UNOS PÁRRAFOS DE «TODO ACABA EN MARCELA», NOVELA DE SERGIO BARCE

La mayor parte de la trama de Todo acaba en Marcela, mi nueva novela que ha publicado Ediciones Traspiés, se desarrolla en Málaga, pero hay una parte esencial en la historia que transcurre en Tánger y en Khemis Sahel. Aquí tenéis un breve párrafo del libro: 

«Se acerca al puerto y disminuye de velocidad. Estaciona el coche en la segunda planta del aparcamiento. Lo hace cuatro días después de que Teo moliese a patadas a Qodsya en ese mismo parking de Algeciras. Revisa lo que lleva: su maleta Kipling, su arma reglamentaria, su faca. Deja la pistola en la guantera.

Saca el móvil y, tras una breve indecisión, graba un audio para María. Llama a Niebla y dile que has recibido un soplo informándote que Mistral ha vuelto y de que sus hombres tienen la agenda, le dice, y añade: hazlo sin rechistar. Es el último favor que te pido. Lo envía y también guarda el móvil en la guantera. Iván recapacitando. Si la Tani no le ha mentido a Pancho, el hecho de que esos rusos busquen con tanto ahínco el álbum de fotos solo puede significar que los viejos fantasmas de Jabato y de Monti se están revolviendo en sus tumbas. Y si todo encaja, como él presiente, acabarán liquidando las deudas que aún tienen pendientes unos con otros.  

A la una y cuarto de la tarde Iván entra en la terminal y saca un billete en Inter Shipping. Cuando se acomoda en el interior del ferry mira por la ventanilla. Sus ojos se pierden más allá del puerto con la curiosa sensación de estar regresando, como si ya hubiese cumplido su misión. Pero al desembarcar en Tánger Med despierta, como si hubiese viajado anestesiado. Pese al calor, el puerto le parece desangelado y frío, rodeado de una multitud que se mueve por instinto. Hay una desorganización llamativa. Cruza la terminal con la Kipling de mano y sale del inmenso edificio. Pleno verano y el cielo gris como de puro invierno, aborregado y cargado de agua. Alguien le ofrece un taxi en perfecto castellano, pero no le presta atención. Iván busca por encima de las cabezas de los que le rodean y entonces lo ve, y se dirige a su encuentro sorteando a los viajeros, a los maleteros, a los guías. Sadik se quita las gafas de sol al descubrir a Iván avanzar a su encuentro. Hola, Sadik. Y Sadik le responde hola, jayAssalam´aleikum. Se besan. Lo siento, añade. Y luego se abrazan. A Sadik se le saltan las lágrimas, pero Iván no se inmuta.

Tengo el coche aquí al lado, le dice al separarse de él. Lo sigue un paso más atrás, fijándose en la figura de Sadik Oubali, sus hombros caídos, su andar desgarbado. Viste un traje gris y camisa blanca sin corbata. Saluda a un gendarme que se cuadra llevándose una mano a la visera de la gorra. Sadik es un hombre de unos cuarenta y pocos años, de cabello rizado y negro, con un bigote a lo Clark Gable, pasado de moda, y pómulos marcados. Aparenta un equilibrio que Iván sabe que es real. También sabe por qué razón posee esa templanza envidiable, conoce a su mujer Laila y a su hija Zohra. Se podría decir que el comisario Oubali es un hombre feliz, que siempre lo ha sido. Sadik se quita la chaqueta y la lanza al asiento trasero. Luego maniobra con prudencia mientras salen del recinto portuario. Tráileres inmensos cruzando de un lado a otro. La desorganización parece extenderse más allá de las dársenas. Hace calor y hay polvo en al aire.

¿Cuánto hace que no nos vemos?, le pregunta. Unos cinco años, más o menos. Iván apenas hace el cálculo y lo dice al azar. Sadik menea la cabeza de un lado a otro. Diez años. Ya han pasado diez años. Al principio no es capaz de asimilarlo, pero luego se da cuenta de lo rápido que ha transcurrido el tiempo. Joder, masculla Iván. Y Sadik suelta una carcajada deslucida mientras pone en marcha el limpiaparabrisas pulsando una y otra vez el botón para que salte el agua. El cristal delantero se embarra y parece ahora más sucio que antes. Insiste hasta que la visión se hace algo más decente. El chergui ya no es el chergui, dice. Ahora arrastra demasiado polvo del desierto. Antes no lo hacía de esta manera, quizá sea consecuencia del cambio climático. Iván asiente recordando que Sadik le hablaba del viento, del famoso chergui tangerino. Ahora, por fin, lo experimenta. Quema, pero me encanta, y si no fuera por este intenso polvo que lo ensucia todo, añade con cierta pesadumbre, sería el viento de siempre. Es como si la vida se enturbiara con el paso de los años. No sé si entiendes lo que quiero decir. Iván lo mira, se percata de que ha perdido algo de cabello, y entrevé un profundo cansancio en esa mirada que fija en la carretera. Ya no reconoce al joven policía que lo acompañó durante aquel largo mes para desarticular la banda de Cachinero y sus socios, los Benadi. Menuda aventura. Los condecoraron a los dos, en España y en Marruecos. Una de esas actuaciones que nunca se olvidan. Sé lo que quieres decir, Sadik, le responde Iván. Tal vez nos estemos haciendo viejos y no nos demos cuenta.»

 

 

Foto: José Luis Raya
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