luego reflexionar sobre todo lo que nos ha narrado. He subrayado mucho en este libro.

Ando ahora con James Joyce, adentrándome en su biografía. Un tipo complicado, aunque con esto no descubro nada si pensamos en su Ulises (Ulysses).

Acabo de tener una idea para ese guion aún no escrito para la película que pergeña mi hijo Pablo, así que dejo esto que ahora relato y me pongo a esbozarlo.

Sergio Barce, 7 de enero de 2022

 

 

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NOTAS A PIE DE PÁGINA Nº 1 – RAFAEL CHIRBES VERSUS PÉREZ-REVERTE

Pongo punto final al quinto relato del nuevo libro que preparo. Historias ambientadas en Tánger. Cuentos que pretendo que sean diferentes a los de Una puerta pintada de azul, quizá porque Tánger es muy distinta a Larache o porque los sentimientos sean dispares. Larache me conmueve y me abraza, Tánger me desborda y me seduce. No sé qué resultará del experimento, pero hay párrafos en estos nuevos textos que, al revisarlos, me parecen más que decentes.

También acabo esta mañana la lectura de los Diarios, de Rafael Chirbes. Tan distintos, pero, a la vez, tan humanos como los de Stefan Zweig. Dos libros en los que he subrayado y anotado infinidad de frases, ideas o comentarios. Pero los dos me confirman que nunca seré un gran escritor. A lo sumo, un narrador que cuenta historias aceptables. Lejos de estos autores que lo conocen todo, que lo han leído todo y a todos, que dominan las técnicas con la facilidad de quien vierte el interior de un azucarillo en el café.

Es probable que nunca haya sabido leer. Es cierto que lo hago compulsivamente, pero sin ton ni son. Pasan los días, y, como confiesa Chirbes (aunque creo que él miente), yo también olvido lo que leo. Eso me causa cierto desasosiego. Pienso en un libro que leí hace tiempo y sí, recuerdo que me gustó, lo abro, releo los párrafos que tengo subrayados con lápiz, pero no me acuerdo de nada, sólo de ese regusto dulzón de haberlo saboreado entonces.

Cuando Pérez-Reverte publicó Cabo Trafalgar, con Alfaguara, allá por el 2004, fui de los que compraron la novela. Comencé a leerla, pero, a medida que pasaban las páginas, me daba cuenta de que me irritaba y llegó un punto de exasperación y la lancé contra la pared, literalmente. Cabreado con la novela y con Pérez-Reverte. Y algo parecido me ocurrió con su novela “tangerina” Eva, también para olvidar. Cabo Trafalgar me pareció una gran estafa. Y, desde entonces, cuando me he acordado de ese título, he llegado a pensar que, quizá, el tiempo de su lectura me pilló en baja forma o en un mal momento. Pero, para mi regocijo y tranquilidad, me he encontrado al final de sus diarios con un acerado análisis de Rafael Chirbes que coincide conmigo. Al principio pensé que le dedicaría unas líneas, como a otros muchos libros que menciona, pero no, se nota que, en este caso, también él se fue calentando y, en varios párrafos, lo destroza. No es para menos. Respiro aliviado. Quizá no sea un lector metódico, pero al menos distingo lo bueno de lo malo. Que conste que, entre la variada y desigual producción literaria de Pérez-Reverte, hay alguna cosa que me gusta, como su Alatriste.

Leo en los Diarios de Chirbes (NB: un libro de obligada lectura, a mi modesto parecer)

“Cada día me cuesta más escribir y me gusta menos lo que escribo. Sin embargo, los amigos están convencidos de que, cuando escribo, tengo una gran seguridad en mí mismo y, sobre todo, facilidad. No sé de dónde han sacado esa idea. (pag.153)”

Al contrario que a él, cada día me cuesta menos escribir. Lo hago al atardecer y los fines de semana. Me siento frente al ordenador con más energía e ilusión que antes, las ideas me fluyen, me siento liviano, sin corsés, libre, aunque sé que nada de lo que escribo les interesa a las grandes editoriales. Mis dos últimas novelas sin publicar siguen dando tumbos de una a otra, como dos borrachos que se apoyasen hombro con hombro para no caer al suelo tratando desesperados de dar con un bar abierto. Sin embargo, tengo una pequeña legión de lectores que me siguen con una fidelidad pretoriana, y no puedo defraudarles. Por ellos, sólo por ellos, me esfuerzo por armar un nuevo libro que sea mejor que el anterior.

Se me escapa el tiempo. Odio mi trabajo, que me limita las horas para escribir. Si viviera de mis libros (estoy a punto de soltar una carcajada al pensar en los derechos de autor que he cobrado este año) sería el hombre más feliz del mundo. Me dejaría atar voluntariamente a mi escritorio y a mi ordenador sólo para crear historias.

Narrar se ha convertido en mi refugio frente a este mundo mediocre y hortera, en el que la educación pasó  a mejor vida, y que nos está tocando vivir. Tampoco veo mucha televisión, de la que escapo gracias a las películas y a las series. Las plataformas me ofrecen todo el catálogo del mundo y reviso títulos de cine clásico, pero sin dejar de ver todo lo nuevo que surge a diestra y siniestra. Y no dejo de acudir a las salas, pese a la mascarilla incómoda y a la frialdad de las máquinas expendedoras de entradas (¿querrán alejarnos de las salas de cine a base de deshumanizar el rito que siempre ha supuesto hacer cola, comprar tu entrada en la taquilla a alguien que te habla, te aconseja y te sonríe al otro lado, y, al acabar la proyección, comentar la cinta con tu acompañante con un buen vino y unas tapitas por delante?).

El sexto relato ya lo tengo en mente, desde hace días. Lo he rumiado mientras acababa el anterior. Este nuevo libro tangerino quiero mimarlo, que llame la atención. Espero que lo sea por su calidad. Y también deseo introducir dos colaboraciones que anhelo. Me ilusiona este proyecto.

Pero, en cuanto acabe con él (se publique o no), me pongo con otra novela que me espera y que también se está modelando en un rincón apartado de mi cerebro.

Me falta tiempo para todo. Y ya comienzo a ser mayor.

Sergio Barce – 22 de enero de 2022

 

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