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NOTAS A PIE DE PÁGINA 16 – CINE, CINE Y MÁS CINE

Mes intenso de cine. Salgo decepcionado del documental Mi nombre es Alfred Hitchcock (My name is Alfred Hitchcock, 2022), de Mark Cousins. Aburrido, y eso que es difícil que nada de lo hecho por Hitchcock lo sea, pero Cousins, que admiro por sus libros y sus otros documentales, enfoca equivocadamente esta cinta. La voz en off impostando al Hitchcock real es una especie de parodia. Las escenas seleccionadas, reiterativas. Imágenes estáticas con el rostro del director británico repetidas una y otra vez, como si nos hablasen de alguien al que nunca se le hubiera fotografiado.

Como antídoto, veo en casa por enésima vez Rebeca (Rebecca, 1940), Recuerda (Spellbound, 1945), La soga  (Rope, 1948) y Los pájaros (The birds, 1962). De un tirón (quiero decir, en cuatro noches seguidas). Y no empacha.

Veo Te estoy amando locamente (2023), de Alejandro Marín, realizador malagueño, y salgo con una sonrisa, pero, a la vez, emocionado de la sala del Cine Albéniz. Me ha parecido una cinta muy bien llevada, que no tiene el menor altibajo, con una excelente banda sonora y unos actores en estado de gracia. La ambientación de los años setenta, muy conseguida. La recomiendo a quienes gustan del cine español. Está por encima de la media.

Leo dos libros interesantes. Por un lado, Videoclub, de Jaume Ripoll, que ha editado Penguin Random House. Se trata de una obra sin grandes pretensiones, escrita por uno de los fundadores de Filmin. Jaume Ripoll procede de una familia vinculada con el mundo del cine. Regentaron salas de cine, videoclubs y se dedicaron a la distribución. A través de sus páginas uno hace un recorrido, en muchos casos sentimental, por la evolución de las salas de cine en España, la proliferación de los videoclubs y su posterior desaparición. Y a uno le vienen muchos recuerdos. Ripoll repasa las películas que le fascinaron, los actores, los directores, las bandas sonoras, así como las producciones que le decepcionaron o que triunfaron o fracasaron, sus experiencias personales en el videoclub y sus diferentes trabajos hasta acabar siendo el fundador de la plataforma Filmin. Todo ello salpicado por distintas anécdotas personales. Deliciosa la que relata en el capítulo titulado “En Inglaterra con Greenaway”. La verdad es que es muy amena la lectura.

Escribe Jaume Ripoll:

“…Mi padre tuvo videoclubs en salas de bingo, salas de cine, panaderías y bares de carretera, pero a su muerte solo conservaba uno, el Casablanca, cuya gestión compartía con una joven socia que tenía nombre de estrella de Hollywood de los ochenta, Maxi: metro sesenta, pelo rizado y una sonrisa a jornada completa con la que mostraba sin rubor unos dientes que habían esquivado demasiadas veces la visita al dentista. Maxi no era cinéfila, pero tenía todas las virtudes que debe tener una buena dependienta: de los clientes recordaba su nombre, sus gustos y los suficientes detalles familiares, enfermedades, efemérides o separaciones, para hacerlos sentir en casa. Junto a ella trabajaba Toñi, una treintañera cordobesa que de haberse apellidado Salazar podría haber formado parte de Azúcar Moreno. Bella, alta y con el maquillaje adecuado para pasar seis horas de martes a domingo bajo la luz de los neones sin descomponerse en el intento. El videoclub no llegó a conocer el datáfono, así que todos los clientes tenían que pagar en efectivo, y el dinero se acumulaba en un cajón del mostrador sin llave de seguridad alguna. Esta información no les pasó por alto a los heroinómanos de la zona, que intentaron atracarnos no pocas veces. Y escribo <intentaron> sin darlo por hecho, porque Maxi y Toñi tenían a buen recaudo otro de esos regalos que nos había hecho un distribuidor de cine en los noventa: un machete digno de una secuela de Rambo que ellas empuñaban sin fragilidad alguna. Lo que nunca adivinaron todos esos atracadores que huían espantados ante el arma blanca era que el cuchillo en cuestión no servía ni para cortar mantequilla. Lo que tampoco supieron fue que su camello era uno de los mejores clientes de nuestro local, uno de los pocos que pagaba recargos por devolución tardía sin rechistar y alquilaba películas de diez en diez las noches de viernes y sábado, pues lo único que lo mantenía despierto durante las madrugadas que tenía abierta su farmacia de la muerte eran las películas policíacas de Bruce Willis y Steven Seagal. Esas en las que los protagonistas paradójicamente perseguían a traficantes como él…”

