«ME LLEVARÉ EL FUEGO» (J´EMPORTERAI LE FEU), UNA NOVELA DE LEILA SLIMANI

 

Acabo la lectura de Me llevaré el fuego (J´emporterai le feu), la novela de Leila Slimani que completa la trilogía que componen El país de los otros y Miradnos bailar. De estos dos títulos podéis leer mis reseñas en los siguientes enlaces:

https://sergiobarce.blog/2021/07/25/el-pais-de-los-otros-le-pays-des-autres-una-novela-de-leila-slimani/

UN FRAGMENTO DE LA NOVELA «MIRADNOS BAILAR» (REGARDEZ-NOUS DANSER), DE LEILA SLIMANI

Difícil decantarse por uno de los tres libros, ya que forman un corpus indivisible. El paso de los años por los protagonistas es el paso de los años de Marruecos, de su Historia y la de sus historias. Un retrato descarnado, abierto y sincero de una sociedad, la marroquí, siempre danzando al borde del escenario, abismándose al filo del progreso sin dejar de mirar al pasado y a las tradiciones, un país de contradicciones perfectamente plasmadas en estas novelas.

El pulso narrativo de Leila Slimani se mantiene en los tres volúmenes, sin altibajos, manteniendo la tensión narrativa y la curiosidad del lector. Retratos perfectos de los personajes, tanto principales como secundarios. Cada página lleva impregnados los olores y los colores de Marruecos, este país que nos enamora, al que amamos, pero que tanto nos duele.

Reproduzco unos párrafos de Me llevaré el fuego, editada por Cabaret Voltaire este año 2025 que acaba, con traducción del francés de mi querida y admirada Malika Embarek.

“…Mia admiraba a sus padres. A diferencia de sus amigos, a quienes les gustaba quejarse de los adultos, ella solía insistir en la mentalidad abierta, en la cultura y la inteligencia que tenían. En el hecho de que se interesaran por los demás. En su generosidad. Sin embargo, se vio obligada a admitir que algo no estaba funcionando. Detrás de esas bonitas palabras, sus padres eran miedosos, conformistas, poco naturales. Había llegado a comprender que vivía entre dos mundos. El del hogar, donde sus padres eran modernos, se preocupaban por el éxito de sus hijas y su emancipación. Y el mundo exterior, peligroso e incomprensible. En casa, se podía criticar el hiyab, el fanatismo, enfadarse con esos horribles barbudos que habían amenazado al escritor Salman Rushdie. <Pero aquí las cosas funcionan de otro modo.> Fuera, no hay que hacer comentarios ni provocar, hay que simular que se respeta el decoro. Sus padres eran unos hipócritas, y se sentía humillada porque no eran libres.

No hablar de Sabah, que vive con un hombre sin estar casada.

No decir que Aicha no hace el ramadán.

No hablar del alcohol que se bebe en casa, de los embutidos de cerdo que come Mathilde, a veces incluso durante las fiestas musulmanas.

No contar que un día, en Nochevieja, papá se disfrazó de mujer.

No comentar que se ríen cada vez que lee el diario Le Matin du Sahara y se burlan de la propaganda y de los halagos de los aduladores.

No hablar de los amantes de Selma.

No describir la forma en que se vive, se come o se bebe en casa, ni lo que decimos o en qué creemos.

No contar que Omar se pegó un tiro en la boca, unos pocos días después de Navidad, en 1978. Mia acababa de cumplir cuatro años.

No ir contando los chistes de Selma sobre los árabes. Sus bromas sobre la corrupción, el subdesarrollo y la mojigatería religiosa.

No hablar jamás del rey, de las elecciones amañadas, no mencionar el nombre de Ufkir, ni el de los encarcelados allá, en el sur del país.

No revelar que, a veces, Mehdi duda de la solidez del régimen.

Sus padres habían aceptado vivir en medio de esa confusión moral, se la habían transmitido a sus hijas, y ahora sabía que nunca podrían ayudarla a responder a la pregunta: <¿Quién soy yo?>.”

Sergio Barce, 25 de diciembre de 2025

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