LA CALLE BARCELONA, un relato del escritor larachense LEON COHEN MESONERO

Ahora le toca el turno a otra calle emblemática de Larache: la calle Barcelona. Y la visión de ella corresponde a quien siempre, cuando tiene oportunidad de charlar de Larache, regresa instintivamente hasta ese lugar, al abrigo de sus recuerdos: Leon Cohen. El texto es indudablemente íntimo y personal, trata de relatar como si caminara por esa arteria de nuestro pueblo (me parece más entrañable llamar a Larache pueblo que ciudad) pero Leon no puede evitar el desviarse para contar lo que realmente le satisface o lo que de veras le estremece: esas pequeñas aventuras de la infancia junto a sus amigos o especialmente al lado de  su padre. La suerte de compartir todos estos relatos, todas estas fotografías narradas, es que cruzamos tantas historias y experiencias, tantos recuerdos y anécdotas, que sin proponérnoslo estamos llenando de vida y de alma a todas las calles por las que ha transitado parte de nuestras vidas. Es el mejor álbum de Larache.

Sergio Barce, septiembre 2012

Leon Cohen

“Tratar de recrear el pasado es en cierto modo un intento de reconstrucción no sólo de la memoria propia, sino también y sobre todo de la memoria de una colectividad”.

                                      León Cohen

 

La Calle Barcelona

¡La Calle Barcelona! Era una calle vulgar, como cualquier calle, una calle de barrio. No era emblemática, no era ni la Calle Chinguiti, ni la Calle Italia, ni por supuesto la Calle Real. Pero muchas personas de Larache la recuerdan, la mientan y algunas creen haberla habitado, llegando incluso a ubicarla  de manera  errónea.

Yo no nací en esa calle, pero mis padres y yo, que sólo tenía un mes, nos mudamos en el año 1947 y allí residimos hasta el año 1954. En esa calle se forjaron mis primeras impresiones y se construyeron mis recuerdos primeros, los de la infancia profunda. Allí empezó a llenarse mi memoria de recuerdos imborrables y entrañables. En esa calle nacerían mis hermanos y hermanas. Todavía tengo fija en la retina la imagen borrosa de mi hermana Ani recién nacida y junto a ella un barreño metálico y a Doña Petronila.

La Calle Barcelona era una de las muchas calles transversales que unían la Calle Chinguiti o su prolongación con la Avenida de las Palmeras. Para situarnos, subiendo por la Chinguiti, se llegaba a una pequeña rotonda  o placita que daba a cuatro calles, siguiendo recto, la Calle Barcelona era la segunda a la izquierda. Y también la penúltima de tres, antes de alcanzar el Campito de los Mosquitos. En ese campito, como he contado en alguna ocasión, tenían lugar las guerrillas de moros contra cristianos, a pedrada limpia. Como dos ejércitos bien organizados, nos disponíamos los unos frente a los otros a tiro de piedra, y sólo a la orden de nuestros comandantes, empezábamos a lanzarnos las pedradas que cesaban cuando ambos jefes así lo decidían. Ese campito tenía además otros usos más pacíficos para muchos de nosotros, era donde cazábamos pajaritos con trampas, sirviéndonos las alúas como cebos, era en el propio campito donde cogíamos aquellos  coleópteros en los “alujeros”.

Si uno dejaba a un lado la calle, sin entrar en ella, a unos metros, se topaba con el Colegio Árabe donde estudió o estuvo, ese gran contador de palabras y cuentos que se llama Mohamed Choukri. Enfrente de aquel colegio vivía Don Antonio Ortega, el antiguo republicano.

Antes de entrar en la Calle Barcelona, no quisiera dejar sin contar algunos detalles. La rotonda, como dije, da a cuatro calles: la que viene de la Calle Chinguiti, la que va hacía la calle Barcelona, la que baja hasta los Maristas (la calle donde nací) y la que llega hasta la Avenida de las Palmeras; la plazoleta se compone por lo tanto de cuatro cuadrantes. En la esquina derecha de uno de estos “cuartos de rotonda” según se va hacía la calle Barcelona, vive un chico rubio de mi misma edad al que llamamos Antoñin el del jardín. En el cuadrante adyacente residen los Ribes, padres de mi amiga Elsa, en un edificio de construcción reciente. En el tercer cuarto reside la familia de mi amigo Santiago Hernández, en una suerte de patio de vecinos. Siguiendo hacía la Calle Barcelona, quiero también recordar que frente al colegio árabe, haciendo esquina, se halla situada una casa con muchas plantas donde vive Alejandro, un amigo de correrías. Entre su casa y el colegio empieza un callejón sin asfaltar, donde se encuentra la casa de Nissim Azulay, aquel niño tan avispado como cruel, que una tarde de otoño nos enseñó a unos cuantos, cómo la letra con sangre entra, utilizando una regla con la que nos atizaba en los dedos  imitando a nuestra maestra,  Mlle Beniluz.