Pero es el libro de Quentin Tarantino, Meditaciones de cine (Cinema Speculation), también publicada por Random, a través de Reservoir Books, con traducción de Carlos Milla Soler, el que más enjundia ofrece. Escribe acerca de Sylvester Stallone lo siguiente:

“…Cuando se estrenó Rocky, se convirtió casi en mi película preferida de todos los tiempos. Soy consciente de que ya he dicho eso unas cuantas veces. Pero aquellos eran los años setenta. Yo era un joven entusiasta del cine, en una época en que las películas eran una pasada. Ahora bien, a menos que uno estuviera allí, en 1976, es muy difícil hacerse una idea del efecto que la película Rocky provocó en el público. Todo en Rocky cogió al público por sorpresa. El protagonista desconocido, lo emotiva que acaba siendo la película, la muy conmovedora música de Bill Conti, y uno de los clímax más intensos que la mayoría de nosotros hemos experimentado en un cine. Yo ya había visto películas en las que algo ocurría en la pantalla y el público vitoreaba. Pero nunca -repito, nunca- como vitoreó cuando Rocky, en el primer asalto, asestó el puñetazo que tumbó a Apollo Creed. Toda la sala había estado contemplando el combate con el alma en vilo, temiéndose lo peor. Uno tenía la sensación de recibir cada golpe que Rocky encajaba. El engreimiento de Apollo Creed por su superioridad sobre ese patán de poca monta parecía una forma de negarse a reconocer la humanidad de Rocky. Una humanidad de la que nos habíamos enamorado después de ver a Stallone a lo largo de noventa minutos de película. Y, de pronto -tras recibir un potente golpe-, Apollo Creed cayó al suelo de espaldas. Vi esa película unas siete veces en los cines, y en todas las ocasiones, llegado ese momento, el público casi saltó hasta el techo. Sin embargo, ninguna vez fue como la primera. En 1976, no hacía falta que me explicaran lo absorbentes que podían a llegar a ser las películas. Ya lo sabía. En realidad, no sabía casi nada más. Pero hasta entonces nunca me había implicado emocionalmente con un personaje principal como lo estuve con Rocky Balboa y, por extensión, con su creador, Sylvester Stallone. En la actualidad, si alguien descubriese la película, sería casi imposible de reproducir ese tipo de inocencia del espectador. Para empezar, tendría que lidiar con la celebridad y la carrera posterior de Stallone. Y no digo esto como una indirecta o como un comentario sarcástico. Es un hecho que el Stallone de Planet Hollywood no es el Stallone que se sentó en el sofá de Dinah Shore a contar anécdotas graciosas sobre la época en que pasaba hambre… (…) Parte de la euforia vinculada a la respuesta del público al combate culminante en Rocky se debió a que, después de cinco años de cine de los setenta, la verdad es que no esperábamos que las cosas le fueran a ir bien a Balboa. Y no me refiero a que no esperábamos que ganase el campeonato del mundo de los pesos pesados. ¿No iba a ganar jamás ni una mierda! Nuestra única esperanza era que no quedara como un puto hazmerreír. Por eso, el final fue tan sorprendentemente conmovedor y catártico. Por eso, cuando Apollo Creed cayó de espaldas en la lona, dimos saltos de alegría. Porque, a partir de ahí, al margen de lo que acabara pasando, Rocky ya había demostrado que no era un hazmerreír. Y, cuando llegamos al último asalto y Rocky tiene a Apollo Creed contra las cuerdas, asestándole un zurdazo y un derechazo, y un zurdazo y un derechazo, y el público presente en el pabellón entona: <Rocky… Rocky…>… ¡Joder! Sencillamente, nunca se había visto nada igual. Después, en la entrega de los Óscar, la película replica en la vida real su milagrosa victoria. Desde ese momento, el cinismo de los setenta ya no tenía ningún futuro…”