Pero doblemos la esquina y recorramos la calle. Hasta llegar a mi casa, la calle tiene únicamente margen izquierda, pues en todo ese tramo en el flanco derecho sólo hay un descampado. A partir de mi casa ya aparecen algunas casas diseminadas en la margen derecha. Casi todas las casas son de una planta con azotea.

La casa del maestro: La primera es la del “maestro”. Para mí, el maestro era un amigo de mi padre con el que un día fuimos de cacería en nuestro camión. Llovía despiadadamente cuando salimos, mi padre al volante, yo en medio y el maestro a mi derecha en la cabina del camión. Detrás en el remolque iba Stika, mi querida  e inolvidable perra. Una pointer de primera clase. Circulábamos por una pista de tierra y barro, por la derecha caminaban unos campesinos, una mujer con un niño a la espalda, otras dos campesinas y un hombre de cierta edad. Los colores que recuerdo son el blanco y el rojo, el blanco de las “jilabas” y de los zaraguëlles (aunque en contra de la Real Academia de la Lengua yo prefiero la palabra zarahueles), el rojo de los fajines que suelen llevar los “jibilos” (jbel en árabe significa montaña). Llovía y a la lluvia incesante se había añadido una tormenta de muy señor mío. De repente, una luz cegadora, y un silencio sepulcral. El camión se había detenido y todos nos mirábamos en silencio como hipnotizados. Había sido un rayo: una descarga de energía eléctrica tremenda, inolvidable. Luego, los gritos de los campesinos, muchos gritos de pánico y mucha sangre, ruido y sangre, miedo y sangre. Sobre el suelo yacían el hombre mayor y la mujer que llevaba al niño, los dos muertos. El niño milagrosamente había salido indemne y lloraba, el resto de personas estaban heridas o presas de pánico. Me ha quedado como última imagen de aquella tragedia la de mi padre bajándose  del camión,  quiero creer que  llevamos a los heridos al hospital.

Leon Cohen en la calle Barcelona

Mi casa: Sigamos. Después de la casa del maestro, intuyo dos o tres casas, pero tienen la puerta cerrada y no distingo a nadie, será mi memoria que debe estar nublada por el paso del tiempo. Luego, mi casa, la casa donde estrené mis primeros cariños, mis primeros amigos, la casa donde empezó a conformarse ese yo, que hoy, pasado medio siglo, vuelve a ella, a esa casa de todos que es la infancia. 

La puerta y las dos ventanas que dan a la calle están abiertas.

La puerta: Un hombre joven, alto, moreno, de treinta y pocos años, en todo el esplendor que da la juventud, se yergue ante la puerta medio abierta, casi tapando con su cuerpo toda la luz que aún conserva la tarde. Yo, diminuto, con seis o siete años, observo con sorpresa y admiración su figura a contraluz. Es mi padre, que acaba de llegar de una de esas interminables cacerías con sus compañeros de siempre (el doctor Mayor, Revilla el carnicero y seguramente también habrá estado Bartolo el de la casa Ford). Mi padre está vestido de cazador, porta un sombrero de paja y lleva colgadas de la cintura un sinnúmero de perdices. Esboza una sonrisa amplia  y cómplice mientras se dirige a mí en tono cariñoso, mostrándome sus trofeos. Recuerdo con precisión meridiana que mi madre solía conservar las perdices en dos tinajas enormes llenas de aceite.  

La ventana situada a la derecha de la puerta: Da al pequeño salón de los trofeos. Se trata de una pequeña salita. Adosado a la pared que mira a la puerta de entrada, se halla un aparador muy vistoso y una mesa de comedor con sus correspondientes seis sillas forradas de una tela estampada. Se ve muy cuidado y con poco uso. Sobre el aparador, dispuestas con mucho orden y guardando la jerarquía, las copas que mi padre ha ganado en múltiples tiradas de pichón y al plato. La copa preferida es, como no podía ser menos, la del centro. Es una copa de plata de ley, grande, esbelta  y con  un baño de oro en su interior. De vez en cuando, a mí me da por pasearme por el salón y deleitarme mirando las copas. En ocasiones he llegado a pensar que mi devoción por los muebles y la decoración vienen de aquel salón y de aquella época.

La otra ventana: Es el dormitorio  de mis padres. Un recuerdo puntual: una mañana, mi padre sorprendió a un ladronzuelo en su dormitorio y lo puso de patitas en la calle agarrándolo  por el cuello.