Y lo que relata es tal y como fue, porque yo lo viví con la misma intensidad. Esa película me emocionó por muchas razones, las mismas que indica Tarantino, pero también por la sencillez del argumento, por la manera en la que Rocky trataba a su novia Adriane, magnífica Talia Shire, y porque la humildad del personaje se te pegaba al alma. Lo primero que hice tras ver Rocky fue comprarme la banda sonora de Bill Conti, en LP. Y la ponía en el picú una y otra vez. ¿Quién no es capaz de tararear las notas principales?

También he tenido ocasión de ver El faro (The lighthouse, 2019) de Robert Eggers, con dos magníficos Robert Pattison y Willem Dafoe. Película claustrofóbica, no apta para el gran público, difícil y de tempo contenido, pero con imágenes potentes y una historia curiosa que, a mi entender, se malogra en parte con el desenlace.

Recupero la cinta La vida de los otros (Das leben der Anderen, 2006) de Florian Henckel Von Donnersmarck, cinta magnífica, que te llega a lo más hondo, y que, si bien me gustó cuando se estrenó, ahora me ha encantado aún más. Y la de Fahrenheit 451, de Truffaut, que, gracias a la historia de Ray Bradbury y a esos excelentes actores que son Julie Christie y Oskar Werner, se mantiene más actual que nunca. De obligada revisión.

¿Qué sería de nuestras vidas sin el cine?

                                                                      Sergio Barce, 28 de agosto de 2023

 

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FOTOS DE CINE – 29

En la fotografía, aparecen el actor James Fox (casi irreconocible con esa peluca) y el cantante Mike Jagger, durante el rodaje de la película Performance (1970) que dirigieron Nicolas Roeg y Daniel Cammel, y de la que Fox y Jagger eran los protagonistas.

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Escribe Mark Cousins en su enorme “Historia del Cine” acerca de esta cinta lo siguiente:

Los directores de fotografía desempeñaron un papel fundamental en la modernización del cine estadounidense de los años setenta, y justamente en Reino Unido uno de ellos acabaría convirtiéndose en uno de los mejores realizadores de la época. Nicolas Roeg logró labrarse una sólida reputación como cámara en el cine comercial. Su primera película fue una revisión del género de los films de gángsters tan radical en la forma y el contenido como conservadora lo fuera El padrino. Codirigida por el vanguardista escocés Daniel Cammel, Performance (Reino Unido, 1970) narra la historia de un gángster de poca monta (James Fox) que acaba refugiándose en la casa de una estrella del rock (Mike Jagger) y sus dos amantes. Tras adentrarse en un mundo de drogas y promiscuidad sexual, el gángster se ve obligado a afrontar su propia ambigüedad sexual; la estrella del rock ve en su violencia innata ese lado salvaje que él ha perdido. Por medio de espejos, maquillaje y ambigüedades espaciales, Roeg y Cammel logran plasmar con maestría la evolución psicológica de ambos personajes tal como hiciera Bergman con la actriz y la enfermera de Persona (Suecia, 1966). No obstante, Performance profundiza más en la figura del artista que el director sueco. Las escenas sobre el pasado del gángster se rodaron a veces con cámaras <saltonas> de 12 mm, que lo distorsionan todo. En la escena del disparo, la cámara parece viajar siguiendo la misma trayectoria que la bala, que atraviesa una cabeza y acaba empotrándose contra una imagen del escritor argentino Jorge Luis Borges. En realidad, la película hace eso mismo: empieza en el vistoso mundo de los bajos fondos de Londres para, a continuación, ir adentrándose en el subconsciente de los dos personajes y ver el papel que desempeña la sexualidad en sus vidas, y sus personalidades.”

Pasados tantos años, no me atrevo a volver a visionar esta película. Temo que el tiempo la haya maltratado y no conserve la frescura que recuerdo de ella, cuando la vi en el Cine Club Universitario, hace ya demasiado tiempo.