En el patio, una parra y el gallo. Una gallo espléndido que mi padre había criado y que al oír la voz de éste, cuando llegaba a casa a la hora del almuerzo, preso de una súbita alegría, lanzaba de repente un repertorio de cacareos a cual más estridente. Una mañana que no quiero recordar, se lo llevó.

Calle Barcelona. Leın, David, el hijo del maestro y Stika

En la azotea, la casa de Stika. A la azotea solíamos subir todos los hermanos para visitar y entretenernos con nuestra perra de caza que prácticamente había crecido con nosotros. Una noche de verano mi padre nos comunicó la triste noticia: se había visto obligado a regalar la perra a un amigo, porque en la nueva casa no había sitio o por otra causa que no recuerdo, aunque sí recuerdo mis lágrimas, mi desconsuelo y el de mis hermanos. Habían sido casi seis años juntos.   

Nuestros vecinos: La familia de Cristóbal Ortega y Josefa Padilla, con sus hijos: Cristóbal, Carmen, Fina, Pepe, Antonio y Eduardo. He olvidado el nombre de otra hermana, pero para nosotros, mi hermano David y yo, los importantes son nuestros amigos Antonio y Eduardo. Son los grandes amigos de nuestra primera infancia. Hay una vivencia entrañable: las hogueras de la noche de San Juan. Quemábamos un muñeco de trapo y disfrutábamos saltando alrededor  del  fuego.

Olga: Pero esta calle también tiene su estrella. Es alta, esbelta, delgada y muy atractiva, parece una actriz de cine, yo la comparaba con Ava Gardner. Su nombre es Olga y vive con su padre Don Jaím Benaich justo enfrente de mi casa. Es indudable que Olga se distingue de la media de los mortales. En ocasiones la sorprendo hablando con mi madre y siento un fuerte deseo de ser mayor para poder conquistarla. Pasado el tiempo, se casaría con un norteamericano y se iría a vivir a América. Ignoro por qué siempre la imaginé en un descapotable con un pañuelo anudado al cuello y con la melena al viento. Era la diosa de la calle. 

Camino del Colegio Francés: Casi siempre realizábamos el mismo recorrido: subiendo desde mi casa, pasábamos por la tienda de ultramarinos de María que se hallaba justo a mitad de la calle, llegando al final de la calle, doblábamos a la izquierda, y apenas recorridos unos metros estaba la casa de  Palacios, el cazador de jabatos, cuyos dos hijos eran también compañeros nuestros, uno de ellos, Jeromín, era un excelente dibujante, luego tomábamos la segunda calle a la derecha y al final de ésta, la Avenida de las Palmeras. En la esquina se hallaban las casas de Bartolo y de nuestro compañero Julio,  y a muy poca distancia nuestro querido colegio.

La mudanza: Fue a principios del año 1954. Todo ocurrió muy de prisa. Un buen día, ante nuestra incredulidad y sorpresa, mi padre cargó con todas las copas y se las llevó. Luego supimos que las había vendido a un joyero del centro. Pocos días más tarde comenzó el embalaje de los muebles y demás enseres. Puedo todavía recordar los malos augurios que se avecinaban según  mi madre cuando se le rompió un espejo. Siete años de penurias que nunca llegarían a cumplirse. Bien es verdad que vendrían malos tiempos para la familia, pero no durarían tanto como presagiaba la superstición del espejo roto. Yo siempre he pensado que todo fue un pequeño castigo de la Calle Barcelona por haberla abandonado. Y es que las calles también tienen alma.

                                                           León Cohen,   Octubre 2003

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12 pensamientos en “LA CALLE BARCELONA, un relato del escritor larachense LEON COHEN MESONERO

  1. ISABELA BARRALES dice:

    Bonito relato tan bien descrito que parece que estuviera haciendo ahora ese recorrido.Gracias.

  2. Jos,e García Gálvez dice:

    Estupendo relato. Recuerdo perfectamente a muchas de las personas que nombras. Me ha encantado. Un abrazo.

  3. Querido León. Me ha encantado tu relato en el que reflejas el magnífico narrador que eres como lo demostraste en tu novela «La Memoria Blanqueada».
    Aprovecho la ocasión para desearte y desearos un Shaná Tová lleno de salud y felicidad .
    Un fuerte abrazo.-
    José Edery.