Sergio Barce, 4 de noviembre de 2022

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FOTOS DE CINE 22

La década de los años ochenta, para los que amamos el cine, comenzó de manera fulgurante con varios títulos que han quedado grabados en nuestras retinas: El hombre elefante (The elephant man) de David Lynch, El resplandor (The shining) de Stanley Kubrick, Kagemucha de Akira Kurosawa, Ragtime de Milos Forman, La puerta del cielo (Heaven´s gate) de Michael Cimino, Atlantic City de Louis Malle, Berlin Alexanderplatz de Rainer W. Fassbinder, Gente corriente (Ordinary people) de Robert Redford, Mephisto de István Szabó, American gigoló de Paul Schrader, Carros de fuego (Chariots of fire) de Hugh Hudson, En busca del arca perdida (Raiders of the lost Ark) de Steven Spielberg… y Toro salvaje (Raging Bull) de Martin Scorsese.

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Las dos fotografías pertenecen a este último film y muestran la sorprendente transformación física que sufrió Robert de Niro durante el rodaje para mostrar en pantalla la decadencia del protagonista, el boxeador Jake La Motta. Un film inolvidable.

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Mark Cousins, en su magnífico libro Historia del cine (The story of film), que luego convirtió en un no menos antológico documental, escribe lo siguiente sobre Toro Salvaje:

“…<Toro salvaje> fue la historia más pesimista contada hasta la fecha por Martin Scorsese, con el tema de la caída espiritual y la redención. Es posible que su director, asmático, sensible y de salud débil, encontrara en el impetuoso boxeador Jake La Motta una metáfora de sí mismo, a pesar de los escasos puntos en común desde el punto de vista físico, salvo el detalle de que los dos están obsesionados con el hecho de tener unas manos pequeñas. Ese tipo de detalles contribuyeron a que el director se identificase con el personaje de ficción. Muchos cuestionan la valía de Jake, y él mismo se da cuenta de ello cuando, ya en la cárcel, se pone a golpear las paredes diciendo: <¡No soy un animal! ¡No soy un animal!>. Scorsese conocía de sobras esa misma rabia. Era un sentimiento muy real para él y, en las escenas de boxeo, nos muestra su ser más íntimo, cómo parece flotar en el aire y cómo de repente se sume de nuevo en la desesperación. Los planos picados reflejan la desorientación de ese cuerpo derrotado, y la combinación de cámara lenta y rápida no hace sino reflejar el estado mental de La Motta. La meticulosa banda sonora incorpora una serie de ruidos de fondo que contribuyen a afianzar esa impresión. Esta manera de rodar estaba a la altura de Méliés, Cocteau o Welles, pero a los pocos instantes Scorsese lleva la cámara al suelo. Para plasmar la vida familiar de Jake (las discusiones con su esposa, ante el televisor…), rueda de una manera que recuerda a Italianmerican (1974), un documental sobre sus padres. Nadie, hasta ese momento, había logrado combinar el expresionismo y la no ficción de esa manera…”

Sergio Barce, abril 2021

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Libros de Cine: HISTORIA DEL CINE de MARK COUSINS

HISTORIA DEL CINE (The story of film, 2004) de Mark Cousins, es un maravilloso libro en el que su autor recorre toda la vida del cine desde su nacimiento hasta nuestros días, pero siempre desde la perspectiva de la creatividad. Los films que enumera y analiza son importantes por lo que innovan o introducen en el lenguaje cinematográfico, y su narración es tan ágil como entretenida, con un perfecto <montaje> y un <enfoque> lúcido e interesante.

El libro está editado por Blume.

Mejor que analizar el libro en sí, que como digo es extraordinario, con mención a películas de las que reconozco, pese a mi pasión por el séptimo arte, que no conocía pero que anhelo poder ver pronto, es quizá leer algunos párrafos escogidos de diferentes épocas…

Sergio Barce, junio 2012

MARK COUSINS

Del cine mudo…

 (…) El actual Hollywood tiene su origen en aquellos primeros productores, como Laemmle, que fundó los Universal Studios en 1915 y, veinte años después, los vendió por cinco millones de dólares. Sigue leyendo

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