  4. Raquel dice:

    León, no puedo de dejar de felicitarte por todos tus escritos, nos transportas a épocas hermosas, a vivencias aun mas lindas……

    Que tengas un buen año y no dejes de deleitarnos……

  5. esperanza manso osuna dice:

    Leon me ha encantado tu relato. Nosotros viviamos en la calle Sevilla que no se si recordarás que era paralela a la calle Barcelona, teníamos de vecinos a la familia Camacho. ¿Te acuerdas de Natalio Camacho que e.p.d.? tambien daba nuestro patio al de la familia Cristobal, de la que más me acuerdo es de Fina, que por cierto hace unos años la ví aquí en Madrid y sin saberlo eramos casi vecinas.
    Te agradezco este paseo que nos has hecho disfrutar por el entorno de nuestra niñez, por aquella época dorada que con tu relato nos has hecho revivir. Gracias

    • León dice:

      En efecto Esperanza, la Calle Sevilla estaba justo antes. Y es también cierto que la familia Ortega Padilla se fue a vivir a Madrid. Un día por casualidad me topé con mi entrañable Eduardo en 1995 y pasamos unas horas inolvidables.

  6. Joana dice:

    Precioso tu relato León -y tu forma de narrar esos recuerdos tan ligados a tu vida- el que ya había leído en tu libro «La Memoria Blanqueada».
    Y sabes…? … Barcelona siempre marca, sea una calle que lleve su nombre, allí donde empezó a llenarse tu memoria de recuerdos imborrables y entrañables, sea la maravillosa ciudad mediterránea que marcó mi adolescencia. Por eso no puedo evitar el decir… Barcelona es tan maravillosa que está hasta en Larache!!!
    … Y parece que entre Larache y Barcelona haya un fuerte vínculo que salva la distancia y acerca los sentimientos.
    ¡¡¡LARACHE TE QUIERO!!!

  7. León dice:

    Gracias y saludos a Joana, Raquel, Edery,Isabela y José. Y gracias de nuevo al editor, mi amigo Sergio cuyo trabajo sigue siendo espléndido.

  8. adela manso osuna dice:

    Leon ,ya casi tenia olvidada la calle en la que habia vivido,pero tu me has hecho recordarlo leyendo tu relato,y de pronto cerrando los ojos he vuelto, a ver de nuevo el cielo estrellado que contemplabamos en las noches calurosas del verano,sentados en una silla ,o incluso en el borde de la acera,hasta que el sueño nos vencia y nos ibamos a dormir.
    Nosotros ,como bien dice mi hermana,viviamos en la calle Sevilla,pero las vivencias son las mismas,en esa calle o en la paralela,siempre ¡maravillosas!

    Tambien recuerdo que en ese descampado,en el que celebrabais,vuestras batallas(no se que dias de la semana)montaban un mercado,bajaban ,los moros del interior ,y sobre la tierra ponian sus verduras y hortalizas en montoncitos,para la venta.
    No se si en la neblina de la memoria,el descampado era el que estaba detras del mercado central,o era en los dos.Recuerdamelo tu.
    Gracias Leon un abrazo

  9. Bella Moyal Buzaglo dice:

    Estimado Leon
    Como siempre y con tu habilidad de narrar , nos llevas de la mano a esos lugares tan inolvidables de nuestra Larache.
    Mis tios David y Estrella Trojman (q.e.p.d.) vivian por alli, y desde donde yo vivia , en el Barandillo que ya es un buen tramo, siempre estaba por esas calles. Recuerdo que en unos de los callejonres de esas viviendas vivia una costurera con muchisima fama , yo acompanaba a unas amigas «»azzbitas»» que iban a coser sus vestidos en casa de esa costurera, siempre nos pedia que subieramos a la azotea para que la reguemos sus plantas.
    Gracias por estos relatos .
    Te deseo una Shana Tova., Salud y Vida Larga
    Bella

  10. angela lopez cobos dice:

    El relato me ha emocionado,,,en todos mis paseos por Larache (los últimos en Julio y ahora el dia 12) no dejo de visitar la calle Barcelona ,mis mejore amigos y compañeros vivían alli ,esta calle era transitada por todos para ir al cole Maristas y Monjas ,las mamás compran en la Placita…… La primera foto que has puesto era mi casa en el primero nosotros, ,en el segundo vivían Amina ,Harry y abajo el maestro Abdselam y por supuesto mi Madani al que le sigo comprando chocolate Maruja.
    Gracias León por este relato y todos los que te he leído

  11. Mercedes Muñoz dice:

    Gracias por el relato – Nosotros viviamos en Las Navas frente al Grupo y en la actualidad sigue intacta nuestra casa con las puertas azules al lado de un fran edificio de pisos – Esa calle Barcelona también la recuerdo perfectamente , es decir la he vuelto a recordar en mis dos últimas visitas-Gracias por el estupendo relato que está en la mente de nuestra infancia nosotros también recordamos nuestra salida en el 56-
    Mercedes Muñoz-
    1 de noviembre de 2012-

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